Hace días vi un vídeo con una entrevista a una abogada española en la que externaba su preocupación por las denuncias falsas que algunas mujeres hacen para acusar a sus parejas de violencia física y psicológica, sin que éstas sean verdad.
En los últimos meses me he encontrado con casos en los que cualquier tipo de violencia se hace presente en la relación de pareja. Lo que destaco es que este tipo de conductas no hace diferencia de género y puede venir del hombre a la mujer, de la mujer al hombre, de mujer a mujer o de hombre a hombre.
La violencia es una forma en la que decimos: «me impongo a ti», pero lo que no alcanzamos a ver es que detrás de esta conducta, a veces se oculta el miedo, el terror a estar solo, a hacerse responsable de sí mismo, a ir por la vida con sus propios recursos sin saber cuáles son éstos, a crecer y a ser un adulto que tiene que hacerlo todo por sí mismo. Y muchos piensan y sienten que eso no es posible, por eso quieren que el otro esté a su lado sea como sea. En ese sentido, considero que una cara oculta del miedo es aparentar más fuerza, más rudeza y con ello, más agresividad.
En ningún lado se nos enseña a acompañarnos de nosotros mismos. Cuando la gente dice que no le gusta estar solo y se le hace ver que nunca podría estarlo porque está consigo mismo, lo primero que hacen es mirar extrañados porque la propia compañía no tiene ningún «valor» en una sociedad que impone estar en pareja o con otra persona (no importa quién sea) aunque sea ésta la peor forma de sentirse estar con «alguien».
En la entrevista, la abogada Yovana Carril, afirma que las mujeres se han creído el cuento de que sin el príncipe azul no van a ir a ningún lado, y se confía tan poco en sí mismas que hacen lo impensable para que ese «príncipe» no se escape a otro reino, hasta usar las mentiras para que, aunque sea así, él no se vaya de su lado.
En ocasiones, las parejas están juntas de manera disfuncional. Por muy loco que parezca, la violencia puede convertirse en la forma en que se «vinculan», en la que establecen «contacto» y por el que permanecen al lado del otro. Sin embargo, la violencia no solamente es ejercida por un solo género; pareciera que la «igualdad» también se da en estos términos.
Hay tanto abandono , tanta ambivalencia en la relación que establecen padres e hijos, que éstos últimos van creciendo pensando que otro abandono en su vida no es posible, que otra ausencia u otra promesa de «no me voy a ir» rota, no la van a aguantar. Y al relacionarse románticamente -si esta situación con los padres no ha sido resuelta- puede ser probable que se busque por todos los medios que no suceda tal abandono, por lo que la violencia puede convertirse en la herramienta para evitar que se vuelva a presentar una situación ya antes bien conocida, aunque no siempre es consciente.
La violencia, sin importar quien la ejerce, nos puede hacer creer que sólo somos víctimas,… Y aquí parafraseo el título de un libro del psicólogo canadiense Guy Corneau: «víctima de los demás y verdugo de sí mismo».
Hay que identificar nuestros miedos y saber de dónde vienen para que no los proyectemos en los demás. La relación de pareja es un espacio de crecimiento y libertad, no un ring donde hay que pelear por lo que no vamos a encontrar ahí porque hace mucho que sabemos (pero no nos hemos dado cuenta) dónde es el lugar y las personas a las que les tenemos que reclamar lo que tanta falta nos hizo.