Tiempo atrás

No es sólo ficción. El tiempo puede cambiar de un momento a otro.

Emocionalmente, una persona puede estar reviviendo continuamente un suceso acontecido años atrás, tal como si le estuviera pasando por primera vez. El impacto producido tiene tal efecto, que sino fue resuelto en esa primera ocasión, estará resonando en su vida por muchos años.

Las personas suelen no recordar aquéllos sucesos en donde el miedo, la tristeza, el enojo o la angustia; hayan estado presentes. En su mente se fijan más los eventos en los que haya abundado la alegría. Esto es, en más de una ocasión, la forma en la cual nuestro cerebro ayuda a la memoria, a protegerse del dolor, de la tristeza y hasta del terror vivido.

Lo complicado viene cuando, al llegar a la vida adulta, algo se presenta para hacernos sentir (nuevamente) esas mismas emociones. Puede ser una pelea con la pareja; un despido del trabajo, una enfermedad, una discusión con nuestros padres o la relación que llevemos con algún jefe o compañero de trabajo. Y esa situación «despierta» lo que ya aconteció en algún momento.

Quizá no lo asociemos porque nos hemos dispuesto a dejar ese recuerdo en el olvido. Pero dentro de ese recuerdo viven aún aquellos niños solos, abandonados, no amados o no reconocidos. Quizá que estén sufriendo porque no ocupan un lugar importante, o porque están pasando por experiencias dolorosas o traumáticas. Ellos habitan en los adultos que son ahora y mientras sus necesidades emocionales no sean atendidas; depositarán en otras personas lo que les fue negado por sus padres, llevando esta representación a las personas con las que se vinculen.

Un ejemplo lo podemos explicar a través de lo siguiente:

Si un niño no fue amado y considerado por sus padres, o fue llenado de regalos y objetos, pero no contó con la presencia emocional de ambos; esta necesidad no cubierta la va a seguir buscando en la persona con la que establezca una relación amorosa. A él o ella le va a «exigir» que le dé ese cariño o esa atención, lo cual generará pleitos y peleas, porque no es a la pareja la que podrá satisfacerla, y aunque suene contradictorio, tampoco esos padres. ¿Por qué? Porque ellos dieron lo que pudieron, y muchas veces, fue poco. Como me han enseñado: «ese padre o madre sino dio, no da y no dará». ¿Cruel? ¿Doloroso? Sin duda, pero es mil veces mejor trabajar por aceptarlo; para- y ahí viene el trabajo personal- construirse un papá y una mamá que sí satisfagan dichas necesidades. Que sí provean de todo aquello que hizo falta: respeto, seguridad, confianza, amor, etc.

Los padres que vivenciamos están dentro de nuestros pensamientos, emociones, conductas y actitudes. Se formaron por lo que vivimos con los padres reales. Quizá a ti nunca te pegaron tus papás pero también sentiste miedo como tu hermano al que sí golpearon porque fuiste testigo de esa violencia. Cada vez que escuchabas que lo regañaban por no hacer bien la tarea, sabías que vendrían los golpes; por lo que «te preparaste» para evitar esos golpes al apurarte mucho con tus trabajos escolares. Quizá hasta subiste de calificaciones… Ahora que eres un adulto y un jefe te deja una tarea, te apuras con el mismo miedo, no «vaya a ser que venga papá y te pegue», podría ser la frase que te recuerda ese suceso…

Nunca es tarde para ayudar a esos pequeños con miedo o tristes. Es muy importante darles un lugar y escucharles. Entender que sus necesidades no son las nuestras, pues ellos siguen en ese lugar y en esa época. Se han detenido ahí porque no pierden la esperanza que alguien llegue a rescatarlos. De ahí que tú seas esa persona a la que le toque la responsabilidad de cuidar y de amar a ese pequeño que llevas dentro de ti.

Recuerda, los fantasmas sí existen: se llaman asuntos no resueltos con tu vida. Así que no te asustes, mejor hazles un lugarcito y déjales que te cuenten lo que necesitan.

La importancia de enfermarse

Hasta hace tiempo… Miento: en diciembre del año pasado, me enfermé de una gripa lo bastante fuerte como para ir con dos doctores de los llamados «similares» y terminar con un vecino, doctor de los que conocemos como «los de antes». En fin, tres semanas después y una buena lana gastada en medicamentos; mi cuerpo comenzó a despertar y a reclamarme porque me tardé para entender lo que venía diciendo con antelación.

¿A qué me refiero?

Las personas somos entes químicos, además de sociales y espirituales. Somos energía y masa, y habitamos un espacio. Todo se mueve, al mismo tiempo, cuando vivimos alguna situación de alerta, de miedo, de enojo, de tristeza o alegría. No podemos separar nuestro cuerpo de nuestra mente ni tampoco limitar lo que nos dicen con nuestras acciones, pensamientos y emociones.

A veces tenemos la idea de poderlo controlar todo o decimos-bastante seguido, por cierto- «no pasa nada», «sino le hago caso, no me duele»…, ante cualquier molestia o cambio corporal que notamos…. Decía una ginecóloga: «aquí las mujeres vienen porque se ve mal, huele mal o duele». Y más o menos así funcionamos las personas.

Es así que nuestro cuerpo reacciona, avisa, se pone como defensa, manifiesta, se impone; ante circunstancias emocionales que no hemos podido entender y que muy sabiamente, las traslada a algún órgano o parte de él para que revisemos qué sucede en nuestra vida, no sólo de hoy sino de muchos años atrás, incluso de generaciones pasadas.

En una búsqueda por internet, encontré al menos 10 sitios con información sobre «emociones y enfermedad», lo cual puede suponer la importancia que cada vez más tiene el vínculo entre lo que nos sucede o nos pasó en algún momento de la vida, y sus manifestaciones en el cuerpo a través de enfermedades o dolencias que suceden con frecuencia, tanta que ya hasta sabemos «cuándo nos vamos a enfermar».

Lo que nos falta hacer aún es trabajar aún más sobre los mensajes personalizados que nos envían las enfermedades, dolencias, síntomas, accidentes.., porque cada uno es un ser individual y no siempre- como dicen algunos sitios- la garganta nos duele por no decir o la espalda nos molesta porque andamos cargados de un peso extra. Lo que nos quieren decir se debe entender como algo que nos hace falta, o estamos haciendo de más; que nos lastima y no lo hemos conseguido solucionar, lo que nos hicieron y ni siquiera lo tenemos identificado…, infinidad de mensajes que se cifran a través de la sintomatología y por lo que se debe revisar cada caso de forma personal, sin recetas de cocina.

¿Por qué es importante?

Porque estamos inundados de medicamentos que «matan» el mensaje sin siquiera poderlo ver o escuchar, por ello se presentan continuas manifestaciones, a veces con más poder, que nos impiden alcanzar una buena vida en todos sentidos.

Si bien yo no recomiendo dejar de ir al doctor o cancelar los tratamientos alópatas, homeópatas o naturistas; mi rama es revisar las dinámicas familiares, el contexto, la historia de cada persona, para ayudarlas a identificar qué es lo que nos está «diciendo» ese salpullido, esa tos, esa cortadura, esa fractura que no se compone, esa colitis, gastritis, migraña y así una infinidad de elementos que toma el cuerpo para decirnos: «veme…, escúchame…, óyeme…»

Ojalá que más psicólogos profundicemos de manera seria este tema y nos ayudemos, primero a nosotros mismos, y luego a nuestros pacientes a descifrar estos mensajes que potencien la salud de más personas, sin tener que usar más calmantes, desinflamantes, descongestionantes, antibióticos, relajantes musculares, etc.

El próximo 27 de octubre a las 10 de la mañana, ofreceré una charla sobre la relación entre dinámicas familiares, emociones y enfermedades. Se realizará en el Laberinto Cultural SantaMA, ubicado en Jaime Torres Bodet 259, Col. Santa María la Ribera, Ciudad de México. Si deseas acompañarnos, confirma al 55 1016 8262. Por cierto, ¡es  gratis!

…Por último: los mensajes que mi gripa decembrina me dejó, fueron:

  1. No quería ver que un ciclo se terminaba porque me daba miedo aceptar lo que vendría.
  2. Era la manera en que yo estaba en contacto conmigo, y lo que me situaba de nuevo en una infancia en la cual mi madre me cuidaba… Lo que decía mi cuerpo era: «ya te puedes cuidar a ti misma y te puedes dar el descanso que necesitas…»
  3. No quería estar en un lugar y esa fue mi manera de decir: «no quiero ir».

Abramos los sentidos para que más entendimiento, comprensión, responsabilidad, autonomía, límites, capacidad, acción y compromiso; entren en el cuerpo antes que más medicina lo haga y calle lo que nos quiere decir.

 

Me preocupa la preocupación

Sólo pasa.

Llega y no se va.

Y sí, como lo escuché en algunas ocasiones: sientes que te vas a volver loc@.

Y no se lo cuentas a nadie porque es vergonzoso sentir que algo pasa dentro de ti, pero afuera no hay nada: Los problemas de siempre, la vida de todos los días, los asuntos pendientes de la cotidianidad… Pero ahí está y no es visible.

No te deja dormir como siempre, te empiezas a enfermar de lo que antes no lo hacías, te incomodas, no puedes respirar bien, sientes que te ahoga el vapor del baño y el calor te pone triste.

A esto puedes llamarle como quieras: Menopausia, andropausia, crisis de la edad, stress, depresión…, el hecho está en que quien siente que la preocupación le va ocupando cada vez más el cuerpo y la mente; y lo va colocando contra una pared imaginaria pero muy real en el corazón, sabe a lo que me refiero.

No es meta de este texto descifrar los laberintos en que nos mete la personalidad, la educación de nuestros padres, el entorno y las obligaciones adultas; todo ello da como resultado un cóctel en el que terminas botando la fuerza que te caracteriza y te fragiliza el presente, te abruma el pasado y te rompe el futuro. “Todo está en tu mente”, “descansa”, “no te preocupes, ya pasará” … ¡Carajo, no es cierto! Y ahí empieza el desorden: TE PREOCUPA LA PREOCUPACIÓN.

Primero, de que tus miedos se hagan realidad: una enfermedad incurable, hacerte viejo, quedarte sin trabajo, morirte joven. Luego, que se te note, que te pregunten y no sepas qué decir. Más tarde, de tener la seguridad que te volverás loc@, de no poder resistirlo, de no tener fuerza de voluntad, de que cada día se hace más pesado… Y la preocupación de la preocupación te come los dedos de la decisión y la carne de la motivación.

¿Qué hacer con un periodo así en la vida de uno?

Dejarse llevar.

Dejarse…

… Que te dé chorro, colitis, gastritis, salpullido, herpes, caída del pelo, más peso, menos peso, hambre, desesperación, lágrimas, enojo, lluvia, noche, insomnio, pesadillas, temperatura, vómito, deseos de no estar, de irte y hasta de morir…

Creo ahora que romperse es el secreto.

Cuando una ventana de la casa se rompe, ese instante después de ver los vidrios en el piso y cuando comenzamos a recogerlos, es cuando pensamos en dónde vamos a ir a comprar el reemplazo, con qué lo pegáremos, cuánto gastaremos… Además, vemos un poco más allá de lo acontecido. Observamos que ya le falta pintura a la ventana o que hay que limpiar el patio hacia donde da la vista… No lo hacemos ni antes de romperse ni durante; por eso digo que en torrentes así de preocupación, lo menos recomendado y más valioso es dejarse llevar hasta que estén todos los vidrios regados por el piso de la vida… Ahí es donde comenzará otra tarea…

Hoy hacía un ejercicio psicológico sobre esta sensación y concluí- sin que suene a receta de cocina- que hay que dejar de tener el control, descontrolarse, perderse aunque dé más miedo (o retomando el título: Se preocupe uno más de la preocupación) y sólo así se sabrá si uno guarda energía para salir adelante SOLO, con apoyo psicoterapéutico regular o urgente.

La preocupación de la preocupación hay que trabajarla después de dejarse golpear por ella para saber que, si viene de nuevo, tendremos listos los bates de la fuerza emocional. Sobre todo, sabremos a qué le tememos y para qué.