La depresión cómo máscara

En ocasiones, hay personas que al acudir a terapia, comentan una serie de conductas y actitudes que ellos consideran encierran una depresión.

Síntomas como una tristeza inmensa, sin ganas para hacer algo, mucho sueño, tedio para los asuntos más básicos y llorar por todo; son algunas de las conductas que las personas atribuyen a la depresión, situación que les imposibilita para llevar una vida «normal».

Sin duda, hoy en día la depresión como otras condiciones de la salud mental y emocional, se han insertado en el común de muchas personas, debido, sobretodo, a lo que en mi formación y experiencia, los individuos no alcanzan a ver lo que en muchos casos, hay detrás de esa depresión.

No voy a explicar en este artículo cuales son las características de la depresión. Sin duda, hay algunas que son hartamente conocidas y otras que se les descarta o se les minimiza, tales como el siempre estar queriendo hacer algo, como si se corriera tras una meta, y para los que la calma, el silencio y la soledad, son insoportables porque estas emociones los obligan a estar con ellos mismos y contactar con el miedo, la tristeza y el enojo.Entonces, el correr, el estar en permanente movimiento, no le dan entrada, no permite observar a simple vista que la persona está enojada, con miedo o triste. Al ocultarlas, tratamos de «engañarnos» para decirle a los demás y a nosotros mismos: «aquí no pasa nada».

En el portal de Animal Político*, se menciona lo siguiente: «La Organización Mundial de la Salud pronostica que para el año 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en el mundo, y la primera en países en vías de desarrollo como México». Y afirma que: «El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señala que 29.9 por ciento de los habitantes mayores de 12 años sufren algún nivel de depresión ocasional, mientras que 12.4 por ciento los experimenta de manera frecuente». 

Ante la presencia cada vez más frecuente de este tipo de problemáticas emocionales, hay que revisar lo que oculta la depresión, en algunos casos.

Hay tres aspectos que se esconden o se camuflajean para no ser detectados:

  1. Algo que no puedo afrontar.
  2. Algo que no suelto.
  3. Algo que no dejo ir.

Entonces, si duermo mucho, voy a evitar ver mi vida y lo que necesito hacer para mejorarla. Si lloro mucho, no voy a ver con los ojos que necesito mirar mi vida para arreglar lo que se tenga que arreglar. Si me muestro débil, empequeñecido, el mundo me verá y me tratará como una víctima; y entonces, otro se encargará de mí o nadie vendrá a exigirme responsabilidades de adulto.

En algún momento leí que, «el lado oscuro de la depresión, es la responsabilidad de uno mismo», y en un mundo donde se exige ser productivo, audaz, valiente, exitoso; perfecto, la gente no puede decir que no y poner un límite, sino que se deprime porque teme decir: «no puedo», «no sé», «no quiero»; fallar o perder. Y también hacer lo que necesita para crecer como ser humano y como adulto. Estamos instalados en una sociedad que no perdona a los que van de comunes y corrientes, a los que sacan sietes y ochos, a los que que no tienen ambiciones o ganas de comerse el mundo; y ante ello, las personas se ocultan y esconden sus miedos, su inseguridad y su terror a no ser aceptados o reconocidos.

Hago énfasis en que hay casos en los que la depresión es tan severa que afecta el orden bioquímico del cuerpo y las personas acuden al psiquiatra para que les receten medicamentos. Personalmente creo en el mensaje de las enfermedades y en que hay que enfrentar lo que, en este caso, una situación depresiva, nos esté diciendo para que la trabajemos y respondamos a las preguntas:

-¿Qué estoy haciendo de más?

-¿Qué estoy haciendo de menos?

-¿Qué he dejado de hacer?

-¿A qué me obliga esta enfermedad que si no se presentara, no haría?

Considero que la depresión puede ser una oportunidad para conocer también nuestras habilidades y talentos ocultos, los cuales pueden, al salir a la luz, servirnos de soporte para hacer una mejor vida para nosotros mismos.

*https://www.animalpolitico.com/2018/07/depresion-2020-discapacidad-mexico/

Los 10 pretextos para no avanzar

Cuando queremos hacer cambios en nuestra vida, pensamos mucho en lo que vamos a hacer pero no siempre se refleja en acciones. ¿Por qué pasa esto?

  1. Nos da miedo. Nos apanica que el cambio resulte y, ¿luego qué vamos a hacer? Tendríamos que hacer cosas diferentes, cambiar de hábitos, empezar algo… ¡Qué miedo, mejor no!
  2. Le huimos a la responsabilidad. Estamos muy mal educados al pensar que son los otros los que nos deben ayudar, los que nos deben motivar, los que nos deben acompañar o apoyar. Solitos no. Hacernos cargo de nuestras decisiones y, por ende, de las consecuencias de nuestros actos, tiene una doble carga: que el beneficio o el perjuicio sólo nos ataña a nosotros mismos, ¡y que no haya nadie a quién echarle la culpa!
  3. Nos impacta lo que piensen los demás. Es tan importante la opinión de la gente que está a nuestro alrededor, que a veces, en un «acto de amor» si nos dicen que «eso» no nos conviene, o qué para qué vamos a cambiar, les hacemos caso. Al final, lo que hay es un gran miedo a que esos otros a quienes amamos, nos dejen de amar por marcar una diferencia.
  4. La costumbre puede más. Aunque no nos sintamos a gusto, o estemos hartos, o sepamos que esa persona o ese acto nos hace mal, estamos tan acostumbrados a ello que preferimos seguir por ese camino. Como dicen por ahí: «mejor malo por conocido que bueno por conocer».
  5. Nos exige más. Claro, avanzar exige movernos del sitio en el que nos encontramos y eso conlleva a gastar una mayor energía pues hay que poner toda la carne al asador. Nos ocupa tiempo, energía, valor y a veces, dinero. Entonces, ante esta exigencia, decidimos decir no porque, si ya de por sí las responsabilidades de la vida adulta nos tienen hasta la coronilla, que, además, ¿voy a invertir más para dar esos pasos que necesito para la vida que quiero? No, gracias, así estoy bien.
  6. Nadie lo notará. Nuestra vida está tan hecha a que los demás nos aprueben, que sino nos dicen que lo que hacemos está bien, dejamos de hacerlo porque nuestro contexto y nuestro sistema familiar pueden pesar más que lo nosotros pensemos de nosotros mismos, por ello, si nadie me va a decir: «qué bien se te ve, mira nada más que cambiado estás, qué ha pasado contigo que ya no eres el mismo…», entonces, ¿para qué intento avanzar hacia la vida que me merezco?
  7. Me voy a diferenciar. Si hago algo diferente que marque el camino hacia una buena vida. Por ejemplo, si no tomo como cosaco en las fiestas como lo hacen mi papá, tíos, primos y amigos; y pongo un límite cuando me ofrecen alcohol diciendo que no, me van a empezar a tratar como raro y no me van a invitar a las fiestas (que, por cierto, ¡se ponen rebuenas!) al final, voy a ser el apestado y no me van a invitar nunca más. Entonces, ¡pues a tomar se ha dicho!
  8. No vale la pena. Todos queremos una buena vida en algún sentido pero como la deseamos y no hacemos nada al respecto, nos decimos que, entonces, no vale la pena. Sube la gente de  peso 15 kilos, va un mes al gimnasio, se sube a la báscula y…, ¡uta, sólo un triste kilo de menos! No, pues mejor gord@ me quedo. ¡No vale la pena matarme en el spinning o la caminadora una hora a la semana! Es decir, nadie quiere la recompensa del esfuerzo, queremos la recompensa de no hacer nada y así lograr avanzar.
  9. Lo queremos de forma inmediata. Sin dolor, sin reflexionar, sin cambiar, sin movernos, sin mucho tiempo, sin que me muevan de mi sitio, sin que me cueste dinero, sin…, y así, para que pronto y de la nada, surja un panorama en que seamos felices como arte de magia.
  10. Decimos que lo queremos pero…, en realidad no lo queremos. «Quiero avanzar para quedarme igual», podríamos decir. Nos llenamos la cabeza y la boca de puros buenos deseos porque pareciera que si lo digo muchas veces, se va a hacer realidad. Recuerden: «el deseo sin acción, es pura ilusión».

Y ya que andamos por aquí, ¿qué pretexto te pones para no avanzar?

Deja de hacerte la víctima

¿Alguien se acuerda de Libertad Lamarque?…

¿O Blanca Estela Pavón?…

Bueno, valgan ambos ejemplos (aunque algunos de ustedes no se acuerden de ellas) ya que estas actrices de los años cuarenta, representaron un papel que en la actualidad, aún sigue generando buenos dividendos: el de la víctima.

La víctima nunca tiene la culpa.

La víctima siempre sufre.

La víctima aguanta porque ama profundamente.

La víctima siempre es considerada por todos.

La víctima es un ser al que hay que cuidar más, apoyarle más…

¿Les hace sentido?

¡Claro!, muchos de nosotros vamos diciendo con palabras o con nuestras acciones, que no podemos, que el jefe nos envidia, que tenemos mala suerte, que nadie nos quiere ayudar, que es mejor quedarnos con ese hombre con el que nos casamos porque, ni modo de dejar a los hijos sin padre; que el otro tiene ese auto porque, de seguro, roba…

Y hay quien nos disculpa o ya no nos hace caso porque todo el tiempo vamos tocando la canción más triste del mundo con el violín más pequeño del mundo. Los hay también que no se cansan de ayudarnos pero ese es otro tema…

A la víctima le conviene serlo porque obtiene ganancias de ello. Por ejemplo, el jefe y los compañeros abusan de él, le dejan los peores trabajos, le piden ir por el café cuando tiene una maestría y está estudiando un doctorado, le piden quedarse hasta las 10 y trabajar los fines de semana y al final, lo corren… ¡Pobre! Hay que correr a ayudarlo. Entonces, la esposa le da dinero, mantiene la casa, los papás le pagan las deudas, los hijos no le dan lata… Consigue un nuevo trabajo y vuelve la misma historia porque se siente cómodo en esa posición…

Una víctima puede serlo todo la vida porque está demasiado en ese papel que moverse de ese sitio es una tarea casi imposible, ya que, además, hay un sistema que permita que lo siga siendo: lo provee, lo consuela, lo consiente, lo disculpa. Muchos nos hemos acomodado muy bien en nuestros papeles como víctima y victimario ya que no queremos darnos cuenta que todos somos ambos.

Cuando una víctima comienza a ver su lado victimario en lo que hace, inicia una ruta en la que el balance entre ambas características le producirán cambios que modificarán muchos ámbitos de su vida, pero eso es un trabajo personal arduo y se requiere tiempo y un compromiso para asumir la responsabilidad y las consecuencias de sus actos.

El necio

Existe una canción de Silvio Rodríguez llamada «El necio». Lejos de su mensaje un poco más hacia lo político que a lo emocional, me recuerda que las personas nos aferramos más a lo negativo o a lo que no es funcional. Parecería que se nos enseña a ocupar toda nuestra energía para maltratarnos con una relación laboral- ya sea con nuestros jefes o con nuestros compañeros- pésima. O nos la pasamos pensando todo el día sobre por qué nos terminaron, por qué no nos quisieron, por qué se fue con otr@… También se nos puede ir la vida en insistir tener la misma angustia sobre el dinero, así como aguantarnos ese dolor de estómago que lleva tres meses y que empeora cada vez…

La palabra necedad procede del latín nescius (ignorante, carente de conocimiento), para expresar la cualidad y estado del necio. ¿De qué estamos carentes de conocimiento?… Así es: DE NOSOTROS MISMOS.

Cuando aprendemos a diferenciar entre la necedad de hacer algo que nos traerá tranquilidad, libertad, mayor autonomía, madurez…, y aquella que nos impide crecer, independizarnos (económica y emocionalmente) o nos limita para lograr alcanzar nuestras metas; hemos dado un gran paso porque nos hemos decidido a responsabilizarnos y a ocupar tiempo y espacio en nuestro bienestar.

Aferrémonos entonces a ocupar energía para componer nuestra vida: Desde nuestro peso y alimentación para minimizar riesgos de salud o bien, para oxigenar nuestro cuerpo y que se encuentre preparado para todos los trajines a los que nos sumamos todos los días; necear sobre la absoluta necesidad de ahorrar para alcanzar metas económicas y alcanzar libertad financiera.

Exigirnos más de nosotros mismos para tener tiempo con nuestra pareja y aprender que trabajar mucho es a veces, una huidiza decisión para no afrontar lo que pasa en casa. Obligarnos a encarar a nuestros miedos para dejar de ocultarlos atrás de alguna adicción o ponernos como requisito el procurarnos un poquito más cada día, tratarnos mejor y no con tanta peladez que escucho por ahí:  «gord@, fe@, chaparr@, pendej@, inútil, estúpid@…». Si alguien más lo creyó de nosotros, empecemos a ser necios para trasladarnos a un mejor trato y, por ende, repercuta en la gente con las que nos vinculamos.

Todo se aprende en esta vida, hasta lograr ser más necios para lo bueno, que para lo malo.

Descúbrete, verás los cambios que generas en tu vida.