Sino creo en mí…

«No vas a poder»

«No lo vas a lograr»

«¿Quién te dijo que será para ti?»

«Es demasiado para ti. No lo conseguirás.»

«¡Uy, esa persona nunca te va a hacer caso!»

¿Se te hacen conocidas estas frases?… ¿Han resonado en algún momento en tu cabeza?

Las personas actuamos de acuerdo a lo que realmente creemos, sobre todo, a lo que creemos de nosotros mismos. Podemos ir por la vida «presumiendo» de autosuficiencia, de seguridad, de valentía y fuerza; sin embargo, si todas estas características no están basadas en la autenticidad y la honestidad, es difícil que se sostengan.

Cuando somos niños, escuchamos y vemos hasta lo que no nos dicen los adultos a nuestro alrededor. Para eso son los sentidos. Alguien puede venir y decirnos: «¡qué inteligente eres!, y sentir que nos están mintiendo. Todas esas sensaciones, emociones, conductas, comportamientos y palabras; van detrás nuestro a lo largo de nuestra vida y es así cómo será nuestra forma de actuar cuando seamos adultos.

Si lo que nos «trajimos» fueron frases lapidarias como las que encabezan este texto, se meterán tan dentro, que de forma automática producirán conductas en detrimento de nuestra persona. Es decir, estos pensamientos se vuelven dogmas que nos hacen lograr o no lo que deseamos.

Por ejemplo, si te la pasabas estudie y estudie; y lo que recibías era: «¿Para qué tanto te esfuerzas? ¡De todos modos eres un burro!», dicha frase- si no es actualizada- rondará posiblemente a lo largo de tu vida adulta haciendo que hagas lo que hagas, no logres sobresalir o alcanzar un mejor puesto, o estabilidad laboral; o que no seas considerado para otras funciones, entre otras. Es decir, la «fuerza» de dichos dogmas arrastrará todo lo que esté a su paso si no ponemos un alto para modificarlas y colocar en su lugar, a otras que ahora sí nos sirvan para alcanzar una meta, para concluir una tarea o para iniciar un nuevo proyecto.

Todo ello recae en que nuestra autoestima, seguridad y confianza; se verán mermadas, supeditadas a lo que los dogmas les indiquen y éstas no podrán luchar contra aquello que nos viene de mucho tiempo atrás, incluso, que ni siquiera nos fue dicho a nosotros o no nos correspondería, sino que, muchas veces, llegamos a ser representantes de aquellos con los que nuestros padres o las personas que fungieron como tal, tengan asuntos aún por resolver.

¿Cómo modificamos esto? Haciendo una lista de todas aquellas frases- verbalizadas o no- que creamos que nos enseñaron, nos transmitieron o que determinan aún nuestra vida. Ponlas así como lleguen a tu mente y coloca una P si se la atribuyes a tu lado paterno y una M si consideras que viene del lado materno.

Una vez hecho esto, di cada frase en voz alta y deja que resuene en tu interior. ¿Qué se siente? ¿Aún aplica hoy en día en tu vida? ¿Para qué te ha servido? ¿Cómo la modificarías para sentirte mejor contigo mismo? Por ejemplo: si la frase original es: «No eres suficiente para que un hombre se case contigo», no te sirve. Si la cambias por: «Soy suficiente para mí y eso es lo más importante. Si un hombre ve lo mismo que yo veo en mí, quizá suceda algo entre él y yo. Sino, yo sigo mi vida»… Es decir, que transformes el sentido de la frase, que acomodes y muevas palabras para que la intención sea diferente al que ha «servido» por mucho tiempo. No necesitas que te sigan ofendiendo o lastimando, ya de esto haz tenido suficiente. Ahora se trata de que que haya frases distintas en tu día a día. Todas aquéllas que te hagan sentir y actuar en beneficio de ti mismo.

Creer en uno es una decisión, no un permiso que alguien puede darnos. Cambia el rumbo. Está en tus manos…, o en las de algún profesional que te ayude a ver tus propios recursos, aquéllos con los que un día construyas tu autoestima y tu seguridad; y así empieces a vivir las consecuencias de, ahora sí, creer en ti.

 

Creer en mí

Uno de los elementos que más nos hace falta a las personas y que constituye la base de una vida plena, es creer en nuestras capacidades y habilidades.

Ya sea que hayamos tenido unos papás que nos machacaban con sus “eres un inútil”, “no vas a poder”, “¿así o más tonto?”, “el mismo tarado de siempre…”, no podemos, ya siendo adultos, seguirnos haciendo lo mismo que nos hicieron.

Hay un concepto que se llama autoprofecía cumplida,  que es, a final de cuentas, eso que tanto escuchamos cuando niños, y que no queríamos ser o hacer, lo vemos algún día reflejado en nuestra vida. ¡Zaz!, como si los deseos de las hadas de La Bella Durmiente se hubieran cumplido, pero solo aquéllos con los que no estábamos de acuerdo.

Creer que somos tontos como nos fue planteado, nos hará actuar como tales. Será una forma en la que, a nuestro pesar, le daremos la razón a esas personas que nos lo dijeron.

Por ello, no entendemos porque si íbamos tan bien en ese trabajo, un día cometimos un error y nos corrieron. O si ya habíamos logrado una relación de pareja, ¿cuándo todo se vino a pique y terminamos?… O el negocio que habíamos planeado con tanto amor y corazón, no dio resultado…

Terminamos, no sólo creyendo que somos ese tonto e incapaz, sino que además, lo actuamos en nuestra vida diaria. Aunado a que la diferencia mata, las familias pueden hacer sentir que si logras algo diferente a ellos (incluyendo a tus antepasados: abuelos, bisabuelos, etc.,) “dejas” de ser leal a esa familia. Entonces te acabo con palabras y te las reitero todo el tiempo para que no te vayas, para que no hagas, para que no logres, porque, precisamente, eso te aleja de nosotros. Te hace diferente y eso no está bien…

Si tú quieres hacer una vida distinta, es vital trabajar en formar tus propias frases, aquéllas que sean lo contrario a las que has tenido en tu mente y en tu corazón durante mucho tiempo. Romper con ello es la encomienda.

Pero, ¿cómo empiezo?

  1. Reconocer de dónde provienen todas esas frases lapidarias destinadas a hacernos sentir menos, incapaces, inútiles, improductivos, estúpidos, jodidos, etc. ¿Dónde lo escuchamos antes?
  2. Identificar que esas voces que nos pullan con sus comentarios destructivos, dañinos, malévolos; se han formado de lo que hemos hecho nuestro (y está en nuestro interior) y que viene de parte de papá y mamá o de quien los haya representado; y a los que hay que detener en el pensamiento y el lugar de las emociones que es nuestro cuerpo: “ALTO. BASTA. YA NO MÁS. AL CONTRARIO, YO SOY HÁBIL. YO SOY CAPAZ. YO PUEDO. YO SALGO ADELANTE A PESAR DE TI…”
  3. Y hay que trabajar en construir nuevas y funcionales frases. Por ejemplo, alguien a quien le han dicho que no puede ser exitoso porque las personas que triunfan son engreídas, egoístas, soberbias y se alejan de su familia; ahora puede decirse: “YO ME PERMITO SER EXITOSO A TRAVÉS DE HACER LO QUE ME APASIONA DESDE EL CORAZÓN. CON ELLO TRASCIENDO A MIS ANTEPASADOS QUIENES ESTÁN CONTENTOS CON QUE YO HAGA UNA VIDA CON CALIDAD EN TODOS SENTIDOS. Y ELLOS Y YO ESTAREMOS FELICES DE LOGRARLO”.
  4. Convertir lo anterior en una tarea diaria. Si de tanto repetir una frase que no era nuestra, nos la creímos, pasará algo similar con las frases que nos hagan crecer, que refuercen lo bueno de nosotros, porque el principio será creer en uno mismo y darle más valor a esto que a lo que opinen los demás, incluyendo a nuestra propia familia.
  5. Pasar a la acción. Después de crear nuestras frases, hay que ayudarnos de ellas para pasarlas a la vida real. Hay que ponerles tamaño, color, sabor… VIDA. Hay que empezar a tratarnos de mejor manera, sin insultos, sin menospreciarnos, comprensivamente, auténticamente, naturalmente…

¿Por qué no empiezas hoy?