Los 10 pretextos para no avanzar

Cuando queremos hacer cambios en nuestra vida, pensamos mucho en lo que vamos a hacer pero no siempre se refleja en acciones. ¿Por qué pasa esto?

  1. Nos da miedo. Nos apanica que el cambio resulte y, ¿luego qué vamos a hacer? Tendríamos que hacer cosas diferentes, cambiar de hábitos, empezar algo… ¡Qué miedo, mejor no!
  2. Le huimos a la responsabilidad. Estamos muy mal educados al pensar que son los otros los que nos deben ayudar, los que nos deben motivar, los que nos deben acompañar o apoyar. Solitos no. Hacernos cargo de nuestras decisiones y, por ende, de las consecuencias de nuestros actos, tiene una doble carga: que el beneficio o el perjuicio sólo nos ataña a nosotros mismos, ¡y que no haya nadie a quién echarle la culpa!
  3. Nos impacta lo que piensen los demás. Es tan importante la opinión de la gente que está a nuestro alrededor, que a veces, en un «acto de amor» si nos dicen que «eso» no nos conviene, o qué para qué vamos a cambiar, les hacemos caso. Al final, lo que hay es un gran miedo a que esos otros a quienes amamos, nos dejen de amar por marcar una diferencia.
  4. La costumbre puede más. Aunque no nos sintamos a gusto, o estemos hartos, o sepamos que esa persona o ese acto nos hace mal, estamos tan acostumbrados a ello que preferimos seguir por ese camino. Como dicen por ahí: «mejor malo por conocido que bueno por conocer».
  5. Nos exige más. Claro, avanzar exige movernos del sitio en el que nos encontramos y eso conlleva a gastar una mayor energía pues hay que poner toda la carne al asador. Nos ocupa tiempo, energía, valor y a veces, dinero. Entonces, ante esta exigencia, decidimos decir no porque, si ya de por sí las responsabilidades de la vida adulta nos tienen hasta la coronilla, que, además, ¿voy a invertir más para dar esos pasos que necesito para la vida que quiero? No, gracias, así estoy bien.
  6. Nadie lo notará. Nuestra vida está tan hecha a que los demás nos aprueben, que sino nos dicen que lo que hacemos está bien, dejamos de hacerlo porque nuestro contexto y nuestro sistema familiar pueden pesar más que lo nosotros pensemos de nosotros mismos, por ello, si nadie me va a decir: «qué bien se te ve, mira nada más que cambiado estás, qué ha pasado contigo que ya no eres el mismo…», entonces, ¿para qué intento avanzar hacia la vida que me merezco?
  7. Me voy a diferenciar. Si hago algo diferente que marque el camino hacia una buena vida. Por ejemplo, si no tomo como cosaco en las fiestas como lo hacen mi papá, tíos, primos y amigos; y pongo un límite cuando me ofrecen alcohol diciendo que no, me van a empezar a tratar como raro y no me van a invitar a las fiestas (que, por cierto, ¡se ponen rebuenas!) al final, voy a ser el apestado y no me van a invitar nunca más. Entonces, ¡pues a tomar se ha dicho!
  8. No vale la pena. Todos queremos una buena vida en algún sentido pero como la deseamos y no hacemos nada al respecto, nos decimos que, entonces, no vale la pena. Sube la gente de  peso 15 kilos, va un mes al gimnasio, se sube a la báscula y…, ¡uta, sólo un triste kilo de menos! No, pues mejor gord@ me quedo. ¡No vale la pena matarme en el spinning o la caminadora una hora a la semana! Es decir, nadie quiere la recompensa del esfuerzo, queremos la recompensa de no hacer nada y así lograr avanzar.
  9. Lo queremos de forma inmediata. Sin dolor, sin reflexionar, sin cambiar, sin movernos, sin mucho tiempo, sin que me muevan de mi sitio, sin que me cueste dinero, sin…, y así, para que pronto y de la nada, surja un panorama en que seamos felices como arte de magia.
  10. Decimos que lo queremos pero…, en realidad no lo queremos. «Quiero avanzar para quedarme igual», podríamos decir. Nos llenamos la cabeza y la boca de puros buenos deseos porque pareciera que si lo digo muchas veces, se va a hacer realidad. Recuerden: «el deseo sin acción, es pura ilusión».

Y ya que andamos por aquí, ¿qué pretexto te pones para no avanzar?