Vomitar a los padres

¿Saben? Algo pasa con este escrito… Quizá los aliados de mis creencias limitantes estén jugándome una mala pasada. Escribí la primera parte de este texto a principios del mes pasado. Algo sucedió y lo dejé inconcluso. Retomé la idea cuando febrero ya estaba terminando y me gustó el resultado final, pero no contaba con que la tecnología y la sincronicidad dirían «no sale esto a la luz» y zaz, no se guardó el texto… Me enojé y ya no quise volver a escribir… Llegamos a marzo y me animo a abrir nuevamente el archivo, leo lo poco que se había quedado y concluyo que siempre hay un tiempo para que se diga lo que se quiere decir. AQUÍ VOY:

Hablar de los padres está bien social, cultural y religiosamente; cuando resaltamos lo bueno de sus enseñanzas, lo duro que fue para ellos darnos lo mejor, o cuando destacamos que, a pesar de no contar con recursos, pudieron sacarnos adelante. Y eso, en muchos casos es una realidad, y válida, sin duda, para los adultos que somos, no para los niños que fuimos en algún momento y que, se sorprenderían, aún en muchos de nuestros actos, están presentes.

En la consulta no atiendo a menores de edad, sólo veo problemáticas de adultos. Sin embargo, al hablar con ellos, descubro a pequeños tan necesitados de afecto, atención, de ser vistos y considerados, con un gran deseo de ser sostenidos y consolados, que, por decirlo de alguna manera, mis pacientes son niños de 18 y hasta más allá de los 80 y tantos años.

Todos provenimos de unos padres. Los hayamos conocido o no, tratado o no, amado o no, de ahí vinimos.

El problema surge cuando los aprendizajes, las enseñanzas, las creencias, los valores y los principios de esos padres ( o quienes hayan fungido como tales) se quedan en nuestra cabeza y nuestro corazón, ya sea en alguno de los dos extremos: uno totalmente positivo, o bien, uno exclusiva o mayoritariamente negativo. El problema quizá no se haya dado en el marco de nuestra infancia, sino que, si en nuestra vida adulta no encontramos el equilibrio con esos padres internalizados, van a dominar los ámbitos familiar, pareja, trabajo; y para los que lo sean, como padres de sus hijos.

¿De qué padres hablo?

De los que «nos hacen» actuar con nosotros mismos y con los demás -en nuestra vida adulta- de formas injustas, indignas, críticas, juzgadoras, inflexibles, regañonas, violentas, humillantes… No necesitamos haber convivido con ellos todo el tiempo, tampoco si nos dieron su apellido o su compañía. Incluso si no los conocimos. Todos formaremos una imagen de ellos con las experiencias directas o indirectas vivenciadas con la figura original de cada uno, o suplentes, como los abuelos, tíos, hermanos mayores, tutores, parejas de nuestros padres, maestros y vecinos. Si no convivimos con los originales, vendrán otros a armar en nuestra cabeza, esa idea de papá o de mamá con la que llegaremos a la vida adulta.

Les comparto una historia de uno de estos extremos:

Conocí a una persona que idolotraba a sus padres. Ella ya era una persona mayor y no le había ido muy bien con sus hijos. No lo decía, pero estaba decepcionada de ellos. Sin embargo, cuando hablaba o se refería a sus padres, eran perfectos. Mencionaba todo lo bueno que le habían dado y todo lo que ella les había correspondido. Resaltaba siempre que había sido una buena hija, cercana, proveedora, amorosa; que llegó a despertar las envidias de sus hermanos porque ella era la elegida de ambos.

Lo que no decía era que lo que esperaba de sus hijos, y en eso radicaba su decepción, era que quería que fueran como ella había sido con sus padres: solícita, heroica, salvadora… Lo que nunca ha podido expresar es que sus acciones sólo fueron la indudable muestra de lo que un hijo o una hija hacen cuando no fueron vistos ni reconocidos…

El trabajo de cualquier padre es cubrir todas las necesidades emocionales básicas de sus hijos: confianza, interés, seguridad, respeto, amor, consideración…, una tarea dura y más, si ésta no fue satisfecha por los padres de éstos. Nada más difícil de hacer que lograrlo sin el conocimiento y la práctica previos.

Es por esta falta que la vida de muchos adultos se ve impactada: porque la siguen esperando de esos padres que están todo el tiempo habitando dentro de su ser, y que provienen de aquéllos que algún día hicieron ese papel en la infancia, cuya función terminó hace muchos años y que dio frutos en algunos rubros, pero que, precisamente, necesitan ser vistos en su totalidad para reconocer lo que haya tenido un impacto positivo en tu vida de adulto, y reclamar por aquello que no fue dado.

La gente viene a consulta insistiendo en por qué no se le dio lo que necesitaba, o engañándose con la idea de que sus papás fueron lo más cercano a la pureza y a la santidad, y que precisamente por eso, ahora les toca darles a ellos lo que no tuvieron, perpetuando la injusticia con ese pequeño que alguna vez fueron.

El trabajo personal es otorgarle a ese niño la justicia que no ha obtenido. El lugar importante y especial en el corazón de alguien, la acción que lo dignifique y le dé valor; y el reconocimiento de sus capacidades, sus talentos y su belleza. El padre y madre que ese niño o niña necesita lleva el nombre de quien lea este escrito. Es decir, sólo tú podrás devolverle, entregarle o satisfacer esa necesidad que no ha sido cubierta. Sólo entonces ese niño o niña dejara de buscar a esos padres en tu relación de pareja o en tu vínculo profesional.

Sé un buen padre y una buena madre de ti mismo.

Se lo debes a ese pequeño o pequeña.

Un abrazo desde esta mujer de 49 años que una crisis de ansiedad le hizo ver cuán abandonada tenía a esa pequeña.

¿Por qué no puedo terminar con mi ex?

«Terminamos hace un año y para mí fue un desastre porque ella me engañó y fue ella la que me dijo que no quería seguir. Yo dije, va, está bien y así lo dejamos.

Yo luego la stalkeo y me meto de incógnito en sus redes sociales. Leo sus historias y le doy like. Ella también y de vez en cuando me manda un mensaje. El otro día nos vimos y nos besamos. Terminamos en la cama. Me dijo que me extrañaba y yo le dije que también. Quedamos en vernos para cenar, pero me canceló a la mera hora.

El otro día fue cumpleaños de su mamá y la verdad, con la señora me llevé muy bien, y le llamé para felicitarla. Se alegró mucho y yo casi lloro porque me trataron siempre como de la familia y es horrible ya no estar conviviendo con ellos como antes.

Unas dos o tres veces a la semana, le mando un mensaje de buenos días y ella también me pregunta cómo estoy. Es una pendejada, pero yo creo que aunque ya pasó un buen, pienso que un día vamos a regresar, y me siento pésimo y me digo que no va a ser así, que ella ya está haciendo su vida, pero luego me voy a su Instagram y me paso horas viendo todo lo que pone… Ya no quiero estar así, pero la verdad, la amo…»

Esta historia es muchas historias. Son pedazos de vidas de personas que han estado en terapia y que resumen el poder que ejerce en ellas la conclusión de una relación de pareja.

Terminar una relación está más allá de decir «ya no quiero seguir». Terminar una relación significa ponerle fin a un montón de esperanzas, propósitos, sueños, planes y metas. Simboliza, en muchas ocasiones, estar frente a un vacío que parece inacabable y sentir miedo, tristeza, enojo, culpa, vergüenza. Sobre todo, estar en un escenario de incertidumbre y oscuridad, en el que no se ve por ningún sitio, ninguna posibilidad de salida.

Lo anterior en una primera etapa, porque después, frente a la sensación de la perdida, se busca recuperar lo que sea como sea. ¿Por qué? Recordemos que lo desconocido, lo nuevo; se vive como amenaza y el organismo buscará opciones para escapar de ella, a través de algo que le sea familiar. En este caso, lo nuevo representaría enfrentarse a una realidad sin esa persona y lo familiar significaría lo conocido, es decir, el individuo con el que conformamos un vínculo amoroso. Por esto es que las relaciones terminan, pero sólo en apariencia.

En otros tiempos, había pocas o nulas posibilidades de que, una vez terminada una relación amorosa, pudiéramos seguir en contacto. Hoy en día, las múltiples formas de comunicación, hacen complejo el cero contacto. Como se comentó en el párrafo anterior, están las redes sociales, internet, apps para ubicación de personas; creación de perfiles que ocultan nuestra identidad, y que pueden dificultar la distancia o el contacto con la persona con la que rompimos. Es decir, hay muchos estímulos que promueven la continua comunicación entre personas, y que, sin duda, ponen a la gente en una paradoja: «quiero dejar de estar aquí, pero no hay manera de no estar aquí».

Hay que ver que somos secuestrados por un montón de mecanismos que nos imposibilitan no continuar en contacto con esa persona, sin embargo, hay que tomar postura ante esa condición y generar acciones de resistencia que contribuyan con un mejor estar. Una opción es ponerse tiempos fuera, por ejemplo, un día sin estar en contacto, luego dos días, posteriormente, una semana… Y se valen las recaídas, lo que no se vale es desistir.

Todo proceso de pérdida (en este caso, es una pérdida simbólica) lleva tiempo y por más prisa que se tenga, no concluirá hasta que se viva el miedo, la tristeza y el enojo; entre otras emociones que resultan del propio vínculo y de las experiencias vividas.

Si quieren terminar con su ex, no busquen lo «malo» de ésta. Eso hará que lo nuevo y diferente se siga viviendo como una amenaza y se «antojará» mucho más el seguir estando en esa relación, por más problemática, violenta o insatisfactoria que sea. Busquen tener agencia personal para hacerle frente a la experiencia del dolor y el vacío. Recuperar sus saberes, aquellos que llevaron a cabo ante otras situaciones de pérdidas (¿se les ha muerto una mascota? ¿Cómo le hicieron para salir avante de esta experiencia dolorosa? ¿Han perdido un trabajo, una casa, a una persona como un abuelo, un padre? ¿Qué tuvieron qué hacer para enfrentar la vida sin ese objeto y/o esa persona?) porque todos hemos pasado por situaciones de pérdida y hemos podido salir avante, y es en este punto en el que hay que poner atención.

Finalmente, recupero una idea que capturé en un video: «vivamos la experiencia para aprender cómo sortearla. Sino la vivimos, nunca aprenderemos a saber nuestros recursos y cómo utilizarlos».

Eliminar amistades, alejarse de familiares… ¿Por qué es mal visto?

En un país como el nuestro, se considera la amabilidad y el buen trato hacia las demás personas, como un valor que habla muy bien de la persona que lo tiene. Y aprendemos que para «seguir siendo valorados», hay que continuar en vínculos que no son colaborativos con nosotros.

Por otro lado, se representa como un valor el consolidar relaciones de amistad a través del tiempo, y así sea que lo único que una a esas personas sea sólo el tiempo, se le concede importancia. De ahí que ya no nos una nada con nuestros compañeros de la primaria o secundaria; pero seguimos viéndolos o tratándolos porque se configura dentro de aspectos relevantes que la sociedad valora.

Cuando estas relaciones aportan a la vida de la persona, diríamos que no sólo hay que continuarlas, sino mantenerlas. Sin embargo, muchos de estas relaciones se quedan estacionadas en un tiempo que no avanza. Por ejemplo, en algún momento acudió al consultorio una persona que tenía a sus compañeros de la secundaria como contactos en un grupo de Whatsapp y se veían, al menos una vez al año. Cada que se acercaba la reunión, mi consultante tenía ataques de ansiedad, pero, desde esa postura social, preguntaríamos: «¿por qué te estresa verlos si son tus amigos?» La respuesta estaba en algo que para él no era claro en ese momento: el trato que le concedían era el mismo de aquellos tiempos, se burlaban, lo ofendían; y se aprovechaban de sus conocimientos legales para tener asesorías gratuitas. Nadie en ese grupo era un adulto, en realidad. Y lamento decirlo, pero tampoco él porque no se había dado cuenta que el bullying había seguido durante años y que al ponerlo dentro de la relación de amistad, producía un efecto en su cuerpo que lo alertaba para poner un alto a esa situación, pero si socialmente nos felicitan por tener 40 años y aún vernos con los compañeros de los primeros años de vida, ¿cómo vamos a hacer esa diferencia?

Y en los lazos familiares, ya sea de sangre o políticos, se presenta una situación similar. Hay ocasiones en que la relación genera más tensión, nerviosismo, miedo y enojo; que cualquier otro vínculo que se genere en ámbitos laborales o académicos, ya siendo adultos.

Y si una creencia o un valor de nuestro entorno, enaltece que esas relaciones continúen «por el bien de la familia», porque «hace feliz a mamá», o porque: «mira cómo se pone de contento el abuelo cuando ve a todos los nietos reunidos». Y me voy al extremo: se dan casos en que ha habido abuso sexual y las personas se viven obligadas a seguir conviviendo con el perpetrador (un familiar o amigo del entorno cercano) porque lo más que se cuida no es el efecto de ese abuso en la persona, sino, «que no vayamos a hacer sentir mal a papá porque es su hermano (el abusador)»...

¿Qué aprendemos entonces? Que mis emociones, mis valores, mis ideas, mi respeto, mi libertad; estén supeditados a los demás. Y esto es horrible porque coarta la dignidad de las personas.

¿Qué se puede hacer? Depende.

Terminar relaciones de amistad o vínculos familiares es romper con un mito en el que se han formado los valores y las creencias: en el mito de la unión, la solidaridad y el bienestar ajeno. Y hacerlo trae como consecuencia un trance por el que las personas no desean pasar porque el cerebro lo entiende como una exclusión, un sentirse fuera de; y esto se vive como una amenaza a la que nadie quiere entrarle.

Hay gente que negocia con ellos mismos y se da el permiso de empezar a faltar a eventos sociales donde estarán esos miembros de la familia con los cuales ya no quiere seguir relacionándose, o se sale de grupos de whats para ya no estar en contacto con aquellos que le generan ansiedad o enojo. Y creo sinceramente que son dos magníficas herramientas.

Adentrarse a ver las consecuencias del alejamiento total o del enfrentamiento con estas personas, es una tarea que lleva tiempo, porque han impactado en lo más valioso de un ser humano: su autoestima y su valía personal. Recuperar estos elementos conlleva un gran esfuerzo y la eliminación de creencias para que puedan ser otras desde donde la persona prefiera estar… Y sí, hay que pasar momentos de soledad, incomodidad, miedo, tristeza y angustia. Y dolor, por supuesto.

En mi experiencia personal, alejarme o decidir ya no continuar en este tipo de vínculos, me puso a escuchar un buen rato (aún hoy las oigo) voces potentes que me decían: «te vas a quedar sola», » ¿a dónde vas a ir sin amigos?», «estás siendo muy exagerada», o, » no es para tanto»; e hicieron mella en mí porque contrastaba lo que yo deseaba para mí –tranquilidad, paz, estabilidad, comodidad– con lo que otros esperaban o deseaban (incluso como un acto de amor) para mí y para mi vida.

Decidir romper implica romper con una idea de nosotros que también nos genera dividendos: «el amable, el buena onda, el simpático, el 1000 amigos, el buen hijo, nieto, sobrino, primo…», y, al mismo tiempo, nos coloca en una posición de poder sobre nuestra vida, en la cual podamos defender y cuidar, sobre todas las cosas, las personas y los afectos.

¿Ya no va a ser lo mismo? No, definitivamente. ¿Se van a ver afectadas personas importantes? Sin duda. Pero estaremos colaborando con una vida de libertad, de decisión propia y de más amor por nosotros mismos, porque nos estaremos respetando, cuidando y procurando elegir con quiénes nos seguimos vinculando.

Moverse de sitios que no nos son generosos, será cuestionado por muchos, y también, será un lugar donde muchos lo hayan hecho y, tenido que pasar por ese trance, nos digan que lo volverían a hacer.

¿En qué relaciones te quieres seguir viendo el resto de tu vida?

Primero de mes

Hoy iniciamos un año más. El 2022 para ser precisos.

De tener un título este año, ¿cómo te gustaría que se llamará? Pienso que cuando uno le pone nombre a las cosas y a los sucesos, tanto como a las emociones que sentimos, le damos un lugar y un espacio en nuestra vida; y eso contribuye a que les prestemos alguno de nuestros sentidos que nos empuja a una acción para que se conviertan en una realidad.

¿Te imaginas un año en el que una habilidad o un talento, que dices no tener. pudiera darte una sorpresa? Una sorpresa como que te descubrieras bailando una rica salsa en la boda de la prima Cecilia (cuando hubieras jurado que nunca lo harías porque «no sabes bailar» o porque «tienes dos pies izquierdos») o adornar la pared de tu sala con un cuadro pintado con tus manos, cuando te has pasado media vida creyendo que tu talento es para las cuentas y los números, pero no para el arte. O que hagas tu primera incursión en la pastelería, llevando el pastel de cumpleaños de tu mamá -cuando juraste que tú y la cocina eran enemigos eternos-, ¿te lo imaginas?

A eso me refiero. A creer en crear. Crear una idea distinta de ti y de tus posibilidades.

Escucho con frecuencia todo lo que una persona puede creer de si misma en todo lo que «no es, no sabe, no puede, no es talentoso, es una piedra», y un largo etcétera. Y todo está dentro de una dimensión en las que nos meten para que vayamos por la vida sin bailar, sin pintar, sin hacer pasteles; entre un montón de cosas que nos gustaría, pero, «¡noooo, ya estoy vieja para eso!, ¡ya es demasiado tarde para mí!, ¡soy tan tonto que haría el ridículo!», y es una falta de respeto a nuestras capacidades, voluntades, habilidades, sobretodo, a la oportunidad de tener una vida como la que nos gustaría.

En la Navidad pasada, mi familia de origen y yo, hicimos un pequeño paseo a una laguna en el estado de Tlaxcala, México; y de camino hacia ésta, se me ocurrió hacer el siguiente ejercicio: cada uno tenía que decir tres aspectos positivos de cada uno de los que íbamos con él o ella, incluyendo su propia persona… Para algunos fue difícil concentrarse en lo positivo o en decir algo bueno de sí mismos. Y al mismo tiempo, fue gratificante recibir ese regalo: lo que la gente piensa de él o ella y que muchas veces no se sabe porque estamos más enfocados en «destacar» lo «malo» de alguien… Y si en eso nos concentramos, de tanto hacerlo, lo podemos convertir en una única realidad.

Hoy estamos ante una nueva obra en una nuevo escenario llamado 2022. Cómo queremos construir ese guión sobre el que se cuenten aspectos de nosotros a lo largo de estos 365 días. ¿Qué queremos decir de nosotros a partir de este día? ¿Lo mismo de siempre o lo mismo que hemos escuchado durante años? ¿Será otro año más de más de lo mismo o algo nuevo habremos de hacer para que nuestra obra triunfe en este teatro maravilloso llamado vida?

Invitados estamos todos a reeditar nuestra historia y rehacer el guión de lo que creemos sobre nuestras capacidades y habilidades; para expandir, modificar, cambiar de lugar o empezar a ocupar en nuestro día a día

Empezamos la cuenta de nuevas historias.

Toma una pluma y un papel y escribe qué quieres creer de ti a pesar de todos, y qué te gustaría lograr con ello.

Por cierto, al ejercicio de la Navidad, le dimos la categoría de regalo y le llamamos «La caminata de la generosidad».

¿Cómo vas a caminar contigo este año?

¡Feliz Año Nuevo!

Las historias que nos contamos

Nuestra vida está llena de historias, algunas son hermosas y otras, dolorosas o molestas. Nos componen, nos construyen, nos cuentan lo que somos.

Sin embargo, en muchas ocasiones, y sin darnos cuenta, nos contamos historias repetidamente, y de tanto hacerlo, comenzamos a creer que son las únicas que nos conforman. Entonces, «somos» lo que nos contamos: las víctimas, los malos, los abusados, los exagerados, los enfermos, los rebeldes, los buenos… Y nos convertimos «únicamente en eso», dejando de lado todas aquéllas historias que nos posibilitarían estar en un lugar más tranquilo, más auténtico, más exitoso, más amplio; más saludable, más libre…

¿Qué hace que nos contemos las historias que nos limitan o nos obstruyen?..

Que hemos aprendido a vernos desde los ojos y las historias de otras personas. Aprendemos a ser lo que otros quieren o piensan que es lo correcto; y nosotros nos depositamos en ello, puesto que lo que construye nuestro mundo (en los primeros años) es lo que las personas significativas en nuestro entorno nos enseñan. No dudamos que lo hagan de buena voluntad o como un acto de amor, pero, al mismo tiempo, nos acerca a ir repitiendo acciones que, lejos de otorgarnos un beneficio, nos hace sentirnos culpables, molestos o frustrados; como si esas historias nos abrazarán de tal manera que nos ahorcaran.

Les comparto una experiencia que puede ser una muestra de estas historias, y como pueden revertirse:

En unos días saldré de vacaciones -después de varios años de no tomar un periodo exclusivo para descansar- y las voces que se escuchaban (basadas en historias que no son de mi autoría) me decían que no me vaya, que algo malo me puede pasar; que eran muchos días y mucho gasto, que mejor me quedara… Y en un ejercicio psicoterapéutico descubrí que no había evidencia de que algo malo me hubiera sucedido en una experiencia similar; sino que se basaban en miedos y en conductas que yo observé a lo largo de mi vida y que yo me había traído hasta hacerlos de «mi» propiedad.

¿Qué hacer para reescribir esas historias? Continuo con la experiencia que comparto:

Al darme cuenta del origen de lo que yo contaba como MI historia, descubrí que lo que no había percibido era que mi madre (propietaria de esa historia) después de hacer un montón de rituales para que nada malo pasara, o para evitar que sucediera un accidente en carretera o que sucediera una catástrofe, rezaba y se persignaba; y al concluir este momento, se quedaba tranquila, exhalaba el aire y se sentía y se vivía más libre, y yo sólo me había quedado con la mamá temerosa, no con la otra que se quedaba tranquila y que a mí me gustaba porque era una manera de sentir que ya estábamos cuidados y protegidos; y que ahora sí ya nos podíamos divertir o salir a pasear.

Y a 14 años de su muerte, no me había percatado que lo que yo necesito es a una mamá que me cuide; y sólo tomé parte de esa historia que yo viví, y no observé lo que sí me nutre, me hace crecer y me alivia el corazón.

Entonces se produjo un cambio en esta narrativa: puse de mi lado ese cuidado, ahora haciéndolo como si mi mamá estuviera en mi corazón y me protegiera con sus rezos y sus peticiones de que todo saldrá bien. Y confíe, como ella confiaba. Le otorgué un lugar a esa madre cuidadora y no ya a la temerosa.

Lo que nos deja en un lugar repetidamente es que no conversamos con nosotros mismos para revisar si ese discurso instalado en nosotros mismos, lo podemos cambiar o transformar en algo más cercano a la vida que necesitamos o que deseamos tener. Sin ese escenario, no nos podemos contar nuevas historias (que abundan) en las cuales sostenernos para seguir reproduciéndolas en el presente y futuro.

¿Cómo se hace esto?

Revisando nuestra historia personal. Poniendo enfrente todo aquello que nos hemos traído y creemos que así es la vida. Deconstruyendo argumentos y desafiando lo que ha sostenido ese discurso que nos domina. Observando y registrando historias de excepción, recontarnos la historia ahora desde nosotros y escuchando nuevas u olvidadas voces; que nos ayuden a construir nuevos puentes para cruzar a vidas distintamente saludables, generosas, benéficas.

Una alternativa es, o puede ser, la terapia psicológica, pero no es la única. Haciendo un espacio en la agenda, yéndote a tomar un café contigo, apuntando en un cuaderno qué te has contado y qué te has creído de tu vida; puede ser el inicio de un camino que te lleve a un lugar distintamente más ADECUADO para ti.

Los rompedores

Para mis pacientes.

Para Eli.

Para mí.

En las familias siempre hay historias de frustración, de sueños rotos; de vidas no logradas. Algunas son conocidas y otras que, de tan escondidas, se pierden y se desvanecen en el anonimato.

En dichas historias hay vidas, vidas de personas que tenían sueños y que deseaban una vida plena, abundante, saludable; pero su entorno, sus valores y creencias, y hasta su religión, les impidió lograr eso que tanto querían.

Podría ser estudiar una carrera, viajar a otro país, no tener hijos; vivir su homosexualidad, trabajar como herrero en lugar de doctor, irse a otra ciudad a hacer la vida, lo que sea que haya sido, dichas personas no pudieron lograrlo y esa historia se quedó llena de insatisfacción, frustración, y en muchos caso, carencia y tristeza.

Esas personas, por el entorno y educación de la que provenían, no se rebelaron, no ejercieron su derecho a tener una vida propia. No pudieron. Se impuso la autoridad, la familia; o simplemente, se consideró «mejor» opción seguir como estaba.

Sin embargo, siempre surge alguien en las familias que vienen a quebrar todo eso. Me gusta llamarles Los Rompedores, porque eso vienen a hacer para recomponer la historia de sus antepasados familiares, y con ello, hacerse de una vida plena, libre, con decisiones propias desde la elección individual, sin creencias ajenas que estropeen esa libertad.

A esos Rompedores les toca la parte más difícil porque, lo coloco desde esta analogía: son los que observan que la forma en la que viven sus familias podría ser mejor, y de mínimo, distinto; e intuyen que del otro lado hay un terreno más fértil, que trae abundancia, bienestar, que huele a plenitud, a libre; y como lo saben, toman su pico y su pala y comienzan a cavar para poder llegar a ese escenario que creen es posible estar. Pero, precisamente, el mayor trabajo les toca a ellos porque son los primeros, los que encabezan la fila; y a los que les caen las piedras más pesadas en esa acción de querer tener una vida distinta.

A Los Rompedores les gana la idea de que sí es posible que se consiga ese deseo de vivir en un bosque y tener un refugio de perros, vivir de forma independiente laboralmente, dedicarse a la música y ganar dinero con ello, viajar solo por el mundo; ser madre o padre de proyectos e ideas, y no necesariamente de hijos biológicos; ser comediante y vivir dignamente con esto, hablar italiano o alemán a los 70 años, ser bailarina a los 50; ser carpintero aún con una carrera universitaria, hacerse de una pareja y poder casarse, ser historiador y dar clases en la UNAM, y un largo etcétera.

Y tanto creen en ello que ponen de cabeza el sistema familiar, debido a que, como cualquier sistema, pugnará por seguir exactamente igual. Que nada cambie porque esto pone en alerta lo que -aunque no haya funcionado de manera positiva- es lo que se ha hecho por muchos años y amenaza con poner en jaque a la familia, porque abre una ventana de hacer las cosas de manera diferente que impone hacer nuevas acciones, dibujar otros escenarios, y no, no queremos porque nos obliga a ver que sí era posible, pero no lo quisimos o no lo pudimos ver.

Los Rompedores no lo hacen queriendo dañar a su sistema familiar, lo hacen porque es una forma de mostrar la valentía, el ímpetu, la fuerza; la dignidad, la grandeza…, que no se ha visto desde hace muchos años y que ya es necesario mostrar al mundo. No son los malos de la película, son los que, haciendo una vida diferente, tiran miedos, ideas limitantes, culpas y pensamientos de castigo, y lo transforman en oportunidades, en vidas llenas de autenticidad y éxito, y en libertad con abundancia en todos sentidos.

Pili Quiriz

Sobre ellos caerá el temor de una familia a que no se logre, a que no se pueda, a que se olvide de dicho cambio, a que está mal lo que hace, a que no va a tener éxito, a que va a fracasar y va a regresar, a que no le irá bien; y al mismo tiempo, se convertirá en su bandera para salir a las batallas que le van a tocar enfrentar. Y va solo en esto.

Y a estos Rompedores les dejo este mensaje:

«Háganlo, rompan con todo para que se comprueben que esas ideas intrusivas sólo eran las voces de quienes dominó el miedo para poderlo convertir en realidad. Las ideas de quien no se pudo rebelar, pero que, a lo mejor, quiso lo mismo que ustedes. Desobedezcan, reVélense, aprópiense de sus deseos. Son suyos, no les pertenecen a sus padres, a sus abuelos, a sus bisabuelos; a ellos les tocó vivir y eligieron. No se llenen de castigos divinos o superiores, porque lo único que están haciendo es liberarse, desatar ese nudo que sólo ha impedido la felicidad de quienes han compuesto sus familias».

La recompensa está detrás de esa puerta.

Vayamos a abrirla.

Lo que no soy

Muchas veces el dolor de nuestras experiencias nos hacen disfrazarnos de un montón de formas. Podemos ser Los Fuertes, o Los Valientes; o Las Inteligentes o Los Extrovertidos, pero en el fondo, lo sabemos, no sentimos verdaderamente que nada de eso seamos.

Cuando he vivido una experiencia dramática, catastrófica, traumática; o sencillamente, una experiencia que he vivido como algo incómodo o lastimoso, puede producir que en mí se establezca un programa de rescate, algo así como un mecanismo de sobrevivencia y esto posibilite que se «fabrique» un disfraz que- puede ser- sólo me sirva para una única vez, sin duda, aunque también puede ser que ese disfraz se convierta en mi uniforme diario. Y ahí radica el problema.

Mi historia personal impacta en mi personalidad. Yo la formo conforme los eventos experimentados y cómo han sido estas vivencias: si han sido dolorosas, puede que yo me diseñe un disfraz de duro o de fuerte sin sentimientos; y de tanto ponerme ese disfraz, terminé creyendo que eso soy. Ya ves lo que dicen por ahí: «lo que empieza siendo una mentira, puede que termine siendo una verdad». Algo así pasaría, sin embargo, soy yo quien sabe la verdad y sólo en mí recaerá el efecto de esto que me cuento.

¿De qué se trata entonces? De identificar cuáles son tus disfraces, cuáles son los que te has tenido que poner y para qué te han servido, para que «regreses» a esa experiencia desde tu ser adulto y veas que esa experiencia ya te pasó, te afectó y por esa razón tuviste que ocultarte a través de ese disfraz, pero no más. AHORA ese adulto que eres puede ayudarle a ese pequeño a reconocer que no tiene que vestirse para mentirse a sí mismo, que ahora puede ser capaz de darse cuenta que por más que esa vivencia haya sido dura, está aquí y has podido sobrevivir a ella.

Reconocer tu historia personal puede conectarte nuevamente con todo eso que quieres que no vuelva, y, sin embargo, esa misma experiencia te colocará en la posibilidad de que se resuelva y no la tengas que andar cargando a través de una maleta enorme de disfraces: el fuerte, el controlador, el animoso, el echado pa´lante, el perfecto, el salvador, etc.

Regresar a ese evento puede ser una tarea sumamente difícil, y por eso existen los profesionales de la salud mental y emocional. Ellos están preparados para acompañar esa «visita al pasado», para que puedas, desde su origen, arreglar eso que te descompone la vida adulta, y cuya resolución puede contribuir a una vida mucho más libre, sin tantas culpas y miedos que sólo limitan tu bienestar.

Recuerda: los disfraces están bien para un rato en una fiesta. No sirven para la vida porque ocultan lo que sí somos y lo que sí tenemos dentro de nosotros como recurso personal para afrontar la vida y sus conflictos. Confía en lo que hay dentro de ti y quizá, por andar disfrazándote, no has podido utilizar.

Mujer que busca, no siempre encuentra

A últimas fechas se habla, por moda o por estilo de vida, del empoderamiento femenino. Buscando la etimología de esta palabra, encuentro que se trata de «tener poder legal y autoridad para tomar decisiones propias, así como poseer plena capacidad participativa». Sin duda, una magnífica acepción, sólo que no aplica para todas.

¿A qué me refiero?

A que las mujeres buscan estar en el mundo de distintas formas. No todas quieren ocupar altos cargos y alcanzar el éxito profesional, sino que quieren libertad de elección y una vida más saludable. A esto se integra que, al menos en mi consulta, las mujeres (algunas) buscan ser amadas.

Frecuentemente llegan mujeres que vienen con el corazón – y la vida – rotos. Terminan relaciones y consideran que las dejaron porque sus compañeros prefirieron a alguien más atractiva, más inteligente; mejor en muchos sentidos y para lo cual se piensa que nunca va a poder alcanzar todo aquello, como si fuera totalmente ajeno todo ese cúmulo de características positivas.

Otras vienen porque ese compañero nada más no se compromete con ellas, no las busca (como a ellas les gustaría) no se hace presente (como a ellas les gustaría) no les dice lo que a ellas les gustaría, no hace lo que a ellas les gustaría; y así, viven una relación cada vez más insatisfactoria y frustrante. Pero no hay camino que no se recorra dos veces, y ahí van cada vez con más intensidad.

¿Qué buscamos las mujeres?

Lo que no nos dieron, no nos dan… Ni nos darán

Pili Quiriz

Así de fácil… Y de complicado.

Porque lo que buscamos que nos den en una relación, es todo aquello que no hemos sido capaces de proporcionarnos a nosotras mismas y nos aferramos a que esa persona nos lo entregue sin medir nada a cambio.

Vean sino:

Al principio, nos enamoramos del que es atento, nos escucha, nos motiva, nos hace reír, nos considera… Y cuando pasa el tiempo y esto ya no es ni tan frecuente ni tan intenso, nos preguntamos en qué fallamos, que está pasando, qué no estamos haciendo bien… Y esa sensación no es nueva, ya la hemos vivido antes… Nos recuerda que alguna vez en nuestra vida también hubo un hombre que no estuvo, que no se hizo presente aunque nunca nos faltará nada material; que nunca se acercó emocionalmente a nosotras; o que nos exigió ser las mejores para ganarnos su amor. Y ante el miedo, la tristeza o el enojo de no poderlo tener con nosotras, lo trasladamos a nuestras parejas, y ahí volvemos a angustiarnos y a correr para componer lo que creemos está mal en nosotras, todo para que no se vaya.

El juego macabro comienza cuando no nos damos cuenta que ese padre nunca va a llegar a darnos lo que necesitamos, y que, si seguimos confundiendo a ese padre faltante con la pareja, estaremos repitiendo una y otra vez la misma historia.

¿De qué se trata entonces?

De reconocer lo que nos hizo falta de ese padre… De ese padre real y del que ha pasado a formar parte de nuestros pensamientos, emociones y comportamientos; que es una copia del original que a lo mejor ya se murió, se fue, se enfermó, huyó, nos abandonó…

Después, con el dolor que esto puede causar, aceptar la realidad, para que podamos reencauzar el camino aprendiendo a darnos esa atención, comprensión, reconocimiento; amor, que no nos haya sido dado…. Si la pregunta es: «¿Y cómo le hago?», la respuesta es: ve a tu alrededor, toma ejemplos, escríbelo como un deseo a cumplir… Esta vez no te limitarás a lo que no hubo, sino a lo que puede haber… Gracias a ti misma.

Si comienzas a proporcionar atención, por ejemplo, a tus proyectos, a darles el espacio y la concentración que requieren, estarás transformando a ese padre que no dio, en alguien activamente haciéndolo, y ese padre ahora lleva tu propio nombre. Y, además, te estarás ayudando a dejar de ver un papá en tus parejas. Al llenar los espacios faltantes, no lo solicitarás en aquellos candidatos y verás otros aspectos que te ayuden en la posibilidad de relaciones más saludables.

No importa si tienes 19, 27 o 45, lo que es crucial que dejes de buscar afuera, lo que sólo tiene que ser visto, aceptado, integrado y utilizado; desde dentro.

Encierro y Rechazo

Cuentan que hace mucho tiempo en un pueblo lejano, vivieron Encierro y Rechazo. Ambos habían nacido en la misma fecha y casi al mismo tiempo.

Aunque habían crecido en el mismo lugar, no eran muy amigos, se podría decir que eran simples conocidos.

A Encierro le habían puesto ese nombre porque a su mamá le había llamado la atención lo que quería decir: «ponerlo bajo llave para que no pueda salir»; y le pareció adecuado para su primer y único hijo, mientras que a Rechazo, su nombre había sido elegido por sus dos significados: «recazar e insistir en adueñarse». A nadie le pareció entonces, sin embargo, lo opuesto de sus nombres los harían muy conocidos tiempo después.

A Encierro su mamá lo cuidaba demasiado, y cuando digo cuidar demasiado no falto a la verdad. Si ella tenía frío, corría a ponerle suéter a su hijo. Si tenía calor, iba hasta donde estaba para refrescarlo con un vaso de limonada con hielo. Si oía que respiraba un poco más rápido por un mal sueño, ella pasaba la noche en vela vigilando que no fuera a pasarle nada malo. En la escuela, lo acompañó hasta la universidad, y pudo seguirlo haciendo sino es porque Encierro ya no quiso seguir estudiando; y ella estuvo de acuerdo, porque así iba a «estar más seguro en casa».

Y ahí también estaba el contraste: Rechazo era más que un fantasma en su propia casa. Siempre llegaba dando un portazo pero nadie le reclamaba nada. Se portaba irrespetuoso con los maestros a propósito para que lo riñeran y lo llevaran a la Dirección; pero los profesores pasaban de él, casi como que no existiera. Ni se diga a la hora de elegir compañeros para el equipo de basquet de la secundaria, por más que alzaba la mano, Rechazo siempre se quedaba sin equipo y no le quedaba más remedio que quedarse en la banca a ver jugar a sus compañeros.

Encierro aprendió muy bien a saber que el mundo era peligroso y que era mejor quedarse a jugar videojuegos; o a armar rompecabezas en la mesa del comedor. Su mamá le acercaba todo lo que necesitaba y se sentía tranquila cuando lo tenía ahí cerquita a ella. Una y otra vez le hacía ver que afuera existían rateros, violadores, secuestradores; malas personas, y que lo mejor era que ella le ayudara con lo que él necesitaba, que para eso tenía madre.

Al principio, Encierro era muy feliz, sin embargo, cuando fue creciendo, le fueron llamando la atención las chicas y quería invitarlas a salir o conocerlas más, pero ahí estaba mamá en forma de pensamiento que le decía que no se fuera a arriesgar, que era peligroso y comenzó a convencerse de que no estaban tan bonitas, que eran mentirosas o personas en las que no se podía confiar, y poco a poco se fue alejando de ellas hasta el punto que nunca tuvo novia y siempre iba a las fiestas acompañado de su señora madre…, eso cuando salía, porque era bien poco conocido en el pueblo.

Por otro lado, Rechazo buscaba de una y mil formas que los demás en algún momento pusieran su vista en él e hizo de todo: desde lo más tonto hasta lo inverosímil para lograrlo, pero fue contundente el resultado: nadie lo notó, y aquél que pudo de forma distraída hacerlo, sólo fue para mirarle con ojos desaprobatorios o indiferentes. Rechazo se empezó a sentir incómodo con esta situación y algo dentro de él comenzó a ser como una pastilla de Alka Seltzer, poco a poco una burbuja de enojo fue subiendo hasta que su personalidad se transformó y de pasar a ser un chico con aparente tranquilidad, se volvió iracundo y violento, mostrando a diestra y siniestra gritos y golpes; hasta destruir todo lo que se ponía a su alcance. La gente le temía y se escabuía cada vez que lo veía venir.

Un día Rechazo estaba tan obnibulado con su enojo, que no tuvo reparos y destruyó la casa en la que había crecido, la tiró a puro golpe. Su mamá quedó tan asustada que no le quedó más remedio que irse a otra ciudad y no se volvió a saber más de ella. Cuentan que desde entonces, Rechazo se dedicó a destruir familias, casas, personas. Era al mismo tiempo temido y odiado, y nadie nunca supo a ciencia cierta la historia que lo llevó a ser como era. Con el tiempo, Rechazo acabó con la función de su hígado, riñón y corazón; pues siempre estaba puesto para los gritos y los golpes y no hubo cuerpo que resistiera.

En el caso de Encierro, al fallecer su mamá, se quedó solo y como no confiaba en nadie, le daba miedo salir y hacer la compra; por lo que se vio en la necesidad de comer una sola vez al día; y después solo una vez a la semana, hasta que llegó lo inevitable

Mucho tiempo después pasó algo en el mundo al que llamaron Pandemia, lo que obligó a los seres humanos a meterse a su casa y muchos de ellos, a permanecer solos en el lugar donde se encontraban… No se dieron cuenta, pero de a poco, se fueron notando las presencias de personas parecidas a Encierro y Rechazo… Los fueron descubriendo en Australia, Brasil e Italia. También en México y Canadá; así como en Cuba y en Islandia.

Los nuevos Encierros y Rechazos desconfiaban del mundo, porque también les habían enseñado a hacerlo. Los Rechazos tanto habían necesitado que los de afuera los vieran, que el día que se tuvieron que quedar solos en casa, se volvían locos. Otros explotaron en ira porque se sentían tan dañados desde su infancia que la pandemia sólo vino a ponerles ese espejo otra vez, ya que con la cotidianidad, sus miedos se escondían.

Tantos Encierros y Rechazos crearon otra crisis, pero no sanitaria, sino emocional, pues tuvieron que revivir lo que ya traían en su memoria personal… Algunos buscaron ayuda porque querían encontrar lo que tanto tiempo habían necesitado y les había hecho falta, otros empezaron a hacerse a sí mismos lo que les habían hecho o dejaron que más Encierros y Rechazos vinieran al mundo.

Cuenta la historia que los Encierros y Rechazos no se terminarán jamás porque, de formas visibles o invisibles, los que los crean siguen actuando y lo hacen para que no haya seres humanos auténticos; pues éstos potenciarían la posibilidad de limpiar historias, actualizar creencias limitantes y construir individuos que no continúen con ese mismo camino.

Ojalá que este tiempo pueda darnos a todos un final distinto a Encierro y Rechazo.

Necesito un abrazo

En estos tiempos de desasosiego, la soledad está haciendo mella de muchas personas. ¿Saben qué es lo malo? Que ni aún así, se atreven a pedir lo que necesitan… Están completamente impedidos y no los podemos culpar.

¿Cómo alguien puede pedir un abrazo si nunca lo ha recibido? ¿Cómo una persona puede expresar su deseo de escuchar que alguien le diga que todo estará bien si está «entrenado» para esperar lo peor de los otros? Difícilmente los seres humanos podrán pedir algo que no fue cercano a ellos, y mucho menos, podérselo dar a sí mismos.

Hace tiempo en una plática sobre el efecto de las emociones y las enfermedades, pedí a los asistentes que me respondieran si les gustaban los abrazos y todos respondieron afirmativamente e hice un ejercicio con ellos solicitándoles que me dijeran de quien les gustaba recibir abrazos: papás, hijos, pareja, amigos; fueron las respuestas. Y entonces, les pedí cerrar los ojos y abrazarse. Durante un minuto permanecieron en esa posición. Yo veía sus rostros y percibí cuán difícil estaba siendo la dinámica. Al abrir sus ojos les pregunté cómo se habían sentido y algunas palabras que sonaron, fueron: «me sentí ridículo», «no me la creí», «ya quería que acabará el ejercicio», «no sentí nada»… ¡Vaya respuestas! Pero es así: aprendemos tan bien a no darnos lo que no nos dieron, o dárselo a todos, menos a nosotros mismos. Qué injusto, ¿no creen?

La vida es un asunto serio y muchas veces, harto difícil. Hay momentos en los que nos hace falta cobijarnos en el pecho de alguien y reposar en esa tranquilidad algunos minutos. Saber que ese instante se hace eterno y nos recuperamos para volver a salir al mundo. Todos provenimos de un segundo de amor, y es vital seguirlo sintiendo conforme pasan los años.

Un abrazo marca a la persona para saberse respaldada y sentida. Incluso, es tal el efecto que hasta el cuerpo lo resiente. Vean sino:

Incrementan la liberación de «hormonas felices», proclives a limitar la formación de enfermedades crónico degenerativas.

Reducen el estrés.

Reducen la ansiedad.

Disminuyen la presión arterial.

Alivian el dolor menstrual.

Calman los dolores de cabeza.

Y ante un panorama en el que la soledad nos está acompañando, cabe preguntarse si es necesario, o quizá obligatorio, que esté otra persona conmigo para poder generar todo lo que dice líneas arriba… La verdad es que no. No es requisito fundamental porque no podemos quedarnos sentados esperando que alguien nos proporcione la calidez ni la sensación de tranquilidad. Eso sólo potenciará nuestro stress y nuestra frustración… Entonces, por Dios, ¡date un abrazo! Aprendamos a manifestarnos de manera individual ese cariño, afecto, solidaridad, seguridad a través de tocarnos, de rodear con nuestros brazos a esa persona tan falta de amor, atención y confianza… Puede ser complicado al principio, pero nadie nace experto y mucho menos en el acto más importante de amor, que es el amor a sí mismo. Y no, no es egoísta pensar en darte amor a ti mismo, porque tienes una vida que -al igual que la de otros- también necesita ser colocada en un alto nivel de importancia. Al igual que otros, también requiere sentir que alguien lo acompaña en sus momentos difíciles. Y si allá afuera no hay quien colabore con esta tarea, ¿para qué estás tú contigo mismo?

Si fuiste afortunado y en tu casa hubo demostraciones de afecto sincero a través de un abrazo, continúalo y enséñale a tus cercanos este magnífico aprendizaje. Si fuiste de aquellos que no saben lo qué es, tómalo como un reto personal y aprende a acercarte a ti con suavidad, con un toque ligero, para poco a poco, ir abrazándote con más fuerza.

Dejemos de pensar que sólo el otro puede producir en nosotros el efecto salvador de un abrazo. Quien abre sus brazos hacia sí mismo, provoca un efecto de autocuidado, de autoprotección, de autoseguridad… Y pregunto: ¿No es precisamente lo que necesitamos ahora?

<p value="<amp-fit-text layout="fixed-height" min-font-size="6" max-font-size="72" height="80">Empieza por un <strong>abrazo</strong> a la semana. Y como una dieta contradictoria, entre más te proporciones ese contacto contigo, iniciarás el camino del <strong>buen trato</strong> y la buena compañía, estandartes ambos de la <strong>autoestima</strong>.Empieza por un abrazo a la semana. Y como una dieta contradictoria, entre más te proporciones ese contacto contigo, iniciarás el camino del buen trato y la buena compañía, estandartes ambos de la autoestima.

*En la terapia psicológica, una tarea fundamental es aprender a conocer las necesidades de afecto que más hayan hecho mella en la persona… Por las vivencias y por los aprendizajes, los pacientes aprenden a diferenciar que el daño ocasionado por alguien más, no se tiene que seguir replicando continuamente. Aprenden a verse desde otro lugar para comenzar un distinto comportamiento con ellos mismos, y los abrazos a sí mismos, son una pauta de la que se van desprendiendo otras, que ayudarán a que sus recursos personales sean sólidos para enfrentar cualquier situación en su vida.

¿Y si no tuviera este problema?

¿Se han puesto a pensar qué sucedería si un día amanecieran y se dieran cuenta que ese problema con el que estaban lidiando hasta una noche antes, se fuera? ¿Qué pasaría con su vida? ¿Qué harían a partir de esa mañana?

Muchos de nosotros solamente nos concentramos en el problema, y entonces nos convertimos en un problema con pies. Toda nuestra energía, concentración y fuerza interior, se van hacia esa circunstancia que nos incomoda, nos duele o nos molesta. El tiempo transcurre alrededor de este acontecimiento y supone un gran esfuerzo que nos deja cansados e irritados, incapaces de hacer otra cosa.

Los seres humanos CREEMOS que si un problema se piensa mucho, se va a encontrar la solución más pronto, o que no es posible quitarnos de la cabeza ese asunto, porque NO PODEMOS. Y ambas, son ideas que limitan resolverlo. Y aquí viene el elemento clave: nos enseñan a tener problemas, no a resolverlos, porque esto significa ENFRENTAR.

Muchas veces he hecho la pregunta del inicio en mi consultorio, y la gente se sorprende y se queda unos minutos callada, se dan cuenta que nunca habían pensado en ese momento, en el que vivan sin el «problema». Se muestran incrédulos ante una vida sin lo que les lastima o molesta.

A veces, pensar en el problema es una manera de estar en la vida, una sensación que da (y lo he visto en distintos lados) vivir con la incomodidad. Por ejemplo, ayer me comenzó un dolor en mi pie izquierdo, en lo que llamamos, «el juanete». Me deja caminar y hacer mis actividades, PERO, siento una molestia. Y a esto se unió a otra dolencia en uno de mis hombros. Bien, con ambos dolores estoy conviviendo. Pareciera que mi vida es normal y que no me impide hacer mis actividades; y de algún modo, es cierto. Sin embargo, mi pensamiento está 70% en ello y no en algo más productivo o funcional. Además, sólo estoy viendo el lado negativo de estas dolencias, y ni siquiera me acerco a ver qué de bueno tendrán, porque si así fuera, entendería lo que hace mucho me dijeron: «toda cura es autocura»; y me tranquilizaría saber que mi cuerpo está actuando como sabe hacerlo, y que si mantengo la calma unos días más, la dolencia se irá o se transformará para que yo pueda ver el mensaje que me tiene: quizá me estoy sobrecargando de hacer algo, posiblemente no estoy andando por el camino correcto; o más allá, es un llamado a vivir y enfrentar otra clase de dolores y molestias, que, por supuesto, no son físicas: una desilusión, un miedo, una sensación de insuficiencia, angustia; etc. Y, sin duda, también buscar algo allá afuera que me ayuden: un masaje, un especialista que me brinde mayor información sobre por qué me duele en tal parte y saber para qué debe funcionar y cómo, revisar mis antecedentes familiares sobre salud y enfermedad; así como buscar qué es lo que no he hecho y me gustaría hacer más.

Lo anterior marca una diferencia, porque el pensar mucho sobre mi problema, no va a hacer que se resuelva, va a procurar escarbar hacia abajo cada vez más; mientras que por otro lado, si medito un tiempo en qué haría yo de mi vida sin este problema, la respuesta puede contribuir a identificar qué es lo que necesito llevar a cabo para solucionarlo… Como dicen por ahí: «pare de sufrir».

Cuando nos damos oportunidad de ver nuestros problemas con otra perspectiva, estamos potenciando una vida sin tantos pesos, muchos de los cuales, te aseguro, no te corresponden. Así que si tu paso se ha hecho pesado, sería bueno revisar qué cargas y desde cuándo. Y ya lo sabes: uno elige con cuánto peso quiere andar por la vida.

Así que hoy cuando te vayas a dormir, piensa en esa pregunta que, quizá, mañana te haga vivir un milagro.

Tiempo atrás

No es sólo ficción. El tiempo puede cambiar de un momento a otro.

Emocionalmente, una persona puede estar reviviendo continuamente un suceso acontecido años atrás, tal como si le estuviera pasando por primera vez. El impacto producido tiene tal efecto, que sino fue resuelto en esa primera ocasión, estará resonando en su vida por muchos años.

Las personas suelen no recordar aquéllos sucesos en donde el miedo, la tristeza, el enojo o la angustia; hayan estado presentes. En su mente se fijan más los eventos en los que haya abundado la alegría. Esto es, en más de una ocasión, la forma en la cual nuestro cerebro ayuda a la memoria, a protegerse del dolor, de la tristeza y hasta del terror vivido.

Lo complicado viene cuando, al llegar a la vida adulta, algo se presenta para hacernos sentir (nuevamente) esas mismas emociones. Puede ser una pelea con la pareja; un despido del trabajo, una enfermedad, una discusión con nuestros padres o la relación que llevemos con algún jefe o compañero de trabajo. Y esa situación «despierta» lo que ya aconteció en algún momento.

Quizá no lo asociemos porque nos hemos dispuesto a dejar ese recuerdo en el olvido. Pero dentro de ese recuerdo viven aún aquellos niños solos, abandonados, no amados o no reconocidos. Quizá que estén sufriendo porque no ocupan un lugar importante, o porque están pasando por experiencias dolorosas o traumáticas. Ellos habitan en los adultos que son ahora y mientras sus necesidades emocionales no sean atendidas; depositarán en otras personas lo que les fue negado por sus padres, llevando esta representación a las personas con las que se vinculen.

Un ejemplo lo podemos explicar a través de lo siguiente:

Si un niño no fue amado y considerado por sus padres, o fue llenado de regalos y objetos, pero no contó con la presencia emocional de ambos; esta necesidad no cubierta la va a seguir buscando en la persona con la que establezca una relación amorosa. A él o ella le va a «exigir» que le dé ese cariño o esa atención, lo cual generará pleitos y peleas, porque no es a la pareja la que podrá satisfacerla, y aunque suene contradictorio, tampoco esos padres. ¿Por qué? Porque ellos dieron lo que pudieron, y muchas veces, fue poco. Como me han enseñado: «ese padre o madre sino dio, no da y no dará». ¿Cruel? ¿Doloroso? Sin duda, pero es mil veces mejor trabajar por aceptarlo; para- y ahí viene el trabajo personal- construirse un papá y una mamá que sí satisfagan dichas necesidades. Que sí provean de todo aquello que hizo falta: respeto, seguridad, confianza, amor, etc.

Los padres que vivenciamos están dentro de nuestros pensamientos, emociones, conductas y actitudes. Se formaron por lo que vivimos con los padres reales. Quizá a ti nunca te pegaron tus papás pero también sentiste miedo como tu hermano al que sí golpearon porque fuiste testigo de esa violencia. Cada vez que escuchabas que lo regañaban por no hacer bien la tarea, sabías que vendrían los golpes; por lo que «te preparaste» para evitar esos golpes al apurarte mucho con tus trabajos escolares. Quizá hasta subiste de calificaciones… Ahora que eres un adulto y un jefe te deja una tarea, te apuras con el mismo miedo, no «vaya a ser que venga papá y te pegue», podría ser la frase que te recuerda ese suceso…

Nunca es tarde para ayudar a esos pequeños con miedo o tristes. Es muy importante darles un lugar y escucharles. Entender que sus necesidades no son las nuestras, pues ellos siguen en ese lugar y en esa época. Se han detenido ahí porque no pierden la esperanza que alguien llegue a rescatarlos. De ahí que tú seas esa persona a la que le toque la responsabilidad de cuidar y de amar a ese pequeño que llevas dentro de ti.

Recuerda, los fantasmas sí existen: se llaman asuntos no resueltos con tu vida. Así que no te asustes, mejor hazles un lugarcito y déjales que te cuenten lo que necesitan.

Sin confianza no hay vida

«Si quieres alcanzar el éxito, no se te olvide llevarte contigo»

Pili Quiriz

Existen ejemplos de vidas exitosas en el ámbito profesional que llenan páginas de periódicos, internet, y hasta libros. Hasta ahí sólo podemos reconocer el esfuerzo de estas personas por llegar a lo más alto de la cumbre.

De lo que casi nadie habla es de la parte emocional de estas personas. Todos nos entretenemos con lo que tuvo que hacer para salir avante y alcanzar la cima, pero no se dice mucho de para qué se quiere el éxito de lo que tuvo que «eliminar» de su camino, con tal de llegar al estrellato.

En muchos de estos casos, la persona oculta su verdadero sentir y lo disfraza de una gran seguridad y confianza, tal como si lo que buscara es que los demás vean aquello que le fue dado. Ocupan una gran cantidad de recursos para hacerse de una fuerza que no se encuentra dentro de ellos, y por esa razón, se «llenan» de poder y dinero.

No voy a criticar el querer alcanzar el éxito, lo que cuestiono es la parte humana que se sacrifica en pos de llegar a él. Podría asimilarse como si se «secuestrara» al ser y se «colocara» un impostor que sólo piensa, razona, pone lógica ante los eventos y los explica sin emoción. Un día la factura llega y ya es demasiado tarde.

¿Por qué lo digo?

Padres abundan que no están, no se hacen presentes en la vida afectiva de sus hijos, pero exigen altas calificaciones, pertenecer a la escolta, al coro, al equipo de baloncesto…, que brillen, que sean exitosos… ¿ Y un abrazo por el solo hecho de ser su hijo? ¿Y la palmadita en la espalda por ser un niño saludable? ¿Y la felicidad por ser él y no otro su hijo? No, hay que ocuparse de los asuntos importantes como el futuro académico y profesional del hijo. Lo demás vendrá después… Y nunca llega.

Incluso, y quizá peque de entrometida, pero hay padres que trabajan muchas horas y ganan poco, y entonces transmiten a los hijos la cultura del sacrificio. Es un mensaje como: «mira todo lo que tienen que hacer tus padres como para que tú quieras descansar un rato. Ve cuánto trabajan y tú aquí jugando, viendo la tele»… Y entonces el niño entiende que hay que hacer mucho para que papá y mamá estén contentos. Sus emociones no importan, pues se «sacrifican» en bien de los demás.

Me acordé de Michael Phelps, aquel máximo ganador de medallas en natación, que comenzó a nadar debido a las constantes peleas y discusiones entre sus padres. Éste es un ejemplo de cómo, para escapar de un entorno familiar hostil, «se prefiere» escapar. En Phelps, el escape se dio en una alberca; en otros se puede dar en la escuela, en la práctica de un deporte, y en algunos casos, en alcohol y otras drogas; incluso los videojuegos pueden ser una vía de escape a una familia con problemas.

Lo anterior produce adultos robot, incapacitados para sentir porque eso sería sinónimo de dolor, miedo y vulnerabilidad. Casi como a quedar a expensas de una fiera sin ningún mecanismo para defenderse.

Estos niños crecen como adultos cronológicamente, pero se quedan pequeños en su interior. Y ante un mundo adulto, lo único que los mantiene protegidos en su careta de poder y control… O eso creen, y se la creen, porque de otro modo no sabrían qué hacer o usan la fachada de soberbios, sabelotodos, despectivos; todo con tal de que no se descubra a quien tiene dentro de sí.

Ante el disfraz de seguros, va un individuo carente de la confianza auténtica, aquella que es real y se basa en hechos que la conforman, tal como sentirse apoyados, respaldados, reconocidos, atendidos y satisfechos en sus necesidades básicas; sin embargo, muchas veces lo que se gesta es una confianza falsa, basada en la «seguridad» del dinero ganado, de las propiedades adquiridas, del tamaño del auto, de los viajes al extranjero, de los empleados a su cargo…, aunque sea sólo uno…

Al llegar a terapia, la gente se da cuenta en algún momento que lo que no le fue dado, no se le da ni se le dará, a menos que se lo de a sí mismo. No hay de otra: o se queda esperando hasta el fin de los días y con esto vuelve mamá o papá a todo aquel con el que se vincule, o aprende a darse toda la protección, el cuidado, la paciencia, el apoyo y la suficiencia de la que fue impedido en algún momento. Es decir, aprende a ser su propia madre y su propio padre.

Si eres padre o madre, revisa qué es lo que a ti te importa que sean tus hijos, y pregúntales qué les importa a ellos de ti. Te puedes llevar una sorpresa.

Sino lo eres, te invito a revisar de qué está conformada tu confianza. ¿Es real o falsa? A lo mejor puedes tener chance de ser un mejor padre o madre de ti mismo, de lo que lo fueron contigo.

Poco a poco

¿Qué nos queda? ¿Qué viene? ¿Qué va a pasar ahora?

Algunas preguntas sin una respuesta en concreto para una realidad que nos está alcanzando.

Sin duda, a muchas personas les genera un miedo inmenso la posibilidad de contagiarse, a otros; perder el empleo o ver reducidos sus ingresos, es lo que les atormenta. A algunos más el que su familia enferme, es lo que más les mueve emocionalmente. Mientras que a otros, el no saber qué viene ni cómo van a vivirlo.

Ahora, ante la posibilidad cada vez más cercana de conectarnos con una nueva realidad, hay que ir PASO A PASO.

Una tormenta trae destrucción y es vista como peligrosa y destructiva, sin embargo, gracias a ella se nutren zonas áridas, ayuda a desaparecer bacterias acumuladas en el mar, reparte el calor del planeta y permite el florecimiento de la vida vegetal y animal.

Un problema, una crisis personal, un caos existencial, también -aunque nos incomode- trae consigo un lado en el cual están depositados los recursos personales. De uno depende si los usa o no para que nos faciliten salir de esa situación, o si sólo nos quedamos a ver cómo nos destruye y nos daña.

Mientras nos sucede un acontecimiento doloroso o vivimos un grave problema familiar, no podemos saber qué experiencia o recurso estamos recuperando. No nos interesa, ni tampoco está entre nuestras prioridades. De acuerdo. De lo que se trata es que necesitamos revisar estos recursos ANTES de que ese caos, problema, crisis, catástrofe personal, nos alcance.

Reconocer, utilizar e integrar todas aquellas capacidades que no has podido ver en ti y que, sin duda, te facilitarán accionar de una mejor manera ante situaciones críticas. Conocer qué elementos te constituyen y que, por no usarlos, se están atrofiando dentro de ti… A veces hemos actuado de una manera ante los problemas y ya nos «acostumbramos» a hacerlo así, sin embargo, si reconoces otros aspectos, tales como: confianza, valor, valentía, fuerza, amor propio, capacidad de enfoque, asertividad; entre otros, se pueden encontrar estrategias que apoyen la resolución o llevar de una manera más adecuada, el trance por una situación personal difícil.

Este proceso, que lleva tiempo, comienza con el reconocimiento de lo que podríamos decir, es el lado luminoso y oscuro de ti mismo. Calma. No se trata de religión ni ciencia ficción. Todas las personas contamos con características que nos ayudan o nos limitan, que nos permiten lograr metas y que nos las impiden. Y ambas nos constituyen. Por ejemplo: si alguien se considera que es muy responsable, podríamos comentar que la responsabilidad tiene su polo opuesto en la irresponsabilidad; y cabe darle lugar a nuestra irresponsabilidad para que no salga de manera exagerada, inadecuada o perversa. En ese sentido, si aceptamos TODO de lo que estamos integrados, será más fácil darnos cuenta de aquello que no hemos usado, o por el contrario, nos hemos recargado más en eso, olvidando que su polo opuesto también nos puede ser útil.

Es así que, ante esta NUEVA NORMALIDAD, queda darnos un espacio para identificar todo lo que me gusta y me desagrada de mí y de otros, tales como mis padres, parejas, jefes, compañeros de trabajo; y darnos cuenta en qué me parezco a todos ellos, tanto en la parte positiva como negativa… Quizá nos caiga el 20 que algo que me cae mal de Fulano, es porque yo no creo tenerlo, y ahí está una clave para reconocer que no he utilizado esa característica que también es mía porque, a lo mejor, me da miedo o no tengo confianza en mí, por eso la deposito en otro.

Cuando una persona se vive más integrado a si mismo, puede saberse y sentirse más apoyado, más sostenido en una base sólida; y con ello, darse cuenta que puede enfrentar con más herramientas lo que se le presente. Pero si sólo conoce una parte de sí, la otra que no alcanza a ver, puede ser la que en realidad le podría permitir salir avante de alguna problemática.

Es por ello que si hacemos este reconocimiento fértil de nosotros mismos, la nueva realidad nos tomará más afianzados, más sabedores de aspectos útiles. Si nos quedamos únicamente con nuestro miedo, sin querer ver (y muchos menos utilizar) nuestra valentía; limitará nuestro campo de visión y con ello, nuestro crecimiento personal. Y conste que no se trata de quitarnos el miedo, sino de que, A TRAVÉS DE ÉL, lo hagamos.

Hace unos días comentaba sobre la comodidad de la incomodidad o el placer del displacer. Esto es que, a pesar de generar un dolor o una sensación desagradable; es a lo que estamos acostumbrados o hemos estado tanto tiempo en esa opción, que pasarse del otro lado resulta un trabajo muy difícil de hacer… Tal como si trajéramos una piedra en el zapato y nos la quitáramos 20 años después de andarla cargando…

Reafirmo que el POCO A POCO, hacerlo cada día, avanzar de un paso a la vez, trata del RE-CONOCIMIENTO de aspectos útiles, nos hará enfrentar esta tormenta, a la que llamaremos Coronavirus, en la que, o nos quedamos con el lado dañino de ésta, o la usamos a nuestro favor.

Descubrirnos es descubrir fuerzas, capacidades y habilidades, que nos conecten con la vida, esa que se da todos los días allá afuera y que puede ir desde salir a buscar un trabajo, sentarnos ante un cuaderno y un lápiz para registrar cuánto (en realidad) gastamos y cuánto (quizá por primera vez) podemos ahorrar para iniciar un fondo básico de emergencias. O apuntarse a ese curso o a ese examen para entrar a la universidad. Poner un alto a una relación no saludable, o levantarte de la cama después de alguna pérdida.

Y nada se da de un día para otro. Todo es POCO A POCO. Empezar es el problema y la solución.

Bienvenidos a una nueva realidad. Ya.

El valor de estar conmigo

En la escuela nos enseñan el valor de ayudar al otro.

En la iglesia nos instan a ver por el prójimo.

En las familias nos indican que hay que «ver por los tuyos».

¿Cuándo le damos valor a hacer y ver por nosotros? ¡Noo!, eso es egoísmo puro.

El origen de la palabra egoísmo tiene que ver con «practicar el ser individual», y en esto, per se, no hay nada negativo. Al contrario.

Si veo por mis necesidades, busco satisfacerlas con mis propios recursos, si hago lo posible por llenarme y procurarme; podré estar dispuesto a compartir, sin perder mi individualidad, mi ser único que soy yo. No me tengo que deshacer de lo que soy para que el otro tenga, porque el otro debe encargarse de lo suyo.

Y como esto no es bien visto, no forma parte de nuestra educación; se ve como que al otro lo abandonamos, lo dejamos a su suerte, nos importa una nada. Y entonces corremos a ayudar a quien no nos lo ha pedido (le quitamos autonomía, la posibilidad de ver sus recursos y de ocupar sus habilidades) damos lo que no tenemos (entonces nos sentimos abusados) o nos ofrecemos a estar, decir o hacer por los demás (disminuyendo sus posibilidades o atrofiando sus potencialidades)… Y entonces, ¿con qué te quedas?

La clave es encontrar el sentido…, corrijo, el valor de estar contigo.

Porque, en momentos como los que estamos pasando, en los que la angustia y la ansiedad puedan presentarse, es vital que te sepas acompañar, que estés tranquilo porque esa persona te calmará y te hará sentir seguro. O que si te tocó estar lejos de tu familia, sepas que estás ahí para acompañarte. Y no es romanticismo, es que sino te dieron esa protección y  atención quienes debían hacerlo, ahora es momento de crecer y darte todo aquello que necesitas, en lugar de ofrecérselo a los demás cuando tú no tienes nada para darte.

Alcanzar un lugar en tu vida lleva tiempo y hay que empezar por abrir el dolor de no haber sido atendido cuando era necesario que así fuera para poder forjar seguridad y confianza. Sin ver con claridad lo que te fue negado, es como nadar con los zapatos puestos.

Y ahí empieza el camino de reconocer que ya no eres ese niño al que le hicieron daño con la ausencia, los golpes, la indiferencia; el abandono en cualquiera de sus dimensiones; ahora eres el adulto que NECESITA  darse el permiso de ver por él mismo (quizá por primera vez en su vida) de escucharse, sentirse, y verse desde otra perspectiva: con calma, con ternura, con tolerancia, con suavidad, con tacto. Con honestidad y confianza.

Es posible que muchas personas que viven este encierro con miedo, sean adultos que recuerden emocionalmente otra clase o categoría de encierro. Aquellos hombres y mujeres que sienten que algo les ahoga cuando no pueden salir a la calle, los haga contactarse con otra clase de ahogamiento ya vivido con anterioridad… Y si a todo esto le permites expresarse, salir a la luz, te vas a sentir desahogado. Le vas a ayudar, casi sin querer, a esa parte tuya que se quedó en esa misma sensación de encierro, a liberarse y a saber que cuenta con un adulto responsable de él o ella, y que este adulto no lo va a dejar a su suerte.

Estar contigo puede traer cambios en tu relación de pareja porque, al procurarte, dejarás de ver al otro como un representante de aquéllos que no te dieron, y lo verás de otra forma. Con tus hijos, al no estar viendo en ellos, el niño o el adolescente que alguna vez fuiste. Y al final, ganarás una vida más honesta, más auténtica y vívida con emociones más saludables que las que escondes en ti al refugiarte en otros antes que en ti.

Tiempos de estar contigo…

¿Con qué CONTIGO quieres vivir estos nuevos tiempos?

Para la reflexión en estos tiempos en los que el tiempo se detiene para enseñarnos a ver una nueva realidad.

 

 

 

Miedo a la muerte

En estos tiempos en los que hay libros que nos vuelven a pedir que los abran, me reencontré con la antología Antropología de la Muerte. En ella se mencionan las razones del miedo a la muerte:

  1. Miedo a morir:

a) Miedo a dejar una tarea inconclusa.

b) Obsesión del dolor físico.

c) Obsesión de la agonía psicológica: soledad, desesperanza, vacío…

2. Miedo al después de la muerte:

a) Angustia de la corrupción corporal, de la carroña…

b) Incertidumbre del más allá: ¿conoceremos ahí más dolor, desigualdad social, tormento…?

c) Celos con respecto a los supervivientes. ¿Nos olvidarán? ¿Cómo repartirán nuestro patrimonio?

d) Obsesión de la nada.

e) Inquietud por los funerales necesarios para alcanzar el estados de ancestralidad.

3. Miedo a los muertos:

a) Miedo a los aparecidos.

b) Miedo a los muertos en vida.

Y hoy, ante un tiempo en el que los temores se han incrementado o se han hecho patentes, queda hablar de nuestros miedos como la oportunidad que nos da la vida para verles a la cara y enfrentarles de manera asertiva, en este caso, con uno de los que más alta demanda tiene ante la crisis por Coronavirus: miedo a la muerte.

Para empezar: ¿Qué idea tenemos de morir? ¿Qué idea tenemos de vivir? ¿Qué forma es la más temida para morir?… ¿Cuál es la forma en la que vivimos?… Pareciera que escribo de dos elementos diferentes y nada más lejos de la realidad. Vida y muerte son parte de lo mismo, sin uno el otro no existiría, y como una gran maestra expresó: «Cómo vivimos, morimos».

Recientemente he sabido de eventos de enfermedad, accidente y muerte; de personas cercanas o conocidas por mí. Todos ellos me han recordado que forman parte de la vida y que sino los vemos, pugnarán por hacerse presentes.

Uno de estos eventos sucedió hace un par de días cuando mi padre se cayó de una escalera. Él asegura que todo está bien y que no pasa nada. Yo decido ir a verlo a pesar de la cuarentena. Lo observo, le escucho y me alegro. Luego, él, mi hermano y yo, hablamos de los miedos: «¿cuál es tu peor miedo?»… Y aquí les hago saber una verdad que no es tan conocida: detrás de nuestros miedos hay un deseo prohibido, el cual es políticamente incorrecto expresarlo porque nos obliga a ver las «ventajas» de tener ese miedo, lo «bueno» que creemos que nos traerá o lo «positivo» que nos dejará.

Me explico:

Nuestros miedos enmascaran lo que en realidad queremos de los otros o de nosotros mismos pero no nos lo concedemos o no nos damos permiso.

Por ejemplo: miedo a quedarse inválido. ¿Qué estamos pidiendo que no nos damos chance y viene disfrazado de miedo?… Que nos cuiden, que nos carguen, que se hagan cargo de nosotros, que lo hagan por nosotros…. Depender del otro porque sentimos o pensamos que no somos capaces nosotros solos. Como dirían por ahí: «el miedo nos descubre».

Y cuando pensamos en nuestros miedos, nos escondemos, sacudimos la cabeza o nos distraemos, porque los hemos catalogado de malos, de feos; esperamos que no sucedan porque sí los dejamos entrar, nos permiten saber quién viene detrás de ellos en realidad, es decir, los deseos prohibidos, es decir, aquéllo que esperamos que los demás hagan pero nos da vergüenza o que a nosotros nos da flojera hacer.

Imagínense que su mayor miedo es que su pareja les abandone. Aunque se oiga loco, ¿qué es lo que podría ocultar? Podría ser que sea hacer con su tiempo y dinero, lo que se les pegue la gana. Querer hacer su voluntad sin pedirle a alguien su opinión, decidir sin negociar. En fin, todo aquello que les «impide» manejar su vida sin concederle nada a nadie.

Y la muerte o la posibilidad de ésta ante una situación crítica como la actual, nos despiertan los miedos más recónditos y ya no sabemos qué hacer para huir de ellos. Y es al revés, es ser lo más honestos que podamos con nosotros mismos. Es sincerarnos pues, porque si aprendemos a pedir lo que no pedimos, a expresar lo que necesitamos, a hacer lo que no hacemos, ya no se tienen que ocultar detrás de horrorosos monstruos, como los que salían en la película Monster Inc., que sólo nos espantan en las noches. Claro, nos seguirán llamando para que prendamos la luz y nos sentemos a hablar con ellos.

Un psicólogo me hizo saber que se  tiene miedo a morir porque no se está viviendo y en efecto, a veces se nos van los años haciendo lo que no nos gusta, negándonos expresar algo que hace mucho pensamos; no nos permitimos empezar o terminar, iniciar o concluir, etc. Es decir, sino vivimos (aunque sea poco) una buena vida, estaremos rechazando lo que se nos ha dado para aprovechar nuestra creatividad, recursos personales, fuerza interna, inteligencia, amor propio y capacidades. Y ahí está el mensaje del miedo: «se te está yendo la vida, va a llegar la muerte y te va a agarrar sin haber hecho la vida que necesitas para ser auténtico, verdadero, natural y único».

Y entonces se los aventamos a los demás en forma de miedo: hazlo por mí, hazte cargo, vete para que empiece mi vida, tú hazlo por mí, no te puedo expresar mi enojo entonces voy a  hacer que te quedes o que lo hagas, tú afróntalo por mí… y un largo etcétera.

¿Qué queda?

Aprovechar esta oportunidad única para tener cinco minutos de reflexión sobre nuestros temores. Luego, atreverse a decir cuál es el deseo que se oculta detrás de esos miedos. ¿Qué lograrías si sucede eso que temes? ¿Qué beneficio estarías alcanzando si se lleva a cabo?

Me uso de ejemplo:

En mi miedo a llegar a ser contagiada e intubada, está el deseo de que todos se preocupen por mí, estén al pendiente de mi salud, me traigan en su mente todos los días y les sea importante… ¿Qué aprendo? A estar pendiente YO de mi salud, traerme en MI mente y DARME la importancia que luego se me olvida darme.

Así que hoy que tienes tiempo de estar en casa, o cuando regreses de trabajar, o cuando ya te vayas a dormir, apunta en una hoja cuál es tu mayor miedo y piensa por un momento que eres libre de escribir que sería lo bueno de ese miedo, qué lograrías, cuál sería la ventaja de ese miedo… Y cuando lo descubras, evita volver a esconderlo porque, quizá por primera vez, alguien puede estar dándose la oportunidad de ocupar su vida para vivir y no de disfrazarla de vida cuando lo que está haciéndose es dejar morir sus habilidades y cualidades.

La vida está de tu lado.

 

 

¿Y los niños ante el Coronavirus?

Por donde veo, leo notas sobre qué hacer ante esta emergencia sanitaria como adultos, pero no observo nada dirigido a los niños.

Ayer escuchaba a alguien estar preocupada porque nota triste a su hijo y se alarmó pensando que podía estar enfermándose. Un paciente me comentó que su hija le preguntó si habían hecho algo malo para estar tanto tiempo encerrados. Y así más ejemplos.

A los niños a veces se les trata como si no vieran, sintieran, escucharan y supieran. Y esta situación no es la excepción, de ahí que sería importante realizar algunas de las siguientes sugerencias:

  1. ¿Has explicado a tu hij@ qué está sucediendo, por qué la cuarentena? Sino lo has hecho, es hora de sentarte un rato con ellos y les digas qué es lo que está sucediendo, los riesgos, las reglas, las oportunidades con esta crisis, lo que está pasando en el mundo… Claro, conciso y de fuentes fiables. Sin alarmismos. Y si hay preguntas, contéstalas si las sabes, sino, sé honest@ y dile que no lo sabes, que lo investigarás, y cumple.
  2. Hora de regresar a ser niñ@. ¿A qué jugabas? ¿Al avión, a las escondidas, al bote pateado, a las muñecas de papel, a la rueda de San Miguel?.. ¿Te suenan de algo estos juegos? Sino los jugaste porque no son de «tu época», investiga lo que puedes aprender junto con tus hijos al llevarlos a cabo. Si lo fueron, !con más razón! A regresar a la infancia para darle a tu niñ@ interno lo que hace mucho no hace: divertirse.
  3. Habla de emociones. No sólo se los permitas, invítalos a hacerlo. A través de dibujos, de juegos, de títeres para que lo hagan en tercera persona. Con historias que inventen y personajes favoritos. Si expresan lo que sienten, puede ser más fácil para ellos sacar lo que les aqueje y que por miedo o por no querer ver a papá o mamá preocupados o irritados, no lo hacen. Recuerda que los niños sienten que deben hacer felices a los papás, que es un deber para ellos, y eso puede impedir que te digan qué es lo que están vivenciando ahora. Por eso aprovecha recursos como los que te comento líneas arriba.
  4. Dales tiempo para ellos solos. Si los notas meditabundos, reflexivos, silenciosos; dales su espacio. Déjalos estar un rato. No siempre necesitan que mamá y papá estén rondando por ahí cerca. Ya después les puedes preguntar: «Oye, te vi muy pensativo hace un rato. Me gustaría saber si hay algo que te preocupa… ¿No? Ok, ya sabes qué aquí estoy cuando así lo necesites».
  5. Si son más pequeños. Puedes tú contarles historias sobre alguien que esté con miedo o con tristeza pero en donde salga un personaje que le ayude. Apóyate de cuentos ya conocidos o, mejor aún, los puedes inventar tú mismo. Dibuja, actúa, haz una obra de teatro o hasta con tus manos puedes crear esos personajes. Canta canciones que salgan de tu cabeza en las que des un mensaje de esperanza, de tranquilidad, de calma, de aprendizaje…
  6. Abraza. Tú puedes hacerlo porque, hasta donde la información me llega, no hay impedimento en las familias al interior de la casa, así que abrázales mucho, diles palabras de ternura y suavidad al oído. Y lo mismo aplica para ti. Es más: empieza por ti y luego te sigues con tus niños.
  7. Toma un tiempo para ti. Organiza junto con los que estén en la casa, actividades durante el día y no olvides incluir un tiempo  para ti como mamá o papá. Es importante para que tu nivel de tolerancia y paciencia se regulen. Un tiempo de 15 minutos para bañarte o para dormir  una siesta de 10 minutos. Si eres de l@s que está saliendo a trabajar, por qué no te pones tus audífonos con música de la que más te guste y ese traslado se haga menos tenso… O toma un cuaderno de notas y escribe lo que va pasando en tu día a día. No necesitas compartirlo, el asunto es que puedas vaciar lo que piensas y sientas en algún sitio, además de que lo puedas hacer con los integrantes de tu familia.
  8. Rétalos. A aprender una nueva habilidad como cocinar, tender la cama, lavar su ropa interior, recoger sus juguetes…, y ayúdales a entender la importancia de aprender para conocer recursos de ellos que les serán útiles fuera de casa; y no sólo porque vaya a haber una recompensa. Si quieres premiar, dales un beso o un abrazo.
  9. Sino puedes estar con ellos durante el día y se quedan solos, también puedes llevar a cabo a distancia algunas actividades, tales como que te manden videos de cómo hacer divertido un día aburrido, o qué hagan una obra de teatro con calcetines y que la videograben para mandártela después. Un audio con todas las palabras que se relacionen con la palabra «esperanza», o «salud», o las que generen una conexión saludable sobre esta contingencia.
  10. Elabora una memoria de todo esto, a través de fotos o vídeos, mensajes y compártela con tus hijos cuando todo esto termine. ¿Qué aprenden todos de todo eso? Ahí tienes para pasar un buen rato con ellos.

Sobre todo, se trata de permitirte conectar con ellos y con esa parte tuya que también quiere sentirse apoyado, amado, comprendido… Si quizá no la tuviste cuando fuiste niñ@, es ahora una oportunidad de oro para poderlo hacer.

La ansiedad llama a tu puerta

El Coronavirus tiene en jaque al mundo entero.

Desde incredulidad hasta preocupación, y en algunos casos, pánico; nos viene a mostrar lo vulnerables que somos ante sucesos para los que no nos hemos preparado y que, a veces necesitan esta dimensión para ayudarnos a reconocer las habilidades, las características y los recursos personales que no usamos  o no los conocemos, y a los que hay que empezar a tomar en cuenta para salir avantes, no sólo de esta encrucijada, sino de otras más con las que conviviremos a lo largo de nuestra vida.

Desde mi perspectiva, es hora de conectarse con algo que no hemos hecho y necesitamos hacer desde hace tiempo: concluir, resolver, hacer, definir, avanzar, retroceder, observar, finiquitar, iniciar… Esta crisis, cuya etimología quiere decir «separar» o «decidir», es tomada de forma pesimista más que como algo catastrófico (cuyo origen es voltear hacia abajo) o apocalíptico (del griego, revelación) y ahí está la relevancia del origen de sus nombres:  necesitamos voltear hacia abajo, hacia nuestra autenticidad y naturalidad, la cual se encuentra en la tierra y que nos revela que hay que modificar el rumbo por el cual vamos, es decir, se nos revele el camino a tomar.

Sin embargo, esta explicación a muchos les valdrá un pepinillo porque les empieza a pasar la factura el encierro y la detención de actividades diarias. Algunos pasan por pensamientos obsesivos, ansiedad y molestias físicos; y otros, sienten que están más sensibles, más cansados, comiendo todo el día o con ganas de dormir a todas horas…

Lo anterior, sin ánimo de parecer desconsiderada, es una consecuencia de algo que nunca o casi nunca hemos hecho: estar con nosotros mismos. Y el Coronavirus lo sabe. Tanto que la palabra contagio quiere decir: contacto... ¿Con quién? Sin duda: contigo.

Existen personas que a lo que más le temen es a estar solos, porque ni siquiera nos damos cuenta que no contamos ni con nosotros mismos para acompañarnos. Esto puede explicar por qué la sensación de vacío que nos trajo de golpe este virus.

Antes de entender el mensaje de esta situación, les escribiré sobre qué poder hacer con los síntomas antes mencionados.

Ansiedad: sudor frío, taquicardia, dolor de cabeza, mareo, sensación de vomitar o incluso hacerlo, músculos rígidos, hormigueo, entre otros.

Angustia: sensación de asfixia, miedo a morir, a perder el control o a volverse loco, sofoco, dolor en el pecho, diarrea, sensación de inestabilidad.

En ocasiones solemos hablar de ansiedad y angustia como si fueran la misma cosa, y sí, la diferencia no es notable. Ambas palabras tienen un origen común, que se refiere a estrecho o breve; por esto es que lo importante es lo que se siente y no si se trata de una u otra.

Además, podemos agregar que los pensamientos obsesivos o recurrentes son otro elemento que las potencia o las hace más intensas, pues no podemos separar lo que pensamos con lo que sentimos y, por consecuencia, con lo que hacemos. Pongo un ejemplo:

Pensamiento: «¡se va a acabar el mundo!»

Emoción:  miedo

Conducta: Hacer la limpieza de mi casa de forma maníaca, o comer de más sin «darme cuenta», gritar por todo o gastarme toda la quincena en dos días.

No sigue un orden específico, es decir, puedo sentir algo, luego pensar algo y actuar dependiendo de ello. O hacer algo que me lleve a un pensamiento o idea y de ahí a una emoción.

Cuando estos pensamientos y emociones no salen, quiero decir, no se expresan de forma directa, clara y contundente; pueden hacernos pasar un muy mal rato, ya que están hechos para eso: para poderlos decir sin cortapisas. Pero…, ¡maldito pero!, nuestra educación, contexto, entorno, sistema familiar y personalidad; nos lo tienen impedido. Y no de ahora, desde hace mucho tiempo. Por eso no nos enojamos, lo que hacemos es explotar, o por eso nos reímos cuando algo nos da miedo; tal como si fuera malo expresar lo que sentimos.

Bien, pues ahí vamos.

Cuando sientas que a tu cuerpo viene el sudor frío, las ganas de vomitar, los pensamientos recurrentes u obsesivos; hazle caso a todo eso. Te voy a decir algo: Si se trata de angustia o ansiedad, lo más que puede pasarte físicamente hablando es perder la conciencia unos segundos, sin embargo, lo que lo hace incontrolable es, precisamente, querer mantener el control. Y aquí entra este virus. Nos hace perder el control de nuestra vida y nos mantiene a raya para, forzosamente, estar con nosotros mismos y con aquellas personas, que podemos amar pero que, al no estar las 24 horas juntos, pueden despertarnos emociones que están ahí pero que, con la cotidianidad, no nos damos cuenta; o que dejamos de ver porque involucra resolver y no, ahora no, mejor después. Ahí está un punto de esta llamada crisis.

Por otro lado, la ansiedad es un llamado del cuerpo para que le hagamos caso a su mensaje, nos está diciendo: «oye, préstame un poco de atención, veme y escúchame»,  pero nosotros hemos pasado de largo, y situaciones como  las que actualmente vivimos, nos lo ponen enfrente.

¿Qué ayuda entonces?

Antes de que venga la ansiedad, pregúntate:

¿Qué estoy haciendo de más en mi vida?

¿Qué estoy haciendo de menos en mi vida?

¿Qué estoy volviendo a hacer que viene esta ansiedad a decírmelo?

¿Qué quisiera hacer distinto pero no me lo permito?

¿Qué quiero seguir ganando con tal de no perder?

 

Esto DEBE ser antes de los síntomas físicos, porque cuando éstos se presentan, lo más sano es dejarlos sentir. Como si tuvieras un muy buen amigo borracho al que quieres mucho pero que te jode en la madrugada para que le hagas un paro. No lo rechaces porque se va a poner loco y va a despertar a todo el vecindario. Entonces, ábrele la puerta y escúchalo un rato, préstale atención. Sólo va a estar un rato y se va a ir para dejarte en paz porque alguien ya le hizo un poco de caso. Sólo que el buen amigo no es otro más que tú que no te haces caso por andar allá afuera viendo quién te quiere y quién te da lo que tú no te has dado… ¡Zaz!

Una alternativa es llamar a tu ansiedad en una hora específica del día… ¡No te rías! No es broma, es una técnica sumamente exitosa porque va a lo que la mente no espera. Es decir, la ansiedad no va a ti, sino que tú vas a ella.

¿Cómo?

Elige una hora del día, sobre todo, para aquéllos que están en su casa sin salir a trabajar. Una hora que no puede cambiar por nada del mundo. ¿Ya la elegiste? Ok, entonces cierra tu ojos y pon en tu cabeza esas sensaciones que trae consigo la ansiedad. Trata durante ese tiempo de sentir la ansiedad, oblígala a venir a ti para que no te ande correteando cuando se le pegue la gana.

Una alternativa más, tanto para la ansiedad como para los pensamientos recurrentes u obsesivos: escríbelos en un cuaderno. Tal como vengan a tu cabeza. Sin cortapisas. Nadie más que tú los va a leer.

¿De qué se trata esto?

De hacerlos salir de nuestra cabeza que es donde hacen la jugarreta principal para luego pasar al cuerpo en forma de ansiedad. La relación mente-mano- escritura, permiten una conexión que genera una sensación de salida, posibilitando con ello una analogía como la de una olla express cuando la válvula permite que el vapor salga para que la tapa no estalle. Es más o menos así como funciona la escritura de los pensamientos.

Finalmente, dormir mucho, estar más cansado que de costumbre o comer de más, es una respuesta corporal ante lo que la mente lee como amenaza. Entonces hay que guardar reservas para lo que venga. Ese es más o menos el mensaje que se asoma.

En ese sentido, lo que estás haciendo es llenarte de comida y no de amor, o te estás tapando la boca para no decir lo que piensas. Por ello es que, si quieres comer menos, empieza a decir más, a abrazarte más, a darte un lugar en tu vida, a escucharte más, a ver más por ti y menos por los demás (recuerda que nadie da lo que no se da). Y haz ejercicio…¡ Que estoy en mi casa!, ajá, ya lo sé, pero no hay pretextos. Lo mismo aplica para el dormir mucho o estar cansado…

Imagina por un momento que el que está cansado es un pequeño o una pequeña. ¿Qué harías? ¿Le regañarías, lo correrías, le pegarías? A lo mejor lo que necesita es un poco de atención, de ternura y apoyo, ¿no?

Ante todo este tema, se vale tener temor pero lo que no se vale es no reconocerlo. Hacerte el o la fuerte lo único que ocasionará es que tu parte débil o vulnerable se presenten de formas sorpresivas, perversas o exageradas.

Lo que está sucediendo en lo macro, sucede en lo micro. Con el virus COVID 19 se ve el caos, la desorganización, el descontrol, porque eso mismo pasa en nuestro mundo, que somos nosotros mismos. Así que recuerda que ninguna respuesta corporal o mental son malas per se. Vienen con un gran mensaje para ti. Ojalá te des la oportunidad de saber cuál es. Y por supuesto, esto no es magia, cuidarte y protegerte sin paranoia de por medio, contribuirá a que lo sigas haciendo aún después de esta contigencia sanitaria, no sólo lávandote las manos y estornudando con el codo hacia  arriba, sino emocionalmente.

Ante cualquier situación con la que sientas no poder, recuerda que hay ayuda profesional en línea para que no tengas que salir de casa y también servicios gratuitos como Locatel.

Recuerda que esto también pasará.♣

Sino creo en mí…

«No vas a poder»

«No lo vas a lograr»

«¿Quién te dijo que será para ti?»

«Es demasiado para ti. No lo conseguirás.»

«¡Uy, esa persona nunca te va a hacer caso!»

¿Se te hacen conocidas estas frases?… ¿Han resonado en algún momento en tu cabeza?

Las personas actuamos de acuerdo a lo que realmente creemos, sobre todo, a lo que creemos de nosotros mismos. Podemos ir por la vida «presumiendo» de autosuficiencia, de seguridad, de valentía y fuerza; sin embargo, si todas estas características no están basadas en la autenticidad y la honestidad, es difícil que se sostengan.

Cuando somos niños, escuchamos y vemos hasta lo que no nos dicen los adultos a nuestro alrededor. Para eso son los sentidos. Alguien puede venir y decirnos: «¡qué inteligente eres!, y sentir que nos están mintiendo. Todas esas sensaciones, emociones, conductas, comportamientos y palabras; van detrás nuestro a lo largo de nuestra vida y es así cómo será nuestra forma de actuar cuando seamos adultos.

Si lo que nos «trajimos» fueron frases lapidarias como las que encabezan este texto, se meterán tan dentro, que de forma automática producirán conductas en detrimento de nuestra persona. Es decir, estos pensamientos se vuelven dogmas que nos hacen lograr o no lo que deseamos.

Por ejemplo, si te la pasabas estudie y estudie; y lo que recibías era: «¿Para qué tanto te esfuerzas? ¡De todos modos eres un burro!», dicha frase- si no es actualizada- rondará posiblemente a lo largo de tu vida adulta haciendo que hagas lo que hagas, no logres sobresalir o alcanzar un mejor puesto, o estabilidad laboral; o que no seas considerado para otras funciones, entre otras. Es decir, la «fuerza» de dichos dogmas arrastrará todo lo que esté a su paso si no ponemos un alto para modificarlas y colocar en su lugar, a otras que ahora sí nos sirvan para alcanzar una meta, para concluir una tarea o para iniciar un nuevo proyecto.

Todo ello recae en que nuestra autoestima, seguridad y confianza; se verán mermadas, supeditadas a lo que los dogmas les indiquen y éstas no podrán luchar contra aquello que nos viene de mucho tiempo atrás, incluso, que ni siquiera nos fue dicho a nosotros o no nos correspondería, sino que, muchas veces, llegamos a ser representantes de aquellos con los que nuestros padres o las personas que fungieron como tal, tengan asuntos aún por resolver.

¿Cómo modificamos esto? Haciendo una lista de todas aquellas frases- verbalizadas o no- que creamos que nos enseñaron, nos transmitieron o que determinan aún nuestra vida. Ponlas así como lleguen a tu mente y coloca una P si se la atribuyes a tu lado paterno y una M si consideras que viene del lado materno.

Una vez hecho esto, di cada frase en voz alta y deja que resuene en tu interior. ¿Qué se siente? ¿Aún aplica hoy en día en tu vida? ¿Para qué te ha servido? ¿Cómo la modificarías para sentirte mejor contigo mismo? Por ejemplo: si la frase original es: «No eres suficiente para que un hombre se case contigo», no te sirve. Si la cambias por: «Soy suficiente para mí y eso es lo más importante. Si un hombre ve lo mismo que yo veo en mí, quizá suceda algo entre él y yo. Sino, yo sigo mi vida»… Es decir, que transformes el sentido de la frase, que acomodes y muevas palabras para que la intención sea diferente al que ha «servido» por mucho tiempo. No necesitas que te sigan ofendiendo o lastimando, ya de esto haz tenido suficiente. Ahora se trata de que que haya frases distintas en tu día a día. Todas aquéllas que te hagan sentir y actuar en beneficio de ti mismo.

Creer en uno es una decisión, no un permiso que alguien puede darnos. Cambia el rumbo. Está en tus manos…, o en las de algún profesional que te ayude a ver tus propios recursos, aquéllos con los que un día construyas tu autoestima y tu seguridad; y así empieces a vivir las consecuencias de, ahora sí, creer en ti.

 

El sentido de la Navidad

Llega el periodo del año en el que unos corren hacia ella y otros, ponen pies en polvorosa: La Navidad.

No todas las personas sentimos época como un sinónimo de felicidad. Se agolpan en nuestro interior sensaciones de tristeza, desasosiego, melancolía, angustia y desesperanza… ¡Y no estamos como para festejar algo!

Nos han educado para convivir y responder a etiquetas sociales que, en muchas de las ocasiones, nos imponen una imagen tal como si fuera un uniforme que debemos portar con tal de ser aceptados, llevándonos entre las patas nuestras verdaderas emociones y pensamientos. «Los que importan son los otros», parece que escuchamos una y otra vez. Y entonces, hay que convivir, comprar, adornar, adquirir, sonreír, felicitar, abrazar…, y lo que en realidad deseamos es estar solos en casa, acostarse en la cama, envolverse en una cobija y dormir. O no contestar el teléfono ni aceptar ninguna reunión porque, al final del año, lo que queremos es estar con nosotros mismos…

Quizá de manera inconsciente, buscamos un tiempo fuera. Un espacio donde estar solamente con nosotros mismos. Muchos no lo saben, pero el año que viene puede generar en la gente angustia y miedo y, en muchas ocasiones, se busca un refugio en el que encerrarse por  unos días para sentir vívidamente esas emociones que ante tanta lucecita y esfera, no es posible expresar.

Como todo lo que hacemos en la vida, si se lleva al extremo, puede ocasionarnos alguna problemática. Es decir, que si este encierro lo hacemos ante cualquier situación complicada en nuestra vida, sin cambiar el rumbo o hacer algo diferente, la herramienta de «estar con uno mismo», ya no funciona, pues entonces se convierte en una evasión o escape permanente. Es similar a la hibernación de los osos: la realizan para guardar la energía en su cuerpo debido a la falta de alimento por el invierno, sin embargo, pasando éste, la actividad vuelve y ellos se revitalizan pues se guardaron por un tiempo…

Sería importante que las personas nos diéramos chance de un tiempo fuera para reconectarnos, para reestructurar, recapacitar; analizar nuestra situación personal y posibilitar nuevos escenarios de acción. Recuperar energías y hacer un balance de lo hecho, de lo que hace falta por hacer; así como de agradecerse y reconfortarse.

Rechazar lo que sentimos y tomar una actitud grinch, hará que las verdaderas emociones salgan de forma exagerada, perversa o explosiva. En su lugar, puedo considerar darme un par de días sólo para sentir lo que en realidad siento, dándome esa oportunidad y hacer lo posible para que los demás lo respeten.

Sugiero estos puntos:

  1. Si sólo tienes los días feriados de ley, te propongo hacer una lista de canciones que te hagan sentir reconfortado, tranquilo, a gusto contigo; y las descargues en tu celular para que, de regreso del trabajo o al final de tu jornada diaria, puedas escucharla mientras piensas en todo este año: qué ha traído, que has aprendido, qué dejaste de hacer y de qué te darías las gracias… ¿Con el tiempo limitado?… ¿Por qué no pruebas en el transporte público o mientras te bañas?
  2. Si tienes vacaciones, toma uno o dos días para ti. No necesitas las 24 horas. Sólo un par de horas cada día. Toma un cuaderno y escribe lo que venga a ti con respecto a este año. Haz un ejercicio de reflexión en el que pienses qué le dirías a un buen amigo si te preguntara tu opinión sobre el año que comienza su recta final. ¿Qué esperas? ¿Qué dejaste pasar? ¿Qué hubo más: experiencias negativas o positivas?
  3. Intenta manifestar, por ejemplo, a través de una carta dirigida a la familia con la que vivas, cuál es tu situación emocional actual y que necesitas tomarte un tiempo contigo mismo. Diles que es muy importante que te lo concedan para que vuelvas a ser esa persona que ellos conocen. Que te den chance un rato.
  4. ¡Haz maletas y vete! Y no es necesario que te muevas físicamente. No importa que te quedes en tu casa. Viaja a través de la mente y la imaginación. Recuerda que lo importante es sentir que te das ese espacio para estar contigo a pesar de que el resto del mundo se encuentre poniendo el arbolito de Navidad o preparando el ponche.
  5. Recuerda que la Navidad marca el comienzo de las 12 noches más largas del año, hasta el 6 de enero, fecha en la que la luz, el sol, renace para recordarnos que la oscuridad no permanece para siempre. Sino que, invariablemente, termina para dar origen a un nuevo año de crecimiento y renovación de la naturaleza. (https://www.gabinetedepsicologia-mm.com/2015/12/23/el-verdadero-significado-de-la-navidad/)

Así que date un espacio para un nuevo renacimiento aunque los demás te «exijan» cumplir con los intercambios, los brindis y romper la piñata. Regálate un tiempo para ti y deja de odiar la Navidad. Entiende que no todos desean lo mismo que tú.

Por cierto: ¡Feliz Na..cimiento! 

El arte de decir que no

Estás cansad@ porque hoy fue un día pesado en la oficina. Llegas a casa y tu pareja te dice que hagas la cena mientras él/ella dobla la ropa que se lavó ayer. Hacia dentro te dices que no quieres hacerlo en este momento, que lo que quieres es tirarte en el sofá por 10 minutos; pero lo que de tu voz sale es: «Sí, está bien. ¿Qué te preparo?».

No te llevas bien con tu familia política y el próximo sábado es cumpleaños de tu suegro. Él siempre ha sido grosero contigo y no le caes bien. Van a hacer una comida porque cumple 80 años. No quieres ir, eso es un hecho. Cuando tu pareja te pregunta qué vas a vestir ese día, tú quieres decirle que no piensas ir porque ese señor nunca te ha respetado, pero le respondes que ya te compraste ropa nueva para ese día.

Tu jefe te pide, por tercera vez en esta semana, que te quedes a sacar un trabajo que le pidieron a él. Te dice que tú eres él único que le puede ayudar y que, cuando vengan los aumentos, serás el primero al que se lo dará. Tú sabes que sino hizo este trabajo fue porque todas las tardes después de la comida, se la pasa jugando en su computadora, pero te cae bien y le contestas en tono de broma, antes de ponerte a trabajar a las 8 de la noche, que  entonces quieres ¡el 50% de aumento!

Podríamos enumerar distintas formas en que no podemos decir que NO. ¿Por qué es tan difícil?

Partamos de algo: Por varias generaciones, en México se nos ha educado  que si decimos que NO, somos groseros, mal educados, altaneros, creídos, egoístas, mamones, etc. Y nadie quiere ese lugar porque es mal visto, no considerado, no reconocido de forma positiva; y entonces, ¡no importa!, ya luego yo lo hago…, después veo cómo…, total, ya después yo…, nos ponemos al final porque primero es el otro.

¿Qué hay en el otro? Todo aquello que no vemos y hacemos por nosotros.

Si digo que NO, «me deja de querer, me deja de ver, me deja de reconocer, me deja de considerar, me deja de lado…». Y no quiero que eso pase. Entonces, ¿qué me cuesta decir que sí?… Te cuesta darte a respetar, que tus necesidades siempre queden por detrás de las de los demás, hacer felices a los otros a tu propia costa, que gastes energía necesaria para ti en algo que quieras hacer por llevarlo a cabo para los otros.

Tenía un maestro que cuando le preguntaban los alumnos si había chance de entregar el trabajo más tarde u otro día, él sólo decía NO y se quedaba callado. Los alumnos se reían, bromeaban con él y le respondían: «¡ay, qué grosero es usted!», y él sólo contestaba: «No soy grosero, soy asertivo». Y en efecto, la primera reacción ante un ROTUNDO, CONTUNDENTE Y CLARO NO, es que la persona es todo menos afirmativa y defensora de su derecho.

Decir NO es una parte activa de nuestra autoestima y con ello, de nuestra seguridad como individuos. Si colocas tus deseos, necesidades, ideas, planes; detrás de las de los demás, es posible que tu autoestima sea endeble porque lo que tú consideras de ti mismo no es suficiente y por eso se «tiene» que «validar» con lo que hagan, piensen o digan de ti los otros. Si yo no me siento valiosa para mi misma y acompaño a mi tía Juanita todos los fines de semana para que no esté sola, el resto de mi familia dirá que soy buena, linda, amable; una excelente sobrina y eso «me bastará» para sentir que sí soy valiosa porque el resto  de la gente me lo hace saber. Claro está que cuando ya no quiera ir a la casa de la tía Juanita porque tengo cosas más importante que hacer, dejaré de ser la buena y pasaré a ser la mala del cuento, contando con que lo valiosa  que era se esfumará como por arte de magia.

Lo anterior puede afectarme sobremanera y regresaré tan rápido como pueda a mi anterior conducta porque hay una ganancia que no quiero perder, pero si yo refuerzo mi autoestima, comienzo un trabajo personal para incrementar mi seguridad y mi valor por mi mismo, entonces podré sostener con mayor facilidad mis NO, porque sabré el precio que debo pagar por esas ganancias que obtengo al ser lo que los demás desean. ¿Cómo le hago?

  1. Reajustando los aprendizajes. ¿Cuáles son las ideas que consideras sobre hacer ver tus ideas? ¿Qué piensas de la gente que defiende sus derechos? ¿Qué te enseñaron sobre mostrar tu desacuerdo sobre algo? Si aprendiste cuando eras pequeño que era mal visto decir que querías Coca Cola en lugar de la Manzanita Sol cuando te ofrecían un refresco, entonces ha llegado el momento de separarte de esa persona porque ese pequeño ya es ahora un adulto y este adulto ya puede decir que no.
  2. Observando. Dónde y con quién es más posible que no puedas decir que no. ¿Qué representa esa persona para ti: autoridad, admiración? ¿Qué sientes por esa persona: miedo, tristeza, lástima, envidia…? ¿Y a quién se parece más esa persona: a tu papá o a tu mamá?  Las representaciones juegan un papel crucial porque en muchas ocasiones, le ponemos un disfraz a las personas para continuar haciendo lo mismo que hacíamos cuando éramos pequeños.
  3. Trabajar tu autoestima. Que te veas desde tus ojos de adulto y no de niño. Que te coloques desde un adulto sincero y autónomo, que es capaz de ver lo difícil que la tuvo que pasar ese pequeño para que lo quisieran y lo vieran. Ahora ya no es necesario porque ya te tiene a ti para que le haga saber que es responsable, agradable, dicharachero, entusiasta, preguntón; y que ninguna de esas características es negativa. Simplemente es así y así está bien.
  4. Practicar. Nada puede ser parte de nosotros sino lo practicamos. Por ello, hay que hacer ejercicios para facilitar nuestros NO. Si vas a comer algo a un restaurante y en lugar de traerte la pechuga asada, te la traen empanizada, di NO, yo la pedí asada. Si te dan el café con leche y tú lo querías con crema, di NO. Si tu amiga te pide que le prestes tu vestido favorito, di NO. Si te dejan cuidando a tus sobrinos, di NO…
  5. Revisa. Hay que ver cuáles han sido las ganancias de tus SÍ, para que veas que no has querido perder para seguir ganando de los demás. Si es aprecio, comienza a apreciarte un poco más cada día. Si es un cariño, hazte esos cariños todos los días. Si es que te han reconocido, comienza a hacerlo tú mismo. Nada que no nos demos, nos podrá ser dados, recuérdalo.

 

Amar no es lo mismo que amarse

Hay un libro que hace años fue un best seller, Mujeres que aman demasiado, se llama. En éste, se habla sobre las diversas conductas y manifestaciones que las mujeres llevan a cabo en nombre del amor. Un amor que, sin duda, no es funcional ni saludable, pero lo hemos entendido así, sobretodo, por nuestras carencias no atendidas con las primeras figuras de nuestra vida, que son papá y mamá.

No, no vamos a echarle la culpa a ellos, los que están en sus casas, sus trabajos o el cementerio. No. Se trata de aquello que aprendimos en la observación, en la cotidianidad de nuestra historia de vida, en el día a día; y que, de manera simbólica, esos padres siguen ejerciendo su influencia porque están dentro de nosotros mismos. Y es con ellos que nos formamos nuestra idea de pareja.

En el caso de las mujeres, cómo haya sido nuestra relación con ese padre -aun ausente, por la relevancia de la herencia emocional-, se formará en nuestro interior lo que iremos buscando en las parejas con las que vayamos estableciendo relaciones amorosas. Si no nos reconocieron, no nos dieron un lugar, nos humillaron, nos trataron bien, nos consintieron; nos abandonaron, nos dieron de más o de menos…, todo esos elementos harán una mezcla que, a su vez, formará un «modelo«, que iremos acomodando a los hombres o mujeres con los que nos vinculemos.

¿Qué problema hay con esto?

Que eso que no nos dieron, en lugar de dárnoslo a nosotras mismas, se lo vamos a ir demandando a esas parejas, exigiéndoles como niñas pequeñas que nos vean, que nos escuchen, que nos apoyen o que nos consuelen, porque, precisamente a esa niña que fuiste le hizo falta. No te has dado cuenta que ya ERES una adulta que puede. No. DEBE dárselo, a ella como adulta y a esa niña que lo sigue esperando… Como una maestra me enseñó: «Ser tu propia hija y tu propia madre», porque sino, se seguirá reproduciendo esa misma historia: No me lo dieron- Ahora yo lo doy para que me lo den-No lo logro y no me lo dan-.

Actualmente, las dinámicas familiares, la sociedad y el contexto han cambiado. Sin embargo, pareciera que el autoestima de las personas (incluyo a hombres y mujeres) está supeditado a lo que el otro piense o sienta de ti. No está formado sobre la generación de tu propia concepción porque sigues «esperando» que el otro te ayude a hacerlo. Y lo poco que te da, con eso te quedas, ya que lo diferente representa un gran esfuerzo, y casi nadie quiere dejar sus ganancias secundarias que obtiene de relaciones lastimosas, enojosas, sin sentido, insalubres, violentas, insatisfactorias. Todo mundo quiere una «bonita relación», pero pocos, muy pocos, están dispuestos a hacer el trabajo correspondiente para lograrlo… Incluso porque, y si dejan de sufrir, ¿qué va a ser de ellos?

Por ello, no te escondas ante tu autoestima esté como esté. Dale un lugar, hazle un espacio para que pueda verse, escucharse, tocarse; y con ello, si es nulo o poco, empieces a hacer lo que nunca has hecho por ti: comenzar la preparación para un amarte auténtico, real, desde ti y para ti. Nadie lo va a ser por ti, nadie te va a dar lo que no te des. Eso sí, cuando lo logres, tu campo de visión se ampliará e identificarás a más personas como tú y ahí elegirás a una persona más parecida a ti.

Atrévete a estar en una relación saludable, libre, vital, donde puedas ser tú sin vergüenza, sin menosprecio, sin limitaciones.

Ya sabes: nunca es tarde para regresar a la escuela a aprender… Y la vida es una gran escuela…

 

La ansiedad me corretea

Así es.

Tal cual, la ansiedad es una forma desesperada para que nos hagamos caso.

Y es precisamente lo que no deseamos: hacernos caso.

Existe una frase que afirma que las personas queremos cambiar pero al mismo tiempo, deseamos que esto no suceda porque, diría el Príncipe de la canción: «La costumbre es más fuerte que el amor», y creemos que va a estar muy complicado lograr tener una buena vida o que ahora sí voy a tener la pareja que siempre he deseado; o que deje de pelear con mi esposa o que ya no me enferme siempre de la panza cada vez que mi jefe me hace enojar…

La ansiedad es un llamado que se manifiesta en el cuerpo porque la respuesta ya la sabemos, sólo que huimos de ella cual si escapáramos del peor enemigo… Umhh, imaginemos por un momento: Estoy de novia con un hombre violento. Después de muchos intentos, terminamos y una noche, siento que me ahogo, que no puedo jalar aire y comienzo a sudar frío. Mi corazón palpita a 100 por hora y mis manos ya no responden… Me da miedo y lo peor es que no puedo pedir ayuda porque no me sale nada de voz. Gulp!, sí que estoy en un lío…

Ok. Prosigamos:

Me dejo llevar por las manifestaciones de mi cuerpo… En realidad, lo peor que me puede pasar es que me desvanezca por unos segundos. Sin embargo, me doy cuenta que sólo con este ataque de ansiedad, sentí mi corazón porque casi siempre está ocupado en sentir por los demás. También  noto a mi cuerpo cuando lo siento sudar, ya que lo traigo en chinga sudando por el placer del otro; o que pareciera que mis manos quieren asirse de algo porque yo casi siempre estoy colgada por alguien más…, aunque sea un hombre violento, o una mujer celosa, o lo que sea con lo que yo no esté satisfecho y pleno.

Es decir, la ansiedad es un llamado a verme, a escucharme, a satisfacer mis necesidades, a complementarme, a ir por lo mío, a hacer más por mí que por los demás. A hacerme presente en mi vida sin dejarle al otro mi lugar en MI vida. Es un mensaje de que está contigo todo eso que andas buscando en otra persona: el apapacho, el consuelo, la comprensión, la escucha, ser visto o reconocido. Pero no lo quieres ver, ni escuchar ni sentir.

Aprendimos que si el otro nos hace caso, ¡ya la hicimos!. He visto como adolescentes de 12 años están sumamente preocupadas por su imagen física y esto puede catalogarse como normal porque están entrando en una periodo de transición y necesitan refuerzos por todos lados, sin embargo, sino hay papás que reconozcan que lo importante no es su imagen, y sí su autovalor y su autoestima; estas adolescentes crecerán pensando que  siendo bonitas para los otros, será lo único que valga la pena llevar a cabo.

Hombres y mujeres pueden sufrir por eventos de ansiedad a lo largo de su vida. Quizá por un examen (porque si repruebo, fallo y si fallo, no valgo), por un trabajo (tengo que ser el mejor porque si no estoy al 1000%, no me darán un ascenso y entonces seré un Don Nadie y eso se llama no existir), quizá que si fulano de tal no me pela, eso será sinónimo de que soy fea y nadie quiere a las feas- según yo y mi aprendizaje-.

Si en algún momento de la vida pasas por sensaciones corporales como las que hemos mencionado, puede ser que estés viviendo un momento de ansiedad al que debas hacerle caso desde que comienzas a sentir los primeros síntomas.

Qué tal si pudieras decirte: «Aquí estoy yo contigo, conmigo a tu lado no va a pasarte nada malo. Respira tranquilo que yo no me iré de tu lado». O si el corazón empieza a palpitar más de prisa y sientes que la respiración se te va: «Bien, tú sabes que ha sido difícil dejar ir a Juanito, pero ahora tú y yo estamos juntas para salir adelante. Yo sí quiero estar contigo y vamos a hacer que este corazón lata normalmente… A la una…, (respiras profundamente)… a las dos…, (otra vez respiras)…, ¡a las tres!».

No temas a lo que tu cuerpo venga a decirte a través de la ansiedad. Al contrario, dale la bienvenida porque  XXXXXXX (aquí di tu nombre en voz alta) está contigo y quiere que la sientes cerca de ti. Es tu salvaguardia y tu mejor compañía.

Si necesitas ayuda con tus problemas de ansiedad, la terapia psicológica puede ser una alternativa para resolverlos. Recuerda siempre acudir con un profesional en la materia.

Hartos de todo

… Pero no hacemos nada…

Nos lamentamos, nos quejamos, nos llenamos de miedos; pero no hacemos nada diferente para lograr lo que deseamos. Somos los reyes del boicoteo y de quedarnos en el mismo lugar… Quizá porque nos da miedo «perder» la comodidad del sufrimiento. Hacer una buena vida es un reto y muchos no lo queremos, corrijo, pensamos que no lo podemos hacer.

¿Por qué cuesta tanto trabajo el cambio?… Porque lo hemos concebido como un acto de magia más que como un acto cotidiano, un día a día.

Tenemos una mala relación de pareja y pensamos que sólo con decir «lo siento», no va a volver a suceder y no, no es así. Los problemas de pareja muchas veces tienen que ver con asuntos no resueltos con las primeras figuras con las que convivimos que son nuestros padres. Asuntos no resueltos con esa relación pueden estar impactando en nuestra pareja actual o en la forma en la que nos relacionamos amorosamente. Sino vamos de nuevo a ver en dónde surgió y con quién surgió el problema, dicha situación, patrón o forma, pueden seguirse presentando indefinidamente…

Pero no todos quieren «regresar» el tiempo y volver a vivir lo que en muchos casos escucho esta frase: «ya no vale la pena remover el pasado», y por dicha razón es que seguimos manejando problemas con características similares a esos eventos en lo que nuestros padres participaron.

De acuerdo. Ya no somos unos niños y debemos actuar como adultos. Sí, siempre y cuando no les debamos nada a esos niños o adolescentes que alguna vez fuimos.  ¿Te has puesto a pensar si ellos aún necesitan lo que no les dieron: un abrazo, una disculpa, una mirada, un respeto, una presencia positiva, tomar de su mano…?

Vamos a un trabajo en el que no avanzamos, no destacamos, no nos pagan lo que necesitamos; y lo peor, no creemos ser suficientes y por ello, nos matamos trabajando para que nos vean y nos reconozcan. Y dejamos de descansar, de comer, de convivir con nuestra familia y hasta nos olvidamos de nuestros gustos y aficiones. Todo por un trabajo mal pagado en el que, a fuerza, queremos seguir perteneciendo. ¿Por qué? Porque posiblemente signifique este trabajo el encuentro sin éxito del reconocimiento que papá o mamá no dieron y que, de eso se trata la terapia, ese niño pueda reclamar a esos padres que anda cargando todos los días y que no lo dejan vivir en paz, para que crezca finalmente el adulto dándose todo aquello que no supieron darle. Sin embargo, una vez más, nos aferráremos a seguirlo pidiendo al jefe, al director, a la compañía…

En mi experiencia personal y profesional, los problemas un día se te presentan de frente para decirte qué es lo que debes hacer para solucionarlos, pero esto implica responsabilidad, disciplina y compromiso con nosotros mismos: nuestras emociones, nuestros recuerdos, nuestros miedos y nuestros recursos para salir adelante. Y ahí radica la diferencia: Habemos personas que sentimos que ya hemos sufrido lo suficiente como para volver a sufrir, pero eso es una creencia errónea. El cambio sí es doloroso porque nos saca de nuestra zona conocida y nos ubica en un terrenos que da miedo, desconfianza e inseguridad. Y precisamente ir hacia este lugar es lo que nos dará, al final, la resolución de nuestros problemas desde su raíz, y no como simples recetas de cocina.

Ir al fondo de los problemas implica un entrenamiento de vida, del día a día, en el que, claro que no siempre hay ganas o firmeza, pero al otro uno se recupera y sigue hasta que alcanza lo que necesita para ser libre, pleno, feliz. Y ahí está la diferencia con el acto de magia que muchos esperan. El cambio es notorio con el tiempo, no en la inmediatez, al menos el cambio profundo y el que vale la pena.

Así que intenta hacer este ejercicio: piensa en un suceso que te haya impactado de niño y trata de recordar lo que sentiste en ese momento… ¿Qué te hubiera ayudado: un abrazo, una palabra dulce, un beso suave, que te defendiera alguien, que alguien te hubiera dicho: «todo va a estar bien»…?¿ No es algo que aún hoy te haga falta en ocasiones donde has sentido lo mismo que ese momento en tu infancia?

Ojalá que puedas darle a ese niño o niña lo que aún hoy demanda.

Muero de amor

Literal.

Las parejas actualmente, sobretodo, las formadas por personas de menos de 30 años, mueren de amor cuando una relación se termina. Deja de tener sentido la existencia y se olvida alimento, trabajo, familia, amigos.

Nos hemos colocado tanto en que vivir en pareja es la regla, que ya no importa quién sea, el asunto es «tener» una. Entonces, no elegimos, nos eligen, y nos ponemos lentes oscuros para no ver a la persona tal cual es, sino, como queremos que sea. El asunto es no «estar solo». Claro está que cuando pasa el tiempo, se abre el libro completo y llegamos a la parte truculenta, la que ya no nos gusta o nos aburre, nos molesta o nos exaspera.

En ese sentido, hay que decir que la parte que selecciona al individuo con quien nos vamos a relacionar es la parte de la «falta». Me explico: todos en algún momento de nuestra infancia somos un rompecabezas completo, no nos falta ninguna pieza. Al ir creciendo, adquiriendo experiencias y vivenciando sucesos, vamos «perdiendo» algunas de esas piezas. Algunas o muchas pero al final, no nos damos cuenta que a nuestro rompecabezas de 5000 piezas, ya le hacen falta como 100. ¿Qué hacemos? Vamos viendo quien las tiene. Es como si dijéramos: ¡Ah, ya vi quien me puede prestar las piezas de la valentía, la fuerza, la comprensión, la seguridad; que se me perdieron! Y entonces, nos unimos a quien creemos que tiene todo aquéllo que yo perdí.

Y vamos muy orondos presumiendo: «Miren, les presento a mi fuerza, mi valor, mi seguridad…». Pero no es así.

Todo eso que vemos en las personas con las que nos relacionamos románticamente, y que al principio sólo alcanzamos a ver «lo bueno», todo eso es nuestro. Siempre lo hemos tenido pero es más fácil verlo en los otros que en uno mismo.

Cuando yo llego a preguntar quién es la persona más importante en sus vidas, la respuesta es mamá, papá, pareja, hijos; pero nunca responden: YO MISMO. Es como si ponernos en primer lugar de nuestra vida fuera algo malo o negativo. De más está decir que cuando les pregunto quién se abraza diariamente a si mismo, las plantas rodadoras del desierto comienzan a pasar…

Entonces, si para alguien la persona más importante de su vida es el otro, suena lógico que le coloque a ésta todas aquellas características que no ve en sí mismo pero que la fuerza del tiempo y la convivencia harán que se asomen con fuerza para hacerle entender que no es solamente el otro quien las carga.

Cuando se termina una relación, se siente y se piensa que la otra persona se lleva todo y nos deja vacíos. Sí, porque le regalamos lo que, desde un inicio, es nuestro. Y nos aferramos a creer que tiene que regresar para volvérnoslo a dar. Nos angustiamos, nos enojamos, nos desesperamos; no podemos dormir ni comer ni estar en paz. Hay una voz que nos dice: «¡aquí estoy, aquí está todo lo que te hace falta!», pero nada… Pasamos de largo ante ella porque no hemos reconocido que es nuestra.

Y esa voz se va a empezar a manifestar corporalmente a través de la ansiedad. ¿Por qué? Porque la ansiedad es un llamado a vernos, escucharnos, sentirnos, tocarnos, olernos y hasta saborearnos simbólica y emocionalmente. Sin embargo, a muchos no les importara porque van a seguir buscando en el otro lo que no se han dado a si mismos.

Y he visto la desesperación, la angustia y el enojo porque la otra persona vuelva para colocarnos nuevamente las piezas del rompecabezas y sentirnos «completos». Una manera muy endeble de procurarnos entonces la fuerza, la seguridad y el valor que no hemos procurado para nuestra vida.

Si continuamos otorgando nuestro ser al otro, nos vamos a quedar sin nada y si nos convertimos en nada, nos invilizáremos de tal forma, que no existiremos para nadie…, ni para nosotros mismos.

Y es curioso, en la canción de Miguel Bosé dice: «Morir de amor es quedarte sin tu luz, es perderte en un momento». Y quizá llegue alguien a darnos luz pero no será más que esporádico o momentáneo que esa luz nos alumbre porque no habremos entendido nada…

Vaya, quien diría que Miguel Bosé tendría la razón…

Crédito foto:  Ryoji Iwata

 

Las redes sociales y el amor

O el amor en los tiempos de pantallas y aplicaciones…

En ambos casos, el título parece que anuncia una realidad cada vez más constante y con ganas de quedarse para siempre sino nos ponemos un alto.

¿A qué me refiero?

Echen ojo:

«Tomé su celular cuando se paró a recibir la comida que habíamos encargado. Ahí fue donde vi que se mensajeaba con una mujer. Eran mensajes muy subidos de color, como que ambos se coqueteaban. Cuando regresó, le reclamé y lo negó todo. Se molestó porque había revisado su celular y eso me encabronó más porque a leguas se notaba que me estaba ocultando la verdad…»

«Ya no éramos novios pero habíamos quedado en ser amigos, así que nos seguíamos  en Facebook e Instagram. Un día vi que le daba muchos like a una tipa horrenda y me dio mucho coraje porque a mí me había dicho que no le interesaba nadie. Hice un perfil falso para que ella me aceptará, me hice pasar por hombre y comencé a mandarle mensajes por messenger para luego capturar las pantallas y mandárselas a mi ex. ¿Para qué? Para que vea a su zorra coqueteando con otro y la deje…»

«Yo le dije que nos tuviéramos confianza y que no debía haber secretos entre nosotros, por lo que tenemos las contraseñas del celular del otro y de las redes sociales. Ella sabe lo que yo hago y yo sé con quien charla y quienes son sus contactos… No es por nada pero nos ha servido bastante porque así no hay chance para ponernos el cuerno…»

Los ejemplos anteriores son una situación cada vez más común en la vida de las parejas de hoy en día, sin importar edad o nivel académico o económico en el que se manejen. Es decir, no excluye a nadie porque se relaciona más con faltas en nuestros primeros años que vamos solicitando a nuestras parejas que las satisfagan. De hecho, puede presentarse que ante una figura paterna (en el caso de las mujeres) o materna (para los hombres) intermitente, escasa presencialmente hablando, o bien, fría o violenta; nuestra búsqueda encuentre a personas que también no estén del todo con nosotros. Una manera de repetir la historia de nuestra vida.

La zona conocida se convierte entonces en nuestra cotidianidad,  por lo que no es percibida con claridad. Puede molestar o doler pero eso no es suficiente para moverse de ese lugar, ya que eso «hemos aprendido»: a esperar, a desconfiar, a imaginar escenarios catastróficos y a obtener las migajas que «merece» nuestra poca autoestima.

Si bien la tecnología ha permitido el acercamiento con nuevas personas o el facilitar la comunicación, le hemos concedido todo el poder a un mensaje interpretándolo de acuerdo a lo que nos convenga– pero esta conveniencia deviene de un contexto personal, de acontecimientos vividos y que hemos integrado en nuestro interior para generar una perspectiva individual- así que si la historia nos dice que nos van a fallar, que se van a ir, que no somos suficientes; eso es lo que estaremos construyendo sino aprendemos de las experiencias para salir de esos patrones que nos tienen en relaciones tóxicas, poco saludables o llenas de dolor.

Por otro lado, hay un verbo que se ha traducido al español como «estalquear», derivado del inglés «to stalk» (espiar), que, de acuerdo al portal http://www.concepto.de, se trata de:

Una forma de acoso o espionaje tecnológico, que usualmente se da en el entorno novedoso de las redes sociales y el Internet. En líneas generales, este término se usa para referir a una conducta obsesiva, insistente, empeñada en averiguar lo más posible de una persona(usualmente una antigua pareja o un rival afectivo) a través de sus cuentas en redes sociales, sobre todo las que contienen datos personales: fotografías, mensajes, etc., tales como Facebook, Instagram, etc., dedicando a ello gran cantidad de tiempo y atención.

Fuente: https://concepto.de/stalkear/#ixzz5pFDn2chE

Este acoso se confunde con la necesidad de saber del otro porque se nos ha enseñado que el otro es más importante que uno mismo. Suena a clases de pensamiento positivo, pero sin nosotros no existiríamos. ¿Lo mismo sucedería si los demás se van de nuestra vida?

No es exagerado considerar que ante un bajo nivel de tolerancia a la frustración, los chavos de menos de 20 (y acá entre nos, de 30, 40, 50 y más) intenten por todos los medios asegurar que sus parejas van a estar ahí por siempre, ya que, de no ser así, la vida se acaba. Y en algunos casos es así.

¿Qué hacer?

  1. Aprender a confiar en uno mismo. Falta creer en que uno es más importante que el otro. Entender que si yo me doy eso que tanto busco que el otro me lo dé, no intentaré desesperadamente que se quede a mi lado.
  2. Incrementar nuestro autoestima. Hacer más acciones en beneficio de uno mismo. El tiempo que ocupamos en estalquear, utilizarlo en esos proyectos o deseos que, vistos a futuro, serían importantes para sentirnos felices. Si nos imponemos a nuestros deseos, el tiempo no se ocupará en saber dónde o con quién está la pareja. Y si eso sucede, estaremos tan ocupados en nuestro bienestar, que se nos pasará pronto.
  3. Conocer nuestra historia personal para no repetirla. Los patrones o modelos de comportamiento de nuestras familias de origen (tanto del lado materno como paterno) nos pueden dar mucha información para completar el rompecabezas de nuestra existencia. Puede ser que desde la bisabuela, las mujeres «tengan» que perseguir a los hombres, o que el abuelo haya dejado como mensaje a los hombres de su familia que «nunca» haya que confiar en las mujeres. Pedir información da la posibilidad de evitar seguir esos mensajes otra generación más.
  4. Ponerte al frente de tu vida. Haz una lista de que cosas han hecho esas parejas por ti, que te han dado, y luego revisa que de todo eso tú te das a ti mismo. Cambia la lista y ponla de tu lado porque, al final, nadie hará por ti lo que no hagas por ti mismo.
  5. Ve al encuentro de ayuda profesional. Una vida no se cambia de la noche a la mañana pero, ¿no te gustaría dejar de sufrir y acongojarte en tus relaciones de pareja? ¿No sería bueno que salieras a la calle sin que esos pensamientos de desconfianza te dominen? O sentir que no necesitas seguir a nadie a todos lados ni tampoco que te siga? ¿Amar confiando en ti más que en el otro? Entonces, busca un profesional para que te oriente al respecto. Hay para todos los gustos y bolsillos, sea de paso.

Acércate a una buena vida.

¡Hasta la próxima!

¿De qué tienen miedo los hombres?

Ah, pero, ¿es que los hombre tienen miedo?

Así es. Y más de los que mucha gente se imagina.

En la consulta veo cada vez más casos en los que esa idea de competir y ganar, ser exitoso y no fracasar, ser fuerte ante cualquier circunstancia, o por el contrario, esconder su gusto por el canto o las artes, limitar su capacidad para no parecer «demasiado» agresivo y evitar expresar emociones como la tristeza y el miedo; es la constante actual.

Aún seguimos viviendo en una sociedad en la que a los hombres (incluidos los millenials) les cuesta verse débiles, vulnerables, temerosos o dudosos de su fuerza, de su poder o de su economía. Muchos se esconden a través de una búsqueda constante por un cuerpo fornido, aguantan trabajos que no les gustan porque hay que rendir con el dinero, no se comprometen con alguna mujer (u hombre) porque les da terror el compromiso y la responsabilidad que esto conlleva ya que temen fracasar.

También se dan casos en los que como no se sienten capaces de alcanzar sus metas, ocultan este temor a través de aspirar demasiado para terminar haciendo nada porque es mejor simular que se está haciendo algo a decir literalmente que da miedo iniciar, continuar, avanzar o, incluso, alcanzar la meta porque entonces…, vendría otra meta más alta que tener que alcanzar.

«Sé fuerte mijito»

«Tú siempre vas a poder»

«Levántate, ándale, te están viendo todos»

«Ay, mi héroe, mi valiente, mi superman»…

O algo más o menos así:

«¡Siempre el mismo estúpido! ¿Para qué te tengo?»

«Tú eres el hombre de la casa ahora»

«¿Eres tonto o qué? ¡Órale, me vale si estás cansado!»

«Hombre que no da dinero, da lástima».

Cuando les pregunto a ellos cómo debe ser un hombre, algunos no lo saben y otros aún colocan a la fuerza y la virilidad como dos de sus principios, pero no es su propio concepto porque, si así fuera, tendrían que poner frente a ellos lo que les transmitieron sus padres (ya sea porque así lo hicieron o porque lo dejaron de hacer) cuestionarlos, ponerlos en duda e identificar si les son útiles para seguir usándolos o no. Sin embargo, sino se hace este ejercicio, se puede ir por la vida repitiendo los errores, solicitándole a los demás lo que no les dieron y haciendo todo lo posible porque les acepten y les quieran.

Ser un hombre no es tarea fácil. Construir su propia valía es un esfuerzo similar al que encuentro en las mujeres que me consultan. Ambos buscan cambiar y tener una buena vida pero, ahora las mujeres tienen a su alcance literatura, cursos, talleres, grupos de ayuda, conferencias; sobretodo, con un periodo en el que el poder femenino está tan en boga.

Al hacer una revisión en internet, el porcentaje de esta clase de acciones baja considerablemente para los hombres y creo que es hora de darle la oportunidad a ellos de recuperar su masculinidad, la que ellos aprendan por sí mismos. Es decir, que la oportunidad sea pareja tanto para las mujeres que para los hombres, que para eso llevamos todos una parte femenina y una masculina en nuestro interior. Pero esa es otra historia.

Si deseas reconstruir tu masculinidad o darle sentido a tu femineidad, ya sabes, por aquí andamos…

*Crédito foto: Cristiano Firmani

Adolescencia olvidada

Hace algunos meses, comencé a tener problemas para dormir debido al ruido provocado por unos jóvenes vecinos recién llegados al edificio donde vivo.

Después de intentar solucionar este asunto a través de llamados desde la ventana, de tapones para los oídos y de hablar con uno de ellos, me di cuenta que estaba yo más que pendiente de cualquier sonido que saliera de ese departamento, incluso, le puse un nombre: el oído espía, provocando que mi concentración estuviera enfocada en lo que hacían, en el «afuera».

No me acordaba de un suceso que, precisamente por su fuerza e impacto, pasé por alto: que lo que uno achaca al mundo externo, es un mero reflejo de lo que estamos haciendo de más o de menos -o no estamos haciendo- en nuestro mundo interior.

Y entonces la vida presenta hechos compensatorios para que podamos darnos cuenta. Si yo asumía una actitud de madre regañona con mis jóvenes vecinos, entonces mi adolescente interna que lucha contra la rigidez y el control, que busca pertenecer, que quiere libertad y ser aceptada; salía a través de una alianza con mis jóvenes pacientes. Es decir, el mundo exterior usa a las personas con las que nos relacionamos para mandarnos el mensaje de que hay algo que arreglar con partes de nosotros y que la solución no está en los demás, sino, en uno mismo.

La vida nos va ofreciendo un montón de mensajes, de respuestas y de soluciones, sólo que a veces no estamos preparados para recibirlos y tomarlos con el fin de mejorar nuestro día a día. Nos empecinamos en ver que la maldad, el desorden, el caos, lo feo, lo negativo, la perversidad; lo sucio y lo ruidoso, viene de los otros, y es allá con todas esas personas con las que nos obstinamos en solucionarlo, cuando ellos son sólo representantes de las acciones que hemos hecho de más, conductas o actitudes que hemos hecho menos o que, de plano, no nos hemos atrevido a hacer algo al respecto en nuestro fuero interno.

Y son esta clase de mensajes los que duelen en la vida adulta porque nos regresa a nuestros niños, adolescentes y jóvenes internos, con los cuales aún tenemos pendientes: vacíos que llenar, necesidades que cubrir, sueños que alcanzar, reclamos que hacer, perdones y agradecimientos que dar y que nos otorguen, para, ahora sí, poder liberarnos de espejos con los que nos vamos encontrando todos los días en casa, en la colonia, en el trabajo, con los familiares, los amigos, la pareja; el señor que nos pasó con su auto, la doñita que nos empujó en el metro o el marchante que nos quiso cobrar de más…

¿Cuál es la recomendación? Hablar con aquellas partes que nos llaman la atención para que volteemos a verlas, para que las escuchemos, las veamos y las recuperemos y no anden como almas en pena a lo largo de nuestros años a ver a qué hora les hacemos un poquito de caso… Es una deuda que muchos tenemos con una infancia dura, una adolescencia de dudas y miedos; y una primera juventud con sueños no cumplidos.

Los ruidos externos siempre serán un sinónimo del ruido interno que tiene que gritar, hacer escándalo y molestar, para ser considerado. Y pueden ser con jóvenes vecinos,  jefes que se parezcan entre sí, de las y los novios con los que andemos…

Hay que hacer menos turismo y más introspección. Te puedes sorprender más que cuando haz visto una playa virgen.

¿Con quién empezarías: tu niñ@, tu adolescente o tu joven?…

Crédito foto: John moeses Bauan

 

 

Paso a paso

Los cambios no son rápidos ni fáciles, si se quiere realmente vivir una diferencia.

El asunto es que un día nos damos cuenta de que una situación nos tiene ya hasta la coronilla y nos la queremos quitar de inmediato como cuando nos toma la lluvia por sorpresa y llegamos a casa a cambiarnos de ropa para sentirnos otra vez calientitos y cómodos. Con las personas no pasa lo mismo.

Al vincularnos con otros, damos y recibimos, nos contactamos; y en ello puede que sintamos que damos de más o de menos a diferencia de lo que recibimos, o bien, que en ese contacto no nos sentimos cómodos, o a lo mejor, hasta molestos o lastimados. Y ahí vienen los problemas.

Generalmente cuando uno está harto de una situación es porque ya ha transcurrido tiempo y es cuando uno pide ayuda, sin embargo, no siempre estamos dispuestos a pagar un precio por la solución.

Estamos a veces tan acostumbrados a esa conducta, actitud, idea, emoción o pensamiento, que sólo de pensar en modificarla, mejor nos damos la vuelta. Creemos que no será posible hacer un cambio porque en realidad nos da miedo que alguien se aleje, expresar nuestras emociones y que haya consecuencias; tomar una decisión y que a alguien no le guste o no le convenga (claro está que a nosotros sí), y la que casi nadie queremos reconocer: CAMBIAR SIN CAMBIAR.

El cambio aunque es visto como una oportunidad para hacer una vida de calidad en todos los ámbitos, lleva tiempo, dinero y esfuerzo- dirían por ahí- y como representa hacernos responsables de nuestros actos y sus consecuencias, decimos que sí lo queremos pero no deseamos ni sufrir, ni que nos tome tiempo, ni tomar acciones; y mucho menos invertir en uno mismo para que se lleven a cabo.

¿Ejemplos?

Quien tiene sobrepeso y se queja de esos kilos de más pero a la hora que se entera que debe ir al nutriólogo para que aprenda a comer, al psicólogo para que revise las causas emocionales de su gordura, al gimnasio para que su cuerpo elimine la grasa que está demás, prefiere seguir yendo a comprar talla 44 y comiendo helado por la frustración.

Quien está con una pareja con la que no es feliz ni plena. Se pelean, discuten sin llegar a acuerdos, no se hablan, hay violencia… Al entrar a terapia se da cuenta que los vacíos que tiene no los va a llenar la pareja, que ésta es un espejo de lo que no quiere reconocer o que no le gusta, que se puede aprender de tolerancia, de respeto y de acuerdos con la otra persona pero eso, HAY QUE APRENDER, y entonces mejor no. Mejor me sigo peleando, total, ya estoy acostumbrad@ a ello.

Quien quiere cambiar de carrera o trabajo porque no le satisface, porque no es lo que busca en la vida, porque quiere un cambio. Cuando se entera que hay que echarse un clavado al interior de su persona para encontrar su verdadera pasión, que hay que tomar iniciativas como pulir un CV, atreverse a hablar a alguna empresa o persona con la que se quiera trabajar, quizá ganar menos o trasladarse más lejos, cuando hay que responsabilizarse por ahorrar y por conocer sus habilidades y capacidades; da miedo; entonces, “prefiere” ese trabajo o esa carrera en la que lleva tiempo o en la que se paga “bien” y olvidarse de sueños guajiros.

El cambio, sin duda, es compañero de la responsabilidad, de disciplina y de compromiso CON UNO MISM@. Es el elemento que necesitamos para constatar que sí se puede y que solamente DEPENDE DE UN@ para llevarlo a cabo.

Pero…

Es paso a paso.

Como construir una casa con nuestras propias manos. Porque es eso: AUTOCONSTRUIRNOS.

Darnos cuenta de que al buscar ayuda profesional es un paso que muchos ningunean o consideran que, por el contrario, lo coloca en el lugar de los débiles o los cobardes porque “no pudo sol@”, y es, por mucho, el paso de los más valientes e inteligentes porque se permite la posibilidad de hacer una vida distinta.

Con calma.

Un paso a la vez y así, se verá una casa fantástica donde habitar y estar a gusto en ella…

Qué mejor construcción que la de nuestra casa: NOSOTROS MISM@S.