Adolescencia olvidada

Hace algunos meses, comencé a tener problemas para dormir debido al ruido provocado por unos jóvenes vecinos recién llegados al edificio donde vivo.

Después de intentar solucionar este asunto a través de llamados desde la ventana, de tapones para los oídos y de hablar con uno de ellos, me di cuenta que estaba yo más que pendiente de cualquier sonido que saliera de ese departamento, incluso, le puse un nombre: el oído espía, provocando que mi concentración estuviera enfocada en lo que hacían, en el «afuera».

No me acordaba de un suceso que, precisamente por su fuerza e impacto, pasé por alto: que lo que uno achaca al mundo externo, es un mero reflejo de lo que estamos haciendo de más o de menos -o no estamos haciendo- en nuestro mundo interior.

Y entonces la vida presenta hechos compensatorios para que podamos darnos cuenta. Si yo asumía una actitud de madre regañona con mis jóvenes vecinos, entonces mi adolescente interna que lucha contra la rigidez y el control, que busca pertenecer, que quiere libertad y ser aceptada; salía a través de una alianza con mis jóvenes pacientes. Es decir, el mundo exterior usa a las personas con las que nos relacionamos para mandarnos el mensaje de que hay algo que arreglar con partes de nosotros y que la solución no está en los demás, sino, en uno mismo.

La vida nos va ofreciendo un montón de mensajes, de respuestas y de soluciones, sólo que a veces no estamos preparados para recibirlos y tomarlos con el fin de mejorar nuestro día a día. Nos empecinamos en ver que la maldad, el desorden, el caos, lo feo, lo negativo, la perversidad; lo sucio y lo ruidoso, viene de los otros, y es allá con todas esas personas con las que nos obstinamos en solucionarlo, cuando ellos son sólo representantes de las acciones que hemos hecho de más, conductas o actitudes que hemos hecho menos o que, de plano, no nos hemos atrevido a hacer algo al respecto en nuestro fuero interno.

Y son esta clase de mensajes los que duelen en la vida adulta porque nos regresa a nuestros niños, adolescentes y jóvenes internos, con los cuales aún tenemos pendientes: vacíos que llenar, necesidades que cubrir, sueños que alcanzar, reclamos que hacer, perdones y agradecimientos que dar y que nos otorguen, para, ahora sí, poder liberarnos de espejos con los que nos vamos encontrando todos los días en casa, en la colonia, en el trabajo, con los familiares, los amigos, la pareja; el señor que nos pasó con su auto, la doñita que nos empujó en el metro o el marchante que nos quiso cobrar de más…

¿Cuál es la recomendación? Hablar con aquellas partes que nos llaman la atención para que volteemos a verlas, para que las escuchemos, las veamos y las recuperemos y no anden como almas en pena a lo largo de nuestros años a ver a qué hora les hacemos un poquito de caso… Es una deuda que muchos tenemos con una infancia dura, una adolescencia de dudas y miedos; y una primera juventud con sueños no cumplidos.

Los ruidos externos siempre serán un sinónimo del ruido interno que tiene que gritar, hacer escándalo y molestar, para ser considerado. Y pueden ser con jóvenes vecinos,  jefes que se parezcan entre sí, de las y los novios con los que andemos…

Hay que hacer menos turismo y más introspección. Te puedes sorprender más que cuando haz visto una playa virgen.

¿Con quién empezarías: tu niñ@, tu adolescente o tu joven?…

Crédito foto: John moeses Bauan

 

 

2 comentarios en “Adolescencia olvidada

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