¿Y si no tuviera este problema?

¿Se han puesto a pensar qué sucedería si un día amanecieran y se dieran cuenta que ese problema con el que estaban lidiando hasta una noche antes, se fuera? ¿Qué pasaría con su vida? ¿Qué harían a partir de esa mañana?

Muchos de nosotros solamente nos concentramos en el problema, y entonces nos convertimos en un problema con pies. Toda nuestra energía, concentración y fuerza interior, se van hacia esa circunstancia que nos incomoda, nos duele o nos molesta. El tiempo transcurre alrededor de este acontecimiento y supone un gran esfuerzo que nos deja cansados e irritados, incapaces de hacer otra cosa.

Los seres humanos CREEMOS que si un problema se piensa mucho, se va a encontrar la solución más pronto, o que no es posible quitarnos de la cabeza ese asunto, porque NO PODEMOS. Y ambas, son ideas que limitan resolverlo. Y aquí viene el elemento clave: nos enseñan a tener problemas, no a resolverlos, porque esto significa ENFRENTAR.

Muchas veces he hecho la pregunta del inicio en mi consultorio, y la gente se sorprende y se queda unos minutos callada, se dan cuenta que nunca habían pensado en ese momento, en el que vivan sin el «problema». Se muestran incrédulos ante una vida sin lo que les lastima o molesta.

A veces, pensar en el problema es una manera de estar en la vida, una sensación que da (y lo he visto en distintos lados) vivir con la incomodidad. Por ejemplo, ayer me comenzó un dolor en mi pie izquierdo, en lo que llamamos, «el juanete». Me deja caminar y hacer mis actividades, PERO, siento una molestia. Y a esto se unió a otra dolencia en uno de mis hombros. Bien, con ambos dolores estoy conviviendo. Pareciera que mi vida es normal y que no me impide hacer mis actividades; y de algún modo, es cierto. Sin embargo, mi pensamiento está 70% en ello y no en algo más productivo o funcional. Además, sólo estoy viendo el lado negativo de estas dolencias, y ni siquiera me acerco a ver qué de bueno tendrán, porque si así fuera, entendería lo que hace mucho me dijeron: «toda cura es autocura»; y me tranquilizaría saber que mi cuerpo está actuando como sabe hacerlo, y que si mantengo la calma unos días más, la dolencia se irá o se transformará para que yo pueda ver el mensaje que me tiene: quizá me estoy sobrecargando de hacer algo, posiblemente no estoy andando por el camino correcto; o más allá, es un llamado a vivir y enfrentar otra clase de dolores y molestias, que, por supuesto, no son físicas: una desilusión, un miedo, una sensación de insuficiencia, angustia; etc. Y, sin duda, también buscar algo allá afuera que me ayuden: un masaje, un especialista que me brinde mayor información sobre por qué me duele en tal parte y saber para qué debe funcionar y cómo, revisar mis antecedentes familiares sobre salud y enfermedad; así como buscar qué es lo que no he hecho y me gustaría hacer más.

Lo anterior marca una diferencia, porque el pensar mucho sobre mi problema, no va a hacer que se resuelva, va a procurar escarbar hacia abajo cada vez más; mientras que por otro lado, si medito un tiempo en qué haría yo de mi vida sin este problema, la respuesta puede contribuir a identificar qué es lo que necesito llevar a cabo para solucionarlo… Como dicen por ahí: «pare de sufrir».

Cuando nos damos oportunidad de ver nuestros problemas con otra perspectiva, estamos potenciando una vida sin tantos pesos, muchos de los cuales, te aseguro, no te corresponden. Así que si tu paso se ha hecho pesado, sería bueno revisar qué cargas y desde cuándo. Y ya lo sabes: uno elige con cuánto peso quiere andar por la vida.

Así que hoy cuando te vayas a dormir, piensa en esa pregunta que, quizá, mañana te haga vivir un milagro.

Tiempo atrás

No es sólo ficción. El tiempo puede cambiar de un momento a otro.

Emocionalmente, una persona puede estar reviviendo continuamente un suceso acontecido años atrás, tal como si le estuviera pasando por primera vez. El impacto producido tiene tal efecto, que sino fue resuelto en esa primera ocasión, estará resonando en su vida por muchos años.

Las personas suelen no recordar aquéllos sucesos en donde el miedo, la tristeza, el enojo o la angustia; hayan estado presentes. En su mente se fijan más los eventos en los que haya abundado la alegría. Esto es, en más de una ocasión, la forma en la cual nuestro cerebro ayuda a la memoria, a protegerse del dolor, de la tristeza y hasta del terror vivido.

Lo complicado viene cuando, al llegar a la vida adulta, algo se presenta para hacernos sentir (nuevamente) esas mismas emociones. Puede ser una pelea con la pareja; un despido del trabajo, una enfermedad, una discusión con nuestros padres o la relación que llevemos con algún jefe o compañero de trabajo. Y esa situación «despierta» lo que ya aconteció en algún momento.

Quizá no lo asociemos porque nos hemos dispuesto a dejar ese recuerdo en el olvido. Pero dentro de ese recuerdo viven aún aquellos niños solos, abandonados, no amados o no reconocidos. Quizá que estén sufriendo porque no ocupan un lugar importante, o porque están pasando por experiencias dolorosas o traumáticas. Ellos habitan en los adultos que son ahora y mientras sus necesidades emocionales no sean atendidas; depositarán en otras personas lo que les fue negado por sus padres, llevando esta representación a las personas con las que se vinculen.

Un ejemplo lo podemos explicar a través de lo siguiente:

Si un niño no fue amado y considerado por sus padres, o fue llenado de regalos y objetos, pero no contó con la presencia emocional de ambos; esta necesidad no cubierta la va a seguir buscando en la persona con la que establezca una relación amorosa. A él o ella le va a «exigir» que le dé ese cariño o esa atención, lo cual generará pleitos y peleas, porque no es a la pareja la que podrá satisfacerla, y aunque suene contradictorio, tampoco esos padres. ¿Por qué? Porque ellos dieron lo que pudieron, y muchas veces, fue poco. Como me han enseñado: «ese padre o madre sino dio, no da y no dará». ¿Cruel? ¿Doloroso? Sin duda, pero es mil veces mejor trabajar por aceptarlo; para- y ahí viene el trabajo personal- construirse un papá y una mamá que sí satisfagan dichas necesidades. Que sí provean de todo aquello que hizo falta: respeto, seguridad, confianza, amor, etc.

Los padres que vivenciamos están dentro de nuestros pensamientos, emociones, conductas y actitudes. Se formaron por lo que vivimos con los padres reales. Quizá a ti nunca te pegaron tus papás pero también sentiste miedo como tu hermano al que sí golpearon porque fuiste testigo de esa violencia. Cada vez que escuchabas que lo regañaban por no hacer bien la tarea, sabías que vendrían los golpes; por lo que «te preparaste» para evitar esos golpes al apurarte mucho con tus trabajos escolares. Quizá hasta subiste de calificaciones… Ahora que eres un adulto y un jefe te deja una tarea, te apuras con el mismo miedo, no «vaya a ser que venga papá y te pegue», podría ser la frase que te recuerda ese suceso…

Nunca es tarde para ayudar a esos pequeños con miedo o tristes. Es muy importante darles un lugar y escucharles. Entender que sus necesidades no son las nuestras, pues ellos siguen en ese lugar y en esa época. Se han detenido ahí porque no pierden la esperanza que alguien llegue a rescatarlos. De ahí que tú seas esa persona a la que le toque la responsabilidad de cuidar y de amar a ese pequeño que llevas dentro de ti.

Recuerda, los fantasmas sí existen: se llaman asuntos no resueltos con tu vida. Así que no te asustes, mejor hazles un lugarcito y déjales que te cuenten lo que necesitan.

Sin confianza no hay vida

«Si quieres alcanzar el éxito, no se te olvide llevarte contigo»

Pili Quiriz

Existen ejemplos de vidas exitosas en el ámbito profesional que llenan páginas de periódicos, internet, y hasta libros. Hasta ahí sólo podemos reconocer el esfuerzo de estas personas por llegar a lo más alto de la cumbre.

De lo que casi nadie habla es de la parte emocional de estas personas. Todos nos entretenemos con lo que tuvo que hacer para salir avante y alcanzar la cima, pero no se dice mucho de para qué se quiere el éxito de lo que tuvo que «eliminar» de su camino, con tal de llegar al estrellato.

En muchos de estos casos, la persona oculta su verdadero sentir y lo disfraza de una gran seguridad y confianza, tal como si lo que buscara es que los demás vean aquello que le fue dado. Ocupan una gran cantidad de recursos para hacerse de una fuerza que no se encuentra dentro de ellos, y por esa razón, se «llenan» de poder y dinero.

No voy a criticar el querer alcanzar el éxito, lo que cuestiono es la parte humana que se sacrifica en pos de llegar a él. Podría asimilarse como si se «secuestrara» al ser y se «colocara» un impostor que sólo piensa, razona, pone lógica ante los eventos y los explica sin emoción. Un día la factura llega y ya es demasiado tarde.

¿Por qué lo digo?

Padres abundan que no están, no se hacen presentes en la vida afectiva de sus hijos, pero exigen altas calificaciones, pertenecer a la escolta, al coro, al equipo de baloncesto…, que brillen, que sean exitosos… ¿ Y un abrazo por el solo hecho de ser su hijo? ¿Y la palmadita en la espalda por ser un niño saludable? ¿Y la felicidad por ser él y no otro su hijo? No, hay que ocuparse de los asuntos importantes como el futuro académico y profesional del hijo. Lo demás vendrá después… Y nunca llega.

Incluso, y quizá peque de entrometida, pero hay padres que trabajan muchas horas y ganan poco, y entonces transmiten a los hijos la cultura del sacrificio. Es un mensaje como: «mira todo lo que tienen que hacer tus padres como para que tú quieras descansar un rato. Ve cuánto trabajan y tú aquí jugando, viendo la tele»… Y entonces el niño entiende que hay que hacer mucho para que papá y mamá estén contentos. Sus emociones no importan, pues se «sacrifican» en bien de los demás.

Me acordé de Michael Phelps, aquel máximo ganador de medallas en natación, que comenzó a nadar debido a las constantes peleas y discusiones entre sus padres. Éste es un ejemplo de cómo, para escapar de un entorno familiar hostil, «se prefiere» escapar. En Phelps, el escape se dio en una alberca; en otros se puede dar en la escuela, en la práctica de un deporte, y en algunos casos, en alcohol y otras drogas; incluso los videojuegos pueden ser una vía de escape a una familia con problemas.

Lo anterior produce adultos robot, incapacitados para sentir porque eso sería sinónimo de dolor, miedo y vulnerabilidad. Casi como a quedar a expensas de una fiera sin ningún mecanismo para defenderse.

Estos niños crecen como adultos cronológicamente, pero se quedan pequeños en su interior. Y ante un mundo adulto, lo único que los mantiene protegidos en su careta de poder y control… O eso creen, y se la creen, porque de otro modo no sabrían qué hacer o usan la fachada de soberbios, sabelotodos, despectivos; todo con tal de que no se descubra a quien tiene dentro de sí.

Ante el disfraz de seguros, va un individuo carente de la confianza auténtica, aquella que es real y se basa en hechos que la conforman, tal como sentirse apoyados, respaldados, reconocidos, atendidos y satisfechos en sus necesidades básicas; sin embargo, muchas veces lo que se gesta es una confianza falsa, basada en la «seguridad» del dinero ganado, de las propiedades adquiridas, del tamaño del auto, de los viajes al extranjero, de los empleados a su cargo…, aunque sea sólo uno…

Al llegar a terapia, la gente se da cuenta en algún momento que lo que no le fue dado, no se le da ni se le dará, a menos que se lo de a sí mismo. No hay de otra: o se queda esperando hasta el fin de los días y con esto vuelve mamá o papá a todo aquel con el que se vincule, o aprende a darse toda la protección, el cuidado, la paciencia, el apoyo y la suficiencia de la que fue impedido en algún momento. Es decir, aprende a ser su propia madre y su propio padre.

Si eres padre o madre, revisa qué es lo que a ti te importa que sean tus hijos, y pregúntales qué les importa a ellos de ti. Te puedes llevar una sorpresa.

Sino lo eres, te invito a revisar de qué está conformada tu confianza. ¿Es real o falsa? A lo mejor puedes tener chance de ser un mejor padre o madre de ti mismo, de lo que lo fueron contigo.

Poco a poco

¿Qué nos queda? ¿Qué viene? ¿Qué va a pasar ahora?

Algunas preguntas sin una respuesta en concreto para una realidad que nos está alcanzando.

Sin duda, a muchas personas les genera un miedo inmenso la posibilidad de contagiarse, a otros; perder el empleo o ver reducidos sus ingresos, es lo que les atormenta. A algunos más el que su familia enferme, es lo que más les mueve emocionalmente. Mientras que a otros, el no saber qué viene ni cómo van a vivirlo.

Ahora, ante la posibilidad cada vez más cercana de conectarnos con una nueva realidad, hay que ir PASO A PASO.

Una tormenta trae destrucción y es vista como peligrosa y destructiva, sin embargo, gracias a ella se nutren zonas áridas, ayuda a desaparecer bacterias acumuladas en el mar, reparte el calor del planeta y permite el florecimiento de la vida vegetal y animal.

Un problema, una crisis personal, un caos existencial, también -aunque nos incomode- trae consigo un lado en el cual están depositados los recursos personales. De uno depende si los usa o no para que nos faciliten salir de esa situación, o si sólo nos quedamos a ver cómo nos destruye y nos daña.

Mientras nos sucede un acontecimiento doloroso o vivimos un grave problema familiar, no podemos saber qué experiencia o recurso estamos recuperando. No nos interesa, ni tampoco está entre nuestras prioridades. De acuerdo. De lo que se trata es que necesitamos revisar estos recursos ANTES de que ese caos, problema, crisis, catástrofe personal, nos alcance.

Reconocer, utilizar e integrar todas aquellas capacidades que no has podido ver en ti y que, sin duda, te facilitarán accionar de una mejor manera ante situaciones críticas. Conocer qué elementos te constituyen y que, por no usarlos, se están atrofiando dentro de ti… A veces hemos actuado de una manera ante los problemas y ya nos «acostumbramos» a hacerlo así, sin embargo, si reconoces otros aspectos, tales como: confianza, valor, valentía, fuerza, amor propio, capacidad de enfoque, asertividad; entre otros, se pueden encontrar estrategias que apoyen la resolución o llevar de una manera más adecuada, el trance por una situación personal difícil.

Este proceso, que lleva tiempo, comienza con el reconocimiento de lo que podríamos decir, es el lado luminoso y oscuro de ti mismo. Calma. No se trata de religión ni ciencia ficción. Todas las personas contamos con características que nos ayudan o nos limitan, que nos permiten lograr metas y que nos las impiden. Y ambas nos constituyen. Por ejemplo: si alguien se considera que es muy responsable, podríamos comentar que la responsabilidad tiene su polo opuesto en la irresponsabilidad; y cabe darle lugar a nuestra irresponsabilidad para que no salga de manera exagerada, inadecuada o perversa. En ese sentido, si aceptamos TODO de lo que estamos integrados, será más fácil darnos cuenta de aquello que no hemos usado, o por el contrario, nos hemos recargado más en eso, olvidando que su polo opuesto también nos puede ser útil.

Es así que, ante esta NUEVA NORMALIDAD, queda darnos un espacio para identificar todo lo que me gusta y me desagrada de mí y de otros, tales como mis padres, parejas, jefes, compañeros de trabajo; y darnos cuenta en qué me parezco a todos ellos, tanto en la parte positiva como negativa… Quizá nos caiga el 20 que algo que me cae mal de Fulano, es porque yo no creo tenerlo, y ahí está una clave para reconocer que no he utilizado esa característica que también es mía porque, a lo mejor, me da miedo o no tengo confianza en mí, por eso la deposito en otro.

Cuando una persona se vive más integrado a si mismo, puede saberse y sentirse más apoyado, más sostenido en una base sólida; y con ello, darse cuenta que puede enfrentar con más herramientas lo que se le presente. Pero si sólo conoce una parte de sí, la otra que no alcanza a ver, puede ser la que en realidad le podría permitir salir avante de alguna problemática.

Es por ello que si hacemos este reconocimiento fértil de nosotros mismos, la nueva realidad nos tomará más afianzados, más sabedores de aspectos útiles. Si nos quedamos únicamente con nuestro miedo, sin querer ver (y muchos menos utilizar) nuestra valentía; limitará nuestro campo de visión y con ello, nuestro crecimiento personal. Y conste que no se trata de quitarnos el miedo, sino de que, A TRAVÉS DE ÉL, lo hagamos.

Hace unos días comentaba sobre la comodidad de la incomodidad o el placer del displacer. Esto es que, a pesar de generar un dolor o una sensación desagradable; es a lo que estamos acostumbrados o hemos estado tanto tiempo en esa opción, que pasarse del otro lado resulta un trabajo muy difícil de hacer… Tal como si trajéramos una piedra en el zapato y nos la quitáramos 20 años después de andarla cargando…

Reafirmo que el POCO A POCO, hacerlo cada día, avanzar de un paso a la vez, trata del RE-CONOCIMIENTO de aspectos útiles, nos hará enfrentar esta tormenta, a la que llamaremos Coronavirus, en la que, o nos quedamos con el lado dañino de ésta, o la usamos a nuestro favor.

Descubrirnos es descubrir fuerzas, capacidades y habilidades, que nos conecten con la vida, esa que se da todos los días allá afuera y que puede ir desde salir a buscar un trabajo, sentarnos ante un cuaderno y un lápiz para registrar cuánto (en realidad) gastamos y cuánto (quizá por primera vez) podemos ahorrar para iniciar un fondo básico de emergencias. O apuntarse a ese curso o a ese examen para entrar a la universidad. Poner un alto a una relación no saludable, o levantarte de la cama después de alguna pérdida.

Y nada se da de un día para otro. Todo es POCO A POCO. Empezar es el problema y la solución.

Bienvenidos a una nueva realidad. Ya.

El valor de estar conmigo

En la escuela nos enseñan el valor de ayudar al otro.

En la iglesia nos instan a ver por el prójimo.

En las familias nos indican que hay que «ver por los tuyos».

¿Cuándo le damos valor a hacer y ver por nosotros? ¡Noo!, eso es egoísmo puro.

El origen de la palabra egoísmo tiene que ver con «practicar el ser individual», y en esto, per se, no hay nada negativo. Al contrario.

Si veo por mis necesidades, busco satisfacerlas con mis propios recursos, si hago lo posible por llenarme y procurarme; podré estar dispuesto a compartir, sin perder mi individualidad, mi ser único que soy yo. No me tengo que deshacer de lo que soy para que el otro tenga, porque el otro debe encargarse de lo suyo.

Y como esto no es bien visto, no forma parte de nuestra educación; se ve como que al otro lo abandonamos, lo dejamos a su suerte, nos importa una nada. Y entonces corremos a ayudar a quien no nos lo ha pedido (le quitamos autonomía, la posibilidad de ver sus recursos y de ocupar sus habilidades) damos lo que no tenemos (entonces nos sentimos abusados) o nos ofrecemos a estar, decir o hacer por los demás (disminuyendo sus posibilidades o atrofiando sus potencialidades)… Y entonces, ¿con qué te quedas?

La clave es encontrar el sentido…, corrijo, el valor de estar contigo.

Porque, en momentos como los que estamos pasando, en los que la angustia y la ansiedad puedan presentarse, es vital que te sepas acompañar, que estés tranquilo porque esa persona te calmará y te hará sentir seguro. O que si te tocó estar lejos de tu familia, sepas que estás ahí para acompañarte. Y no es romanticismo, es que sino te dieron esa protección y  atención quienes debían hacerlo, ahora es momento de crecer y darte todo aquello que necesitas, en lugar de ofrecérselo a los demás cuando tú no tienes nada para darte.

Alcanzar un lugar en tu vida lleva tiempo y hay que empezar por abrir el dolor de no haber sido atendido cuando era necesario que así fuera para poder forjar seguridad y confianza. Sin ver con claridad lo que te fue negado, es como nadar con los zapatos puestos.

Y ahí empieza el camino de reconocer que ya no eres ese niño al que le hicieron daño con la ausencia, los golpes, la indiferencia; el abandono en cualquiera de sus dimensiones; ahora eres el adulto que NECESITA  darse el permiso de ver por él mismo (quizá por primera vez en su vida) de escucharse, sentirse, y verse desde otra perspectiva: con calma, con ternura, con tolerancia, con suavidad, con tacto. Con honestidad y confianza.

Es posible que muchas personas que viven este encierro con miedo, sean adultos que recuerden emocionalmente otra clase o categoría de encierro. Aquellos hombres y mujeres que sienten que algo les ahoga cuando no pueden salir a la calle, los haga contactarse con otra clase de ahogamiento ya vivido con anterioridad… Y si a todo esto le permites expresarse, salir a la luz, te vas a sentir desahogado. Le vas a ayudar, casi sin querer, a esa parte tuya que se quedó en esa misma sensación de encierro, a liberarse y a saber que cuenta con un adulto responsable de él o ella, y que este adulto no lo va a dejar a su suerte.

Estar contigo puede traer cambios en tu relación de pareja porque, al procurarte, dejarás de ver al otro como un representante de aquéllos que no te dieron, y lo verás de otra forma. Con tus hijos, al no estar viendo en ellos, el niño o el adolescente que alguna vez fuiste. Y al final, ganarás una vida más honesta, más auténtica y vívida con emociones más saludables que las que escondes en ti al refugiarte en otros antes que en ti.

Tiempos de estar contigo…

¿Con qué CONTIGO quieres vivir estos nuevos tiempos?

Para la reflexión en estos tiempos en los que el tiempo se detiene para enseñarnos a ver una nueva realidad.

 

 

 

Miedo a la muerte

En estos tiempos en los que hay libros que nos vuelven a pedir que los abran, me reencontré con la antología Antropología de la Muerte. En ella se mencionan las razones del miedo a la muerte:

  1. Miedo a morir:

a) Miedo a dejar una tarea inconclusa.

b) Obsesión del dolor físico.

c) Obsesión de la agonía psicológica: soledad, desesperanza, vacío…

2. Miedo al después de la muerte:

a) Angustia de la corrupción corporal, de la carroña…

b) Incertidumbre del más allá: ¿conoceremos ahí más dolor, desigualdad social, tormento…?

c) Celos con respecto a los supervivientes. ¿Nos olvidarán? ¿Cómo repartirán nuestro patrimonio?

d) Obsesión de la nada.

e) Inquietud por los funerales necesarios para alcanzar el estados de ancestralidad.

3. Miedo a los muertos:

a) Miedo a los aparecidos.

b) Miedo a los muertos en vida.

Y hoy, ante un tiempo en el que los temores se han incrementado o se han hecho patentes, queda hablar de nuestros miedos como la oportunidad que nos da la vida para verles a la cara y enfrentarles de manera asertiva, en este caso, con uno de los que más alta demanda tiene ante la crisis por Coronavirus: miedo a la muerte.

Para empezar: ¿Qué idea tenemos de morir? ¿Qué idea tenemos de vivir? ¿Qué forma es la más temida para morir?… ¿Cuál es la forma en la que vivimos?… Pareciera que escribo de dos elementos diferentes y nada más lejos de la realidad. Vida y muerte son parte de lo mismo, sin uno el otro no existiría, y como una gran maestra expresó: «Cómo vivimos, morimos».

Recientemente he sabido de eventos de enfermedad, accidente y muerte; de personas cercanas o conocidas por mí. Todos ellos me han recordado que forman parte de la vida y que sino los vemos, pugnarán por hacerse presentes.

Uno de estos eventos sucedió hace un par de días cuando mi padre se cayó de una escalera. Él asegura que todo está bien y que no pasa nada. Yo decido ir a verlo a pesar de la cuarentena. Lo observo, le escucho y me alegro. Luego, él, mi hermano y yo, hablamos de los miedos: «¿cuál es tu peor miedo?»… Y aquí les hago saber una verdad que no es tan conocida: detrás de nuestros miedos hay un deseo prohibido, el cual es políticamente incorrecto expresarlo porque nos obliga a ver las «ventajas» de tener ese miedo, lo «bueno» que creemos que nos traerá o lo «positivo» que nos dejará.

Me explico:

Nuestros miedos enmascaran lo que en realidad queremos de los otros o de nosotros mismos pero no nos lo concedemos o no nos damos permiso.

Por ejemplo: miedo a quedarse inválido. ¿Qué estamos pidiendo que no nos damos chance y viene disfrazado de miedo?… Que nos cuiden, que nos carguen, que se hagan cargo de nosotros, que lo hagan por nosotros…. Depender del otro porque sentimos o pensamos que no somos capaces nosotros solos. Como dirían por ahí: «el miedo nos descubre».

Y cuando pensamos en nuestros miedos, nos escondemos, sacudimos la cabeza o nos distraemos, porque los hemos catalogado de malos, de feos; esperamos que no sucedan porque sí los dejamos entrar, nos permiten saber quién viene detrás de ellos en realidad, es decir, los deseos prohibidos, es decir, aquéllo que esperamos que los demás hagan pero nos da vergüenza o que a nosotros nos da flojera hacer.

Imagínense que su mayor miedo es que su pareja les abandone. Aunque se oiga loco, ¿qué es lo que podría ocultar? Podría ser que sea hacer con su tiempo y dinero, lo que se les pegue la gana. Querer hacer su voluntad sin pedirle a alguien su opinión, decidir sin negociar. En fin, todo aquello que les «impide» manejar su vida sin concederle nada a nadie.

Y la muerte o la posibilidad de ésta ante una situación crítica como la actual, nos despiertan los miedos más recónditos y ya no sabemos qué hacer para huir de ellos. Y es al revés, es ser lo más honestos que podamos con nosotros mismos. Es sincerarnos pues, porque si aprendemos a pedir lo que no pedimos, a expresar lo que necesitamos, a hacer lo que no hacemos, ya no se tienen que ocultar detrás de horrorosos monstruos, como los que salían en la película Monster Inc., que sólo nos espantan en las noches. Claro, nos seguirán llamando para que prendamos la luz y nos sentemos a hablar con ellos.

Un psicólogo me hizo saber que se  tiene miedo a morir porque no se está viviendo y en efecto, a veces se nos van los años haciendo lo que no nos gusta, negándonos expresar algo que hace mucho pensamos; no nos permitimos empezar o terminar, iniciar o concluir, etc. Es decir, sino vivimos (aunque sea poco) una buena vida, estaremos rechazando lo que se nos ha dado para aprovechar nuestra creatividad, recursos personales, fuerza interna, inteligencia, amor propio y capacidades. Y ahí está el mensaje del miedo: «se te está yendo la vida, va a llegar la muerte y te va a agarrar sin haber hecho la vida que necesitas para ser auténtico, verdadero, natural y único».

Y entonces se los aventamos a los demás en forma de miedo: hazlo por mí, hazte cargo, vete para que empiece mi vida, tú hazlo por mí, no te puedo expresar mi enojo entonces voy a  hacer que te quedes o que lo hagas, tú afróntalo por mí… y un largo etcétera.

¿Qué queda?

Aprovechar esta oportunidad única para tener cinco minutos de reflexión sobre nuestros temores. Luego, atreverse a decir cuál es el deseo que se oculta detrás de esos miedos. ¿Qué lograrías si sucede eso que temes? ¿Qué beneficio estarías alcanzando si se lleva a cabo?

Me uso de ejemplo:

En mi miedo a llegar a ser contagiada e intubada, está el deseo de que todos se preocupen por mí, estén al pendiente de mi salud, me traigan en su mente todos los días y les sea importante… ¿Qué aprendo? A estar pendiente YO de mi salud, traerme en MI mente y DARME la importancia que luego se me olvida darme.

Así que hoy que tienes tiempo de estar en casa, o cuando regreses de trabajar, o cuando ya te vayas a dormir, apunta en una hoja cuál es tu mayor miedo y piensa por un momento que eres libre de escribir que sería lo bueno de ese miedo, qué lograrías, cuál sería la ventaja de ese miedo… Y cuando lo descubras, evita volver a esconderlo porque, quizá por primera vez, alguien puede estar dándose la oportunidad de ocupar su vida para vivir y no de disfrazarla de vida cuando lo que está haciéndose es dejar morir sus habilidades y cualidades.

La vida está de tu lado.

 

 

¿Y los niños ante el Coronavirus?

Por donde veo, leo notas sobre qué hacer ante esta emergencia sanitaria como adultos, pero no observo nada dirigido a los niños.

Ayer escuchaba a alguien estar preocupada porque nota triste a su hijo y se alarmó pensando que podía estar enfermándose. Un paciente me comentó que su hija le preguntó si habían hecho algo malo para estar tanto tiempo encerrados. Y así más ejemplos.

A los niños a veces se les trata como si no vieran, sintieran, escucharan y supieran. Y esta situación no es la excepción, de ahí que sería importante realizar algunas de las siguientes sugerencias:

  1. ¿Has explicado a tu hij@ qué está sucediendo, por qué la cuarentena? Sino lo has hecho, es hora de sentarte un rato con ellos y les digas qué es lo que está sucediendo, los riesgos, las reglas, las oportunidades con esta crisis, lo que está pasando en el mundo… Claro, conciso y de fuentes fiables. Sin alarmismos. Y si hay preguntas, contéstalas si las sabes, sino, sé honest@ y dile que no lo sabes, que lo investigarás, y cumple.
  2. Hora de regresar a ser niñ@. ¿A qué jugabas? ¿Al avión, a las escondidas, al bote pateado, a las muñecas de papel, a la rueda de San Miguel?.. ¿Te suenan de algo estos juegos? Sino los jugaste porque no son de «tu época», investiga lo que puedes aprender junto con tus hijos al llevarlos a cabo. Si lo fueron, !con más razón! A regresar a la infancia para darle a tu niñ@ interno lo que hace mucho no hace: divertirse.
  3. Habla de emociones. No sólo se los permitas, invítalos a hacerlo. A través de dibujos, de juegos, de títeres para que lo hagan en tercera persona. Con historias que inventen y personajes favoritos. Si expresan lo que sienten, puede ser más fácil para ellos sacar lo que les aqueje y que por miedo o por no querer ver a papá o mamá preocupados o irritados, no lo hacen. Recuerda que los niños sienten que deben hacer felices a los papás, que es un deber para ellos, y eso puede impedir que te digan qué es lo que están vivenciando ahora. Por eso aprovecha recursos como los que te comento líneas arriba.
  4. Dales tiempo para ellos solos. Si los notas meditabundos, reflexivos, silenciosos; dales su espacio. Déjalos estar un rato. No siempre necesitan que mamá y papá estén rondando por ahí cerca. Ya después les puedes preguntar: «Oye, te vi muy pensativo hace un rato. Me gustaría saber si hay algo que te preocupa… ¿No? Ok, ya sabes qué aquí estoy cuando así lo necesites».
  5. Si son más pequeños. Puedes tú contarles historias sobre alguien que esté con miedo o con tristeza pero en donde salga un personaje que le ayude. Apóyate de cuentos ya conocidos o, mejor aún, los puedes inventar tú mismo. Dibuja, actúa, haz una obra de teatro o hasta con tus manos puedes crear esos personajes. Canta canciones que salgan de tu cabeza en las que des un mensaje de esperanza, de tranquilidad, de calma, de aprendizaje…
  6. Abraza. Tú puedes hacerlo porque, hasta donde la información me llega, no hay impedimento en las familias al interior de la casa, así que abrázales mucho, diles palabras de ternura y suavidad al oído. Y lo mismo aplica para ti. Es más: empieza por ti y luego te sigues con tus niños.
  7. Toma un tiempo para ti. Organiza junto con los que estén en la casa, actividades durante el día y no olvides incluir un tiempo  para ti como mamá o papá. Es importante para que tu nivel de tolerancia y paciencia se regulen. Un tiempo de 15 minutos para bañarte o para dormir  una siesta de 10 minutos. Si eres de l@s que está saliendo a trabajar, por qué no te pones tus audífonos con música de la que más te guste y ese traslado se haga menos tenso… O toma un cuaderno de notas y escribe lo que va pasando en tu día a día. No necesitas compartirlo, el asunto es que puedas vaciar lo que piensas y sientas en algún sitio, además de que lo puedas hacer con los integrantes de tu familia.
  8. Rétalos. A aprender una nueva habilidad como cocinar, tender la cama, lavar su ropa interior, recoger sus juguetes…, y ayúdales a entender la importancia de aprender para conocer recursos de ellos que les serán útiles fuera de casa; y no sólo porque vaya a haber una recompensa. Si quieres premiar, dales un beso o un abrazo.
  9. Sino puedes estar con ellos durante el día y se quedan solos, también puedes llevar a cabo a distancia algunas actividades, tales como que te manden videos de cómo hacer divertido un día aburrido, o qué hagan una obra de teatro con calcetines y que la videograben para mandártela después. Un audio con todas las palabras que se relacionen con la palabra «esperanza», o «salud», o las que generen una conexión saludable sobre esta contingencia.
  10. Elabora una memoria de todo esto, a través de fotos o vídeos, mensajes y compártela con tus hijos cuando todo esto termine. ¿Qué aprenden todos de todo eso? Ahí tienes para pasar un buen rato con ellos.

Sobre todo, se trata de permitirte conectar con ellos y con esa parte tuya que también quiere sentirse apoyado, amado, comprendido… Si quizá no la tuviste cuando fuiste niñ@, es ahora una oportunidad de oro para poderlo hacer.

La ansiedad llama a tu puerta

El Coronavirus tiene en jaque al mundo entero.

Desde incredulidad hasta preocupación, y en algunos casos, pánico; nos viene a mostrar lo vulnerables que somos ante sucesos para los que no nos hemos preparado y que, a veces necesitan esta dimensión para ayudarnos a reconocer las habilidades, las características y los recursos personales que no usamos  o no los conocemos, y a los que hay que empezar a tomar en cuenta para salir avantes, no sólo de esta encrucijada, sino de otras más con las que conviviremos a lo largo de nuestra vida.

Desde mi perspectiva, es hora de conectarse con algo que no hemos hecho y necesitamos hacer desde hace tiempo: concluir, resolver, hacer, definir, avanzar, retroceder, observar, finiquitar, iniciar… Esta crisis, cuya etimología quiere decir «separar» o «decidir», es tomada de forma pesimista más que como algo catastrófico (cuyo origen es voltear hacia abajo) o apocalíptico (del griego, revelación) y ahí está la relevancia del origen de sus nombres:  necesitamos voltear hacia abajo, hacia nuestra autenticidad y naturalidad, la cual se encuentra en la tierra y que nos revela que hay que modificar el rumbo por el cual vamos, es decir, se nos revele el camino a tomar.

Sin embargo, esta explicación a muchos les valdrá un pepinillo porque les empieza a pasar la factura el encierro y la detención de actividades diarias. Algunos pasan por pensamientos obsesivos, ansiedad y molestias físicos; y otros, sienten que están más sensibles, más cansados, comiendo todo el día o con ganas de dormir a todas horas…

Lo anterior, sin ánimo de parecer desconsiderada, es una consecuencia de algo que nunca o casi nunca hemos hecho: estar con nosotros mismos. Y el Coronavirus lo sabe. Tanto que la palabra contagio quiere decir: contacto... ¿Con quién? Sin duda: contigo.

Existen personas que a lo que más le temen es a estar solos, porque ni siquiera nos damos cuenta que no contamos ni con nosotros mismos para acompañarnos. Esto puede explicar por qué la sensación de vacío que nos trajo de golpe este virus.

Antes de entender el mensaje de esta situación, les escribiré sobre qué poder hacer con los síntomas antes mencionados.

Ansiedad: sudor frío, taquicardia, dolor de cabeza, mareo, sensación de vomitar o incluso hacerlo, músculos rígidos, hormigueo, entre otros.

Angustia: sensación de asfixia, miedo a morir, a perder el control o a volverse loco, sofoco, dolor en el pecho, diarrea, sensación de inestabilidad.

En ocasiones solemos hablar de ansiedad y angustia como si fueran la misma cosa, y sí, la diferencia no es notable. Ambas palabras tienen un origen común, que se refiere a estrecho o breve; por esto es que lo importante es lo que se siente y no si se trata de una u otra.

Además, podemos agregar que los pensamientos obsesivos o recurrentes son otro elemento que las potencia o las hace más intensas, pues no podemos separar lo que pensamos con lo que sentimos y, por consecuencia, con lo que hacemos. Pongo un ejemplo:

Pensamiento: «¡se va a acabar el mundo!»

Emoción:  miedo

Conducta: Hacer la limpieza de mi casa de forma maníaca, o comer de más sin «darme cuenta», gritar por todo o gastarme toda la quincena en dos días.

No sigue un orden específico, es decir, puedo sentir algo, luego pensar algo y actuar dependiendo de ello. O hacer algo que me lleve a un pensamiento o idea y de ahí a una emoción.

Cuando estos pensamientos y emociones no salen, quiero decir, no se expresan de forma directa, clara y contundente; pueden hacernos pasar un muy mal rato, ya que están hechos para eso: para poderlos decir sin cortapisas. Pero…, ¡maldito pero!, nuestra educación, contexto, entorno, sistema familiar y personalidad; nos lo tienen impedido. Y no de ahora, desde hace mucho tiempo. Por eso no nos enojamos, lo que hacemos es explotar, o por eso nos reímos cuando algo nos da miedo; tal como si fuera malo expresar lo que sentimos.

Bien, pues ahí vamos.

Cuando sientas que a tu cuerpo viene el sudor frío, las ganas de vomitar, los pensamientos recurrentes u obsesivos; hazle caso a todo eso. Te voy a decir algo: Si se trata de angustia o ansiedad, lo más que puede pasarte físicamente hablando es perder la conciencia unos segundos, sin embargo, lo que lo hace incontrolable es, precisamente, querer mantener el control. Y aquí entra este virus. Nos hace perder el control de nuestra vida y nos mantiene a raya para, forzosamente, estar con nosotros mismos y con aquellas personas, que podemos amar pero que, al no estar las 24 horas juntos, pueden despertarnos emociones que están ahí pero que, con la cotidianidad, no nos damos cuenta; o que dejamos de ver porque involucra resolver y no, ahora no, mejor después. Ahí está un punto de esta llamada crisis.

Por otro lado, la ansiedad es un llamado del cuerpo para que le hagamos caso a su mensaje, nos está diciendo: «oye, préstame un poco de atención, veme y escúchame»,  pero nosotros hemos pasado de largo, y situaciones como  las que actualmente vivimos, nos lo ponen enfrente.

¿Qué ayuda entonces?

Antes de que venga la ansiedad, pregúntate:

¿Qué estoy haciendo de más en mi vida?

¿Qué estoy haciendo de menos en mi vida?

¿Qué estoy volviendo a hacer que viene esta ansiedad a decírmelo?

¿Qué quisiera hacer distinto pero no me lo permito?

¿Qué quiero seguir ganando con tal de no perder?

 

Esto DEBE ser antes de los síntomas físicos, porque cuando éstos se presentan, lo más sano es dejarlos sentir. Como si tuvieras un muy buen amigo borracho al que quieres mucho pero que te jode en la madrugada para que le hagas un paro. No lo rechaces porque se va a poner loco y va a despertar a todo el vecindario. Entonces, ábrele la puerta y escúchalo un rato, préstale atención. Sólo va a estar un rato y se va a ir para dejarte en paz porque alguien ya le hizo un poco de caso. Sólo que el buen amigo no es otro más que tú que no te haces caso por andar allá afuera viendo quién te quiere y quién te da lo que tú no te has dado… ¡Zaz!

Una alternativa es llamar a tu ansiedad en una hora específica del día… ¡No te rías! No es broma, es una técnica sumamente exitosa porque va a lo que la mente no espera. Es decir, la ansiedad no va a ti, sino que tú vas a ella.

¿Cómo?

Elige una hora del día, sobre todo, para aquéllos que están en su casa sin salir a trabajar. Una hora que no puede cambiar por nada del mundo. ¿Ya la elegiste? Ok, entonces cierra tu ojos y pon en tu cabeza esas sensaciones que trae consigo la ansiedad. Trata durante ese tiempo de sentir la ansiedad, oblígala a venir a ti para que no te ande correteando cuando se le pegue la gana.

Una alternativa más, tanto para la ansiedad como para los pensamientos recurrentes u obsesivos: escríbelos en un cuaderno. Tal como vengan a tu cabeza. Sin cortapisas. Nadie más que tú los va a leer.

¿De qué se trata esto?

De hacerlos salir de nuestra cabeza que es donde hacen la jugarreta principal para luego pasar al cuerpo en forma de ansiedad. La relación mente-mano- escritura, permiten una conexión que genera una sensación de salida, posibilitando con ello una analogía como la de una olla express cuando la válvula permite que el vapor salga para que la tapa no estalle. Es más o menos así como funciona la escritura de los pensamientos.

Finalmente, dormir mucho, estar más cansado que de costumbre o comer de más, es una respuesta corporal ante lo que la mente lee como amenaza. Entonces hay que guardar reservas para lo que venga. Ese es más o menos el mensaje que se asoma.

En ese sentido, lo que estás haciendo es llenarte de comida y no de amor, o te estás tapando la boca para no decir lo que piensas. Por ello es que, si quieres comer menos, empieza a decir más, a abrazarte más, a darte un lugar en tu vida, a escucharte más, a ver más por ti y menos por los demás (recuerda que nadie da lo que no se da). Y haz ejercicio…¡ Que estoy en mi casa!, ajá, ya lo sé, pero no hay pretextos. Lo mismo aplica para el dormir mucho o estar cansado…

Imagina por un momento que el que está cansado es un pequeño o una pequeña. ¿Qué harías? ¿Le regañarías, lo correrías, le pegarías? A lo mejor lo que necesita es un poco de atención, de ternura y apoyo, ¿no?

Ante todo este tema, se vale tener temor pero lo que no se vale es no reconocerlo. Hacerte el o la fuerte lo único que ocasionará es que tu parte débil o vulnerable se presenten de formas sorpresivas, perversas o exageradas.

Lo que está sucediendo en lo macro, sucede en lo micro. Con el virus COVID 19 se ve el caos, la desorganización, el descontrol, porque eso mismo pasa en nuestro mundo, que somos nosotros mismos. Así que recuerda que ninguna respuesta corporal o mental son malas per se. Vienen con un gran mensaje para ti. Ojalá te des la oportunidad de saber cuál es. Y por supuesto, esto no es magia, cuidarte y protegerte sin paranoia de por medio, contribuirá a que lo sigas haciendo aún después de esta contigencia sanitaria, no sólo lávandote las manos y estornudando con el codo hacia  arriba, sino emocionalmente.

Ante cualquier situación con la que sientas no poder, recuerda que hay ayuda profesional en línea para que no tengas que salir de casa y también servicios gratuitos como Locatel.

Recuerda que esto también pasará.♣

Sino creo en mí…

«No vas a poder»

«No lo vas a lograr»

«¿Quién te dijo que será para ti?»

«Es demasiado para ti. No lo conseguirás.»

«¡Uy, esa persona nunca te va a hacer caso!»

¿Se te hacen conocidas estas frases?… ¿Han resonado en algún momento en tu cabeza?

Las personas actuamos de acuerdo a lo que realmente creemos, sobre todo, a lo que creemos de nosotros mismos. Podemos ir por la vida «presumiendo» de autosuficiencia, de seguridad, de valentía y fuerza; sin embargo, si todas estas características no están basadas en la autenticidad y la honestidad, es difícil que se sostengan.

Cuando somos niños, escuchamos y vemos hasta lo que no nos dicen los adultos a nuestro alrededor. Para eso son los sentidos. Alguien puede venir y decirnos: «¡qué inteligente eres!, y sentir que nos están mintiendo. Todas esas sensaciones, emociones, conductas, comportamientos y palabras; van detrás nuestro a lo largo de nuestra vida y es así cómo será nuestra forma de actuar cuando seamos adultos.

Si lo que nos «trajimos» fueron frases lapidarias como las que encabezan este texto, se meterán tan dentro, que de forma automática producirán conductas en detrimento de nuestra persona. Es decir, estos pensamientos se vuelven dogmas que nos hacen lograr o no lo que deseamos.

Por ejemplo, si te la pasabas estudie y estudie; y lo que recibías era: «¿Para qué tanto te esfuerzas? ¡De todos modos eres un burro!», dicha frase- si no es actualizada- rondará posiblemente a lo largo de tu vida adulta haciendo que hagas lo que hagas, no logres sobresalir o alcanzar un mejor puesto, o estabilidad laboral; o que no seas considerado para otras funciones, entre otras. Es decir, la «fuerza» de dichos dogmas arrastrará todo lo que esté a su paso si no ponemos un alto para modificarlas y colocar en su lugar, a otras que ahora sí nos sirvan para alcanzar una meta, para concluir una tarea o para iniciar un nuevo proyecto.

Todo ello recae en que nuestra autoestima, seguridad y confianza; se verán mermadas, supeditadas a lo que los dogmas les indiquen y éstas no podrán luchar contra aquello que nos viene de mucho tiempo atrás, incluso, que ni siquiera nos fue dicho a nosotros o no nos correspondería, sino que, muchas veces, llegamos a ser representantes de aquellos con los que nuestros padres o las personas que fungieron como tal, tengan asuntos aún por resolver.

¿Cómo modificamos esto? Haciendo una lista de todas aquellas frases- verbalizadas o no- que creamos que nos enseñaron, nos transmitieron o que determinan aún nuestra vida. Ponlas así como lleguen a tu mente y coloca una P si se la atribuyes a tu lado paterno y una M si consideras que viene del lado materno.

Una vez hecho esto, di cada frase en voz alta y deja que resuene en tu interior. ¿Qué se siente? ¿Aún aplica hoy en día en tu vida? ¿Para qué te ha servido? ¿Cómo la modificarías para sentirte mejor contigo mismo? Por ejemplo: si la frase original es: «No eres suficiente para que un hombre se case contigo», no te sirve. Si la cambias por: «Soy suficiente para mí y eso es lo más importante. Si un hombre ve lo mismo que yo veo en mí, quizá suceda algo entre él y yo. Sino, yo sigo mi vida»… Es decir, que transformes el sentido de la frase, que acomodes y muevas palabras para que la intención sea diferente al que ha «servido» por mucho tiempo. No necesitas que te sigan ofendiendo o lastimando, ya de esto haz tenido suficiente. Ahora se trata de que que haya frases distintas en tu día a día. Todas aquéllas que te hagan sentir y actuar en beneficio de ti mismo.

Creer en uno es una decisión, no un permiso que alguien puede darnos. Cambia el rumbo. Está en tus manos…, o en las de algún profesional que te ayude a ver tus propios recursos, aquéllos con los que un día construyas tu autoestima y tu seguridad; y así empieces a vivir las consecuencias de, ahora sí, creer en ti.

 

El sentido de la Navidad

Llega el periodo del año en el que unos corren hacia ella y otros, ponen pies en polvorosa: La Navidad.

No todas las personas sentimos época como un sinónimo de felicidad. Se agolpan en nuestro interior sensaciones de tristeza, desasosiego, melancolía, angustia y desesperanza… ¡Y no estamos como para festejar algo!

Nos han educado para convivir y responder a etiquetas sociales que, en muchas de las ocasiones, nos imponen una imagen tal como si fuera un uniforme que debemos portar con tal de ser aceptados, llevándonos entre las patas nuestras verdaderas emociones y pensamientos. «Los que importan son los otros», parece que escuchamos una y otra vez. Y entonces, hay que convivir, comprar, adornar, adquirir, sonreír, felicitar, abrazar…, y lo que en realidad deseamos es estar solos en casa, acostarse en la cama, envolverse en una cobija y dormir. O no contestar el teléfono ni aceptar ninguna reunión porque, al final del año, lo que queremos es estar con nosotros mismos…

Quizá de manera inconsciente, buscamos un tiempo fuera. Un espacio donde estar solamente con nosotros mismos. Muchos no lo saben, pero el año que viene puede generar en la gente angustia y miedo y, en muchas ocasiones, se busca un refugio en el que encerrarse por  unos días para sentir vívidamente esas emociones que ante tanta lucecita y esfera, no es posible expresar.

Como todo lo que hacemos en la vida, si se lleva al extremo, puede ocasionarnos alguna problemática. Es decir, que si este encierro lo hacemos ante cualquier situación complicada en nuestra vida, sin cambiar el rumbo o hacer algo diferente, la herramienta de «estar con uno mismo», ya no funciona, pues entonces se convierte en una evasión o escape permanente. Es similar a la hibernación de los osos: la realizan para guardar la energía en su cuerpo debido a la falta de alimento por el invierno, sin embargo, pasando éste, la actividad vuelve y ellos se revitalizan pues se guardaron por un tiempo…

Sería importante que las personas nos diéramos chance de un tiempo fuera para reconectarnos, para reestructurar, recapacitar; analizar nuestra situación personal y posibilitar nuevos escenarios de acción. Recuperar energías y hacer un balance de lo hecho, de lo que hace falta por hacer; así como de agradecerse y reconfortarse.

Rechazar lo que sentimos y tomar una actitud grinch, hará que las verdaderas emociones salgan de forma exagerada, perversa o explosiva. En su lugar, puedo considerar darme un par de días sólo para sentir lo que en realidad siento, dándome esa oportunidad y hacer lo posible para que los demás lo respeten.

Sugiero estos puntos:

  1. Si sólo tienes los días feriados de ley, te propongo hacer una lista de canciones que te hagan sentir reconfortado, tranquilo, a gusto contigo; y las descargues en tu celular para que, de regreso del trabajo o al final de tu jornada diaria, puedas escucharla mientras piensas en todo este año: qué ha traído, que has aprendido, qué dejaste de hacer y de qué te darías las gracias… ¿Con el tiempo limitado?… ¿Por qué no pruebas en el transporte público o mientras te bañas?
  2. Si tienes vacaciones, toma uno o dos días para ti. No necesitas las 24 horas. Sólo un par de horas cada día. Toma un cuaderno y escribe lo que venga a ti con respecto a este año. Haz un ejercicio de reflexión en el que pienses qué le dirías a un buen amigo si te preguntara tu opinión sobre el año que comienza su recta final. ¿Qué esperas? ¿Qué dejaste pasar? ¿Qué hubo más: experiencias negativas o positivas?
  3. Intenta manifestar, por ejemplo, a través de una carta dirigida a la familia con la que vivas, cuál es tu situación emocional actual y que necesitas tomarte un tiempo contigo mismo. Diles que es muy importante que te lo concedan para que vuelvas a ser esa persona que ellos conocen. Que te den chance un rato.
  4. ¡Haz maletas y vete! Y no es necesario que te muevas físicamente. No importa que te quedes en tu casa. Viaja a través de la mente y la imaginación. Recuerda que lo importante es sentir que te das ese espacio para estar contigo a pesar de que el resto del mundo se encuentre poniendo el arbolito de Navidad o preparando el ponche.
  5. Recuerda que la Navidad marca el comienzo de las 12 noches más largas del año, hasta el 6 de enero, fecha en la que la luz, el sol, renace para recordarnos que la oscuridad no permanece para siempre. Sino que, invariablemente, termina para dar origen a un nuevo año de crecimiento y renovación de la naturaleza. (https://www.gabinetedepsicologia-mm.com/2015/12/23/el-verdadero-significado-de-la-navidad/)

Así que date un espacio para un nuevo renacimiento aunque los demás te «exijan» cumplir con los intercambios, los brindis y romper la piñata. Regálate un tiempo para ti y deja de odiar la Navidad. Entiende que no todos desean lo mismo que tú.

Por cierto: ¡Feliz Na..cimiento!