Los rompedores

Para mis pacientes.

Para Eli.

Para mí.

En las familias siempre hay historias de frustración, de sueños rotos; de vidas no logradas. Algunas son conocidas y otras que, de tan escondidas, se pierden y se desvanecen en el anonimato.

En dichas historias hay vidas, vidas de personas que tenían sueños y que deseaban una vida plena, abundante, saludable; pero su entorno, sus valores y creencias, y hasta su religión, les impidió lograr eso que tanto querían.

Podría ser estudiar una carrera, viajar a otro país, no tener hijos; vivir su homosexualidad, trabajar como herrero en lugar de doctor, irse a otra ciudad a hacer la vida, lo que sea que haya sido, dichas personas no pudieron lograrlo y esa historia se quedó llena de insatisfacción, frustración, y en muchos caso, carencia y tristeza.

Esas personas, por el entorno y educación de la que provenían, no se rebelaron, no ejercieron su derecho a tener una vida propia. No pudieron. Se impuso la autoridad, la familia; o simplemente, se consideró «mejor» opción seguir como estaba.

Sin embargo, siempre surge alguien en las familias que vienen a quebrar todo eso. Me gusta llamarles Los Rompedores, porque eso vienen a hacer para recomponer la historia de sus antepasados familiares, y con ello, hacerse de una vida plena, libre, con decisiones propias desde la elección individual, sin creencias ajenas que estropeen esa libertad.

A esos Rompedores les toca la parte más difícil porque, lo coloco desde esta analogía: son los que observan que la forma en la que viven sus familias podría ser mejor, y de mínimo, distinto; e intuyen que del otro lado hay un terreno más fértil, que trae abundancia, bienestar, que huele a plenitud, a libre; y como lo saben, toman su pico y su pala y comienzan a cavar para poder llegar a ese escenario que creen es posible estar. Pero, precisamente, el mayor trabajo les toca a ellos porque son los primeros, los que encabezan la fila; y a los que les caen las piedras más pesadas en esa acción de querer tener una vida distinta.

A Los Rompedores les gana la idea de que sí es posible que se consiga ese deseo de vivir en un bosque y tener un refugio de perros, vivir de forma independiente laboralmente, dedicarse a la música y ganar dinero con ello, viajar solo por el mundo; ser madre o padre de proyectos e ideas, y no necesariamente de hijos biológicos; ser comediante y vivir dignamente con esto, hablar italiano o alemán a los 70 años, ser bailarina a los 50; ser carpintero aún con una carrera universitaria, hacerse de una pareja y poder casarse, ser historiador y dar clases en la UNAM, y un largo etcétera.

Y tanto creen en ello que ponen de cabeza el sistema familiar, debido a que, como cualquier sistema, pugnará por seguir exactamente igual. Que nada cambie porque esto pone en alerta lo que -aunque no haya funcionado de manera positiva- es lo que se ha hecho por muchos años y amenaza con poner en jaque a la familia, porque abre una ventana de hacer las cosas de manera diferente que impone hacer nuevas acciones, dibujar otros escenarios, y no, no queremos porque nos obliga a ver que sí era posible, pero no lo quisimos o no lo pudimos ver.

Los Rompedores no lo hacen queriendo dañar a su sistema familiar, lo hacen porque es una forma de mostrar la valentía, el ímpetu, la fuerza; la dignidad, la grandeza…, que no se ha visto desde hace muchos años y que ya es necesario mostrar al mundo. No son los malos de la película, son los que, haciendo una vida diferente, tiran miedos, ideas limitantes, culpas y pensamientos de castigo, y lo transforman en oportunidades, en vidas llenas de autenticidad y éxito, y en libertad con abundancia en todos sentidos.

Pili Quiriz

Sobre ellos caerá el temor de una familia a que no se logre, a que no se pueda, a que se olvide de dicho cambio, a que está mal lo que hace, a que no va a tener éxito, a que va a fracasar y va a regresar, a que no le irá bien; y al mismo tiempo, se convertirá en su bandera para salir a las batallas que le van a tocar enfrentar. Y va solo en esto.

Y a estos Rompedores les dejo este mensaje:

«Háganlo, rompan con todo para que se comprueben que esas ideas intrusivas sólo eran las voces de quienes dominó el miedo para poderlo convertir en realidad. Las ideas de quien no se pudo rebelar, pero que, a lo mejor, quiso lo mismo que ustedes. Desobedezcan, reVélense, aprópiense de sus deseos. Son suyos, no les pertenecen a sus padres, a sus abuelos, a sus bisabuelos; a ellos les tocó vivir y eligieron. No se llenen de castigos divinos o superiores, porque lo único que están haciendo es liberarse, desatar ese nudo que sólo ha impedido la felicidad de quienes han compuesto sus familias».

La recompensa está detrás de esa puerta.

Vayamos a abrirla.

Encierro y Rechazo

Cuentan que hace mucho tiempo en un pueblo lejano, vivieron Encierro y Rechazo. Ambos habían nacido en la misma fecha y casi al mismo tiempo.

Aunque habían crecido en el mismo lugar, no eran muy amigos, se podría decir que eran simples conocidos.

A Encierro le habían puesto ese nombre porque a su mamá le había llamado la atención lo que quería decir: «ponerlo bajo llave para que no pueda salir»; y le pareció adecuado para su primer y único hijo, mientras que a Rechazo, su nombre había sido elegido por sus dos significados: «recazar e insistir en adueñarse». A nadie le pareció entonces, sin embargo, lo opuesto de sus nombres los harían muy conocidos tiempo después.

A Encierro su mamá lo cuidaba demasiado, y cuando digo cuidar demasiado no falto a la verdad. Si ella tenía frío, corría a ponerle suéter a su hijo. Si tenía calor, iba hasta donde estaba para refrescarlo con un vaso de limonada con hielo. Si oía que respiraba un poco más rápido por un mal sueño, ella pasaba la noche en vela vigilando que no fuera a pasarle nada malo. En la escuela, lo acompañó hasta la universidad, y pudo seguirlo haciendo sino es porque Encierro ya no quiso seguir estudiando; y ella estuvo de acuerdo, porque así iba a «estar más seguro en casa».

Y ahí también estaba el contraste: Rechazo era más que un fantasma en su propia casa. Siempre llegaba dando un portazo pero nadie le reclamaba nada. Se portaba irrespetuoso con los maestros a propósito para que lo riñeran y lo llevaran a la Dirección; pero los profesores pasaban de él, casi como que no existiera. Ni se diga a la hora de elegir compañeros para el equipo de basquet de la secundaria, por más que alzaba la mano, Rechazo siempre se quedaba sin equipo y no le quedaba más remedio que quedarse en la banca a ver jugar a sus compañeros.

Encierro aprendió muy bien a saber que el mundo era peligroso y que era mejor quedarse a jugar videojuegos; o a armar rompecabezas en la mesa del comedor. Su mamá le acercaba todo lo que necesitaba y se sentía tranquila cuando lo tenía ahí cerquita a ella. Una y otra vez le hacía ver que afuera existían rateros, violadores, secuestradores; malas personas, y que lo mejor era que ella le ayudara con lo que él necesitaba, que para eso tenía madre.

Al principio, Encierro era muy feliz, sin embargo, cuando fue creciendo, le fueron llamando la atención las chicas y quería invitarlas a salir o conocerlas más, pero ahí estaba mamá en forma de pensamiento que le decía que no se fuera a arriesgar, que era peligroso y comenzó a convencerse de que no estaban tan bonitas, que eran mentirosas o personas en las que no se podía confiar, y poco a poco se fue alejando de ellas hasta el punto que nunca tuvo novia y siempre iba a las fiestas acompañado de su señora madre…, eso cuando salía, porque era bien poco conocido en el pueblo.

Por otro lado, Rechazo buscaba de una y mil formas que los demás en algún momento pusieran su vista en él e hizo de todo: desde lo más tonto hasta lo inverosímil para lograrlo, pero fue contundente el resultado: nadie lo notó, y aquél que pudo de forma distraída hacerlo, sólo fue para mirarle con ojos desaprobatorios o indiferentes. Rechazo se empezó a sentir incómodo con esta situación y algo dentro de él comenzó a ser como una pastilla de Alka Seltzer, poco a poco una burbuja de enojo fue subiendo hasta que su personalidad se transformó y de pasar a ser un chico con aparente tranquilidad, se volvió iracundo y violento, mostrando a diestra y siniestra gritos y golpes; hasta destruir todo lo que se ponía a su alcance. La gente le temía y se escabuía cada vez que lo veía venir.

Un día Rechazo estaba tan obnibulado con su enojo, que no tuvo reparos y destruyó la casa en la que había crecido, la tiró a puro golpe. Su mamá quedó tan asustada que no le quedó más remedio que irse a otra ciudad y no se volvió a saber más de ella. Cuentan que desde entonces, Rechazo se dedicó a destruir familias, casas, personas. Era al mismo tiempo temido y odiado, y nadie nunca supo a ciencia cierta la historia que lo llevó a ser como era. Con el tiempo, Rechazo acabó con la función de su hígado, riñón y corazón; pues siempre estaba puesto para los gritos y los golpes y no hubo cuerpo que resistiera.

En el caso de Encierro, al fallecer su mamá, se quedó solo y como no confiaba en nadie, le daba miedo salir y hacer la compra; por lo que se vio en la necesidad de comer una sola vez al día; y después solo una vez a la semana, hasta que llegó lo inevitable

Mucho tiempo después pasó algo en el mundo al que llamaron Pandemia, lo que obligó a los seres humanos a meterse a su casa y muchos de ellos, a permanecer solos en el lugar donde se encontraban… No se dieron cuenta, pero de a poco, se fueron notando las presencias de personas parecidas a Encierro y Rechazo… Los fueron descubriendo en Australia, Brasil e Italia. También en México y Canadá; así como en Cuba y en Islandia.

Los nuevos Encierros y Rechazos desconfiaban del mundo, porque también les habían enseñado a hacerlo. Los Rechazos tanto habían necesitado que los de afuera los vieran, que el día que se tuvieron que quedar solos en casa, se volvían locos. Otros explotaron en ira porque se sentían tan dañados desde su infancia que la pandemia sólo vino a ponerles ese espejo otra vez, ya que con la cotidianidad, sus miedos se escondían.

Tantos Encierros y Rechazos crearon otra crisis, pero no sanitaria, sino emocional, pues tuvieron que revivir lo que ya traían en su memoria personal… Algunos buscaron ayuda porque querían encontrar lo que tanto tiempo habían necesitado y les había hecho falta, otros empezaron a hacerse a sí mismos lo que les habían hecho o dejaron que más Encierros y Rechazos vinieran al mundo.

Cuenta la historia que los Encierros y Rechazos no se terminarán jamás porque, de formas visibles o invisibles, los que los crean siguen actuando y lo hacen para que no haya seres humanos auténticos; pues éstos potenciarían la posibilidad de limpiar historias, actualizar creencias limitantes y construir individuos que no continúen con ese mismo camino.

Ojalá que este tiempo pueda darnos a todos un final distinto a Encierro y Rechazo.

Necesito un abrazo

En estos tiempos de desasosiego, la soledad está haciendo mella de muchas personas. ¿Saben qué es lo malo? Que ni aún así, se atreven a pedir lo que necesitan… Están completamente impedidos y no los podemos culpar.

¿Cómo alguien puede pedir un abrazo si nunca lo ha recibido? ¿Cómo una persona puede expresar su deseo de escuchar que alguien le diga que todo estará bien si está «entrenado» para esperar lo peor de los otros? Difícilmente los seres humanos podrán pedir algo que no fue cercano a ellos, y mucho menos, podérselo dar a sí mismos.

Hace tiempo en una plática sobre el efecto de las emociones y las enfermedades, pedí a los asistentes que me respondieran si les gustaban los abrazos y todos respondieron afirmativamente e hice un ejercicio con ellos solicitándoles que me dijeran de quien les gustaba recibir abrazos: papás, hijos, pareja, amigos; fueron las respuestas. Y entonces, les pedí cerrar los ojos y abrazarse. Durante un minuto permanecieron en esa posición. Yo veía sus rostros y percibí cuán difícil estaba siendo la dinámica. Al abrir sus ojos les pregunté cómo se habían sentido y algunas palabras que sonaron, fueron: «me sentí ridículo», «no me la creí», «ya quería que acabará el ejercicio», «no sentí nada»… ¡Vaya respuestas! Pero es así: aprendemos tan bien a no darnos lo que no nos dieron, o dárselo a todos, menos a nosotros mismos. Qué injusto, ¿no creen?

La vida es un asunto serio y muchas veces, harto difícil. Hay momentos en los que nos hace falta cobijarnos en el pecho de alguien y reposar en esa tranquilidad algunos minutos. Saber que ese instante se hace eterno y nos recuperamos para volver a salir al mundo. Todos provenimos de un segundo de amor, y es vital seguirlo sintiendo conforme pasan los años.

Un abrazo marca a la persona para saberse respaldada y sentida. Incluso, es tal el efecto que hasta el cuerpo lo resiente. Vean sino:

Incrementan la liberación de «hormonas felices», proclives a limitar la formación de enfermedades crónico degenerativas.

Reducen el estrés.

Reducen la ansiedad.

Disminuyen la presión arterial.

Alivian el dolor menstrual.

Calman los dolores de cabeza.

Y ante un panorama en el que la soledad nos está acompañando, cabe preguntarse si es necesario, o quizá obligatorio, que esté otra persona conmigo para poder generar todo lo que dice líneas arriba… La verdad es que no. No es requisito fundamental porque no podemos quedarnos sentados esperando que alguien nos proporcione la calidez ni la sensación de tranquilidad. Eso sólo potenciará nuestro stress y nuestra frustración… Entonces, por Dios, ¡date un abrazo! Aprendamos a manifestarnos de manera individual ese cariño, afecto, solidaridad, seguridad a través de tocarnos, de rodear con nuestros brazos a esa persona tan falta de amor, atención y confianza… Puede ser complicado al principio, pero nadie nace experto y mucho menos en el acto más importante de amor, que es el amor a sí mismo. Y no, no es egoísta pensar en darte amor a ti mismo, porque tienes una vida que -al igual que la de otros- también necesita ser colocada en un alto nivel de importancia. Al igual que otros, también requiere sentir que alguien lo acompaña en sus momentos difíciles. Y si allá afuera no hay quien colabore con esta tarea, ¿para qué estás tú contigo mismo?

Si fuiste afortunado y en tu casa hubo demostraciones de afecto sincero a través de un abrazo, continúalo y enséñale a tus cercanos este magnífico aprendizaje. Si fuiste de aquellos que no saben lo qué es, tómalo como un reto personal y aprende a acercarte a ti con suavidad, con un toque ligero, para poco a poco, ir abrazándote con más fuerza.

Dejemos de pensar que sólo el otro puede producir en nosotros el efecto salvador de un abrazo. Quien abre sus brazos hacia sí mismo, provoca un efecto de autocuidado, de autoprotección, de autoseguridad… Y pregunto: ¿No es precisamente lo que necesitamos ahora?

<p value="<amp-fit-text layout="fixed-height" min-font-size="6" max-font-size="72" height="80">Empieza por un <strong>abrazo</strong> a la semana. Y como una dieta contradictoria, entre más te proporciones ese contacto contigo, iniciarás el camino del <strong>buen trato</strong> y la buena compañía, estandartes ambos de la <strong>autoestima</strong>.Empieza por un abrazo a la semana. Y como una dieta contradictoria, entre más te proporciones ese contacto contigo, iniciarás el camino del buen trato y la buena compañía, estandartes ambos de la autoestima.

*En la terapia psicológica, una tarea fundamental es aprender a conocer las necesidades de afecto que más hayan hecho mella en la persona… Por las vivencias y por los aprendizajes, los pacientes aprenden a diferenciar que el daño ocasionado por alguien más, no se tiene que seguir replicando continuamente. Aprenden a verse desde otro lugar para comenzar un distinto comportamiento con ellos mismos, y los abrazos a sí mismos, son una pauta de la que se van desprendiendo otras, que ayudarán a que sus recursos personales sean sólidos para enfrentar cualquier situación en su vida.

Sino creo en mí…

«No vas a poder»

«No lo vas a lograr»

«¿Quién te dijo que será para ti?»

«Es demasiado para ti. No lo conseguirás.»

«¡Uy, esa persona nunca te va a hacer caso!»

¿Se te hacen conocidas estas frases?… ¿Han resonado en algún momento en tu cabeza?

Las personas actuamos de acuerdo a lo que realmente creemos, sobre todo, a lo que creemos de nosotros mismos. Podemos ir por la vida «presumiendo» de autosuficiencia, de seguridad, de valentía y fuerza; sin embargo, si todas estas características no están basadas en la autenticidad y la honestidad, es difícil que se sostengan.

Cuando somos niños, escuchamos y vemos hasta lo que no nos dicen los adultos a nuestro alrededor. Para eso son los sentidos. Alguien puede venir y decirnos: «¡qué inteligente eres!, y sentir que nos están mintiendo. Todas esas sensaciones, emociones, conductas, comportamientos y palabras; van detrás nuestro a lo largo de nuestra vida y es así cómo será nuestra forma de actuar cuando seamos adultos.

Si lo que nos «trajimos» fueron frases lapidarias como las que encabezan este texto, se meterán tan dentro, que de forma automática producirán conductas en detrimento de nuestra persona. Es decir, estos pensamientos se vuelven dogmas que nos hacen lograr o no lo que deseamos.

Por ejemplo, si te la pasabas estudie y estudie; y lo que recibías era: «¿Para qué tanto te esfuerzas? ¡De todos modos eres un burro!», dicha frase- si no es actualizada- rondará posiblemente a lo largo de tu vida adulta haciendo que hagas lo que hagas, no logres sobresalir o alcanzar un mejor puesto, o estabilidad laboral; o que no seas considerado para otras funciones, entre otras. Es decir, la «fuerza» de dichos dogmas arrastrará todo lo que esté a su paso si no ponemos un alto para modificarlas y colocar en su lugar, a otras que ahora sí nos sirvan para alcanzar una meta, para concluir una tarea o para iniciar un nuevo proyecto.

Todo ello recae en que nuestra autoestima, seguridad y confianza; se verán mermadas, supeditadas a lo que los dogmas les indiquen y éstas no podrán luchar contra aquello que nos viene de mucho tiempo atrás, incluso, que ni siquiera nos fue dicho a nosotros o no nos correspondería, sino que, muchas veces, llegamos a ser representantes de aquellos con los que nuestros padres o las personas que fungieron como tal, tengan asuntos aún por resolver.

¿Cómo modificamos esto? Haciendo una lista de todas aquellas frases- verbalizadas o no- que creamos que nos enseñaron, nos transmitieron o que determinan aún nuestra vida. Ponlas así como lleguen a tu mente y coloca una P si se la atribuyes a tu lado paterno y una M si consideras que viene del lado materno.

Una vez hecho esto, di cada frase en voz alta y deja que resuene en tu interior. ¿Qué se siente? ¿Aún aplica hoy en día en tu vida? ¿Para qué te ha servido? ¿Cómo la modificarías para sentirte mejor contigo mismo? Por ejemplo: si la frase original es: «No eres suficiente para que un hombre se case contigo», no te sirve. Si la cambias por: «Soy suficiente para mí y eso es lo más importante. Si un hombre ve lo mismo que yo veo en mí, quizá suceda algo entre él y yo. Sino, yo sigo mi vida»… Es decir, que transformes el sentido de la frase, que acomodes y muevas palabras para que la intención sea diferente al que ha «servido» por mucho tiempo. No necesitas que te sigan ofendiendo o lastimando, ya de esto haz tenido suficiente. Ahora se trata de que que haya frases distintas en tu día a día. Todas aquéllas que te hagan sentir y actuar en beneficio de ti mismo.

Creer en uno es una decisión, no un permiso que alguien puede darnos. Cambia el rumbo. Está en tus manos…, o en las de algún profesional que te ayude a ver tus propios recursos, aquéllos con los que un día construyas tu autoestima y tu seguridad; y así empieces a vivir las consecuencias de, ahora sí, creer en ti.

 

¿La felicidad no existe?

Algunas personas hablan de la Psicología de la felicidad, la cual, de acuerdo al sitio http://cienciasdelafelicidad.mx, se trata del estudio científico de las bases del bienestar y de la felicidad, cuyo objetivo es desarrollar la gratitud, el optimismo o el amor; así como de sacar el máximo partido a la vida.

Considero que los individuos buscamos la felicidad aunque no sepamos mucho qué sea.

Hay quien piensa que la felicidad es el estado en el que uno se encuentra cuando logra una meta, cuando se siente sano y contento, cuando pasa un examen de muerte, lo que acontece cuando le proponen matrimonio; cuando se tiene un hijo, cuando se divorcia de un ser repugnante, pero Freud diría también que: «en la búsqueda de la felicidad es necesario acrecentar el trabajo psíquico e intelectual».

¿Quién nos dicta nuestro concepto de felicidad? Nuestra educación, el contexto en el que nos encontramos y la decisión de adult@ que nos acompaña. No es lo mismo vivir la felicidad del primer amor, a la que nos produce concluir una carrera universitaria o que superemos un cáncer a los 75 años. Es decir, el concepto de felicidad va cambiando con los años, con los encuentros, las vivencias y, otra vez, con lo aprendido y aprehendido de niños.

Sin embargo, y ahí viene el pero de siempre, la felicidad no debería ser la búsqueda de nuestra vida. Considero, a razón de que me avienten unas cuantas piedras, que la vida debería quitarse esas palabras tan lacerantes y complicadas. Sería más sencillo si los «siempre», los «nunca», la «felicidad», el «sé tú mismo», o el «sé libre», se quitaran de nuestra programación como seres humanos. Sería más sencillo no encajonar los momentos de la vida por los que pasamos. Si saboreamos un atardecer enmedio de un traspatio donde tendemos la ropa, no tendría que ser menor con hacerlo tirados en el camastro del hotel Bucuti & Tara Beach Resort, en Aruba, uno de los mejores del mundo.

Así, creo, buscaríamos por el placer de hacerlo, sin tener en la mente el que al lograr tal o cual cosa, vamos a «ser los más felices del planeta». Leí hoy sobre el hijo de una periodista famosa, cuyos rumores de divorcio antes de cumplir un año de casado, llenan los periódicos de espectáculos… Es un caso de que la felicidad son momentos, arranques, parpadeos, instantáneas, que no desmerecen en nada a otros elementos de la vida como la tranquilidad, la espiritualidad, la entereza, la fuerza, el ánimo y la energía.

Y también se vale decir que la tristeza, la desazón, el perderse y dudar, el no saber hacia dónde ir, el equivocarse, etc., son parte de la vida y no hay que evitarla. Forman parte del otro lado de la moneda que también nos provoca, nos mueve, nos prepara para afrontar mejores pruebas de existencia. No hay que temerles ni esconderlos detrás de un «no pasa nada», «todo está bien», «yo soy feliz», porque, de todos modos, van a salir en formas imprevistas y sorprendentes sino les hacemos un lugar en nuestra cotidianidad.

Así que hay que vivir con menos conceptos y con más autenticidad.