Las historias que nos contamos

Nuestra vida está llena de historias, algunas son hermosas y otras, dolorosas o molestas. Nos componen, nos construyen, nos cuentan lo que somos.

Sin embargo, en muchas ocasiones, y sin darnos cuenta, nos contamos historias repetidamente, y de tanto hacerlo, comenzamos a creer que son las únicas que nos conforman. Entonces, «somos» lo que nos contamos: las víctimas, los malos, los abusados, los exagerados, los enfermos, los rebeldes, los buenos… Y nos convertimos «únicamente en eso», dejando de lado todas aquéllas historias que nos posibilitarían estar en un lugar más tranquilo, más auténtico, más exitoso, más amplio; más saludable, más libre…

¿Qué hace que nos contemos las historias que nos limitan o nos obstruyen?..

Que hemos aprendido a vernos desde los ojos y las historias de otras personas. Aprendemos a ser lo que otros quieren o piensan que es lo correcto; y nosotros nos depositamos en ello, puesto que lo que construye nuestro mundo (en los primeros años) es lo que las personas significativas en nuestro entorno nos enseñan. No dudamos que lo hagan de buena voluntad o como un acto de amor, pero, al mismo tiempo, nos acerca a ir repitiendo acciones que, lejos de otorgarnos un beneficio, nos hace sentirnos culpables, molestos o frustrados; como si esas historias nos abrazarán de tal manera que nos ahorcaran.

Les comparto una experiencia que puede ser una muestra de estas historias, y como pueden revertirse:

En unos días saldré de vacaciones -después de varios años de no tomar un periodo exclusivo para descansar- y las voces que se escuchaban (basadas en historias que no son de mi autoría) me decían que no me vaya, que algo malo me puede pasar; que eran muchos días y mucho gasto, que mejor me quedara… Y en un ejercicio psicoterapéutico descubrí que no había evidencia de que algo malo me hubiera sucedido en una experiencia similar; sino que se basaban en miedos y en conductas que yo observé a lo largo de mi vida y que yo me había traído hasta hacerlos de «mi» propiedad.

¿Qué hacer para reescribir esas historias? Continuo con la experiencia que comparto:

Al darme cuenta del origen de lo que yo contaba como MI historia, descubrí que lo que no había percibido era que mi madre (propietaria de esa historia) después de hacer un montón de rituales para que nada malo pasara, o para evitar que sucediera un accidente en carretera o que sucediera una catástrofe, rezaba y se persignaba; y al concluir este momento, se quedaba tranquila, exhalaba el aire y se sentía y se vivía más libre, y yo sólo me había quedado con la mamá temerosa, no con la otra que se quedaba tranquila y que a mí me gustaba porque era una manera de sentir que ya estábamos cuidados y protegidos; y que ahora sí ya nos podíamos divertir o salir a pasear.

Y a 14 años de su muerte, no me había percatado que lo que yo necesito es a una mamá que me cuide; y sólo tomé parte de esa historia que yo viví, y no observé lo que sí me nutre, me hace crecer y me alivia el corazón.

Entonces se produjo un cambio en esta narrativa: puse de mi lado ese cuidado, ahora haciéndolo como si mi mamá estuviera en mi corazón y me protegiera con sus rezos y sus peticiones de que todo saldrá bien. Y confíe, como ella confiaba. Le otorgué un lugar a esa madre cuidadora y no ya a la temerosa.

Lo que nos deja en un lugar repetidamente es que no conversamos con nosotros mismos para revisar si ese discurso instalado en nosotros mismos, lo podemos cambiar o transformar en algo más cercano a la vida que necesitamos o que deseamos tener. Sin ese escenario, no nos podemos contar nuevas historias (que abundan) en las cuales sostenernos para seguir reproduciéndolas en el presente y futuro.

¿Cómo se hace esto?

Revisando nuestra historia personal. Poniendo enfrente todo aquello que nos hemos traído y creemos que así es la vida. Deconstruyendo argumentos y desafiando lo que ha sostenido ese discurso que nos domina. Observando y registrando historias de excepción, recontarnos la historia ahora desde nosotros y escuchando nuevas u olvidadas voces; que nos ayuden a construir nuevos puentes para cruzar a vidas distintamente saludables, generosas, benéficas.

Una alternativa es, o puede ser, la terapia psicológica, pero no es la única. Haciendo un espacio en la agenda, yéndote a tomar un café contigo, apuntando en un cuaderno qué te has contado y qué te has creído de tu vida; puede ser el inicio de un camino que te lleve a un lugar distintamente más ADECUADO para ti.

Los rompedores

Para mis pacientes.

Para Eli.

Para mí.

En las familias siempre hay historias de frustración, de sueños rotos; de vidas no logradas. Algunas son conocidas y otras que, de tan escondidas, se pierden y se desvanecen en el anonimato.

En dichas historias hay vidas, vidas de personas que tenían sueños y que deseaban una vida plena, abundante, saludable; pero su entorno, sus valores y creencias, y hasta su religión, les impidió lograr eso que tanto querían.

Podría ser estudiar una carrera, viajar a otro país, no tener hijos; vivir su homosexualidad, trabajar como herrero en lugar de doctor, irse a otra ciudad a hacer la vida, lo que sea que haya sido, dichas personas no pudieron lograrlo y esa historia se quedó llena de insatisfacción, frustración, y en muchos caso, carencia y tristeza.

Esas personas, por el entorno y educación de la que provenían, no se rebelaron, no ejercieron su derecho a tener una vida propia. No pudieron. Se impuso la autoridad, la familia; o simplemente, se consideró «mejor» opción seguir como estaba.

Sin embargo, siempre surge alguien en las familias que vienen a quebrar todo eso. Me gusta llamarles Los Rompedores, porque eso vienen a hacer para recomponer la historia de sus antepasados familiares, y con ello, hacerse de una vida plena, libre, con decisiones propias desde la elección individual, sin creencias ajenas que estropeen esa libertad.

A esos Rompedores les toca la parte más difícil porque, lo coloco desde esta analogía: son los que observan que la forma en la que viven sus familias podría ser mejor, y de mínimo, distinto; e intuyen que del otro lado hay un terreno más fértil, que trae abundancia, bienestar, que huele a plenitud, a libre; y como lo saben, toman su pico y su pala y comienzan a cavar para poder llegar a ese escenario que creen es posible estar. Pero, precisamente, el mayor trabajo les toca a ellos porque son los primeros, los que encabezan la fila; y a los que les caen las piedras más pesadas en esa acción de querer tener una vida distinta.

A Los Rompedores les gana la idea de que sí es posible que se consiga ese deseo de vivir en un bosque y tener un refugio de perros, vivir de forma independiente laboralmente, dedicarse a la música y ganar dinero con ello, viajar solo por el mundo; ser madre o padre de proyectos e ideas, y no necesariamente de hijos biológicos; ser comediante y vivir dignamente con esto, hablar italiano o alemán a los 70 años, ser bailarina a los 50; ser carpintero aún con una carrera universitaria, hacerse de una pareja y poder casarse, ser historiador y dar clases en la UNAM, y un largo etcétera.

Y tanto creen en ello que ponen de cabeza el sistema familiar, debido a que, como cualquier sistema, pugnará por seguir exactamente igual. Que nada cambie porque esto pone en alerta lo que -aunque no haya funcionado de manera positiva- es lo que se ha hecho por muchos años y amenaza con poner en jaque a la familia, porque abre una ventana de hacer las cosas de manera diferente que impone hacer nuevas acciones, dibujar otros escenarios, y no, no queremos porque nos obliga a ver que sí era posible, pero no lo quisimos o no lo pudimos ver.

Los Rompedores no lo hacen queriendo dañar a su sistema familiar, lo hacen porque es una forma de mostrar la valentía, el ímpetu, la fuerza; la dignidad, la grandeza…, que no se ha visto desde hace muchos años y que ya es necesario mostrar al mundo. No son los malos de la película, son los que, haciendo una vida diferente, tiran miedos, ideas limitantes, culpas y pensamientos de castigo, y lo transforman en oportunidades, en vidas llenas de autenticidad y éxito, y en libertad con abundancia en todos sentidos.

Pili Quiriz

Sobre ellos caerá el temor de una familia a que no se logre, a que no se pueda, a que se olvide de dicho cambio, a que está mal lo que hace, a que no va a tener éxito, a que va a fracasar y va a regresar, a que no le irá bien; y al mismo tiempo, se convertirá en su bandera para salir a las batallas que le van a tocar enfrentar. Y va solo en esto.

Y a estos Rompedores les dejo este mensaje:

«Háganlo, rompan con todo para que se comprueben que esas ideas intrusivas sólo eran las voces de quienes dominó el miedo para poderlo convertir en realidad. Las ideas de quien no se pudo rebelar, pero que, a lo mejor, quiso lo mismo que ustedes. Desobedezcan, reVélense, aprópiense de sus deseos. Son suyos, no les pertenecen a sus padres, a sus abuelos, a sus bisabuelos; a ellos les tocó vivir y eligieron. No se llenen de castigos divinos o superiores, porque lo único que están haciendo es liberarse, desatar ese nudo que sólo ha impedido la felicidad de quienes han compuesto sus familias».

La recompensa está detrás de esa puerta.

Vayamos a abrirla.

Lo que no soy

Muchas veces el dolor de nuestras experiencias nos hacen disfrazarnos de un montón de formas. Podemos ser Los Fuertes, o Los Valientes; o Las Inteligentes o Los Extrovertidos, pero en el fondo, lo sabemos, no sentimos verdaderamente que nada de eso seamos.

Cuando he vivido una experiencia dramática, catastrófica, traumática; o sencillamente, una experiencia que he vivido como algo incómodo o lastimoso, puede producir que en mí se establezca un programa de rescate, algo así como un mecanismo de sobrevivencia y esto posibilite que se «fabrique» un disfraz que- puede ser- sólo me sirva para una única vez, sin duda, aunque también puede ser que ese disfraz se convierta en mi uniforme diario. Y ahí radica el problema.

Mi historia personal impacta en mi personalidad. Yo la formo conforme los eventos experimentados y cómo han sido estas vivencias: si han sido dolorosas, puede que yo me diseñe un disfraz de duro o de fuerte sin sentimientos; y de tanto ponerme ese disfraz, terminé creyendo que eso soy. Ya ves lo que dicen por ahí: «lo que empieza siendo una mentira, puede que termine siendo una verdad». Algo así pasaría, sin embargo, soy yo quien sabe la verdad y sólo en mí recaerá el efecto de esto que me cuento.

¿De qué se trata entonces? De identificar cuáles son tus disfraces, cuáles son los que te has tenido que poner y para qué te han servido, para que «regreses» a esa experiencia desde tu ser adulto y veas que esa experiencia ya te pasó, te afectó y por esa razón tuviste que ocultarte a través de ese disfraz, pero no más. AHORA ese adulto que eres puede ayudarle a ese pequeño a reconocer que no tiene que vestirse para mentirse a sí mismo, que ahora puede ser capaz de darse cuenta que por más que esa vivencia haya sido dura, está aquí y has podido sobrevivir a ella.

Reconocer tu historia personal puede conectarte nuevamente con todo eso que quieres que no vuelva, y, sin embargo, esa misma experiencia te colocará en la posibilidad de que se resuelva y no la tengas que andar cargando a través de una maleta enorme de disfraces: el fuerte, el controlador, el animoso, el echado pa´lante, el perfecto, el salvador, etc.

Regresar a ese evento puede ser una tarea sumamente difícil, y por eso existen los profesionales de la salud mental y emocional. Ellos están preparados para acompañar esa «visita al pasado», para que puedas, desde su origen, arreglar eso que te descompone la vida adulta, y cuya resolución puede contribuir a una vida mucho más libre, sin tantas culpas y miedos que sólo limitan tu bienestar.

Recuerda: los disfraces están bien para un rato en una fiesta. No sirven para la vida porque ocultan lo que sí somos y lo que sí tenemos dentro de nosotros como recurso personal para afrontar la vida y sus conflictos. Confía en lo que hay dentro de ti y quizá, por andar disfrazándote, no has podido utilizar.

¿Y si no tuviera este problema?

¿Se han puesto a pensar qué sucedería si un día amanecieran y se dieran cuenta que ese problema con el que estaban lidiando hasta una noche antes, se fuera? ¿Qué pasaría con su vida? ¿Qué harían a partir de esa mañana?

Muchos de nosotros solamente nos concentramos en el problema, y entonces nos convertimos en un problema con pies. Toda nuestra energía, concentración y fuerza interior, se van hacia esa circunstancia que nos incomoda, nos duele o nos molesta. El tiempo transcurre alrededor de este acontecimiento y supone un gran esfuerzo que nos deja cansados e irritados, incapaces de hacer otra cosa.

Los seres humanos CREEMOS que si un problema se piensa mucho, se va a encontrar la solución más pronto, o que no es posible quitarnos de la cabeza ese asunto, porque NO PODEMOS. Y ambas, son ideas que limitan resolverlo. Y aquí viene el elemento clave: nos enseñan a tener problemas, no a resolverlos, porque esto significa ENFRENTAR.

Muchas veces he hecho la pregunta del inicio en mi consultorio, y la gente se sorprende y se queda unos minutos callada, se dan cuenta que nunca habían pensado en ese momento, en el que vivan sin el «problema». Se muestran incrédulos ante una vida sin lo que les lastima o molesta.

A veces, pensar en el problema es una manera de estar en la vida, una sensación que da (y lo he visto en distintos lados) vivir con la incomodidad. Por ejemplo, ayer me comenzó un dolor en mi pie izquierdo, en lo que llamamos, «el juanete». Me deja caminar y hacer mis actividades, PERO, siento una molestia. Y a esto se unió a otra dolencia en uno de mis hombros. Bien, con ambos dolores estoy conviviendo. Pareciera que mi vida es normal y que no me impide hacer mis actividades; y de algún modo, es cierto. Sin embargo, mi pensamiento está 70% en ello y no en algo más productivo o funcional. Además, sólo estoy viendo el lado negativo de estas dolencias, y ni siquiera me acerco a ver qué de bueno tendrán, porque si así fuera, entendería lo que hace mucho me dijeron: «toda cura es autocura»; y me tranquilizaría saber que mi cuerpo está actuando como sabe hacerlo, y que si mantengo la calma unos días más, la dolencia se irá o se transformará para que yo pueda ver el mensaje que me tiene: quizá me estoy sobrecargando de hacer algo, posiblemente no estoy andando por el camino correcto; o más allá, es un llamado a vivir y enfrentar otra clase de dolores y molestias, que, por supuesto, no son físicas: una desilusión, un miedo, una sensación de insuficiencia, angustia; etc. Y, sin duda, también buscar algo allá afuera que me ayuden: un masaje, un especialista que me brinde mayor información sobre por qué me duele en tal parte y saber para qué debe funcionar y cómo, revisar mis antecedentes familiares sobre salud y enfermedad; así como buscar qué es lo que no he hecho y me gustaría hacer más.

Lo anterior marca una diferencia, porque el pensar mucho sobre mi problema, no va a hacer que se resuelva, va a procurar escarbar hacia abajo cada vez más; mientras que por otro lado, si medito un tiempo en qué haría yo de mi vida sin este problema, la respuesta puede contribuir a identificar qué es lo que necesito llevar a cabo para solucionarlo… Como dicen por ahí: «pare de sufrir».

Cuando nos damos oportunidad de ver nuestros problemas con otra perspectiva, estamos potenciando una vida sin tantos pesos, muchos de los cuales, te aseguro, no te corresponden. Así que si tu paso se ha hecho pesado, sería bueno revisar qué cargas y desde cuándo. Y ya lo sabes: uno elige con cuánto peso quiere andar por la vida.

Así que hoy cuando te vayas a dormir, piensa en esa pregunta que, quizá, mañana te haga vivir un milagro.

Miedo a la muerte

En estos tiempos en los que hay libros que nos vuelven a pedir que los abran, me reencontré con la antología Antropología de la Muerte. En ella se mencionan las razones del miedo a la muerte:

  1. Miedo a morir:

a) Miedo a dejar una tarea inconclusa.

b) Obsesión del dolor físico.

c) Obsesión de la agonía psicológica: soledad, desesperanza, vacío…

2. Miedo al después de la muerte:

a) Angustia de la corrupción corporal, de la carroña…

b) Incertidumbre del más allá: ¿conoceremos ahí más dolor, desigualdad social, tormento…?

c) Celos con respecto a los supervivientes. ¿Nos olvidarán? ¿Cómo repartirán nuestro patrimonio?

d) Obsesión de la nada.

e) Inquietud por los funerales necesarios para alcanzar el estados de ancestralidad.

3. Miedo a los muertos:

a) Miedo a los aparecidos.

b) Miedo a los muertos en vida.

Y hoy, ante un tiempo en el que los temores se han incrementado o se han hecho patentes, queda hablar de nuestros miedos como la oportunidad que nos da la vida para verles a la cara y enfrentarles de manera asertiva, en este caso, con uno de los que más alta demanda tiene ante la crisis por Coronavirus: miedo a la muerte.

Para empezar: ¿Qué idea tenemos de morir? ¿Qué idea tenemos de vivir? ¿Qué forma es la más temida para morir?… ¿Cuál es la forma en la que vivimos?… Pareciera que escribo de dos elementos diferentes y nada más lejos de la realidad. Vida y muerte son parte de lo mismo, sin uno el otro no existiría, y como una gran maestra expresó: «Cómo vivimos, morimos».

Recientemente he sabido de eventos de enfermedad, accidente y muerte; de personas cercanas o conocidas por mí. Todos ellos me han recordado que forman parte de la vida y que sino los vemos, pugnarán por hacerse presentes.

Uno de estos eventos sucedió hace un par de días cuando mi padre se cayó de una escalera. Él asegura que todo está bien y que no pasa nada. Yo decido ir a verlo a pesar de la cuarentena. Lo observo, le escucho y me alegro. Luego, él, mi hermano y yo, hablamos de los miedos: «¿cuál es tu peor miedo?»… Y aquí les hago saber una verdad que no es tan conocida: detrás de nuestros miedos hay un deseo prohibido, el cual es políticamente incorrecto expresarlo porque nos obliga a ver las «ventajas» de tener ese miedo, lo «bueno» que creemos que nos traerá o lo «positivo» que nos dejará.

Me explico:

Nuestros miedos enmascaran lo que en realidad queremos de los otros o de nosotros mismos pero no nos lo concedemos o no nos damos permiso.

Por ejemplo: miedo a quedarse inválido. ¿Qué estamos pidiendo que no nos damos chance y viene disfrazado de miedo?… Que nos cuiden, que nos carguen, que se hagan cargo de nosotros, que lo hagan por nosotros…. Depender del otro porque sentimos o pensamos que no somos capaces nosotros solos. Como dirían por ahí: «el miedo nos descubre».

Y cuando pensamos en nuestros miedos, nos escondemos, sacudimos la cabeza o nos distraemos, porque los hemos catalogado de malos, de feos; esperamos que no sucedan porque sí los dejamos entrar, nos permiten saber quién viene detrás de ellos en realidad, es decir, los deseos prohibidos, es decir, aquéllo que esperamos que los demás hagan pero nos da vergüenza o que a nosotros nos da flojera hacer.

Imagínense que su mayor miedo es que su pareja les abandone. Aunque se oiga loco, ¿qué es lo que podría ocultar? Podría ser que sea hacer con su tiempo y dinero, lo que se les pegue la gana. Querer hacer su voluntad sin pedirle a alguien su opinión, decidir sin negociar. En fin, todo aquello que les «impide» manejar su vida sin concederle nada a nadie.

Y la muerte o la posibilidad de ésta ante una situación crítica como la actual, nos despiertan los miedos más recónditos y ya no sabemos qué hacer para huir de ellos. Y es al revés, es ser lo más honestos que podamos con nosotros mismos. Es sincerarnos pues, porque si aprendemos a pedir lo que no pedimos, a expresar lo que necesitamos, a hacer lo que no hacemos, ya no se tienen que ocultar detrás de horrorosos monstruos, como los que salían en la película Monster Inc., que sólo nos espantan en las noches. Claro, nos seguirán llamando para que prendamos la luz y nos sentemos a hablar con ellos.

Un psicólogo me hizo saber que se  tiene miedo a morir porque no se está viviendo y en efecto, a veces se nos van los años haciendo lo que no nos gusta, negándonos expresar algo que hace mucho pensamos; no nos permitimos empezar o terminar, iniciar o concluir, etc. Es decir, sino vivimos (aunque sea poco) una buena vida, estaremos rechazando lo que se nos ha dado para aprovechar nuestra creatividad, recursos personales, fuerza interna, inteligencia, amor propio y capacidades. Y ahí está el mensaje del miedo: «se te está yendo la vida, va a llegar la muerte y te va a agarrar sin haber hecho la vida que necesitas para ser auténtico, verdadero, natural y único».

Y entonces se los aventamos a los demás en forma de miedo: hazlo por mí, hazte cargo, vete para que empiece mi vida, tú hazlo por mí, no te puedo expresar mi enojo entonces voy a  hacer que te quedes o que lo hagas, tú afróntalo por mí… y un largo etcétera.

¿Qué queda?

Aprovechar esta oportunidad única para tener cinco minutos de reflexión sobre nuestros temores. Luego, atreverse a decir cuál es el deseo que se oculta detrás de esos miedos. ¿Qué lograrías si sucede eso que temes? ¿Qué beneficio estarías alcanzando si se lleva a cabo?

Me uso de ejemplo:

En mi miedo a llegar a ser contagiada e intubada, está el deseo de que todos se preocupen por mí, estén al pendiente de mi salud, me traigan en su mente todos los días y les sea importante… ¿Qué aprendo? A estar pendiente YO de mi salud, traerme en MI mente y DARME la importancia que luego se me olvida darme.

Así que hoy que tienes tiempo de estar en casa, o cuando regreses de trabajar, o cuando ya te vayas a dormir, apunta en una hoja cuál es tu mayor miedo y piensa por un momento que eres libre de escribir que sería lo bueno de ese miedo, qué lograrías, cuál sería la ventaja de ese miedo… Y cuando lo descubras, evita volver a esconderlo porque, quizá por primera vez, alguien puede estar dándose la oportunidad de ocupar su vida para vivir y no de disfrazarla de vida cuando lo que está haciéndose es dejar morir sus habilidades y cualidades.

La vida está de tu lado.

 

 

Amar no es lo mismo que amarse

Hay un libro que hace años fue un best seller, Mujeres que aman demasiado, se llama. En éste, se habla sobre las diversas conductas y manifestaciones que las mujeres llevan a cabo en nombre del amor. Un amor que, sin duda, no es funcional ni saludable, pero lo hemos entendido así, sobretodo, por nuestras carencias no atendidas con las primeras figuras de nuestra vida, que son papá y mamá.

No, no vamos a echarle la culpa a ellos, los que están en sus casas, sus trabajos o el cementerio. No. Se trata de aquello que aprendimos en la observación, en la cotidianidad de nuestra historia de vida, en el día a día; y que, de manera simbólica, esos padres siguen ejerciendo su influencia porque están dentro de nosotros mismos. Y es con ellos que nos formamos nuestra idea de pareja.

En el caso de las mujeres, cómo haya sido nuestra relación con ese padre -aun ausente, por la relevancia de la herencia emocional-, se formará en nuestro interior lo que iremos buscando en las parejas con las que vayamos estableciendo relaciones amorosas. Si no nos reconocieron, no nos dieron un lugar, nos humillaron, nos trataron bien, nos consintieron; nos abandonaron, nos dieron de más o de menos…, todo esos elementos harán una mezcla que, a su vez, formará un «modelo«, que iremos acomodando a los hombres o mujeres con los que nos vinculemos.

¿Qué problema hay con esto?

Que eso que no nos dieron, en lugar de dárnoslo a nosotras mismas, se lo vamos a ir demandando a esas parejas, exigiéndoles como niñas pequeñas que nos vean, que nos escuchen, que nos apoyen o que nos consuelen, porque, precisamente a esa niña que fuiste le hizo falta. No te has dado cuenta que ya ERES una adulta que puede. No. DEBE dárselo, a ella como adulta y a esa niña que lo sigue esperando… Como una maestra me enseñó: «Ser tu propia hija y tu propia madre», porque sino, se seguirá reproduciendo esa misma historia: No me lo dieron- Ahora yo lo doy para que me lo den-No lo logro y no me lo dan-.

Actualmente, las dinámicas familiares, la sociedad y el contexto han cambiado. Sin embargo, pareciera que el autoestima de las personas (incluyo a hombres y mujeres) está supeditado a lo que el otro piense o sienta de ti. No está formado sobre la generación de tu propia concepción porque sigues «esperando» que el otro te ayude a hacerlo. Y lo poco que te da, con eso te quedas, ya que lo diferente representa un gran esfuerzo, y casi nadie quiere dejar sus ganancias secundarias que obtiene de relaciones lastimosas, enojosas, sin sentido, insalubres, violentas, insatisfactorias. Todo mundo quiere una «bonita relación», pero pocos, muy pocos, están dispuestos a hacer el trabajo correspondiente para lograrlo… Incluso porque, y si dejan de sufrir, ¿qué va a ser de ellos?

Por ello, no te escondas ante tu autoestima esté como esté. Dale un lugar, hazle un espacio para que pueda verse, escucharse, tocarse; y con ello, si es nulo o poco, empieces a hacer lo que nunca has hecho por ti: comenzar la preparación para un amarte auténtico, real, desde ti y para ti. Nadie lo va a ser por ti, nadie te va a dar lo que no te des. Eso sí, cuando lo logres, tu campo de visión se ampliará e identificarás a más personas como tú y ahí elegirás a una persona más parecida a ti.

Atrévete a estar en una relación saludable, libre, vital, donde puedas ser tú sin vergüenza, sin menosprecio, sin limitaciones.

Ya sabes: nunca es tarde para regresar a la escuela a aprender… Y la vida es una gran escuela…

 

La ansiedad me corretea

Así es.

Tal cual, la ansiedad es una forma desesperada para que nos hagamos caso.

Y es precisamente lo que no deseamos: hacernos caso.

Existe una frase que afirma que las personas queremos cambiar pero al mismo tiempo, deseamos que esto no suceda porque, diría el Príncipe de la canción: «La costumbre es más fuerte que el amor», y creemos que va a estar muy complicado lograr tener una buena vida o que ahora sí voy a tener la pareja que siempre he deseado; o que deje de pelear con mi esposa o que ya no me enferme siempre de la panza cada vez que mi jefe me hace enojar…

La ansiedad es un llamado que se manifiesta en el cuerpo porque la respuesta ya la sabemos, sólo que huimos de ella cual si escapáramos del peor enemigo… Umhh, imaginemos por un momento: Estoy de novia con un hombre violento. Después de muchos intentos, terminamos y una noche, siento que me ahogo, que no puedo jalar aire y comienzo a sudar frío. Mi corazón palpita a 100 por hora y mis manos ya no responden… Me da miedo y lo peor es que no puedo pedir ayuda porque no me sale nada de voz. Gulp!, sí que estoy en un lío…

Ok. Prosigamos:

Me dejo llevar por las manifestaciones de mi cuerpo… En realidad, lo peor que me puede pasar es que me desvanezca por unos segundos. Sin embargo, me doy cuenta que sólo con este ataque de ansiedad, sentí mi corazón porque casi siempre está ocupado en sentir por los demás. También  noto a mi cuerpo cuando lo siento sudar, ya que lo traigo en chinga sudando por el placer del otro; o que pareciera que mis manos quieren asirse de algo porque yo casi siempre estoy colgada por alguien más…, aunque sea un hombre violento, o una mujer celosa, o lo que sea con lo que yo no esté satisfecho y pleno.

Es decir, la ansiedad es un llamado a verme, a escucharme, a satisfacer mis necesidades, a complementarme, a ir por lo mío, a hacer más por mí que por los demás. A hacerme presente en mi vida sin dejarle al otro mi lugar en MI vida. Es un mensaje de que está contigo todo eso que andas buscando en otra persona: el apapacho, el consuelo, la comprensión, la escucha, ser visto o reconocido. Pero no lo quieres ver, ni escuchar ni sentir.

Aprendimos que si el otro nos hace caso, ¡ya la hicimos!. He visto como adolescentes de 12 años están sumamente preocupadas por su imagen física y esto puede catalogarse como normal porque están entrando en una periodo de transición y necesitan refuerzos por todos lados, sin embargo, sino hay papás que reconozcan que lo importante no es su imagen, y sí su autovalor y su autoestima; estas adolescentes crecerán pensando que  siendo bonitas para los otros, será lo único que valga la pena llevar a cabo.

Hombres y mujeres pueden sufrir por eventos de ansiedad a lo largo de su vida. Quizá por un examen (porque si repruebo, fallo y si fallo, no valgo), por un trabajo (tengo que ser el mejor porque si no estoy al 1000%, no me darán un ascenso y entonces seré un Don Nadie y eso se llama no existir), quizá que si fulano de tal no me pela, eso será sinónimo de que soy fea y nadie quiere a las feas- según yo y mi aprendizaje-.

Si en algún momento de la vida pasas por sensaciones corporales como las que hemos mencionado, puede ser que estés viviendo un momento de ansiedad al que debas hacerle caso desde que comienzas a sentir los primeros síntomas.

Qué tal si pudieras decirte: «Aquí estoy yo contigo, conmigo a tu lado no va a pasarte nada malo. Respira tranquilo que yo no me iré de tu lado». O si el corazón empieza a palpitar más de prisa y sientes que la respiración se te va: «Bien, tú sabes que ha sido difícil dejar ir a Juanito, pero ahora tú y yo estamos juntas para salir adelante. Yo sí quiero estar contigo y vamos a hacer que este corazón lata normalmente… A la una…, (respiras profundamente)… a las dos…, (otra vez respiras)…, ¡a las tres!».

No temas a lo que tu cuerpo venga a decirte a través de la ansiedad. Al contrario, dale la bienvenida porque  XXXXXXX (aquí di tu nombre en voz alta) está contigo y quiere que la sientes cerca de ti. Es tu salvaguardia y tu mejor compañía.

Si necesitas ayuda con tus problemas de ansiedad, la terapia psicológica puede ser una alternativa para resolverlos. Recuerda siempre acudir con un profesional en la materia.

Hartos de todo

… Pero no hacemos nada…

Nos lamentamos, nos quejamos, nos llenamos de miedos; pero no hacemos nada diferente para lograr lo que deseamos. Somos los reyes del boicoteo y de quedarnos en el mismo lugar… Quizá porque nos da miedo «perder» la comodidad del sufrimiento. Hacer una buena vida es un reto y muchos no lo queremos, corrijo, pensamos que no lo podemos hacer.

¿Por qué cuesta tanto trabajo el cambio?… Porque lo hemos concebido como un acto de magia más que como un acto cotidiano, un día a día.

Tenemos una mala relación de pareja y pensamos que sólo con decir «lo siento», no va a volver a suceder y no, no es así. Los problemas de pareja muchas veces tienen que ver con asuntos no resueltos con las primeras figuras con las que convivimos que son nuestros padres. Asuntos no resueltos con esa relación pueden estar impactando en nuestra pareja actual o en la forma en la que nos relacionamos amorosamente. Sino vamos de nuevo a ver en dónde surgió y con quién surgió el problema, dicha situación, patrón o forma, pueden seguirse presentando indefinidamente…

Pero no todos quieren «regresar» el tiempo y volver a vivir lo que en muchos casos escucho esta frase: «ya no vale la pena remover el pasado», y por dicha razón es que seguimos manejando problemas con características similares a esos eventos en lo que nuestros padres participaron.

De acuerdo. Ya no somos unos niños y debemos actuar como adultos. Sí, siempre y cuando no les debamos nada a esos niños o adolescentes que alguna vez fuimos.  ¿Te has puesto a pensar si ellos aún necesitan lo que no les dieron: un abrazo, una disculpa, una mirada, un respeto, una presencia positiva, tomar de su mano…?

Vamos a un trabajo en el que no avanzamos, no destacamos, no nos pagan lo que necesitamos; y lo peor, no creemos ser suficientes y por ello, nos matamos trabajando para que nos vean y nos reconozcan. Y dejamos de descansar, de comer, de convivir con nuestra familia y hasta nos olvidamos de nuestros gustos y aficiones. Todo por un trabajo mal pagado en el que, a fuerza, queremos seguir perteneciendo. ¿Por qué? Porque posiblemente signifique este trabajo el encuentro sin éxito del reconocimiento que papá o mamá no dieron y que, de eso se trata la terapia, ese niño pueda reclamar a esos padres que anda cargando todos los días y que no lo dejan vivir en paz, para que crezca finalmente el adulto dándose todo aquello que no supieron darle. Sin embargo, una vez más, nos aferráremos a seguirlo pidiendo al jefe, al director, a la compañía…

En mi experiencia personal y profesional, los problemas un día se te presentan de frente para decirte qué es lo que debes hacer para solucionarlos, pero esto implica responsabilidad, disciplina y compromiso con nosotros mismos: nuestras emociones, nuestros recuerdos, nuestros miedos y nuestros recursos para salir adelante. Y ahí radica la diferencia: Habemos personas que sentimos que ya hemos sufrido lo suficiente como para volver a sufrir, pero eso es una creencia errónea. El cambio sí es doloroso porque nos saca de nuestra zona conocida y nos ubica en un terrenos que da miedo, desconfianza e inseguridad. Y precisamente ir hacia este lugar es lo que nos dará, al final, la resolución de nuestros problemas desde su raíz, y no como simples recetas de cocina.

Ir al fondo de los problemas implica un entrenamiento de vida, del día a día, en el que, claro que no siempre hay ganas o firmeza, pero al otro uno se recupera y sigue hasta que alcanza lo que necesita para ser libre, pleno, feliz. Y ahí está la diferencia con el acto de magia que muchos esperan. El cambio es notorio con el tiempo, no en la inmediatez, al menos el cambio profundo y el que vale la pena.

Así que intenta hacer este ejercicio: piensa en un suceso que te haya impactado de niño y trata de recordar lo que sentiste en ese momento… ¿Qué te hubiera ayudado: un abrazo, una palabra dulce, un beso suave, que te defendiera alguien, que alguien te hubiera dicho: «todo va a estar bien»…?¿ No es algo que aún hoy te haga falta en ocasiones donde has sentido lo mismo que ese momento en tu infancia?

Ojalá que puedas darle a ese niño o niña lo que aún hoy demanda.

Muero de amor

Literal.

Las parejas actualmente, sobretodo, las formadas por personas de menos de 30 años, mueren de amor cuando una relación se termina. Deja de tener sentido la existencia y se olvida alimento, trabajo, familia, amigos.

Nos hemos colocado tanto en que vivir en pareja es la regla, que ya no importa quién sea, el asunto es «tener» una. Entonces, no elegimos, nos eligen, y nos ponemos lentes oscuros para no ver a la persona tal cual es, sino, como queremos que sea. El asunto es no «estar solo». Claro está que cuando pasa el tiempo, se abre el libro completo y llegamos a la parte truculenta, la que ya no nos gusta o nos aburre, nos molesta o nos exaspera.

En ese sentido, hay que decir que la parte que selecciona al individuo con quien nos vamos a relacionar es la parte de la «falta». Me explico: todos en algún momento de nuestra infancia somos un rompecabezas completo, no nos falta ninguna pieza. Al ir creciendo, adquiriendo experiencias y vivenciando sucesos, vamos «perdiendo» algunas de esas piezas. Algunas o muchas pero al final, no nos damos cuenta que a nuestro rompecabezas de 5000 piezas, ya le hacen falta como 100. ¿Qué hacemos? Vamos viendo quien las tiene. Es como si dijéramos: ¡Ah, ya vi quien me puede prestar las piezas de la valentía, la fuerza, la comprensión, la seguridad; que se me perdieron! Y entonces, nos unimos a quien creemos que tiene todo aquéllo que yo perdí.

Y vamos muy orondos presumiendo: «Miren, les presento a mi fuerza, mi valor, mi seguridad…». Pero no es así.

Todo eso que vemos en las personas con las que nos relacionamos románticamente, y que al principio sólo alcanzamos a ver «lo bueno», todo eso es nuestro. Siempre lo hemos tenido pero es más fácil verlo en los otros que en uno mismo.

Cuando yo llego a preguntar quién es la persona más importante en sus vidas, la respuesta es mamá, papá, pareja, hijos; pero nunca responden: YO MISMO. Es como si ponernos en primer lugar de nuestra vida fuera algo malo o negativo. De más está decir que cuando les pregunto quién se abraza diariamente a si mismo, las plantas rodadoras del desierto comienzan a pasar…

Entonces, si para alguien la persona más importante de su vida es el otro, suena lógico que le coloque a ésta todas aquellas características que no ve en sí mismo pero que la fuerza del tiempo y la convivencia harán que se asomen con fuerza para hacerle entender que no es solamente el otro quien las carga.

Cuando se termina una relación, se siente y se piensa que la otra persona se lleva todo y nos deja vacíos. Sí, porque le regalamos lo que, desde un inicio, es nuestro. Y nos aferramos a creer que tiene que regresar para volvérnoslo a dar. Nos angustiamos, nos enojamos, nos desesperamos; no podemos dormir ni comer ni estar en paz. Hay una voz que nos dice: «¡aquí estoy, aquí está todo lo que te hace falta!», pero nada… Pasamos de largo ante ella porque no hemos reconocido que es nuestra.

Y esa voz se va a empezar a manifestar corporalmente a través de la ansiedad. ¿Por qué? Porque la ansiedad es un llamado a vernos, escucharnos, sentirnos, tocarnos, olernos y hasta saborearnos simbólica y emocionalmente. Sin embargo, a muchos no les importara porque van a seguir buscando en el otro lo que no se han dado a si mismos.

Y he visto la desesperación, la angustia y el enojo porque la otra persona vuelva para colocarnos nuevamente las piezas del rompecabezas y sentirnos «completos». Una manera muy endeble de procurarnos entonces la fuerza, la seguridad y el valor que no hemos procurado para nuestra vida.

Si continuamos otorgando nuestro ser al otro, nos vamos a quedar sin nada y si nos convertimos en nada, nos invilizáremos de tal forma, que no existiremos para nadie…, ni para nosotros mismos.

Y es curioso, en la canción de Miguel Bosé dice: «Morir de amor es quedarte sin tu luz, es perderte en un momento». Y quizá llegue alguien a darnos luz pero no será más que esporádico o momentáneo que esa luz nos alumbre porque no habremos entendido nada…

Vaya, quien diría que Miguel Bosé tendría la razón…

Crédito foto:  Ryoji Iwata

 

La depresión cómo máscara

En ocasiones, hay personas que al acudir a terapia, comentan una serie de conductas y actitudes que ellos consideran encierran una depresión.

Síntomas como una tristeza inmensa, sin ganas para hacer algo, mucho sueño, tedio para los asuntos más básicos y llorar por todo; son algunas de las conductas que las personas atribuyen a la depresión, situación que les imposibilita para llevar una vida «normal».

Sin duda, hoy en día la depresión como otras condiciones de la salud mental y emocional, se han insertado en el común de muchas personas, debido, sobretodo, a lo que en mi formación y experiencia, los individuos no alcanzan a ver lo que en muchos casos, hay detrás de esa depresión.

No voy a explicar en este artículo cuales son las características de la depresión. Sin duda, hay algunas que son hartamente conocidas y otras que se les descarta o se les minimiza, tales como el siempre estar queriendo hacer algo, como si se corriera tras una meta, y para los que la calma, el silencio y la soledad, son insoportables porque estas emociones los obligan a estar con ellos mismos y contactar con el miedo, la tristeza y el enojo.Entonces, el correr, el estar en permanente movimiento, no le dan entrada, no permite observar a simple vista que la persona está enojada, con miedo o triste. Al ocultarlas, tratamos de «engañarnos» para decirle a los demás y a nosotros mismos: «aquí no pasa nada».

En el portal de Animal Político*, se menciona lo siguiente: «La Organización Mundial de la Salud pronostica que para el año 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en el mundo, y la primera en países en vías de desarrollo como México». Y afirma que: «El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señala que 29.9 por ciento de los habitantes mayores de 12 años sufren algún nivel de depresión ocasional, mientras que 12.4 por ciento los experimenta de manera frecuente». 

Ante la presencia cada vez más frecuente de este tipo de problemáticas emocionales, hay que revisar lo que oculta la depresión, en algunos casos.

Hay tres aspectos que se esconden o se camuflajean para no ser detectados:

  1. Algo que no puedo afrontar.
  2. Algo que no suelto.
  3. Algo que no dejo ir.

Entonces, si duermo mucho, voy a evitar ver mi vida y lo que necesito hacer para mejorarla. Si lloro mucho, no voy a ver con los ojos que necesito mirar mi vida para arreglar lo que se tenga que arreglar. Si me muestro débil, empequeñecido, el mundo me verá y me tratará como una víctima; y entonces, otro se encargará de mí o nadie vendrá a exigirme responsabilidades de adulto.

En algún momento leí que, «el lado oscuro de la depresión, es la responsabilidad de uno mismo», y en un mundo donde se exige ser productivo, audaz, valiente, exitoso; perfecto, la gente no puede decir que no y poner un límite, sino que se deprime porque teme decir: «no puedo», «no sé», «no quiero»; fallar o perder. Y también hacer lo que necesita para crecer como ser humano y como adulto. Estamos instalados en una sociedad que no perdona a los que van de comunes y corrientes, a los que sacan sietes y ochos, a los que que no tienen ambiciones o ganas de comerse el mundo; y ante ello, las personas se ocultan y esconden sus miedos, su inseguridad y su terror a no ser aceptados o reconocidos.

Hago énfasis en que hay casos en los que la depresión es tan severa que afecta el orden bioquímico del cuerpo y las personas acuden al psiquiatra para que les receten medicamentos. Personalmente creo en el mensaje de las enfermedades y en que hay que enfrentar lo que, en este caso, una situación depresiva, nos esté diciendo para que la trabajemos y respondamos a las preguntas:

-¿Qué estoy haciendo de más?

-¿Qué estoy haciendo de menos?

-¿Qué he dejado de hacer?

-¿A qué me obliga esta enfermedad que si no se presentara, no haría?

Considero que la depresión puede ser una oportunidad para conocer también nuestras habilidades y talentos ocultos, los cuales pueden, al salir a la luz, servirnos de soporte para hacer una mejor vida para nosotros mismos.

*https://www.animalpolitico.com/2018/07/depresion-2020-discapacidad-mexico/