Vomitar a los padres

¿Saben? Algo pasa con este escrito… Quizá los aliados de mis creencias limitantes estén jugándome una mala pasada. Escribí la primera parte de este texto a principios del mes pasado. Algo sucedió y lo dejé inconcluso. Retomé la idea cuando febrero ya estaba terminando y me gustó el resultado final, pero no contaba con que la tecnología y la sincronicidad dirían «no sale esto a la luz» y zaz, no se guardó el texto… Me enojé y ya no quise volver a escribir… Llegamos a marzo y me animo a abrir nuevamente el archivo, leo lo poco que se había quedado y concluyo que siempre hay un tiempo para que se diga lo que se quiere decir. AQUÍ VOY:

Hablar de los padres está bien social, cultural y religiosamente; cuando resaltamos lo bueno de sus enseñanzas, lo duro que fue para ellos darnos lo mejor, o cuando destacamos que, a pesar de no contar con recursos, pudieron sacarnos adelante. Y eso, en muchos casos es una realidad, y válida, sin duda, para los adultos que somos, no para los niños que fuimos en algún momento y que, se sorprenderían, aún en muchos de nuestros actos, están presentes.

En la consulta no atiendo a menores de edad, sólo veo problemáticas de adultos. Sin embargo, al hablar con ellos, descubro a pequeños tan necesitados de afecto, atención, de ser vistos y considerados, con un gran deseo de ser sostenidos y consolados, que, por decirlo de alguna manera, mis pacientes son niños de 18 y hasta más allá de los 80 y tantos años.

Todos provenimos de unos padres. Los hayamos conocido o no, tratado o no, amado o no, de ahí vinimos.

El problema surge cuando los aprendizajes, las enseñanzas, las creencias, los valores y los principios de esos padres ( o quienes hayan fungido como tales) se quedan en nuestra cabeza y nuestro corazón, ya sea en alguno de los dos extremos: uno totalmente positivo, o bien, uno exclusiva o mayoritariamente negativo. El problema quizá no se haya dado en el marco de nuestra infancia, sino que, si en nuestra vida adulta no encontramos el equilibrio con esos padres internalizados, van a dominar los ámbitos familiar, pareja, trabajo; y para los que lo sean, como padres de sus hijos.

¿De qué padres hablo?

De los que «nos hacen» actuar con nosotros mismos y con los demás -en nuestra vida adulta- de formas injustas, indignas, críticas, juzgadoras, inflexibles, regañonas, violentas, humillantes… No necesitamos haber convivido con ellos todo el tiempo, tampoco si nos dieron su apellido o su compañía. Incluso si no los conocimos. Todos formaremos una imagen de ellos con las experiencias directas o indirectas vivenciadas con la figura original de cada uno, o suplentes, como los abuelos, tíos, hermanos mayores, tutores, parejas de nuestros padres, maestros y vecinos. Si no convivimos con los originales, vendrán otros a armar en nuestra cabeza, esa idea de papá o de mamá con la que llegaremos a la vida adulta.

Les comparto una historia de uno de estos extremos:

Conocí a una persona que idolotraba a sus padres. Ella ya era una persona mayor y no le había ido muy bien con sus hijos. No lo decía, pero estaba decepcionada de ellos. Sin embargo, cuando hablaba o se refería a sus padres, eran perfectos. Mencionaba todo lo bueno que le habían dado y todo lo que ella les había correspondido. Resaltaba siempre que había sido una buena hija, cercana, proveedora, amorosa; que llegó a despertar las envidias de sus hermanos porque ella era la elegida de ambos.

Lo que no decía era que lo que esperaba de sus hijos, y en eso radicaba su decepción, era que quería que fueran como ella había sido con sus padres: solícita, heroica, salvadora… Lo que nunca ha podido expresar es que sus acciones sólo fueron la indudable muestra de lo que un hijo o una hija hacen cuando no fueron vistos ni reconocidos…

El trabajo de cualquier padre es cubrir todas las necesidades emocionales básicas de sus hijos: confianza, interés, seguridad, respeto, amor, consideración…, una tarea dura y más, si ésta no fue satisfecha por los padres de éstos. Nada más difícil de hacer que lograrlo sin el conocimiento y la práctica previos.

Es por esta falta que la vida de muchos adultos se ve impactada: porque la siguen esperando de esos padres que están todo el tiempo habitando dentro de su ser, y que provienen de aquéllos que algún día hicieron ese papel en la infancia, cuya función terminó hace muchos años y que dio frutos en algunos rubros, pero que, precisamente, necesitan ser vistos en su totalidad para reconocer lo que haya tenido un impacto positivo en tu vida de adulto, y reclamar por aquello que no fue dado.

La gente viene a consulta insistiendo en por qué no se le dio lo que necesitaba, o engañándose con la idea de que sus papás fueron lo más cercano a la pureza y a la santidad, y que precisamente por eso, ahora les toca darles a ellos lo que no tuvieron, perpetuando la injusticia con ese pequeño que alguna vez fueron.

El trabajo personal es otorgarle a ese niño la justicia que no ha obtenido. El lugar importante y especial en el corazón de alguien, la acción que lo dignifique y le dé valor; y el reconocimiento de sus capacidades, sus talentos y su belleza. El padre y madre que ese niño o niña necesita lleva el nombre de quien lea este escrito. Es decir, sólo tú podrás devolverle, entregarle o satisfacer esa necesidad que no ha sido cubierta. Sólo entonces ese niño o niña dejara de buscar a esos padres en tu relación de pareja o en tu vínculo profesional.

Sé un buen padre y una buena madre de ti mismo.

Se lo debes a ese pequeño o pequeña.

Un abrazo desde esta mujer de 49 años que una crisis de ansiedad le hizo ver cuán abandonada tenía a esa pequeña.

¿Por qué no puedo terminar con mi ex?

«Terminamos hace un año y para mí fue un desastre porque ella me engañó y fue ella la que me dijo que no quería seguir. Yo dije, va, está bien y así lo dejamos.

Yo luego la stalkeo y me meto de incógnito en sus redes sociales. Leo sus historias y le doy like. Ella también y de vez en cuando me manda un mensaje. El otro día nos vimos y nos besamos. Terminamos en la cama. Me dijo que me extrañaba y yo le dije que también. Quedamos en vernos para cenar, pero me canceló a la mera hora.

El otro día fue cumpleaños de su mamá y la verdad, con la señora me llevé muy bien, y le llamé para felicitarla. Se alegró mucho y yo casi lloro porque me trataron siempre como de la familia y es horrible ya no estar conviviendo con ellos como antes.

Unas dos o tres veces a la semana, le mando un mensaje de buenos días y ella también me pregunta cómo estoy. Es una pendejada, pero yo creo que aunque ya pasó un buen, pienso que un día vamos a regresar, y me siento pésimo y me digo que no va a ser así, que ella ya está haciendo su vida, pero luego me voy a su Instagram y me paso horas viendo todo lo que pone… Ya no quiero estar así, pero la verdad, la amo…»

Esta historia es muchas historias. Son pedazos de vidas de personas que han estado en terapia y que resumen el poder que ejerce en ellas la conclusión de una relación de pareja.

Terminar una relación está más allá de decir «ya no quiero seguir». Terminar una relación significa ponerle fin a un montón de esperanzas, propósitos, sueños, planes y metas. Simboliza, en muchas ocasiones, estar frente a un vacío que parece inacabable y sentir miedo, tristeza, enojo, culpa, vergüenza. Sobre todo, estar en un escenario de incertidumbre y oscuridad, en el que no se ve por ningún sitio, ninguna posibilidad de salida.

Lo anterior en una primera etapa, porque después, frente a la sensación de la perdida, se busca recuperar lo que sea como sea. ¿Por qué? Recordemos que lo desconocido, lo nuevo; se vive como amenaza y el organismo buscará opciones para escapar de ella, a través de algo que le sea familiar. En este caso, lo nuevo representaría enfrentarse a una realidad sin esa persona y lo familiar significaría lo conocido, es decir, el individuo con el que conformamos un vínculo amoroso. Por esto es que las relaciones terminan, pero sólo en apariencia.

En otros tiempos, había pocas o nulas posibilidades de que, una vez terminada una relación amorosa, pudiéramos seguir en contacto. Hoy en día, las múltiples formas de comunicación, hacen complejo el cero contacto. Como se comentó en el párrafo anterior, están las redes sociales, internet, apps para ubicación de personas; creación de perfiles que ocultan nuestra identidad, y que pueden dificultar la distancia o el contacto con la persona con la que rompimos. Es decir, hay muchos estímulos que promueven la continua comunicación entre personas, y que, sin duda, ponen a la gente en una paradoja: «quiero dejar de estar aquí, pero no hay manera de no estar aquí».

Hay que ver que somos secuestrados por un montón de mecanismos que nos imposibilitan no continuar en contacto con esa persona, sin embargo, hay que tomar postura ante esa condición y generar acciones de resistencia que contribuyan con un mejor estar. Una opción es ponerse tiempos fuera, por ejemplo, un día sin estar en contacto, luego dos días, posteriormente, una semana… Y se valen las recaídas, lo que no se vale es desistir.

Todo proceso de pérdida (en este caso, es una pérdida simbólica) lleva tiempo y por más prisa que se tenga, no concluirá hasta que se viva el miedo, la tristeza y el enojo; entre otras emociones que resultan del propio vínculo y de las experiencias vividas.

Si quieren terminar con su ex, no busquen lo «malo» de ésta. Eso hará que lo nuevo y diferente se siga viviendo como una amenaza y se «antojará» mucho más el seguir estando en esa relación, por más problemática, violenta o insatisfactoria que sea. Busquen tener agencia personal para hacerle frente a la experiencia del dolor y el vacío. Recuperar sus saberes, aquellos que llevaron a cabo ante otras situaciones de pérdidas (¿se les ha muerto una mascota? ¿Cómo le hicieron para salir avante de esta experiencia dolorosa? ¿Han perdido un trabajo, una casa, a una persona como un abuelo, un padre? ¿Qué tuvieron qué hacer para enfrentar la vida sin ese objeto y/o esa persona?) porque todos hemos pasado por situaciones de pérdida y hemos podido salir avante, y es en este punto en el que hay que poner atención.

Finalmente, recupero una idea que capturé en un video: «vivamos la experiencia para aprender cómo sortearla. Sino la vivimos, nunca aprenderemos a saber nuestros recursos y cómo utilizarlos».

Eliminar amistades, alejarse de familiares… ¿Por qué es mal visto?

En un país como el nuestro, se considera la amabilidad y el buen trato hacia las demás personas, como un valor que habla muy bien de la persona que lo tiene. Y aprendemos que para «seguir siendo valorados», hay que continuar en vínculos que no son colaborativos con nosotros.

Por otro lado, se representa como un valor el consolidar relaciones de amistad a través del tiempo, y así sea que lo único que una a esas personas sea sólo el tiempo, se le concede importancia. De ahí que ya no nos una nada con nuestros compañeros de la primaria o secundaria; pero seguimos viéndolos o tratándolos porque se configura dentro de aspectos relevantes que la sociedad valora.

Cuando estas relaciones aportan a la vida de la persona, diríamos que no sólo hay que continuarlas, sino mantenerlas. Sin embargo, muchos de estas relaciones se quedan estacionadas en un tiempo que no avanza. Por ejemplo, en algún momento acudió al consultorio una persona que tenía a sus compañeros de la secundaria como contactos en un grupo de Whatsapp y se veían, al menos una vez al año. Cada que se acercaba la reunión, mi consultante tenía ataques de ansiedad, pero, desde esa postura social, preguntaríamos: «¿por qué te estresa verlos si son tus amigos?» La respuesta estaba en algo que para él no era claro en ese momento: el trato que le concedían era el mismo de aquellos tiempos, se burlaban, lo ofendían; y se aprovechaban de sus conocimientos legales para tener asesorías gratuitas. Nadie en ese grupo era un adulto, en realidad. Y lamento decirlo, pero tampoco él porque no se había dado cuenta que el bullying había seguido durante años y que al ponerlo dentro de la relación de amistad, producía un efecto en su cuerpo que lo alertaba para poner un alto a esa situación, pero si socialmente nos felicitan por tener 40 años y aún vernos con los compañeros de los primeros años de vida, ¿cómo vamos a hacer esa diferencia?

Y en los lazos familiares, ya sea de sangre o políticos, se presenta una situación similar. Hay ocasiones en que la relación genera más tensión, nerviosismo, miedo y enojo; que cualquier otro vínculo que se genere en ámbitos laborales o académicos, ya siendo adultos.

Y si una creencia o un valor de nuestro entorno, enaltece que esas relaciones continúen «por el bien de la familia», porque «hace feliz a mamá», o porque: «mira cómo se pone de contento el abuelo cuando ve a todos los nietos reunidos». Y me voy al extremo: se dan casos en que ha habido abuso sexual y las personas se viven obligadas a seguir conviviendo con el perpetrador (un familiar o amigo del entorno cercano) porque lo más que se cuida no es el efecto de ese abuso en la persona, sino, «que no vayamos a hacer sentir mal a papá porque es su hermano (el abusador)»...

¿Qué aprendemos entonces? Que mis emociones, mis valores, mis ideas, mi respeto, mi libertad; estén supeditados a los demás. Y esto es horrible porque coarta la dignidad de las personas.

¿Qué se puede hacer? Depende.

Terminar relaciones de amistad o vínculos familiares es romper con un mito en el que se han formado los valores y las creencias: en el mito de la unión, la solidaridad y el bienestar ajeno. Y hacerlo trae como consecuencia un trance por el que las personas no desean pasar porque el cerebro lo entiende como una exclusión, un sentirse fuera de; y esto se vive como una amenaza a la que nadie quiere entrarle.

Hay gente que negocia con ellos mismos y se da el permiso de empezar a faltar a eventos sociales donde estarán esos miembros de la familia con los cuales ya no quiere seguir relacionándose, o se sale de grupos de whats para ya no estar en contacto con aquellos que le generan ansiedad o enojo. Y creo sinceramente que son dos magníficas herramientas.

Adentrarse a ver las consecuencias del alejamiento total o del enfrentamiento con estas personas, es una tarea que lleva tiempo, porque han impactado en lo más valioso de un ser humano: su autoestima y su valía personal. Recuperar estos elementos conlleva un gran esfuerzo y la eliminación de creencias para que puedan ser otras desde donde la persona prefiera estar… Y sí, hay que pasar momentos de soledad, incomodidad, miedo, tristeza y angustia. Y dolor, por supuesto.

En mi experiencia personal, alejarme o decidir ya no continuar en este tipo de vínculos, me puso a escuchar un buen rato (aún hoy las oigo) voces potentes que me decían: «te vas a quedar sola», » ¿a dónde vas a ir sin amigos?», «estás siendo muy exagerada», o, » no es para tanto»; e hicieron mella en mí porque contrastaba lo que yo deseaba para mí –tranquilidad, paz, estabilidad, comodidad– con lo que otros esperaban o deseaban (incluso como un acto de amor) para mí y para mi vida.

Decidir romper implica romper con una idea de nosotros que también nos genera dividendos: «el amable, el buena onda, el simpático, el 1000 amigos, el buen hijo, nieto, sobrino, primo…», y, al mismo tiempo, nos coloca en una posición de poder sobre nuestra vida, en la cual podamos defender y cuidar, sobre todas las cosas, las personas y los afectos.

¿Ya no va a ser lo mismo? No, definitivamente. ¿Se van a ver afectadas personas importantes? Sin duda. Pero estaremos colaborando con una vida de libertad, de decisión propia y de más amor por nosotros mismos, porque nos estaremos respetando, cuidando y procurando elegir con quiénes nos seguimos vinculando.

Moverse de sitios que no nos son generosos, será cuestionado por muchos, y también, será un lugar donde muchos lo hayan hecho y, tenido que pasar por ese trance, nos digan que lo volverían a hacer.

¿En qué relaciones te quieres seguir viendo el resto de tu vida?

Primero de mes

Hoy iniciamos un año más. El 2022 para ser precisos.

De tener un título este año, ¿cómo te gustaría que se llamará? Pienso que cuando uno le pone nombre a las cosas y a los sucesos, tanto como a las emociones que sentimos, le damos un lugar y un espacio en nuestra vida; y eso contribuye a que les prestemos alguno de nuestros sentidos que nos empuja a una acción para que se conviertan en una realidad.

¿Te imaginas un año en el que una habilidad o un talento, que dices no tener. pudiera darte una sorpresa? Una sorpresa como que te descubrieras bailando una rica salsa en la boda de la prima Cecilia (cuando hubieras jurado que nunca lo harías porque «no sabes bailar» o porque «tienes dos pies izquierdos») o adornar la pared de tu sala con un cuadro pintado con tus manos, cuando te has pasado media vida creyendo que tu talento es para las cuentas y los números, pero no para el arte. O que hagas tu primera incursión en la pastelería, llevando el pastel de cumpleaños de tu mamá -cuando juraste que tú y la cocina eran enemigos eternos-, ¿te lo imaginas?

A eso me refiero. A creer en crear. Crear una idea distinta de ti y de tus posibilidades.

Escucho con frecuencia todo lo que una persona puede creer de si misma en todo lo que «no es, no sabe, no puede, no es talentoso, es una piedra», y un largo etcétera. Y todo está dentro de una dimensión en las que nos meten para que vayamos por la vida sin bailar, sin pintar, sin hacer pasteles; entre un montón de cosas que nos gustaría, pero, «¡noooo, ya estoy vieja para eso!, ¡ya es demasiado tarde para mí!, ¡soy tan tonto que haría el ridículo!», y es una falta de respeto a nuestras capacidades, voluntades, habilidades, sobretodo, a la oportunidad de tener una vida como la que nos gustaría.

En la Navidad pasada, mi familia de origen y yo, hicimos un pequeño paseo a una laguna en el estado de Tlaxcala, México; y de camino hacia ésta, se me ocurrió hacer el siguiente ejercicio: cada uno tenía que decir tres aspectos positivos de cada uno de los que íbamos con él o ella, incluyendo su propia persona… Para algunos fue difícil concentrarse en lo positivo o en decir algo bueno de sí mismos. Y al mismo tiempo, fue gratificante recibir ese regalo: lo que la gente piensa de él o ella y que muchas veces no se sabe porque estamos más enfocados en «destacar» lo «malo» de alguien… Y si en eso nos concentramos, de tanto hacerlo, lo podemos convertir en una única realidad.

Hoy estamos ante una nueva obra en una nuevo escenario llamado 2022. Cómo queremos construir ese guión sobre el que se cuenten aspectos de nosotros a lo largo de estos 365 días. ¿Qué queremos decir de nosotros a partir de este día? ¿Lo mismo de siempre o lo mismo que hemos escuchado durante años? ¿Será otro año más de más de lo mismo o algo nuevo habremos de hacer para que nuestra obra triunfe en este teatro maravilloso llamado vida?

Invitados estamos todos a reeditar nuestra historia y rehacer el guión de lo que creemos sobre nuestras capacidades y habilidades; para expandir, modificar, cambiar de lugar o empezar a ocupar en nuestro día a día

Empezamos la cuenta de nuevas historias.

Toma una pluma y un papel y escribe qué quieres creer de ti a pesar de todos, y qué te gustaría lograr con ello.

Por cierto, al ejercicio de la Navidad, le dimos la categoría de regalo y le llamamos «La caminata de la generosidad».

¿Cómo vas a caminar contigo este año?

¡Feliz Año Nuevo!

Las historias que nos contamos

Nuestra vida está llena de historias, algunas son hermosas y otras, dolorosas o molestas. Nos componen, nos construyen, nos cuentan lo que somos.

Sin embargo, en muchas ocasiones, y sin darnos cuenta, nos contamos historias repetidamente, y de tanto hacerlo, comenzamos a creer que son las únicas que nos conforman. Entonces, «somos» lo que nos contamos: las víctimas, los malos, los abusados, los exagerados, los enfermos, los rebeldes, los buenos… Y nos convertimos «únicamente en eso», dejando de lado todas aquéllas historias que nos posibilitarían estar en un lugar más tranquilo, más auténtico, más exitoso, más amplio; más saludable, más libre…

¿Qué hace que nos contemos las historias que nos limitan o nos obstruyen?..

Que hemos aprendido a vernos desde los ojos y las historias de otras personas. Aprendemos a ser lo que otros quieren o piensan que es lo correcto; y nosotros nos depositamos en ello, puesto que lo que construye nuestro mundo (en los primeros años) es lo que las personas significativas en nuestro entorno nos enseñan. No dudamos que lo hagan de buena voluntad o como un acto de amor, pero, al mismo tiempo, nos acerca a ir repitiendo acciones que, lejos de otorgarnos un beneficio, nos hace sentirnos culpables, molestos o frustrados; como si esas historias nos abrazarán de tal manera que nos ahorcaran.

Les comparto una experiencia que puede ser una muestra de estas historias, y como pueden revertirse:

En unos días saldré de vacaciones -después de varios años de no tomar un periodo exclusivo para descansar- y las voces que se escuchaban (basadas en historias que no son de mi autoría) me decían que no me vaya, que algo malo me puede pasar; que eran muchos días y mucho gasto, que mejor me quedara… Y en un ejercicio psicoterapéutico descubrí que no había evidencia de que algo malo me hubiera sucedido en una experiencia similar; sino que se basaban en miedos y en conductas que yo observé a lo largo de mi vida y que yo me había traído hasta hacerlos de «mi» propiedad.

¿Qué hacer para reescribir esas historias? Continuo con la experiencia que comparto:

Al darme cuenta del origen de lo que yo contaba como MI historia, descubrí que lo que no había percibido era que mi madre (propietaria de esa historia) después de hacer un montón de rituales para que nada malo pasara, o para evitar que sucediera un accidente en carretera o que sucediera una catástrofe, rezaba y se persignaba; y al concluir este momento, se quedaba tranquila, exhalaba el aire y se sentía y se vivía más libre, y yo sólo me había quedado con la mamá temerosa, no con la otra que se quedaba tranquila y que a mí me gustaba porque era una manera de sentir que ya estábamos cuidados y protegidos; y que ahora sí ya nos podíamos divertir o salir a pasear.

Y a 14 años de su muerte, no me había percatado que lo que yo necesito es a una mamá que me cuide; y sólo tomé parte de esa historia que yo viví, y no observé lo que sí me nutre, me hace crecer y me alivia el corazón.

Entonces se produjo un cambio en esta narrativa: puse de mi lado ese cuidado, ahora haciéndolo como si mi mamá estuviera en mi corazón y me protegiera con sus rezos y sus peticiones de que todo saldrá bien. Y confíe, como ella confiaba. Le otorgué un lugar a esa madre cuidadora y no ya a la temerosa.

Lo que nos deja en un lugar repetidamente es que no conversamos con nosotros mismos para revisar si ese discurso instalado en nosotros mismos, lo podemos cambiar o transformar en algo más cercano a la vida que necesitamos o que deseamos tener. Sin ese escenario, no nos podemos contar nuevas historias (que abundan) en las cuales sostenernos para seguir reproduciéndolas en el presente y futuro.

¿Cómo se hace esto?

Revisando nuestra historia personal. Poniendo enfrente todo aquello que nos hemos traído y creemos que así es la vida. Deconstruyendo argumentos y desafiando lo que ha sostenido ese discurso que nos domina. Observando y registrando historias de excepción, recontarnos la historia ahora desde nosotros y escuchando nuevas u olvidadas voces; que nos ayuden a construir nuevos puentes para cruzar a vidas distintamente saludables, generosas, benéficas.

Una alternativa es, o puede ser, la terapia psicológica, pero no es la única. Haciendo un espacio en la agenda, yéndote a tomar un café contigo, apuntando en un cuaderno qué te has contado y qué te has creído de tu vida; puede ser el inicio de un camino que te lleve a un lugar distintamente más ADECUADO para ti.

Los rompedores

Para mis pacientes.

Para Eli.

Para mí.

En las familias siempre hay historias de frustración, de sueños rotos; de vidas no logradas. Algunas son conocidas y otras que, de tan escondidas, se pierden y se desvanecen en el anonimato.

En dichas historias hay vidas, vidas de personas que tenían sueños y que deseaban una vida plena, abundante, saludable; pero su entorno, sus valores y creencias, y hasta su religión, les impidió lograr eso que tanto querían.

Podría ser estudiar una carrera, viajar a otro país, no tener hijos; vivir su homosexualidad, trabajar como herrero en lugar de doctor, irse a otra ciudad a hacer la vida, lo que sea que haya sido, dichas personas no pudieron lograrlo y esa historia se quedó llena de insatisfacción, frustración, y en muchos caso, carencia y tristeza.

Esas personas, por el entorno y educación de la que provenían, no se rebelaron, no ejercieron su derecho a tener una vida propia. No pudieron. Se impuso la autoridad, la familia; o simplemente, se consideró «mejor» opción seguir como estaba.

Sin embargo, siempre surge alguien en las familias que vienen a quebrar todo eso. Me gusta llamarles Los Rompedores, porque eso vienen a hacer para recomponer la historia de sus antepasados familiares, y con ello, hacerse de una vida plena, libre, con decisiones propias desde la elección individual, sin creencias ajenas que estropeen esa libertad.

A esos Rompedores les toca la parte más difícil porque, lo coloco desde esta analogía: son los que observan que la forma en la que viven sus familias podría ser mejor, y de mínimo, distinto; e intuyen que del otro lado hay un terreno más fértil, que trae abundancia, bienestar, que huele a plenitud, a libre; y como lo saben, toman su pico y su pala y comienzan a cavar para poder llegar a ese escenario que creen es posible estar. Pero, precisamente, el mayor trabajo les toca a ellos porque son los primeros, los que encabezan la fila; y a los que les caen las piedras más pesadas en esa acción de querer tener una vida distinta.

A Los Rompedores les gana la idea de que sí es posible que se consiga ese deseo de vivir en un bosque y tener un refugio de perros, vivir de forma independiente laboralmente, dedicarse a la música y ganar dinero con ello, viajar solo por el mundo; ser madre o padre de proyectos e ideas, y no necesariamente de hijos biológicos; ser comediante y vivir dignamente con esto, hablar italiano o alemán a los 70 años, ser bailarina a los 50; ser carpintero aún con una carrera universitaria, hacerse de una pareja y poder casarse, ser historiador y dar clases en la UNAM, y un largo etcétera.

Y tanto creen en ello que ponen de cabeza el sistema familiar, debido a que, como cualquier sistema, pugnará por seguir exactamente igual. Que nada cambie porque esto pone en alerta lo que -aunque no haya funcionado de manera positiva- es lo que se ha hecho por muchos años y amenaza con poner en jaque a la familia, porque abre una ventana de hacer las cosas de manera diferente que impone hacer nuevas acciones, dibujar otros escenarios, y no, no queremos porque nos obliga a ver que sí era posible, pero no lo quisimos o no lo pudimos ver.

Los Rompedores no lo hacen queriendo dañar a su sistema familiar, lo hacen porque es una forma de mostrar la valentía, el ímpetu, la fuerza; la dignidad, la grandeza…, que no se ha visto desde hace muchos años y que ya es necesario mostrar al mundo. No son los malos de la película, son los que, haciendo una vida diferente, tiran miedos, ideas limitantes, culpas y pensamientos de castigo, y lo transforman en oportunidades, en vidas llenas de autenticidad y éxito, y en libertad con abundancia en todos sentidos.

Pili Quiriz

Sobre ellos caerá el temor de una familia a que no se logre, a que no se pueda, a que se olvide de dicho cambio, a que está mal lo que hace, a que no va a tener éxito, a que va a fracasar y va a regresar, a que no le irá bien; y al mismo tiempo, se convertirá en su bandera para salir a las batallas que le van a tocar enfrentar. Y va solo en esto.

Y a estos Rompedores les dejo este mensaje:

«Háganlo, rompan con todo para que se comprueben que esas ideas intrusivas sólo eran las voces de quienes dominó el miedo para poderlo convertir en realidad. Las ideas de quien no se pudo rebelar, pero que, a lo mejor, quiso lo mismo que ustedes. Desobedezcan, reVélense, aprópiense de sus deseos. Son suyos, no les pertenecen a sus padres, a sus abuelos, a sus bisabuelos; a ellos les tocó vivir y eligieron. No se llenen de castigos divinos o superiores, porque lo único que están haciendo es liberarse, desatar ese nudo que sólo ha impedido la felicidad de quienes han compuesto sus familias».

La recompensa está detrás de esa puerta.

Vayamos a abrirla.

Lo que no soy

Muchas veces el dolor de nuestras experiencias nos hacen disfrazarnos de un montón de formas. Podemos ser Los Fuertes, o Los Valientes; o Las Inteligentes o Los Extrovertidos, pero en el fondo, lo sabemos, no sentimos verdaderamente que nada de eso seamos.

Cuando he vivido una experiencia dramática, catastrófica, traumática; o sencillamente, una experiencia que he vivido como algo incómodo o lastimoso, puede producir que en mí se establezca un programa de rescate, algo así como un mecanismo de sobrevivencia y esto posibilite que se «fabrique» un disfraz que- puede ser- sólo me sirva para una única vez, sin duda, aunque también puede ser que ese disfraz se convierta en mi uniforme diario. Y ahí radica el problema.

Mi historia personal impacta en mi personalidad. Yo la formo conforme los eventos experimentados y cómo han sido estas vivencias: si han sido dolorosas, puede que yo me diseñe un disfraz de duro o de fuerte sin sentimientos; y de tanto ponerme ese disfraz, terminé creyendo que eso soy. Ya ves lo que dicen por ahí: «lo que empieza siendo una mentira, puede que termine siendo una verdad». Algo así pasaría, sin embargo, soy yo quien sabe la verdad y sólo en mí recaerá el efecto de esto que me cuento.

¿De qué se trata entonces? De identificar cuáles son tus disfraces, cuáles son los que te has tenido que poner y para qué te han servido, para que «regreses» a esa experiencia desde tu ser adulto y veas que esa experiencia ya te pasó, te afectó y por esa razón tuviste que ocultarte a través de ese disfraz, pero no más. AHORA ese adulto que eres puede ayudarle a ese pequeño a reconocer que no tiene que vestirse para mentirse a sí mismo, que ahora puede ser capaz de darse cuenta que por más que esa vivencia haya sido dura, está aquí y has podido sobrevivir a ella.

Reconocer tu historia personal puede conectarte nuevamente con todo eso que quieres que no vuelva, y, sin embargo, esa misma experiencia te colocará en la posibilidad de que se resuelva y no la tengas que andar cargando a través de una maleta enorme de disfraces: el fuerte, el controlador, el animoso, el echado pa´lante, el perfecto, el salvador, etc.

Regresar a ese evento puede ser una tarea sumamente difícil, y por eso existen los profesionales de la salud mental y emocional. Ellos están preparados para acompañar esa «visita al pasado», para que puedas, desde su origen, arreglar eso que te descompone la vida adulta, y cuya resolución puede contribuir a una vida mucho más libre, sin tantas culpas y miedos que sólo limitan tu bienestar.

Recuerda: los disfraces están bien para un rato en una fiesta. No sirven para la vida porque ocultan lo que sí somos y lo que sí tenemos dentro de nosotros como recurso personal para afrontar la vida y sus conflictos. Confía en lo que hay dentro de ti y quizá, por andar disfrazándote, no has podido utilizar.

Mujer que busca, no siempre encuentra

A últimas fechas se habla, por moda o por estilo de vida, del empoderamiento femenino. Buscando la etimología de esta palabra, encuentro que se trata de «tener poder legal y autoridad para tomar decisiones propias, así como poseer plena capacidad participativa». Sin duda, una magnífica acepción, sólo que no aplica para todas.

¿A qué me refiero?

A que las mujeres buscan estar en el mundo de distintas formas. No todas quieren ocupar altos cargos y alcanzar el éxito profesional, sino que quieren libertad de elección y una vida más saludable. A esto se integra que, al menos en mi consulta, las mujeres (algunas) buscan ser amadas.

Frecuentemente llegan mujeres que vienen con el corazón – y la vida – rotos. Terminan relaciones y consideran que las dejaron porque sus compañeros prefirieron a alguien más atractiva, más inteligente; mejor en muchos sentidos y para lo cual se piensa que nunca va a poder alcanzar todo aquello, como si fuera totalmente ajeno todo ese cúmulo de características positivas.

Otras vienen porque ese compañero nada más no se compromete con ellas, no las busca (como a ellas les gustaría) no se hace presente (como a ellas les gustaría) no les dice lo que a ellas les gustaría, no hace lo que a ellas les gustaría; y así, viven una relación cada vez más insatisfactoria y frustrante. Pero no hay camino que no se recorra dos veces, y ahí van cada vez con más intensidad.

¿Qué buscamos las mujeres?

Lo que no nos dieron, no nos dan… Ni nos darán

Pili Quiriz

Así de fácil… Y de complicado.

Porque lo que buscamos que nos den en una relación, es todo aquello que no hemos sido capaces de proporcionarnos a nosotras mismas y nos aferramos a que esa persona nos lo entregue sin medir nada a cambio.

Vean sino:

Al principio, nos enamoramos del que es atento, nos escucha, nos motiva, nos hace reír, nos considera… Y cuando pasa el tiempo y esto ya no es ni tan frecuente ni tan intenso, nos preguntamos en qué fallamos, que está pasando, qué no estamos haciendo bien… Y esa sensación no es nueva, ya la hemos vivido antes… Nos recuerda que alguna vez en nuestra vida también hubo un hombre que no estuvo, que no se hizo presente aunque nunca nos faltará nada material; que nunca se acercó emocionalmente a nosotras; o que nos exigió ser las mejores para ganarnos su amor. Y ante el miedo, la tristeza o el enojo de no poderlo tener con nosotras, lo trasladamos a nuestras parejas, y ahí volvemos a angustiarnos y a correr para componer lo que creemos está mal en nosotras, todo para que no se vaya.

El juego macabro comienza cuando no nos damos cuenta que ese padre nunca va a llegar a darnos lo que necesitamos, y que, si seguimos confundiendo a ese padre faltante con la pareja, estaremos repitiendo una y otra vez la misma historia.

¿De qué se trata entonces?

De reconocer lo que nos hizo falta de ese padre… De ese padre real y del que ha pasado a formar parte de nuestros pensamientos, emociones y comportamientos; que es una copia del original que a lo mejor ya se murió, se fue, se enfermó, huyó, nos abandonó…

Después, con el dolor que esto puede causar, aceptar la realidad, para que podamos reencauzar el camino aprendiendo a darnos esa atención, comprensión, reconocimiento; amor, que no nos haya sido dado…. Si la pregunta es: «¿Y cómo le hago?», la respuesta es: ve a tu alrededor, toma ejemplos, escríbelo como un deseo a cumplir… Esta vez no te limitarás a lo que no hubo, sino a lo que puede haber… Gracias a ti misma.

Si comienzas a proporcionar atención, por ejemplo, a tus proyectos, a darles el espacio y la concentración que requieren, estarás transformando a ese padre que no dio, en alguien activamente haciéndolo, y ese padre ahora lleva tu propio nombre. Y, además, te estarás ayudando a dejar de ver un papá en tus parejas. Al llenar los espacios faltantes, no lo solicitarás en aquellos candidatos y verás otros aspectos que te ayuden en la posibilidad de relaciones más saludables.

No importa si tienes 19, 27 o 45, lo que es crucial que dejes de buscar afuera, lo que sólo tiene que ser visto, aceptado, integrado y utilizado; desde dentro.

Encierro y Rechazo

Cuentan que hace mucho tiempo en un pueblo lejano, vivieron Encierro y Rechazo. Ambos habían nacido en la misma fecha y casi al mismo tiempo.

Aunque habían crecido en el mismo lugar, no eran muy amigos, se podría decir que eran simples conocidos.

A Encierro le habían puesto ese nombre porque a su mamá le había llamado la atención lo que quería decir: «ponerlo bajo llave para que no pueda salir»; y le pareció adecuado para su primer y único hijo, mientras que a Rechazo, su nombre había sido elegido por sus dos significados: «recazar e insistir en adueñarse». A nadie le pareció entonces, sin embargo, lo opuesto de sus nombres los harían muy conocidos tiempo después.

A Encierro su mamá lo cuidaba demasiado, y cuando digo cuidar demasiado no falto a la verdad. Si ella tenía frío, corría a ponerle suéter a su hijo. Si tenía calor, iba hasta donde estaba para refrescarlo con un vaso de limonada con hielo. Si oía que respiraba un poco más rápido por un mal sueño, ella pasaba la noche en vela vigilando que no fuera a pasarle nada malo. En la escuela, lo acompañó hasta la universidad, y pudo seguirlo haciendo sino es porque Encierro ya no quiso seguir estudiando; y ella estuvo de acuerdo, porque así iba a «estar más seguro en casa».

Y ahí también estaba el contraste: Rechazo era más que un fantasma en su propia casa. Siempre llegaba dando un portazo pero nadie le reclamaba nada. Se portaba irrespetuoso con los maestros a propósito para que lo riñeran y lo llevaran a la Dirección; pero los profesores pasaban de él, casi como que no existiera. Ni se diga a la hora de elegir compañeros para el equipo de basquet de la secundaria, por más que alzaba la mano, Rechazo siempre se quedaba sin equipo y no le quedaba más remedio que quedarse en la banca a ver jugar a sus compañeros.

Encierro aprendió muy bien a saber que el mundo era peligroso y que era mejor quedarse a jugar videojuegos; o a armar rompecabezas en la mesa del comedor. Su mamá le acercaba todo lo que necesitaba y se sentía tranquila cuando lo tenía ahí cerquita a ella. Una y otra vez le hacía ver que afuera existían rateros, violadores, secuestradores; malas personas, y que lo mejor era que ella le ayudara con lo que él necesitaba, que para eso tenía madre.

Al principio, Encierro era muy feliz, sin embargo, cuando fue creciendo, le fueron llamando la atención las chicas y quería invitarlas a salir o conocerlas más, pero ahí estaba mamá en forma de pensamiento que le decía que no se fuera a arriesgar, que era peligroso y comenzó a convencerse de que no estaban tan bonitas, que eran mentirosas o personas en las que no se podía confiar, y poco a poco se fue alejando de ellas hasta el punto que nunca tuvo novia y siempre iba a las fiestas acompañado de su señora madre…, eso cuando salía, porque era bien poco conocido en el pueblo.

Por otro lado, Rechazo buscaba de una y mil formas que los demás en algún momento pusieran su vista en él e hizo de todo: desde lo más tonto hasta lo inverosímil para lograrlo, pero fue contundente el resultado: nadie lo notó, y aquél que pudo de forma distraída hacerlo, sólo fue para mirarle con ojos desaprobatorios o indiferentes. Rechazo se empezó a sentir incómodo con esta situación y algo dentro de él comenzó a ser como una pastilla de Alka Seltzer, poco a poco una burbuja de enojo fue subiendo hasta que su personalidad se transformó y de pasar a ser un chico con aparente tranquilidad, se volvió iracundo y violento, mostrando a diestra y siniestra gritos y golpes; hasta destruir todo lo que se ponía a su alcance. La gente le temía y se escabuía cada vez que lo veía venir.

Un día Rechazo estaba tan obnibulado con su enojo, que no tuvo reparos y destruyó la casa en la que había crecido, la tiró a puro golpe. Su mamá quedó tan asustada que no le quedó más remedio que irse a otra ciudad y no se volvió a saber más de ella. Cuentan que desde entonces, Rechazo se dedicó a destruir familias, casas, personas. Era al mismo tiempo temido y odiado, y nadie nunca supo a ciencia cierta la historia que lo llevó a ser como era. Con el tiempo, Rechazo acabó con la función de su hígado, riñón y corazón; pues siempre estaba puesto para los gritos y los golpes y no hubo cuerpo que resistiera.

En el caso de Encierro, al fallecer su mamá, se quedó solo y como no confiaba en nadie, le daba miedo salir y hacer la compra; por lo que se vio en la necesidad de comer una sola vez al día; y después solo una vez a la semana, hasta que llegó lo inevitable

Mucho tiempo después pasó algo en el mundo al que llamaron Pandemia, lo que obligó a los seres humanos a meterse a su casa y muchos de ellos, a permanecer solos en el lugar donde se encontraban… No se dieron cuenta, pero de a poco, se fueron notando las presencias de personas parecidas a Encierro y Rechazo… Los fueron descubriendo en Australia, Brasil e Italia. También en México y Canadá; así como en Cuba y en Islandia.

Los nuevos Encierros y Rechazos desconfiaban del mundo, porque también les habían enseñado a hacerlo. Los Rechazos tanto habían necesitado que los de afuera los vieran, que el día que se tuvieron que quedar solos en casa, se volvían locos. Otros explotaron en ira porque se sentían tan dañados desde su infancia que la pandemia sólo vino a ponerles ese espejo otra vez, ya que con la cotidianidad, sus miedos se escondían.

Tantos Encierros y Rechazos crearon otra crisis, pero no sanitaria, sino emocional, pues tuvieron que revivir lo que ya traían en su memoria personal… Algunos buscaron ayuda porque querían encontrar lo que tanto tiempo habían necesitado y les había hecho falta, otros empezaron a hacerse a sí mismos lo que les habían hecho o dejaron que más Encierros y Rechazos vinieran al mundo.

Cuenta la historia que los Encierros y Rechazos no se terminarán jamás porque, de formas visibles o invisibles, los que los crean siguen actuando y lo hacen para que no haya seres humanos auténticos; pues éstos potenciarían la posibilidad de limpiar historias, actualizar creencias limitantes y construir individuos que no continúen con ese mismo camino.

Ojalá que este tiempo pueda darnos a todos un final distinto a Encierro y Rechazo.

Necesito un abrazo

En estos tiempos de desasosiego, la soledad está haciendo mella de muchas personas. ¿Saben qué es lo malo? Que ni aún así, se atreven a pedir lo que necesitan… Están completamente impedidos y no los podemos culpar.

¿Cómo alguien puede pedir un abrazo si nunca lo ha recibido? ¿Cómo una persona puede expresar su deseo de escuchar que alguien le diga que todo estará bien si está «entrenado» para esperar lo peor de los otros? Difícilmente los seres humanos podrán pedir algo que no fue cercano a ellos, y mucho menos, podérselo dar a sí mismos.

Hace tiempo en una plática sobre el efecto de las emociones y las enfermedades, pedí a los asistentes que me respondieran si les gustaban los abrazos y todos respondieron afirmativamente e hice un ejercicio con ellos solicitándoles que me dijeran de quien les gustaba recibir abrazos: papás, hijos, pareja, amigos; fueron las respuestas. Y entonces, les pedí cerrar los ojos y abrazarse. Durante un minuto permanecieron en esa posición. Yo veía sus rostros y percibí cuán difícil estaba siendo la dinámica. Al abrir sus ojos les pregunté cómo se habían sentido y algunas palabras que sonaron, fueron: «me sentí ridículo», «no me la creí», «ya quería que acabará el ejercicio», «no sentí nada»… ¡Vaya respuestas! Pero es así: aprendemos tan bien a no darnos lo que no nos dieron, o dárselo a todos, menos a nosotros mismos. Qué injusto, ¿no creen?

La vida es un asunto serio y muchas veces, harto difícil. Hay momentos en los que nos hace falta cobijarnos en el pecho de alguien y reposar en esa tranquilidad algunos minutos. Saber que ese instante se hace eterno y nos recuperamos para volver a salir al mundo. Todos provenimos de un segundo de amor, y es vital seguirlo sintiendo conforme pasan los años.

Un abrazo marca a la persona para saberse respaldada y sentida. Incluso, es tal el efecto que hasta el cuerpo lo resiente. Vean sino:

Incrementan la liberación de «hormonas felices», proclives a limitar la formación de enfermedades crónico degenerativas.

Reducen el estrés.

Reducen la ansiedad.

Disminuyen la presión arterial.

Alivian el dolor menstrual.

Calman los dolores de cabeza.

Y ante un panorama en el que la soledad nos está acompañando, cabe preguntarse si es necesario, o quizá obligatorio, que esté otra persona conmigo para poder generar todo lo que dice líneas arriba… La verdad es que no. No es requisito fundamental porque no podemos quedarnos sentados esperando que alguien nos proporcione la calidez ni la sensación de tranquilidad. Eso sólo potenciará nuestro stress y nuestra frustración… Entonces, por Dios, ¡date un abrazo! Aprendamos a manifestarnos de manera individual ese cariño, afecto, solidaridad, seguridad a través de tocarnos, de rodear con nuestros brazos a esa persona tan falta de amor, atención y confianza… Puede ser complicado al principio, pero nadie nace experto y mucho menos en el acto más importante de amor, que es el amor a sí mismo. Y no, no es egoísta pensar en darte amor a ti mismo, porque tienes una vida que -al igual que la de otros- también necesita ser colocada en un alto nivel de importancia. Al igual que otros, también requiere sentir que alguien lo acompaña en sus momentos difíciles. Y si allá afuera no hay quien colabore con esta tarea, ¿para qué estás tú contigo mismo?

Si fuiste afortunado y en tu casa hubo demostraciones de afecto sincero a través de un abrazo, continúalo y enséñale a tus cercanos este magnífico aprendizaje. Si fuiste de aquellos que no saben lo qué es, tómalo como un reto personal y aprende a acercarte a ti con suavidad, con un toque ligero, para poco a poco, ir abrazándote con más fuerza.

Dejemos de pensar que sólo el otro puede producir en nosotros el efecto salvador de un abrazo. Quien abre sus brazos hacia sí mismo, provoca un efecto de autocuidado, de autoprotección, de autoseguridad… Y pregunto: ¿No es precisamente lo que necesitamos ahora?

<p value="<amp-fit-text layout="fixed-height" min-font-size="6" max-font-size="72" height="80">Empieza por un <strong>abrazo</strong> a la semana. Y como una dieta contradictoria, entre más te proporciones ese contacto contigo, iniciarás el camino del <strong>buen trato</strong> y la buena compañía, estandartes ambos de la <strong>autoestima</strong>.Empieza por un abrazo a la semana. Y como una dieta contradictoria, entre más te proporciones ese contacto contigo, iniciarás el camino del buen trato y la buena compañía, estandartes ambos de la autoestima.

*En la terapia psicológica, una tarea fundamental es aprender a conocer las necesidades de afecto que más hayan hecho mella en la persona… Por las vivencias y por los aprendizajes, los pacientes aprenden a diferenciar que el daño ocasionado por alguien más, no se tiene que seguir replicando continuamente. Aprenden a verse desde otro lugar para comenzar un distinto comportamiento con ellos mismos, y los abrazos a sí mismos, son una pauta de la que se van desprendiendo otras, que ayudarán a que sus recursos personales sean sólidos para enfrentar cualquier situación en su vida.