Las historias que nos contamos

Nuestra vida está llena de historias, algunas son hermosas y otras, dolorosas o molestas. Nos componen, nos construyen, nos cuentan lo que somos.

Sin embargo, en muchas ocasiones, y sin darnos cuenta, nos contamos historias repetidamente, y de tanto hacerlo, comenzamos a creer que son las únicas que nos conforman. Entonces, «somos» lo que nos contamos: las víctimas, los malos, los abusados, los exagerados, los enfermos, los rebeldes, los buenos… Y nos convertimos «únicamente en eso», dejando de lado todas aquéllas historias que nos posibilitarían estar en un lugar más tranquilo, más auténtico, más exitoso, más amplio; más saludable, más libre…

¿Qué hace que nos contemos las historias que nos limitan o nos obstruyen?..

Que hemos aprendido a vernos desde los ojos y las historias de otras personas. Aprendemos a ser lo que otros quieren o piensan que es lo correcto; y nosotros nos depositamos en ello, puesto que lo que construye nuestro mundo (en los primeros años) es lo que las personas significativas en nuestro entorno nos enseñan. No dudamos que lo hagan de buena voluntad o como un acto de amor, pero, al mismo tiempo, nos acerca a ir repitiendo acciones que, lejos de otorgarnos un beneficio, nos hace sentirnos culpables, molestos o frustrados; como si esas historias nos abrazarán de tal manera que nos ahorcaran.

Les comparto una experiencia que puede ser una muestra de estas historias, y como pueden revertirse:

En unos días saldré de vacaciones -después de varios años de no tomar un periodo exclusivo para descansar- y las voces que se escuchaban (basadas en historias que no son de mi autoría) me decían que no me vaya, que algo malo me puede pasar; que eran muchos días y mucho gasto, que mejor me quedara… Y en un ejercicio psicoterapéutico descubrí que no había evidencia de que algo malo me hubiera sucedido en una experiencia similar; sino que se basaban en miedos y en conductas que yo observé a lo largo de mi vida y que yo me había traído hasta hacerlos de «mi» propiedad.

¿Qué hacer para reescribir esas historias? Continuo con la experiencia que comparto:

Al darme cuenta del origen de lo que yo contaba como MI historia, descubrí que lo que no había percibido era que mi madre (propietaria de esa historia) después de hacer un montón de rituales para que nada malo pasara, o para evitar que sucediera un accidente en carretera o que sucediera una catástrofe, rezaba y se persignaba; y al concluir este momento, se quedaba tranquila, exhalaba el aire y se sentía y se vivía más libre, y yo sólo me había quedado con la mamá temerosa, no con la otra que se quedaba tranquila y que a mí me gustaba porque era una manera de sentir que ya estábamos cuidados y protegidos; y que ahora sí ya nos podíamos divertir o salir a pasear.

Y a 14 años de su muerte, no me había percatado que lo que yo necesito es a una mamá que me cuide; y sólo tomé parte de esa historia que yo viví, y no observé lo que sí me nutre, me hace crecer y me alivia el corazón.

Entonces se produjo un cambio en esta narrativa: puse de mi lado ese cuidado, ahora haciéndolo como si mi mamá estuviera en mi corazón y me protegiera con sus rezos y sus peticiones de que todo saldrá bien. Y confíe, como ella confiaba. Le otorgué un lugar a esa madre cuidadora y no ya a la temerosa.

Lo que nos deja en un lugar repetidamente es que no conversamos con nosotros mismos para revisar si ese discurso instalado en nosotros mismos, lo podemos cambiar o transformar en algo más cercano a la vida que necesitamos o que deseamos tener. Sin ese escenario, no nos podemos contar nuevas historias (que abundan) en las cuales sostenernos para seguir reproduciéndolas en el presente y futuro.

¿Cómo se hace esto?

Revisando nuestra historia personal. Poniendo enfrente todo aquello que nos hemos traído y creemos que así es la vida. Deconstruyendo argumentos y desafiando lo que ha sostenido ese discurso que nos domina. Observando y registrando historias de excepción, recontarnos la historia ahora desde nosotros y escuchando nuevas u olvidadas voces; que nos ayuden a construir nuevos puentes para cruzar a vidas distintamente saludables, generosas, benéficas.

Una alternativa es, o puede ser, la terapia psicológica, pero no es la única. Haciendo un espacio en la agenda, yéndote a tomar un café contigo, apuntando en un cuaderno qué te has contado y qué te has creído de tu vida; puede ser el inicio de un camino que te lleve a un lugar distintamente más ADECUADO para ti.

Los rompedores

Para mis pacientes.

Para Eli.

Para mí.

En las familias siempre hay historias de frustración, de sueños rotos; de vidas no logradas. Algunas son conocidas y otras que, de tan escondidas, se pierden y se desvanecen en el anonimato.

En dichas historias hay vidas, vidas de personas que tenían sueños y que deseaban una vida plena, abundante, saludable; pero su entorno, sus valores y creencias, y hasta su religión, les impidió lograr eso que tanto querían.

Podría ser estudiar una carrera, viajar a otro país, no tener hijos; vivir su homosexualidad, trabajar como herrero en lugar de doctor, irse a otra ciudad a hacer la vida, lo que sea que haya sido, dichas personas no pudieron lograrlo y esa historia se quedó llena de insatisfacción, frustración, y en muchos caso, carencia y tristeza.

Esas personas, por el entorno y educación de la que provenían, no se rebelaron, no ejercieron su derecho a tener una vida propia. No pudieron. Se impuso la autoridad, la familia; o simplemente, se consideró «mejor» opción seguir como estaba.

Sin embargo, siempre surge alguien en las familias que vienen a quebrar todo eso. Me gusta llamarles Los Rompedores, porque eso vienen a hacer para recomponer la historia de sus antepasados familiares, y con ello, hacerse de una vida plena, libre, con decisiones propias desde la elección individual, sin creencias ajenas que estropeen esa libertad.

A esos Rompedores les toca la parte más difícil porque, lo coloco desde esta analogía: son los que observan que la forma en la que viven sus familias podría ser mejor, y de mínimo, distinto; e intuyen que del otro lado hay un terreno más fértil, que trae abundancia, bienestar, que huele a plenitud, a libre; y como lo saben, toman su pico y su pala y comienzan a cavar para poder llegar a ese escenario que creen es posible estar. Pero, precisamente, el mayor trabajo les toca a ellos porque son los primeros, los que encabezan la fila; y a los que les caen las piedras más pesadas en esa acción de querer tener una vida distinta.

A Los Rompedores les gana la idea de que sí es posible que se consiga ese deseo de vivir en un bosque y tener un refugio de perros, vivir de forma independiente laboralmente, dedicarse a la música y ganar dinero con ello, viajar solo por el mundo; ser madre o padre de proyectos e ideas, y no necesariamente de hijos biológicos; ser comediante y vivir dignamente con esto, hablar italiano o alemán a los 70 años, ser bailarina a los 50; ser carpintero aún con una carrera universitaria, hacerse de una pareja y poder casarse, ser historiador y dar clases en la UNAM, y un largo etcétera.

Y tanto creen en ello que ponen de cabeza el sistema familiar, debido a que, como cualquier sistema, pugnará por seguir exactamente igual. Que nada cambie porque esto pone en alerta lo que -aunque no haya funcionado de manera positiva- es lo que se ha hecho por muchos años y amenaza con poner en jaque a la familia, porque abre una ventana de hacer las cosas de manera diferente que impone hacer nuevas acciones, dibujar otros escenarios, y no, no queremos porque nos obliga a ver que sí era posible, pero no lo quisimos o no lo pudimos ver.

Los Rompedores no lo hacen queriendo dañar a su sistema familiar, lo hacen porque es una forma de mostrar la valentía, el ímpetu, la fuerza; la dignidad, la grandeza…, que no se ha visto desde hace muchos años y que ya es necesario mostrar al mundo. No son los malos de la película, son los que, haciendo una vida diferente, tiran miedos, ideas limitantes, culpas y pensamientos de castigo, y lo transforman en oportunidades, en vidas llenas de autenticidad y éxito, y en libertad con abundancia en todos sentidos.

Pili Quiriz

Sobre ellos caerá el temor de una familia a que no se logre, a que no se pueda, a que se olvide de dicho cambio, a que está mal lo que hace, a que no va a tener éxito, a que va a fracasar y va a regresar, a que no le irá bien; y al mismo tiempo, se convertirá en su bandera para salir a las batallas que le van a tocar enfrentar. Y va solo en esto.

Y a estos Rompedores les dejo este mensaje:

«Háganlo, rompan con todo para que se comprueben que esas ideas intrusivas sólo eran las voces de quienes dominó el miedo para poderlo convertir en realidad. Las ideas de quien no se pudo rebelar, pero que, a lo mejor, quiso lo mismo que ustedes. Desobedezcan, reVélense, aprópiense de sus deseos. Son suyos, no les pertenecen a sus padres, a sus abuelos, a sus bisabuelos; a ellos les tocó vivir y eligieron. No se llenen de castigos divinos o superiores, porque lo único que están haciendo es liberarse, desatar ese nudo que sólo ha impedido la felicidad de quienes han compuesto sus familias».

La recompensa está detrás de esa puerta.

Vayamos a abrirla.