Literal.
Las parejas actualmente, sobretodo, las formadas por personas de menos de 30 años, mueren de amor cuando una relación se termina. Deja de tener sentido la existencia y se olvida alimento, trabajo, familia, amigos.
Nos hemos colocado tanto en que vivir en pareja es la regla, que ya no importa quién sea, el asunto es «tener» una. Entonces, no elegimos, nos eligen, y nos ponemos lentes oscuros para no ver a la persona tal cual es, sino, como queremos que sea. El asunto es no «estar solo». Claro está que cuando pasa el tiempo, se abre el libro completo y llegamos a la parte truculenta, la que ya no nos gusta o nos aburre, nos molesta o nos exaspera.
En ese sentido, hay que decir que la parte que selecciona al individuo con quien nos vamos a relacionar es la parte de la «falta». Me explico: todos en algún momento de nuestra infancia somos un rompecabezas completo, no nos falta ninguna pieza. Al ir creciendo, adquiriendo experiencias y vivenciando sucesos, vamos «perdiendo» algunas de esas piezas. Algunas o muchas pero al final, no nos damos cuenta que a nuestro rompecabezas de 5000 piezas, ya le hacen falta como 100. ¿Qué hacemos? Vamos viendo quien las tiene. Es como si dijéramos: ¡Ah, ya vi quien me puede prestar las piezas de la valentía, la fuerza, la comprensión, la seguridad; que se me perdieron! Y entonces, nos unimos a quien creemos que tiene todo aquéllo que yo perdí.
Y vamos muy orondos presumiendo: «Miren, les presento a mi fuerza, mi valor, mi seguridad…». Pero no es así.
Todo eso que vemos en las personas con las que nos relacionamos románticamente, y que al principio sólo alcanzamos a ver «lo bueno», todo eso es nuestro. Siempre lo hemos tenido pero es más fácil verlo en los otros que en uno mismo.
Cuando yo llego a preguntar quién es la persona más importante en sus vidas, la respuesta es mamá, papá, pareja, hijos; pero nunca responden: YO MISMO. Es como si ponernos en primer lugar de nuestra vida fuera algo malo o negativo. De más está decir que cuando les pregunto quién se abraza diariamente a si mismo, las plantas rodadoras del desierto comienzan a pasar…
Entonces, si para alguien la persona más importante de su vida es el otro, suena lógico que le coloque a ésta todas aquellas características que no ve en sí mismo pero que la fuerza del tiempo y la convivencia harán que se asomen con fuerza para hacerle entender que no es solamente el otro quien las carga.
Cuando se termina una relación, se siente y se piensa que la otra persona se lleva todo y nos deja vacíos. Sí, porque le regalamos lo que, desde un inicio, es nuestro. Y nos aferramos a creer que tiene que regresar para volvérnoslo a dar. Nos angustiamos, nos enojamos, nos desesperamos; no podemos dormir ni comer ni estar en paz. Hay una voz que nos dice: «¡aquí estoy, aquí está todo lo que te hace falta!», pero nada… Pasamos de largo ante ella porque no hemos reconocido que es nuestra.
Y esa voz se va a empezar a manifestar corporalmente a través de la ansiedad. ¿Por qué? Porque la ansiedad es un llamado a vernos, escucharnos, sentirnos, tocarnos, olernos y hasta saborearnos simbólica y emocionalmente. Sin embargo, a muchos no les importara porque van a seguir buscando en el otro lo que no se han dado a si mismos.
Y he visto la desesperación, la angustia y el enojo porque la otra persona vuelva para colocarnos nuevamente las piezas del rompecabezas y sentirnos «completos». Una manera muy endeble de procurarnos entonces la fuerza, la seguridad y el valor que no hemos procurado para nuestra vida.
Si continuamos otorgando nuestro ser al otro, nos vamos a quedar sin nada y si nos convertimos en nada, nos invilizáremos de tal forma, que no existiremos para nadie…, ni para nosotros mismos.
Y es curioso, en la canción de Miguel Bosé dice: «Morir de amor es quedarte sin tu luz, es perderte en un momento». Y quizá llegue alguien a darnos luz pero no será más que esporádico o momentáneo que esa luz nos alumbre porque no habremos entendido nada…
Vaya, quien diría que Miguel Bosé tendría la razón…
Crédito foto: Ryoji Iwata