Para Guille, psicóloga de corazón
Por ser psicólogos no dejamos de ser individuos con temores, inseguridades, culpas y miedos; los cuales nos acompañan en el día a día.
Considero que la diferencia respecto a otras personas es que con la ayuda de otros psicólogos hemos podido poner dimensión, peso, olor, sabor, color y textura a todo aquello que nos ha producido desconfianza, que nos ha hecho detener el camino o dejado de creer en nosotros mismo. Es decir, no hemos huido de ellos, al contrario, los consideramos compañeros del viaje de la vida y nos ayudan a identificar la mejor ruta para ver qué es en realidad lo que no queremos enfrentar, hacer, decir o sentir.
Algunos pasamos años enteros conociendo esas partes que están en la sombra para que sepamos de qué nos componemos, qué pieza del rompecabezas hace falta poner en su lugar para completar nuestro ser auténtico, y con esa completud, nos encaminemos a facilitar el encuentro de otros seres con esta sombra que a veces no deja estar en paz.
Una querida colega me comentó que una de las cosas que le ha dejado el trabajar sus miedos es que ha aprendido como psicóloga que, “mientras trabajes con ética, convicción, profesionalismo y amor, funcionan mejor las cosas”. No hay que huir de los miedos, sino que hay que atreverse a verlos, a sentirlos, a revivirlos…, para que podamos saber qué hacer con ellos y qué nos vienen a decir que no hemos podido arreglar aún.
En algún momento de la vida, quienes nos dedicamos a esta profesión hemos dudado, desconfiado; nos ha ido de la re vil chingada, hemos dicho “no puedo”, nos hemos preguntado: “¿cómo le digo que ya no quiero estar aquí?”, “¿cómo me voy?”; nos hemos desesperado o no hemos encontrado la salida a un problema. Y el empeño, la voluntad, la responsabilidad y el compromiso con uno mismo que se encuentra en una psicoterapia, nos ha servido para encontrar esos talentos, habilidades, fuerzas internas o energías que no conocíamos y que hoy nos hacen ser profesionales de la salud emocional con más autenticidad, humildad y cercanía con otras personas que necesitan de alguien que ya transitó por esos lares.
Hay quien quiere ver al psicólogo como una persona que no debe tener miedo o lo debe ocultar porque eso le haría parecer inseguro o falto de profesionalismo ante sus pacientes. Sin embargo, el profesional no desaparece sus miedos por arte de magia en el consultorio, al contrario, los pone al servicio de sus pacientes porque en un espacio de psicoterapia puede surgir el miedo que no es exclusivo de una de las dos partes que se encuentran ahí. Un miedo puede proyectarse en el psicólogo o venir de éste y espejearse en el del paciente. Ambos son igualmente importantes y hay que ponerlos sobre la mesa- en el caso del psicólogo, en su propio espacio psicoterapéutico– ya que son herramientas de enorme valor para que ambas partes se lleven lo que les corresponde y lo trabajen de forma individual, sin que el del paciente se lo embolse el psicólogo o al revés.
Los psicólogos somos seres humanos y no tenemos el dominio de nuestras emociones porque éstas son libres de manifestarse o de presentarse cuando no las llaman; el asunto es que las traigamos a la vista, oído, tacto, olfato y al sabor; ya que todas sus combinaciones hacen a un ser humano más rico y más puesto sobre la tierra. Aprende a ser capaz, a ser débil o fuerte, a ir a o detenerse; a pedir, exigir o callarse.
Si alguien que lea este artículo, tiene miedo y no sabe qué hacer con él, lléveselo a un psicólogo para que le oriente sobre la manera en que su temor le puede ayudar con su pareja, su padre o madre, su jefe, sus hijos y todo aquello que le impida seguir un camino de buena vida.