«Si quieres alcanzar el éxito, no se te olvide llevarte contigo»
Pili Quiriz
Existen ejemplos de vidas exitosas en el ámbito profesional que llenan páginas de periódicos, internet, y hasta libros. Hasta ahí sólo podemos reconocer el esfuerzo de estas personas por llegar a lo más alto de la cumbre.
De lo que casi nadie habla es de la parte emocional de estas personas. Todos nos entretenemos con lo que tuvo que hacer para salir avante y alcanzar la cima, pero no se dice mucho de para qué se quiere el éxito de lo que tuvo que «eliminar» de su camino, con tal de llegar al estrellato.
En muchos de estos casos, la persona oculta su verdadero sentir y lo disfraza de una gran seguridad y confianza, tal como si lo que buscara es que los demás vean aquello que le fue dado. Ocupan una gran cantidad de recursos para hacerse de una fuerza que no se encuentra dentro de ellos, y por esa razón, se «llenan» de poder y dinero.
No voy a criticar el querer alcanzar el éxito, lo que cuestiono es la parte humana que se sacrifica en pos de llegar a él. Podría asimilarse como si se «secuestrara» al ser y se «colocara» un impostor que sólo piensa, razona, pone lógica ante los eventos y los explica sin emoción. Un día la factura llega y ya es demasiado tarde.
¿Por qué lo digo?
Padres abundan que no están, no se hacen presentes en la vida afectiva de sus hijos, pero exigen altas calificaciones, pertenecer a la escolta, al coro, al equipo de baloncesto…, que brillen, que sean exitosos… ¿ Y un abrazo por el solo hecho de ser su hijo? ¿Y la palmadita en la espalda por ser un niño saludable? ¿Y la felicidad por ser él y no otro su hijo? No, hay que ocuparse de los asuntos importantes como el futuro académico y profesional del hijo. Lo demás vendrá después… Y nunca llega.
Incluso, y quizá peque de entrometida, pero hay padres que trabajan muchas horas y ganan poco, y entonces transmiten a los hijos la cultura del sacrificio. Es un mensaje como: «mira todo lo que tienen que hacer tus padres como para que tú quieras descansar un rato. Ve cuánto trabajan y tú aquí jugando, viendo la tele»… Y entonces el niño entiende que hay que hacer mucho para que papá y mamá estén contentos. Sus emociones no importan, pues se «sacrifican» en bien de los demás.
Me acordé de Michael Phelps, aquel máximo ganador de medallas en natación, que comenzó a nadar debido a las constantes peleas y discusiones entre sus padres. Éste es un ejemplo de cómo, para escapar de un entorno familiar hostil, «se prefiere» escapar. En Phelps, el escape se dio en una alberca; en otros se puede dar en la escuela, en la práctica de un deporte, y en algunos casos, en alcohol y otras drogas; incluso los videojuegos pueden ser una vía de escape a una familia con problemas.
Lo anterior produce adultos robot, incapacitados para sentir porque eso sería sinónimo de dolor, miedo y vulnerabilidad. Casi como a quedar a expensas de una fiera sin ningún mecanismo para defenderse.
Estos niños crecen como adultos cronológicamente, pero se quedan pequeños en su interior. Y ante un mundo adulto, lo único que los mantiene protegidos en su careta de poder y control… O eso creen, y se la creen, porque de otro modo no sabrían qué hacer o usan la fachada de soberbios, sabelotodos, despectivos; todo con tal de que no se descubra a quien tiene dentro de sí.
Ante el disfraz de seguros, va un individuo carente de la confianza auténtica, aquella que es real y se basa en hechos que la conforman, tal como sentirse apoyados, respaldados, reconocidos, atendidos y satisfechos en sus necesidades básicas; sin embargo, muchas veces lo que se gesta es una confianza falsa, basada en la «seguridad» del dinero ganado, de las propiedades adquiridas, del tamaño del auto, de los viajes al extranjero, de los empleados a su cargo…, aunque sea sólo uno…
Al llegar a terapia, la gente se da cuenta en algún momento que lo que no le fue dado, no se le da ni se le dará, a menos que se lo de a sí mismo. No hay de otra: o se queda esperando hasta el fin de los días y con esto vuelve mamá o papá a todo aquel con el que se vincule, o aprende a darse toda la protección, el cuidado, la paciencia, el apoyo y la suficiencia de la que fue impedido en algún momento. Es decir, aprende a ser su propia madre y su propio padre.
Si eres padre o madre, revisa qué es lo que a ti te importa que sean tus hijos, y pregúntales qué les importa a ellos de ti. Te puedes llevar una sorpresa.
Sino lo eres, te invito a revisar de qué está conformada tu confianza. ¿Es real o falsa? A lo mejor puedes tener chance de ser un mejor padre o madre de ti mismo, de lo que lo fueron contigo.