La ansiedad llama a tu puerta

El Coronavirus tiene en jaque al mundo entero.

Desde incredulidad hasta preocupación, y en algunos casos, pánico; nos viene a mostrar lo vulnerables que somos ante sucesos para los que no nos hemos preparado y que, a veces necesitan esta dimensión para ayudarnos a reconocer las habilidades, las características y los recursos personales que no usamos  o no los conocemos, y a los que hay que empezar a tomar en cuenta para salir avantes, no sólo de esta encrucijada, sino de otras más con las que conviviremos a lo largo de nuestra vida.

Desde mi perspectiva, es hora de conectarse con algo que no hemos hecho y necesitamos hacer desde hace tiempo: concluir, resolver, hacer, definir, avanzar, retroceder, observar, finiquitar, iniciar… Esta crisis, cuya etimología quiere decir «separar» o «decidir», es tomada de forma pesimista más que como algo catastrófico (cuyo origen es voltear hacia abajo) o apocalíptico (del griego, revelación) y ahí está la relevancia del origen de sus nombres:  necesitamos voltear hacia abajo, hacia nuestra autenticidad y naturalidad, la cual se encuentra en la tierra y que nos revela que hay que modificar el rumbo por el cual vamos, es decir, se nos revele el camino a tomar.

Sin embargo, esta explicación a muchos les valdrá un pepinillo porque les empieza a pasar la factura el encierro y la detención de actividades diarias. Algunos pasan por pensamientos obsesivos, ansiedad y molestias físicos; y otros, sienten que están más sensibles, más cansados, comiendo todo el día o con ganas de dormir a todas horas…

Lo anterior, sin ánimo de parecer desconsiderada, es una consecuencia de algo que nunca o casi nunca hemos hecho: estar con nosotros mismos. Y el Coronavirus lo sabe. Tanto que la palabra contagio quiere decir: contacto... ¿Con quién? Sin duda: contigo.

Existen personas que a lo que más le temen es a estar solos, porque ni siquiera nos damos cuenta que no contamos ni con nosotros mismos para acompañarnos. Esto puede explicar por qué la sensación de vacío que nos trajo de golpe este virus.

Antes de entender el mensaje de esta situación, les escribiré sobre qué poder hacer con los síntomas antes mencionados.

Ansiedad: sudor frío, taquicardia, dolor de cabeza, mareo, sensación de vomitar o incluso hacerlo, músculos rígidos, hormigueo, entre otros.

Angustia: sensación de asfixia, miedo a morir, a perder el control o a volverse loco, sofoco, dolor en el pecho, diarrea, sensación de inestabilidad.

En ocasiones solemos hablar de ansiedad y angustia como si fueran la misma cosa, y sí, la diferencia no es notable. Ambas palabras tienen un origen común, que se refiere a estrecho o breve; por esto es que lo importante es lo que se siente y no si se trata de una u otra.

Además, podemos agregar que los pensamientos obsesivos o recurrentes son otro elemento que las potencia o las hace más intensas, pues no podemos separar lo que pensamos con lo que sentimos y, por consecuencia, con lo que hacemos. Pongo un ejemplo:

Pensamiento: «¡se va a acabar el mundo!»

Emoción:  miedo

Conducta: Hacer la limpieza de mi casa de forma maníaca, o comer de más sin «darme cuenta», gritar por todo o gastarme toda la quincena en dos días.

No sigue un orden específico, es decir, puedo sentir algo, luego pensar algo y actuar dependiendo de ello. O hacer algo que me lleve a un pensamiento o idea y de ahí a una emoción.

Cuando estos pensamientos y emociones no salen, quiero decir, no se expresan de forma directa, clara y contundente; pueden hacernos pasar un muy mal rato, ya que están hechos para eso: para poderlos decir sin cortapisas. Pero…, ¡maldito pero!, nuestra educación, contexto, entorno, sistema familiar y personalidad; nos lo tienen impedido. Y no de ahora, desde hace mucho tiempo. Por eso no nos enojamos, lo que hacemos es explotar, o por eso nos reímos cuando algo nos da miedo; tal como si fuera malo expresar lo que sentimos.

Bien, pues ahí vamos.

Cuando sientas que a tu cuerpo viene el sudor frío, las ganas de vomitar, los pensamientos recurrentes u obsesivos; hazle caso a todo eso. Te voy a decir algo: Si se trata de angustia o ansiedad, lo más que puede pasarte físicamente hablando es perder la conciencia unos segundos, sin embargo, lo que lo hace incontrolable es, precisamente, querer mantener el control. Y aquí entra este virus. Nos hace perder el control de nuestra vida y nos mantiene a raya para, forzosamente, estar con nosotros mismos y con aquellas personas, que podemos amar pero que, al no estar las 24 horas juntos, pueden despertarnos emociones que están ahí pero que, con la cotidianidad, no nos damos cuenta; o que dejamos de ver porque involucra resolver y no, ahora no, mejor después. Ahí está un punto de esta llamada crisis.

Por otro lado, la ansiedad es un llamado del cuerpo para que le hagamos caso a su mensaje, nos está diciendo: «oye, préstame un poco de atención, veme y escúchame»,  pero nosotros hemos pasado de largo, y situaciones como  las que actualmente vivimos, nos lo ponen enfrente.

¿Qué ayuda entonces?

Antes de que venga la ansiedad, pregúntate:

¿Qué estoy haciendo de más en mi vida?

¿Qué estoy haciendo de menos en mi vida?

¿Qué estoy volviendo a hacer que viene esta ansiedad a decírmelo?

¿Qué quisiera hacer distinto pero no me lo permito?

¿Qué quiero seguir ganando con tal de no perder?

 

Esto DEBE ser antes de los síntomas físicos, porque cuando éstos se presentan, lo más sano es dejarlos sentir. Como si tuvieras un muy buen amigo borracho al que quieres mucho pero que te jode en la madrugada para que le hagas un paro. No lo rechaces porque se va a poner loco y va a despertar a todo el vecindario. Entonces, ábrele la puerta y escúchalo un rato, préstale atención. Sólo va a estar un rato y se va a ir para dejarte en paz porque alguien ya le hizo un poco de caso. Sólo que el buen amigo no es otro más que tú que no te haces caso por andar allá afuera viendo quién te quiere y quién te da lo que tú no te has dado… ¡Zaz!

Una alternativa es llamar a tu ansiedad en una hora específica del día… ¡No te rías! No es broma, es una técnica sumamente exitosa porque va a lo que la mente no espera. Es decir, la ansiedad no va a ti, sino que tú vas a ella.

¿Cómo?

Elige una hora del día, sobre todo, para aquéllos que están en su casa sin salir a trabajar. Una hora que no puede cambiar por nada del mundo. ¿Ya la elegiste? Ok, entonces cierra tu ojos y pon en tu cabeza esas sensaciones que trae consigo la ansiedad. Trata durante ese tiempo de sentir la ansiedad, oblígala a venir a ti para que no te ande correteando cuando se le pegue la gana.

Una alternativa más, tanto para la ansiedad como para los pensamientos recurrentes u obsesivos: escríbelos en un cuaderno. Tal como vengan a tu cabeza. Sin cortapisas. Nadie más que tú los va a leer.

¿De qué se trata esto?

De hacerlos salir de nuestra cabeza que es donde hacen la jugarreta principal para luego pasar al cuerpo en forma de ansiedad. La relación mente-mano- escritura, permiten una conexión que genera una sensación de salida, posibilitando con ello una analogía como la de una olla express cuando la válvula permite que el vapor salga para que la tapa no estalle. Es más o menos así como funciona la escritura de los pensamientos.

Finalmente, dormir mucho, estar más cansado que de costumbre o comer de más, es una respuesta corporal ante lo que la mente lee como amenaza. Entonces hay que guardar reservas para lo que venga. Ese es más o menos el mensaje que se asoma.

En ese sentido, lo que estás haciendo es llenarte de comida y no de amor, o te estás tapando la boca para no decir lo que piensas. Por ello es que, si quieres comer menos, empieza a decir más, a abrazarte más, a darte un lugar en tu vida, a escucharte más, a ver más por ti y menos por los demás (recuerda que nadie da lo que no se da). Y haz ejercicio…¡ Que estoy en mi casa!, ajá, ya lo sé, pero no hay pretextos. Lo mismo aplica para el dormir mucho o estar cansado…

Imagina por un momento que el que está cansado es un pequeño o una pequeña. ¿Qué harías? ¿Le regañarías, lo correrías, le pegarías? A lo mejor lo que necesita es un poco de atención, de ternura y apoyo, ¿no?

Ante todo este tema, se vale tener temor pero lo que no se vale es no reconocerlo. Hacerte el o la fuerte lo único que ocasionará es que tu parte débil o vulnerable se presenten de formas sorpresivas, perversas o exageradas.

Lo que está sucediendo en lo macro, sucede en lo micro. Con el virus COVID 19 se ve el caos, la desorganización, el descontrol, porque eso mismo pasa en nuestro mundo, que somos nosotros mismos. Así que recuerda que ninguna respuesta corporal o mental son malas per se. Vienen con un gran mensaje para ti. Ojalá te des la oportunidad de saber cuál es. Y por supuesto, esto no es magia, cuidarte y protegerte sin paranoia de por medio, contribuirá a que lo sigas haciendo aún después de esta contigencia sanitaria, no sólo lávandote las manos y estornudando con el codo hacia  arriba, sino emocionalmente.

Ante cualquier situación con la que sientas no poder, recuerda que hay ayuda profesional en línea para que no tengas que salir de casa y también servicios gratuitos como Locatel.

Recuerda que esto también pasará.♣

La ansiedad me corretea

Así es.

Tal cual, la ansiedad es una forma desesperada para que nos hagamos caso.

Y es precisamente lo que no deseamos: hacernos caso.

Existe una frase que afirma que las personas queremos cambiar pero al mismo tiempo, deseamos que esto no suceda porque, diría el Príncipe de la canción: «La costumbre es más fuerte que el amor», y creemos que va a estar muy complicado lograr tener una buena vida o que ahora sí voy a tener la pareja que siempre he deseado; o que deje de pelear con mi esposa o que ya no me enferme siempre de la panza cada vez que mi jefe me hace enojar…

La ansiedad es un llamado que se manifiesta en el cuerpo porque la respuesta ya la sabemos, sólo que huimos de ella cual si escapáramos del peor enemigo… Umhh, imaginemos por un momento: Estoy de novia con un hombre violento. Después de muchos intentos, terminamos y una noche, siento que me ahogo, que no puedo jalar aire y comienzo a sudar frío. Mi corazón palpita a 100 por hora y mis manos ya no responden… Me da miedo y lo peor es que no puedo pedir ayuda porque no me sale nada de voz. Gulp!, sí que estoy en un lío…

Ok. Prosigamos:

Me dejo llevar por las manifestaciones de mi cuerpo… En realidad, lo peor que me puede pasar es que me desvanezca por unos segundos. Sin embargo, me doy cuenta que sólo con este ataque de ansiedad, sentí mi corazón porque casi siempre está ocupado en sentir por los demás. También  noto a mi cuerpo cuando lo siento sudar, ya que lo traigo en chinga sudando por el placer del otro; o que pareciera que mis manos quieren asirse de algo porque yo casi siempre estoy colgada por alguien más…, aunque sea un hombre violento, o una mujer celosa, o lo que sea con lo que yo no esté satisfecho y pleno.

Es decir, la ansiedad es un llamado a verme, a escucharme, a satisfacer mis necesidades, a complementarme, a ir por lo mío, a hacer más por mí que por los demás. A hacerme presente en mi vida sin dejarle al otro mi lugar en MI vida. Es un mensaje de que está contigo todo eso que andas buscando en otra persona: el apapacho, el consuelo, la comprensión, la escucha, ser visto o reconocido. Pero no lo quieres ver, ni escuchar ni sentir.

Aprendimos que si el otro nos hace caso, ¡ya la hicimos!. He visto como adolescentes de 12 años están sumamente preocupadas por su imagen física y esto puede catalogarse como normal porque están entrando en una periodo de transición y necesitan refuerzos por todos lados, sin embargo, sino hay papás que reconozcan que lo importante no es su imagen, y sí su autovalor y su autoestima; estas adolescentes crecerán pensando que  siendo bonitas para los otros, será lo único que valga la pena llevar a cabo.

Hombres y mujeres pueden sufrir por eventos de ansiedad a lo largo de su vida. Quizá por un examen (porque si repruebo, fallo y si fallo, no valgo), por un trabajo (tengo que ser el mejor porque si no estoy al 1000%, no me darán un ascenso y entonces seré un Don Nadie y eso se llama no existir), quizá que si fulano de tal no me pela, eso será sinónimo de que soy fea y nadie quiere a las feas- según yo y mi aprendizaje-.

Si en algún momento de la vida pasas por sensaciones corporales como las que hemos mencionado, puede ser que estés viviendo un momento de ansiedad al que debas hacerle caso desde que comienzas a sentir los primeros síntomas.

Qué tal si pudieras decirte: «Aquí estoy yo contigo, conmigo a tu lado no va a pasarte nada malo. Respira tranquilo que yo no me iré de tu lado». O si el corazón empieza a palpitar más de prisa y sientes que la respiración se te va: «Bien, tú sabes que ha sido difícil dejar ir a Juanito, pero ahora tú y yo estamos juntas para salir adelante. Yo sí quiero estar contigo y vamos a hacer que este corazón lata normalmente… A la una…, (respiras profundamente)… a las dos…, (otra vez respiras)…, ¡a las tres!».

No temas a lo que tu cuerpo venga a decirte a través de la ansiedad. Al contrario, dale la bienvenida porque  XXXXXXX (aquí di tu nombre en voz alta) está contigo y quiere que la sientes cerca de ti. Es tu salvaguardia y tu mejor compañía.

Si necesitas ayuda con tus problemas de ansiedad, la terapia psicológica puede ser una alternativa para resolverlos. Recuerda siempre acudir con un profesional en la materia.

Vivir de la ansiedad

Cuando tomamos responsabilidades tales como: adquirir una casa, comprar un auto, pagarnos una carrera universitaria, pedir un préstamo bancario, viajar solos, tener un hijo, casarnos…, la vida puede tornarse como un gran ogro que nos quiere comer.

La palabra ansiedad viene del latín anxietas, anxietatis, derivado del adjetivo latino anxius (angustiado, ansioso). Este adjetivo se relaciona con el verbo angere (estrechar, oprimir), de cuya raíz también nos vienen otras palabras de origen latino como ansia, angina, angosto, angustia y congoja.

Por ello, la adultez puede representar una entrada estrecha en la que nos dan la bienvenida a un lugar con un sinfín de obligaciones y responsabilidades. A muchos nos abruma la idea de que se acabe el trabajo, que haya menos clientes, que venga una crisis económica y se devalúe el peso; que nos corran del lugar donde hemos estado los últimos 10 años; que el hijo crezca y se inicie en las drogas; que nos enfermemos de algo que no  podamos cubrir, que nos asalten afuera del banco; que se muera nuestra pareja, que nos hagamos viejos y que no haya nadie que nos cuide…, y así una inmensa lista de ideas que se insertan en nuestra mente y que no nos dejan dormir en paz.

Precisamente, la mente juega un papel muy importante en el marco de la ansiedad porque se instala sobre una base de fantasías y pensamientos catastróficos que -muchas veces- no suceden ni sucederán pero que, al “anticiparlos” sólo provocamos descontrol y caos mental que nos lleva a correr sin forma ni fondo. Es decir, usamos de alguna manera el pensamiento para desviarnos de las acciones que necesitamos hacer para, por ejemplo, no perder el empleo o pasar ese examen.

Si nos anticipamos a algo que aún no sucede, nos desconcentramos de lo que en realidad tendríamos que hacer.  ¿Por qué hacemos esto? Para solicitar ayuda sin pedirla de manera directa, para impedirnos un camino de éxito y prosperidad, para que nos acompañen o lo hagan por nosotros, para victimizarnos y así justificar que no logremos alguna meta, “hacer” que los hijos se queden o permanezcan con nosotros, para no irnos, para no movernos…

La ansiedad incluso puede manifestarse en nuestro cuerpo para darnos un aviso de estar malgastando nuestra energía en un sinsentido. Un mensaje de “ponte a hacer lo que necesitas para lograr lo que en realidad deseas”. Sin embargo, los adultos comúnmente nos llenamos de ansiedad por tantas obligaciones, de las cuales, al enlistarlas del 1 al 10, podríamos estratégicamente ocupar tiempo, esfuerzo y hasta dinero, en realizarlas una por una, hasta llegar a un vida más equilibrada, con más orden y por ende, más plena. Sigue leyendo