El valor de estar conmigo

En la escuela nos enseñan el valor de ayudar al otro.

En la iglesia nos instan a ver por el prójimo.

En las familias nos indican que hay que «ver por los tuyos».

¿Cuándo le damos valor a hacer y ver por nosotros? ¡Noo!, eso es egoísmo puro.

El origen de la palabra egoísmo tiene que ver con «practicar el ser individual», y en esto, per se, no hay nada negativo. Al contrario.

Si veo por mis necesidades, busco satisfacerlas con mis propios recursos, si hago lo posible por llenarme y procurarme; podré estar dispuesto a compartir, sin perder mi individualidad, mi ser único que soy yo. No me tengo que deshacer de lo que soy para que el otro tenga, porque el otro debe encargarse de lo suyo.

Y como esto no es bien visto, no forma parte de nuestra educación; se ve como que al otro lo abandonamos, lo dejamos a su suerte, nos importa una nada. Y entonces corremos a ayudar a quien no nos lo ha pedido (le quitamos autonomía, la posibilidad de ver sus recursos y de ocupar sus habilidades) damos lo que no tenemos (entonces nos sentimos abusados) o nos ofrecemos a estar, decir o hacer por los demás (disminuyendo sus posibilidades o atrofiando sus potencialidades)… Y entonces, ¿con qué te quedas?

La clave es encontrar el sentido…, corrijo, el valor de estar contigo.

Porque, en momentos como los que estamos pasando, en los que la angustia y la ansiedad puedan presentarse, es vital que te sepas acompañar, que estés tranquilo porque esa persona te calmará y te hará sentir seguro. O que si te tocó estar lejos de tu familia, sepas que estás ahí para acompañarte. Y no es romanticismo, es que sino te dieron esa protección y  atención quienes debían hacerlo, ahora es momento de crecer y darte todo aquello que necesitas, en lugar de ofrecérselo a los demás cuando tú no tienes nada para darte.

Alcanzar un lugar en tu vida lleva tiempo y hay que empezar por abrir el dolor de no haber sido atendido cuando era necesario que así fuera para poder forjar seguridad y confianza. Sin ver con claridad lo que te fue negado, es como nadar con los zapatos puestos.

Y ahí empieza el camino de reconocer que ya no eres ese niño al que le hicieron daño con la ausencia, los golpes, la indiferencia; el abandono en cualquiera de sus dimensiones; ahora eres el adulto que NECESITA  darse el permiso de ver por él mismo (quizá por primera vez en su vida) de escucharse, sentirse, y verse desde otra perspectiva: con calma, con ternura, con tolerancia, con suavidad, con tacto. Con honestidad y confianza.

Es posible que muchas personas que viven este encierro con miedo, sean adultos que recuerden emocionalmente otra clase o categoría de encierro. Aquellos hombres y mujeres que sienten que algo les ahoga cuando no pueden salir a la calle, los haga contactarse con otra clase de ahogamiento ya vivido con anterioridad… Y si a todo esto le permites expresarse, salir a la luz, te vas a sentir desahogado. Le vas a ayudar, casi sin querer, a esa parte tuya que se quedó en esa misma sensación de encierro, a liberarse y a saber que cuenta con un adulto responsable de él o ella, y que este adulto no lo va a dejar a su suerte.

Estar contigo puede traer cambios en tu relación de pareja porque, al procurarte, dejarás de ver al otro como un representante de aquéllos que no te dieron, y lo verás de otra forma. Con tus hijos, al no estar viendo en ellos, el niño o el adolescente que alguna vez fuiste. Y al final, ganarás una vida más honesta, más auténtica y vívida con emociones más saludables que las que escondes en ti al refugiarte en otros antes que en ti.

Tiempos de estar contigo…

¿Con qué CONTIGO quieres vivir estos nuevos tiempos?

Para la reflexión en estos tiempos en los que el tiempo se detiene para enseñarnos a ver una nueva realidad.

 

 

 

La ansiedad llama a tu puerta

El Coronavirus tiene en jaque al mundo entero.

Desde incredulidad hasta preocupación, y en algunos casos, pánico; nos viene a mostrar lo vulnerables que somos ante sucesos para los que no nos hemos preparado y que, a veces necesitan esta dimensión para ayudarnos a reconocer las habilidades, las características y los recursos personales que no usamos  o no los conocemos, y a los que hay que empezar a tomar en cuenta para salir avantes, no sólo de esta encrucijada, sino de otras más con las que conviviremos a lo largo de nuestra vida.

Desde mi perspectiva, es hora de conectarse con algo que no hemos hecho y necesitamos hacer desde hace tiempo: concluir, resolver, hacer, definir, avanzar, retroceder, observar, finiquitar, iniciar… Esta crisis, cuya etimología quiere decir «separar» o «decidir», es tomada de forma pesimista más que como algo catastrófico (cuyo origen es voltear hacia abajo) o apocalíptico (del griego, revelación) y ahí está la relevancia del origen de sus nombres:  necesitamos voltear hacia abajo, hacia nuestra autenticidad y naturalidad, la cual se encuentra en la tierra y que nos revela que hay que modificar el rumbo por el cual vamos, es decir, se nos revele el camino a tomar.

Sin embargo, esta explicación a muchos les valdrá un pepinillo porque les empieza a pasar la factura el encierro y la detención de actividades diarias. Algunos pasan por pensamientos obsesivos, ansiedad y molestias físicos; y otros, sienten que están más sensibles, más cansados, comiendo todo el día o con ganas de dormir a todas horas…

Lo anterior, sin ánimo de parecer desconsiderada, es una consecuencia de algo que nunca o casi nunca hemos hecho: estar con nosotros mismos. Y el Coronavirus lo sabe. Tanto que la palabra contagio quiere decir: contacto... ¿Con quién? Sin duda: contigo.

Existen personas que a lo que más le temen es a estar solos, porque ni siquiera nos damos cuenta que no contamos ni con nosotros mismos para acompañarnos. Esto puede explicar por qué la sensación de vacío que nos trajo de golpe este virus.

Antes de entender el mensaje de esta situación, les escribiré sobre qué poder hacer con los síntomas antes mencionados.

Ansiedad: sudor frío, taquicardia, dolor de cabeza, mareo, sensación de vomitar o incluso hacerlo, músculos rígidos, hormigueo, entre otros.

Angustia: sensación de asfixia, miedo a morir, a perder el control o a volverse loco, sofoco, dolor en el pecho, diarrea, sensación de inestabilidad.

En ocasiones solemos hablar de ansiedad y angustia como si fueran la misma cosa, y sí, la diferencia no es notable. Ambas palabras tienen un origen común, que se refiere a estrecho o breve; por esto es que lo importante es lo que se siente y no si se trata de una u otra.

Además, podemos agregar que los pensamientos obsesivos o recurrentes son otro elemento que las potencia o las hace más intensas, pues no podemos separar lo que pensamos con lo que sentimos y, por consecuencia, con lo que hacemos. Pongo un ejemplo:

Pensamiento: «¡se va a acabar el mundo!»

Emoción:  miedo

Conducta: Hacer la limpieza de mi casa de forma maníaca, o comer de más sin «darme cuenta», gritar por todo o gastarme toda la quincena en dos días.

No sigue un orden específico, es decir, puedo sentir algo, luego pensar algo y actuar dependiendo de ello. O hacer algo que me lleve a un pensamiento o idea y de ahí a una emoción.

Cuando estos pensamientos y emociones no salen, quiero decir, no se expresan de forma directa, clara y contundente; pueden hacernos pasar un muy mal rato, ya que están hechos para eso: para poderlos decir sin cortapisas. Pero…, ¡maldito pero!, nuestra educación, contexto, entorno, sistema familiar y personalidad; nos lo tienen impedido. Y no de ahora, desde hace mucho tiempo. Por eso no nos enojamos, lo que hacemos es explotar, o por eso nos reímos cuando algo nos da miedo; tal como si fuera malo expresar lo que sentimos.

Bien, pues ahí vamos.

Cuando sientas que a tu cuerpo viene el sudor frío, las ganas de vomitar, los pensamientos recurrentes u obsesivos; hazle caso a todo eso. Te voy a decir algo: Si se trata de angustia o ansiedad, lo más que puede pasarte físicamente hablando es perder la conciencia unos segundos, sin embargo, lo que lo hace incontrolable es, precisamente, querer mantener el control. Y aquí entra este virus. Nos hace perder el control de nuestra vida y nos mantiene a raya para, forzosamente, estar con nosotros mismos y con aquellas personas, que podemos amar pero que, al no estar las 24 horas juntos, pueden despertarnos emociones que están ahí pero que, con la cotidianidad, no nos damos cuenta; o que dejamos de ver porque involucra resolver y no, ahora no, mejor después. Ahí está un punto de esta llamada crisis.

Por otro lado, la ansiedad es un llamado del cuerpo para que le hagamos caso a su mensaje, nos está diciendo: «oye, préstame un poco de atención, veme y escúchame»,  pero nosotros hemos pasado de largo, y situaciones como  las que actualmente vivimos, nos lo ponen enfrente.

¿Qué ayuda entonces?

Antes de que venga la ansiedad, pregúntate:

¿Qué estoy haciendo de más en mi vida?

¿Qué estoy haciendo de menos en mi vida?

¿Qué estoy volviendo a hacer que viene esta ansiedad a decírmelo?

¿Qué quisiera hacer distinto pero no me lo permito?

¿Qué quiero seguir ganando con tal de no perder?

 

Esto DEBE ser antes de los síntomas físicos, porque cuando éstos se presentan, lo más sano es dejarlos sentir. Como si tuvieras un muy buen amigo borracho al que quieres mucho pero que te jode en la madrugada para que le hagas un paro. No lo rechaces porque se va a poner loco y va a despertar a todo el vecindario. Entonces, ábrele la puerta y escúchalo un rato, préstale atención. Sólo va a estar un rato y se va a ir para dejarte en paz porque alguien ya le hizo un poco de caso. Sólo que el buen amigo no es otro más que tú que no te haces caso por andar allá afuera viendo quién te quiere y quién te da lo que tú no te has dado… ¡Zaz!

Una alternativa es llamar a tu ansiedad en una hora específica del día… ¡No te rías! No es broma, es una técnica sumamente exitosa porque va a lo que la mente no espera. Es decir, la ansiedad no va a ti, sino que tú vas a ella.

¿Cómo?

Elige una hora del día, sobre todo, para aquéllos que están en su casa sin salir a trabajar. Una hora que no puede cambiar por nada del mundo. ¿Ya la elegiste? Ok, entonces cierra tu ojos y pon en tu cabeza esas sensaciones que trae consigo la ansiedad. Trata durante ese tiempo de sentir la ansiedad, oblígala a venir a ti para que no te ande correteando cuando se le pegue la gana.

Una alternativa más, tanto para la ansiedad como para los pensamientos recurrentes u obsesivos: escríbelos en un cuaderno. Tal como vengan a tu cabeza. Sin cortapisas. Nadie más que tú los va a leer.

¿De qué se trata esto?

De hacerlos salir de nuestra cabeza que es donde hacen la jugarreta principal para luego pasar al cuerpo en forma de ansiedad. La relación mente-mano- escritura, permiten una conexión que genera una sensación de salida, posibilitando con ello una analogía como la de una olla express cuando la válvula permite que el vapor salga para que la tapa no estalle. Es más o menos así como funciona la escritura de los pensamientos.

Finalmente, dormir mucho, estar más cansado que de costumbre o comer de más, es una respuesta corporal ante lo que la mente lee como amenaza. Entonces hay que guardar reservas para lo que venga. Ese es más o menos el mensaje que se asoma.

En ese sentido, lo que estás haciendo es llenarte de comida y no de amor, o te estás tapando la boca para no decir lo que piensas. Por ello es que, si quieres comer menos, empieza a decir más, a abrazarte más, a darte un lugar en tu vida, a escucharte más, a ver más por ti y menos por los demás (recuerda que nadie da lo que no se da). Y haz ejercicio…¡ Que estoy en mi casa!, ajá, ya lo sé, pero no hay pretextos. Lo mismo aplica para el dormir mucho o estar cansado…

Imagina por un momento que el que está cansado es un pequeño o una pequeña. ¿Qué harías? ¿Le regañarías, lo correrías, le pegarías? A lo mejor lo que necesita es un poco de atención, de ternura y apoyo, ¿no?

Ante todo este tema, se vale tener temor pero lo que no se vale es no reconocerlo. Hacerte el o la fuerte lo único que ocasionará es que tu parte débil o vulnerable se presenten de formas sorpresivas, perversas o exageradas.

Lo que está sucediendo en lo macro, sucede en lo micro. Con el virus COVID 19 se ve el caos, la desorganización, el descontrol, porque eso mismo pasa en nuestro mundo, que somos nosotros mismos. Así que recuerda que ninguna respuesta corporal o mental son malas per se. Vienen con un gran mensaje para ti. Ojalá te des la oportunidad de saber cuál es. Y por supuesto, esto no es magia, cuidarte y protegerte sin paranoia de por medio, contribuirá a que lo sigas haciendo aún después de esta contigencia sanitaria, no sólo lávandote las manos y estornudando con el codo hacia  arriba, sino emocionalmente.

Ante cualquier situación con la que sientas no poder, recuerda que hay ayuda profesional en línea para que no tengas que salir de casa y también servicios gratuitos como Locatel.

Recuerda que esto también pasará.♣

La ansiedad me corretea

Así es.

Tal cual, la ansiedad es una forma desesperada para que nos hagamos caso.

Y es precisamente lo que no deseamos: hacernos caso.

Existe una frase que afirma que las personas queremos cambiar pero al mismo tiempo, deseamos que esto no suceda porque, diría el Príncipe de la canción: «La costumbre es más fuerte que el amor», y creemos que va a estar muy complicado lograr tener una buena vida o que ahora sí voy a tener la pareja que siempre he deseado; o que deje de pelear con mi esposa o que ya no me enferme siempre de la panza cada vez que mi jefe me hace enojar…

La ansiedad es un llamado que se manifiesta en el cuerpo porque la respuesta ya la sabemos, sólo que huimos de ella cual si escapáramos del peor enemigo… Umhh, imaginemos por un momento: Estoy de novia con un hombre violento. Después de muchos intentos, terminamos y una noche, siento que me ahogo, que no puedo jalar aire y comienzo a sudar frío. Mi corazón palpita a 100 por hora y mis manos ya no responden… Me da miedo y lo peor es que no puedo pedir ayuda porque no me sale nada de voz. Gulp!, sí que estoy en un lío…

Ok. Prosigamos:

Me dejo llevar por las manifestaciones de mi cuerpo… En realidad, lo peor que me puede pasar es que me desvanezca por unos segundos. Sin embargo, me doy cuenta que sólo con este ataque de ansiedad, sentí mi corazón porque casi siempre está ocupado en sentir por los demás. También  noto a mi cuerpo cuando lo siento sudar, ya que lo traigo en chinga sudando por el placer del otro; o que pareciera que mis manos quieren asirse de algo porque yo casi siempre estoy colgada por alguien más…, aunque sea un hombre violento, o una mujer celosa, o lo que sea con lo que yo no esté satisfecho y pleno.

Es decir, la ansiedad es un llamado a verme, a escucharme, a satisfacer mis necesidades, a complementarme, a ir por lo mío, a hacer más por mí que por los demás. A hacerme presente en mi vida sin dejarle al otro mi lugar en MI vida. Es un mensaje de que está contigo todo eso que andas buscando en otra persona: el apapacho, el consuelo, la comprensión, la escucha, ser visto o reconocido. Pero no lo quieres ver, ni escuchar ni sentir.

Aprendimos que si el otro nos hace caso, ¡ya la hicimos!. He visto como adolescentes de 12 años están sumamente preocupadas por su imagen física y esto puede catalogarse como normal porque están entrando en una periodo de transición y necesitan refuerzos por todos lados, sin embargo, sino hay papás que reconozcan que lo importante no es su imagen, y sí su autovalor y su autoestima; estas adolescentes crecerán pensando que  siendo bonitas para los otros, será lo único que valga la pena llevar a cabo.

Hombres y mujeres pueden sufrir por eventos de ansiedad a lo largo de su vida. Quizá por un examen (porque si repruebo, fallo y si fallo, no valgo), por un trabajo (tengo que ser el mejor porque si no estoy al 1000%, no me darán un ascenso y entonces seré un Don Nadie y eso se llama no existir), quizá que si fulano de tal no me pela, eso será sinónimo de que soy fea y nadie quiere a las feas- según yo y mi aprendizaje-.

Si en algún momento de la vida pasas por sensaciones corporales como las que hemos mencionado, puede ser que estés viviendo un momento de ansiedad al que debas hacerle caso desde que comienzas a sentir los primeros síntomas.

Qué tal si pudieras decirte: «Aquí estoy yo contigo, conmigo a tu lado no va a pasarte nada malo. Respira tranquilo que yo no me iré de tu lado». O si el corazón empieza a palpitar más de prisa y sientes que la respiración se te va: «Bien, tú sabes que ha sido difícil dejar ir a Juanito, pero ahora tú y yo estamos juntas para salir adelante. Yo sí quiero estar contigo y vamos a hacer que este corazón lata normalmente… A la una…, (respiras profundamente)… a las dos…, (otra vez respiras)…, ¡a las tres!».

No temas a lo que tu cuerpo venga a decirte a través de la ansiedad. Al contrario, dale la bienvenida porque  XXXXXXX (aquí di tu nombre en voz alta) está contigo y quiere que la sientes cerca de ti. Es tu salvaguardia y tu mejor compañía.

Si necesitas ayuda con tus problemas de ansiedad, la terapia psicológica puede ser una alternativa para resolverlos. Recuerda siempre acudir con un profesional en la materia.

¿De qué tienen miedo los hombres?

Ah, pero, ¿es que los hombre tienen miedo?

Así es. Y más de los que mucha gente se imagina.

En la consulta veo cada vez más casos en los que esa idea de competir y ganar, ser exitoso y no fracasar, ser fuerte ante cualquier circunstancia, o por el contrario, esconder su gusto por el canto o las artes, limitar su capacidad para no parecer «demasiado» agresivo y evitar expresar emociones como la tristeza y el miedo; es la constante actual.

Aún seguimos viviendo en una sociedad en la que a los hombres (incluidos los millenials) les cuesta verse débiles, vulnerables, temerosos o dudosos de su fuerza, de su poder o de su economía. Muchos se esconden a través de una búsqueda constante por un cuerpo fornido, aguantan trabajos que no les gustan porque hay que rendir con el dinero, no se comprometen con alguna mujer (u hombre) porque les da terror el compromiso y la responsabilidad que esto conlleva ya que temen fracasar.

También se dan casos en los que como no se sienten capaces de alcanzar sus metas, ocultan este temor a través de aspirar demasiado para terminar haciendo nada porque es mejor simular que se está haciendo algo a decir literalmente que da miedo iniciar, continuar, avanzar o, incluso, alcanzar la meta porque entonces…, vendría otra meta más alta que tener que alcanzar.

«Sé fuerte mijito»

«Tú siempre vas a poder»

«Levántate, ándale, te están viendo todos»

«Ay, mi héroe, mi valiente, mi superman»…

O algo más o menos así:

«¡Siempre el mismo estúpido! ¿Para qué te tengo?»

«Tú eres el hombre de la casa ahora»

«¿Eres tonto o qué? ¡Órale, me vale si estás cansado!»

«Hombre que no da dinero, da lástima».

Cuando les pregunto a ellos cómo debe ser un hombre, algunos no lo saben y otros aún colocan a la fuerza y la virilidad como dos de sus principios, pero no es su propio concepto porque, si así fuera, tendrían que poner frente a ellos lo que les transmitieron sus padres (ya sea porque así lo hicieron o porque lo dejaron de hacer) cuestionarlos, ponerlos en duda e identificar si les son útiles para seguir usándolos o no. Sin embargo, sino se hace este ejercicio, se puede ir por la vida repitiendo los errores, solicitándole a los demás lo que no les dieron y haciendo todo lo posible porque les acepten y les quieran.

Ser un hombre no es tarea fácil. Construir su propia valía es un esfuerzo similar al que encuentro en las mujeres que me consultan. Ambos buscan cambiar y tener una buena vida pero, ahora las mujeres tienen a su alcance literatura, cursos, talleres, grupos de ayuda, conferencias; sobretodo, con un periodo en el que el poder femenino está tan en boga.

Al hacer una revisión en internet, el porcentaje de esta clase de acciones baja considerablemente para los hombres y creo que es hora de darle la oportunidad a ellos de recuperar su masculinidad, la que ellos aprendan por sí mismos. Es decir, que la oportunidad sea pareja tanto para las mujeres que para los hombres, que para eso llevamos todos una parte femenina y una masculina en nuestro interior. Pero esa es otra historia.

Si deseas reconstruir tu masculinidad o darle sentido a tu femineidad, ya sabes, por aquí andamos…

*Crédito foto: Cristiano Firmani

Adolescencia olvidada

Hace algunos meses, comencé a tener problemas para dormir debido al ruido provocado por unos jóvenes vecinos recién llegados al edificio donde vivo.

Después de intentar solucionar este asunto a través de llamados desde la ventana, de tapones para los oídos y de hablar con uno de ellos, me di cuenta que estaba yo más que pendiente de cualquier sonido que saliera de ese departamento, incluso, le puse un nombre: el oído espía, provocando que mi concentración estuviera enfocada en lo que hacían, en el «afuera».

No me acordaba de un suceso que, precisamente por su fuerza e impacto, pasé por alto: que lo que uno achaca al mundo externo, es un mero reflejo de lo que estamos haciendo de más o de menos -o no estamos haciendo- en nuestro mundo interior.

Y entonces la vida presenta hechos compensatorios para que podamos darnos cuenta. Si yo asumía una actitud de madre regañona con mis jóvenes vecinos, entonces mi adolescente interna que lucha contra la rigidez y el control, que busca pertenecer, que quiere libertad y ser aceptada; salía a través de una alianza con mis jóvenes pacientes. Es decir, el mundo exterior usa a las personas con las que nos relacionamos para mandarnos el mensaje de que hay algo que arreglar con partes de nosotros y que la solución no está en los demás, sino, en uno mismo.

La vida nos va ofreciendo un montón de mensajes, de respuestas y de soluciones, sólo que a veces no estamos preparados para recibirlos y tomarlos con el fin de mejorar nuestro día a día. Nos empecinamos en ver que la maldad, el desorden, el caos, lo feo, lo negativo, la perversidad; lo sucio y lo ruidoso, viene de los otros, y es allá con todas esas personas con las que nos obstinamos en solucionarlo, cuando ellos son sólo representantes de las acciones que hemos hecho de más, conductas o actitudes que hemos hecho menos o que, de plano, no nos hemos atrevido a hacer algo al respecto en nuestro fuero interno.

Y son esta clase de mensajes los que duelen en la vida adulta porque nos regresa a nuestros niños, adolescentes y jóvenes internos, con los cuales aún tenemos pendientes: vacíos que llenar, necesidades que cubrir, sueños que alcanzar, reclamos que hacer, perdones y agradecimientos que dar y que nos otorguen, para, ahora sí, poder liberarnos de espejos con los que nos vamos encontrando todos los días en casa, en la colonia, en el trabajo, con los familiares, los amigos, la pareja; el señor que nos pasó con su auto, la doñita que nos empujó en el metro o el marchante que nos quiso cobrar de más…

¿Cuál es la recomendación? Hablar con aquellas partes que nos llaman la atención para que volteemos a verlas, para que las escuchemos, las veamos y las recuperemos y no anden como almas en pena a lo largo de nuestros años a ver a qué hora les hacemos un poquito de caso… Es una deuda que muchos tenemos con una infancia dura, una adolescencia de dudas y miedos; y una primera juventud con sueños no cumplidos.

Los ruidos externos siempre serán un sinónimo del ruido interno que tiene que gritar, hacer escándalo y molestar, para ser considerado. Y pueden ser con jóvenes vecinos,  jefes que se parezcan entre sí, de las y los novios con los que andemos…

Hay que hacer menos turismo y más introspección. Te puedes sorprender más que cuando haz visto una playa virgen.

¿Con quién empezarías: tu niñ@, tu adolescente o tu joven?…

Crédito foto: John moeses Bauan

 

 

Los 10 pretextos para no avanzar

Cuando queremos hacer cambios en nuestra vida, pensamos mucho en lo que vamos a hacer pero no siempre se refleja en acciones. ¿Por qué pasa esto?

  1. Nos da miedo. Nos apanica que el cambio resulte y, ¿luego qué vamos a hacer? Tendríamos que hacer cosas diferentes, cambiar de hábitos, empezar algo… ¡Qué miedo, mejor no!
  2. Le huimos a la responsabilidad. Estamos muy mal educados al pensar que son los otros los que nos deben ayudar, los que nos deben motivar, los que nos deben acompañar o apoyar. Solitos no. Hacernos cargo de nuestras decisiones y, por ende, de las consecuencias de nuestros actos, tiene una doble carga: que el beneficio o el perjuicio sólo nos ataña a nosotros mismos, ¡y que no haya nadie a quién echarle la culpa!
  3. Nos impacta lo que piensen los demás. Es tan importante la opinión de la gente que está a nuestro alrededor, que a veces, en un «acto de amor» si nos dicen que «eso» no nos conviene, o qué para qué vamos a cambiar, les hacemos caso. Al final, lo que hay es un gran miedo a que esos otros a quienes amamos, nos dejen de amar por marcar una diferencia.
  4. La costumbre puede más. Aunque no nos sintamos a gusto, o estemos hartos, o sepamos que esa persona o ese acto nos hace mal, estamos tan acostumbrados a ello que preferimos seguir por ese camino. Como dicen por ahí: «mejor malo por conocido que bueno por conocer».
  5. Nos exige más. Claro, avanzar exige movernos del sitio en el que nos encontramos y eso conlleva a gastar una mayor energía pues hay que poner toda la carne al asador. Nos ocupa tiempo, energía, valor y a veces, dinero. Entonces, ante esta exigencia, decidimos decir no porque, si ya de por sí las responsabilidades de la vida adulta nos tienen hasta la coronilla, que, además, ¿voy a invertir más para dar esos pasos que necesito para la vida que quiero? No, gracias, así estoy bien.
  6. Nadie lo notará. Nuestra vida está tan hecha a que los demás nos aprueben, que sino nos dicen que lo que hacemos está bien, dejamos de hacerlo porque nuestro contexto y nuestro sistema familiar pueden pesar más que lo nosotros pensemos de nosotros mismos, por ello, si nadie me va a decir: «qué bien se te ve, mira nada más que cambiado estás, qué ha pasado contigo que ya no eres el mismo…», entonces, ¿para qué intento avanzar hacia la vida que me merezco?
  7. Me voy a diferenciar. Si hago algo diferente que marque el camino hacia una buena vida. Por ejemplo, si no tomo como cosaco en las fiestas como lo hacen mi papá, tíos, primos y amigos; y pongo un límite cuando me ofrecen alcohol diciendo que no, me van a empezar a tratar como raro y no me van a invitar a las fiestas (que, por cierto, ¡se ponen rebuenas!) al final, voy a ser el apestado y no me van a invitar nunca más. Entonces, ¡pues a tomar se ha dicho!
  8. No vale la pena. Todos queremos una buena vida en algún sentido pero como la deseamos y no hacemos nada al respecto, nos decimos que, entonces, no vale la pena. Sube la gente de  peso 15 kilos, va un mes al gimnasio, se sube a la báscula y…, ¡uta, sólo un triste kilo de menos! No, pues mejor gord@ me quedo. ¡No vale la pena matarme en el spinning o la caminadora una hora a la semana! Es decir, nadie quiere la recompensa del esfuerzo, queremos la recompensa de no hacer nada y así lograr avanzar.
  9. Lo queremos de forma inmediata. Sin dolor, sin reflexionar, sin cambiar, sin movernos, sin mucho tiempo, sin que me muevan de mi sitio, sin que me cueste dinero, sin…, y así, para que pronto y de la nada, surja un panorama en que seamos felices como arte de magia.
  10. Decimos que lo queremos pero…, en realidad no lo queremos. «Quiero avanzar para quedarme igual», podríamos decir. Nos llenamos la cabeza y la boca de puros buenos deseos porque pareciera que si lo digo muchas veces, se va a hacer realidad. Recuerden: «el deseo sin acción, es pura ilusión».

Y ya que andamos por aquí, ¿qué pretexto te pones para no avanzar?