Hartos de todo

… Pero no hacemos nada…

Nos lamentamos, nos quejamos, nos llenamos de miedos; pero no hacemos nada diferente para lograr lo que deseamos. Somos los reyes del boicoteo y de quedarnos en el mismo lugar… Quizá porque nos da miedo «perder» la comodidad del sufrimiento. Hacer una buena vida es un reto y muchos no lo queremos, corrijo, pensamos que no lo podemos hacer.

¿Por qué cuesta tanto trabajo el cambio?… Porque lo hemos concebido como un acto de magia más que como un acto cotidiano, un día a día.

Tenemos una mala relación de pareja y pensamos que sólo con decir «lo siento», no va a volver a suceder y no, no es así. Los problemas de pareja muchas veces tienen que ver con asuntos no resueltos con las primeras figuras con las que convivimos que son nuestros padres. Asuntos no resueltos con esa relación pueden estar impactando en nuestra pareja actual o en la forma en la que nos relacionamos amorosamente. Sino vamos de nuevo a ver en dónde surgió y con quién surgió el problema, dicha situación, patrón o forma, pueden seguirse presentando indefinidamente…

Pero no todos quieren «regresar» el tiempo y volver a vivir lo que en muchos casos escucho esta frase: «ya no vale la pena remover el pasado», y por dicha razón es que seguimos manejando problemas con características similares a esos eventos en lo que nuestros padres participaron.

De acuerdo. Ya no somos unos niños y debemos actuar como adultos. Sí, siempre y cuando no les debamos nada a esos niños o adolescentes que alguna vez fuimos.  ¿Te has puesto a pensar si ellos aún necesitan lo que no les dieron: un abrazo, una disculpa, una mirada, un respeto, una presencia positiva, tomar de su mano…?

Vamos a un trabajo en el que no avanzamos, no destacamos, no nos pagan lo que necesitamos; y lo peor, no creemos ser suficientes y por ello, nos matamos trabajando para que nos vean y nos reconozcan. Y dejamos de descansar, de comer, de convivir con nuestra familia y hasta nos olvidamos de nuestros gustos y aficiones. Todo por un trabajo mal pagado en el que, a fuerza, queremos seguir perteneciendo. ¿Por qué? Porque posiblemente signifique este trabajo el encuentro sin éxito del reconocimiento que papá o mamá no dieron y que, de eso se trata la terapia, ese niño pueda reclamar a esos padres que anda cargando todos los días y que no lo dejan vivir en paz, para que crezca finalmente el adulto dándose todo aquello que no supieron darle. Sin embargo, una vez más, nos aferráremos a seguirlo pidiendo al jefe, al director, a la compañía…

En mi experiencia personal y profesional, los problemas un día se te presentan de frente para decirte qué es lo que debes hacer para solucionarlos, pero esto implica responsabilidad, disciplina y compromiso con nosotros mismos: nuestras emociones, nuestros recuerdos, nuestros miedos y nuestros recursos para salir adelante. Y ahí radica la diferencia: Habemos personas que sentimos que ya hemos sufrido lo suficiente como para volver a sufrir, pero eso es una creencia errónea. El cambio sí es doloroso porque nos saca de nuestra zona conocida y nos ubica en un terrenos que da miedo, desconfianza e inseguridad. Y precisamente ir hacia este lugar es lo que nos dará, al final, la resolución de nuestros problemas desde su raíz, y no como simples recetas de cocina.

Ir al fondo de los problemas implica un entrenamiento de vida, del día a día, en el que, claro que no siempre hay ganas o firmeza, pero al otro uno se recupera y sigue hasta que alcanza lo que necesita para ser libre, pleno, feliz. Y ahí está la diferencia con el acto de magia que muchos esperan. El cambio es notorio con el tiempo, no en la inmediatez, al menos el cambio profundo y el que vale la pena.

Así que intenta hacer este ejercicio: piensa en un suceso que te haya impactado de niño y trata de recordar lo que sentiste en ese momento… ¿Qué te hubiera ayudado: un abrazo, una palabra dulce, un beso suave, que te defendiera alguien, que alguien te hubiera dicho: «todo va a estar bien»…?¿ No es algo que aún hoy te haga falta en ocasiones donde has sentido lo mismo que ese momento en tu infancia?

Ojalá que puedas darle a ese niño o niña lo que aún hoy demanda.

Adolescencia olvidada

Hace algunos meses, comencé a tener problemas para dormir debido al ruido provocado por unos jóvenes vecinos recién llegados al edificio donde vivo.

Después de intentar solucionar este asunto a través de llamados desde la ventana, de tapones para los oídos y de hablar con uno de ellos, me di cuenta que estaba yo más que pendiente de cualquier sonido que saliera de ese departamento, incluso, le puse un nombre: el oído espía, provocando que mi concentración estuviera enfocada en lo que hacían, en el «afuera».

No me acordaba de un suceso que, precisamente por su fuerza e impacto, pasé por alto: que lo que uno achaca al mundo externo, es un mero reflejo de lo que estamos haciendo de más o de menos -o no estamos haciendo- en nuestro mundo interior.

Y entonces la vida presenta hechos compensatorios para que podamos darnos cuenta. Si yo asumía una actitud de madre regañona con mis jóvenes vecinos, entonces mi adolescente interna que lucha contra la rigidez y el control, que busca pertenecer, que quiere libertad y ser aceptada; salía a través de una alianza con mis jóvenes pacientes. Es decir, el mundo exterior usa a las personas con las que nos relacionamos para mandarnos el mensaje de que hay algo que arreglar con partes de nosotros y que la solución no está en los demás, sino, en uno mismo.

La vida nos va ofreciendo un montón de mensajes, de respuestas y de soluciones, sólo que a veces no estamos preparados para recibirlos y tomarlos con el fin de mejorar nuestro día a día. Nos empecinamos en ver que la maldad, el desorden, el caos, lo feo, lo negativo, la perversidad; lo sucio y lo ruidoso, viene de los otros, y es allá con todas esas personas con las que nos obstinamos en solucionarlo, cuando ellos son sólo representantes de las acciones que hemos hecho de más, conductas o actitudes que hemos hecho menos o que, de plano, no nos hemos atrevido a hacer algo al respecto en nuestro fuero interno.

Y son esta clase de mensajes los que duelen en la vida adulta porque nos regresa a nuestros niños, adolescentes y jóvenes internos, con los cuales aún tenemos pendientes: vacíos que llenar, necesidades que cubrir, sueños que alcanzar, reclamos que hacer, perdones y agradecimientos que dar y que nos otorguen, para, ahora sí, poder liberarnos de espejos con los que nos vamos encontrando todos los días en casa, en la colonia, en el trabajo, con los familiares, los amigos, la pareja; el señor que nos pasó con su auto, la doñita que nos empujó en el metro o el marchante que nos quiso cobrar de más…

¿Cuál es la recomendación? Hablar con aquellas partes que nos llaman la atención para que volteemos a verlas, para que las escuchemos, las veamos y las recuperemos y no anden como almas en pena a lo largo de nuestros años a ver a qué hora les hacemos un poquito de caso… Es una deuda que muchos tenemos con una infancia dura, una adolescencia de dudas y miedos; y una primera juventud con sueños no cumplidos.

Los ruidos externos siempre serán un sinónimo del ruido interno que tiene que gritar, hacer escándalo y molestar, para ser considerado. Y pueden ser con jóvenes vecinos,  jefes que se parezcan entre sí, de las y los novios con los que andemos…

Hay que hacer menos turismo y más introspección. Te puedes sorprender más que cuando haz visto una playa virgen.

¿Con quién empezarías: tu niñ@, tu adolescente o tu joven?…

Crédito foto: John moeses Bauan